Espiritualidad para el siglo XXI. (Tercer ciclo). Programa 11: Los pecados capitales.

martes, 16 de junio de 2009
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Texto 1:

    Los pecados capitales son siete: soberbia, ira, envidia, avaricia, gula, lujuria y pereza. Se llaman “capitales” –palabra que proviene del latín “cabeza”- porque generan a su vez otros muchos pecados, son como “cabecillas” de una muchedumbre de otros pecados derivados, fuentes de las emanan aguas enrarecidas.

El número de siete se ha ido determinando con el paso de los siglos y puede interpretarse también simbólicamente como una totalidad en la que se describe la gama, más o menos completa, del lado más oscuro y sombrío de las pulsiones del alma. La lista de pecados también se ha ido modificando a lo largo del tiempo hasta que quedó en esta clásica división que hemos presentado.

    Nadie padece todos los pecados capitales. Siempre hay en el alma alguna raíz predominante o la combinación de dos o tres que más se destacan y caracterizan el perfil psicológico y espiritual de cada uno desde su lado más débil. Todos tenemos un punto flaco, un “talón de Aquiles”, un pecado más dominante. Nadie sufre todos los pecados capitales en cuanto tales, aunque todas las pulsiones que generan tales pecados no nos sean ajenas, ya que alguna vez todos hemos experimentado su fuerza y su instigación.

Una cosa es el pecado y otra la tentación. El pecado es el fruto de una tentación consentida. Se puede sentir la sugestión insinuante de la tentación y no cometer pecado alguno, como le sucedió a Jesús en los cuarenta días del desierto.

    Las pulsiones de los diversos pecados las experimentamos a lo largo del camino. Las siete pulsiones fundamentales, al menos como tentaciones, las toleramos todos alguna vez, las hayamos o no consentido. Todos estamos hechos del mismo barro, con la misma debilidad, fragilidad y vulnerabilidad. Todos podemos cometer todos los pecados. Todos los seres humanos somos capaces de todos los pecados. Basta ver la historia y los hechos para comprobarlo. Nadie está exento. Nadie es impecable, ni incorruptible. Esto nos hace veraces y humildes, más comprensivos y compasivos. Menos prejuicios.

    ¿Cuál de los siete pecados capitales te parece aquél que siempre te amenaza y te asecha?; ¿Qué tentación es la que a menudo te vence y te desesperanza?; ¿Cómo el mundo puede salvarse del pecado si no cree en la redención?; ¿Cómo dejar de ser esclavos de nosotros mismos si buscamos solo nuestra libertad?

Texto 2: Habla la soberbia.

    Yo soy la soberbia. Uno de los siete espíritus malditos, errantes y sin paz. De los siete, yo soy el más capital de los capitales. Todos los corazones me sienten. Todos los mortales me conocen. Soy una especie de orgullo pero de orgullo malo. Es cierto que se puede sentir un sano orgullo por cosas buenas, yo -en cambio- soy una autosuficiencia muy creída de sí misma. Me basto sólo conmigo. Los demás          -aunque estén- no me interesan realmente. Me son indiferentes. Si los considero es porque a veces los siento como una desleal competencia.

    Soy también como una especie de omnipotencia. Sé que no todo lo sé, que no todo lo puedo y que no todo lo quiero pero aparento ante los demás como que todo lo sé, lo puedo y lo quiero. No muestro nunca ninguna fisura hacia fuera. 

Algunos dicen que soy fría, calculadora y que me he convertido en una gran soledad. Es verdad, prescindo de los demás y eso me deja, inevitablemente, sin compañía. Pero prefiero esa sola soledad a la presencia de algún otro ego. No caben dos egos juntos en un mismo espejo. Uno tiene que salir.
   
Hay quienes también dicen que soy el pecado cometido en el origen del paraíso. Es muy probable que sea yo, no lo sé con certeza, pero eso es lo que digo sólo para que crean que soy el más importante. Después de todo, que el paraíso se haya cerrado por mi causa, no es poca cosa. Tal vez a alguno no le parezca demasiado, pero debido a esa expulsión, se acarrearon muchos otros males: La angustia, la tristeza, el sufrimiento, la agonía y -sobre todo- la muerte. No es poca cosa tal herencia. Por eso quiero ser el primero de los pecados capitales: He engendrado más hijos que ningún otro. Todos ellos tienen mi sangre y mis huellas. Espero que sientan con orgullo que su madre es la soberbia: Implacable, majestuosa, avasallante, tremenda.

    Algunos me dicen que compito hasta con el mismo Dios diciendo que fui la inventora de aquella mentira de la primera tentación en el paraíso en el cual los seres humanos serían como dioses. ¡Pobrecitos, se la creyeron! Tanto la mentira que compito con Dios como la que serían como dioses. Ninguna de las dos es verdad. Pero dejo que las crean. La que compito con Dios es para que me crean más importante de lo que soy y la que los seres humanos iban a ser como dioses fue para que se ilusionaran con pretensiones desmedidas. Yo no soy tan tonta y tan necia de creerme como Dios. Intento ser lo más absoluta que puedo, pero la realidad siempre me hace de espejo y me devuelve mi propia cara y mis modestas dimensiones y alcances.

    Créanme hasta la soberbia tiene que se humilde para subsistir. El lugar de Dios nadie lo puede ocupar. Pero, al menos, puedo hacerlo creer que, de vez en cuando, lo ocupo porque sin mí, los seres humanos se sienten muy poca cosa: débiles, inseguros, timoratos, deficientes, ineficaces, vulgares. Llaman humildad a una pobre y pequeña niña. Dicen que les adorna el alma. Yo, me río porque creo que son tonterías de quien se conforma con poco.

Es cierto, todos exageramos un poco. En mi caso, diría que demasiado. A veces me siento hinchada e inflamada. Tal vez algo desmesurada. Pero soy así, creo que sin mí no existiría la prepotencia y la arrogancia, la presunción, la insolencia, la impertinencia, la jactancia, la vanagloria, la petulancia, el engreimiento. Sin mí todos serían pusilánimes y pequeños. Para todas las valentías y fortalezas, para todas las más importantes empresas me necesitan. Me han dicho que los seres humanos no me pueden dejar y yo les creo, ellos siempre se sienten un poquito superiores y arrogantes, miran a los demás desde un peldaño más del cual están. A veces, cuando caen, el dolor es mayor desde más altura pero, en fin, es
el precio que tienen que pagar.

    A veces yo los veo llorar en soledad, cuando nadie los ve, se sacan las armaduras, las máscaras y los disfraces y muestran un cuerpo, un alma, una vida y una historia llena de heridas. Los muy omnipotentes son impotentes, los fuertes son débiles. Ellos creen que nadie los ve. Sin embargo, yo sí los contemplo tal cual son y –ciertamente- casi me dan pena. Todos son iguales, tienen corazones de un centímetros, frágiles corazoncitos… ¡Ay, los seres humanos, qué serían si no me tuvieran, si no recibieran una pequeña ayuda de mis manos!!!

Texto 3: Habla la ira.

A menudo estallo como un trueno, fulguro como un relámpago, ardo como un fuego. Mi belleza es altiva y superior: Me llaman la ira. Soy muy expansiva, demostrativa y expresiva. A veces por demás: Doy gritos y alaridos, rabias y llantos. Mis hijos son la furia, el furor, el enojo, el exacerbamiento, el arrebato, el rencor, el resentimiento, la desmesura, la vehemencia, la cólera, la irritación, la venganza, la violencia y la agresión.

    Puedo estar camuflada en gestos, palabras y silencios. No siempre soy tan fogosa como la pólvora. A veces empiezo como un suave movimiento que va calentando la sangre en las venas, luego el ritmo de la respiración se acrecienta y -por último- los latidos se transforman en agitación.

    Puedo parecer una loca con mis reacciones desmedidas pero algunas causas justas precisan de firmeza y límites sin tolerancia.

    Grandes personajes de la historia me han sentido en el burbujeo de su sangre: El Dios del Antiguo Testamento, los grandes guerreros, las cruzadas y la inquisición, hasta el mismo Jesús me hizo látigo para expulsar a los comerciantes del templo. En fin, los valientes y héroes siempre me han llevado consigo. Les soy fiel, ¡les hago estallar la cabeza!

    Creo que -en algunas dosis- soy bastante recomendable. No me parece que siempre haya que guardar los modales como si la vida fuera una ceremonia diplomática llena de protocolos. La vida es un continuo desborde, un agitado exacerbamiento: ¿Qué tienen que hacer la mansedumbre, la paz, la dulzura?

    Algunos me acusan porque produzco como una momentánea ceguera, una sin razón y un sin sentido, una aceleración y una inquietud desbocada y descontrolada. Tengo ganas de tirar y de romper todo. Quiero hacer añicos cuanto toco. No me importa que sean cosas o personas. Felizmente los seres humanos nunca me han dejado del todo: En las luchas, las batallas y las guerras, las importantes y en las cotidianas, estoy siempre presente. Este tiempo también me pertenece: Es una época insegura, violenta y agresiva. La violencia se manifiesta en sus más variadas formas y -en todas- hay un poco de ira que estalla, como vidrios rotos que se despedazan y se lanzan al aire.

    Para ser iracundo hay que tener mucha fuerza adentro, mucha fiebre acumulada, mucha herida y mucha garra. Hay que dar zarpazos y arañazos. Hay que romper y quebrar. Hay que cortar y mutilar. Hay que destruir y matar. Los seres humanos saben que la ira guarda el secreto placer de la destrucción. Algunos se sienten orgullosos de lo que hacen y construyen. Yo los hago sentir orgullosos de lo que deshacen, destrozan y destruyen. No sólo hay placer en el ser, también hay un enigmático y sofisticado placer en el no ser, en la nada, en el sin sentido. Por algo los convoca y los llama, los seduce y atrapa.

    Allí por donde paso dejo la devastación. Soy la Ira. Si me contradicen, estallo en frenesí y en locura. Todos, en cualquier lado, pueden escuchar mis gritos de furia despiadada…

Texto 4: Habla la envidia.

     Yo soy un espíritu sutil y perspicaz. Los demás, casi nunca se dan cuenta que estoy. Sólo le aviso con ciertas cosquillas a quien me tiene en su interior. Mi nombre es la envidia.

Nunca estoy satisfecha, nunca me conformo, ni me quedo quieta. Continuamente estoy mirando a mi alrededor. Más precisamente a los demás: Lo que son,  lo que tienen, lo que sueñan, lo que consiguen. Tal vez puedo parecer un espíritu inferior -ya que siempre me estoy comparando- pero, en verdad, soy yo la que provoco las miradas de los seres humanos para que siempre aspiren a más. Sin mí no progresarían, ni adelantarían. Se estancarían. Se quedarían dónde están.

    Los sueños, los anhelos, los ideales, las aspiraciones, los deseos, las utopías, nacen de mi sentimiento de grandiosidad y superioridad. Nada grande se haría sin mí. Todos saben que la envidia es el motor del progreso, del crecimiento y de la superación de sí mismo.

    No me gusta quedar delatada frente a los demás. Es por eso que establezco mi continua competencia con los otros de diversas y camufladas maneras. Hasta soy humilde porque no me quieren reconocer. Pareciera que les da vergüenza quedarse en evidencia frente a los otros. Como si yo fuera un sentimiento bajo, desleal e innoble. Los seres humanos me esconden pero todas sus obras me expresan y proclaman. Los humanos son esencial y socialmente competitivos: ¿De dónde creen que han surgido las diferencias y las distinciones de clases sociales? Han sido todos inventos de la envidia. Soy muy creativa. Necesito de la medida de los demás para poder superarme a mí misma.

    No soy tan materialista como suponen. No sólo me fijo en las cosas materiales y caducas sino también en los valores espirituales e intangibles. ¡No hay como la envidia de las cosas espirituales! Esto siempre se los recalco a mis hijas: La comparación, la insatisfacción y la rivalidad. Cuando se envidia lo espiritual se envidia lo mejor, lo de mayor calidad, lo más excelente.

    Es verdad que, a veces, me pongo un pongo triste porque no todo se puede conseguir así no más. Tener envidia cuesta mucho esfuerzo, mucha dedicación y atención. Hay que pasarse horas en minucias y detalles. Hay que ser perfeccionista. Hay que conseguirlo todo y después que se note, que todos sepan que lo conseguiste. También hay que ser generosos: Hay que decirle a los otros que gracias a ellos te has superado.

    Hay quienes me critican que no puedo gozar con la gratuidad, que no puedo compartir, que no me puedo alegrar con los bienes y los talentos de los demás. Yo creo que esa es una injusticia: ¡Nadie está más pendiente de los demás que la envidia! Tampoco creo que sea una necia, que no vea todo lo que soy y lo que tengo. No es que yo sea necia sino que ellos son unos mediocres porque se conforman sólo con lo que son y lo que tienen.

    Me resulta curioso comprobar que la mayoría de las veces estoy arraigada en los corazones de quienes más tienen en la vida o los que han legado más lejos; los que menos tienen, los menos relevantes socialmente resultan -a menudo- más desprendidos y generosos.

Hay una cierta fiebre de competencia con la cual nunca le doy descanso al alma. ¡Qué le voy a hacer: No me gusta ningún tipo de pobreza! Me llevo muy bien, en cambio, con el afán consumista de este tiempo. En fin, no puedo desmentir que soy un poquito vanidosa…. pero qué le voy a hacer… Me gusta…

Texto 5: Habla la gula.

    Me ha tocado vivir en un mundo extraño, en una época con una moda bastante rara, incluso han generado enfermedades que son mis rivales: Anorexia, bulimia y demás trastornos alimenticios. Gracias a Dios yo no padezco ninguna y no tengo esos problemas.

Me presento: Me llamo la Gula. Por mi parte, disfruto del gusto en el placer del comer y beber. No veo por qué hay que ser moderada habiendo tantos gustos, aromas y sabores. Hay que probarlo todo para saber qué es lo que nos gusta y qué no. Soy un apetito voraz que todo lo consume. También tengo mis hijos: La glotonería, la avidez, la voracidad, la intemperancia, el hambre y la sed desmedidos, el ansia y el desenfreno.

    No se crean que soy rellenita o regordeta. Nada más equivocado. No son sólo apetitos los de la carne y el cuerpo. También hay voracidades del alma. Hambre y sed de curiosidad intelectual y espiritual malsana que nunca se agota, ni acaba. Hay gulas del espíritu que engordan el alma.

    Los apetitos son buenos porque nos revelan las necesidades que tienen los seres humanos –las físicas, emocionales y espirituales- para todas ellas existe una gula grande o pequeña, un apetito siempre insatisfecho, nunca colmado, ni calmado, voraz, vigilante, siempre atento para tragar y consumir lo que pueda.

    Espíritus flacos y gordos pueden alojarme, sólo basta que estén con ansias y bien despiertos. Me critican, ¿pero qué serían sin mí? No podrían subsistir, ni siquiera para satisfacer las más elementales y básicas necesidades. Los seres humanos siempre me tendrán porque son esencialmente insatisfechos, cuerpos y almas que nunca se sacian.

    El reloj biológico -tanto como el espiritual- les permite subsistir sin devorar sólo por un corto tiempo. Lo que me molesta es que no quieran reconocerme. Les parezco torpe, vulgar, abundante. Sin embargo, me esconden en muchas de sus ansiedades y problemas. Se desquitan conmigo masticando o bebiendo para alimentarse, distraerse u  olvidar. No importa, yo siempre estaré aquí, dentro de ellos para cuando les pique un poquito la barriga.

    Ni siquiera son agradecidos. Aún hoy el hambre es un flagelo que no se puede erradicar del mundo. Es un roedor insaciable que excava túneles en el estómago de millones de personas. Hay un mundo hambriento por la desproporción de las riquezas. Sin embargo, los que están saciados se preocupan solamente por sus figuras y por la gula. Sólo se fijan en su imagen y en el miedo de engordar o de padecer obesidad. Una vez más son necios. El problema no está en el apetito sino en quien no lo puede moderar. No importa, cada vez que tengan hambre yo estaré allí, como ese gusano que se despierta y se mueve, haciéndoles cosquillas. Siempre los poderosos están satisfechos, el hambre lo padecen los otros, el pueblo sufrido: Los desocupados, las familias y los niños desnutridos, los que revuelven en la basura para comer; los que viven en situación de calle…

    Mientras tanto, hay poderosos y políticos que -por la ceguera de su satisfacción- ni sospechan lo que es tener hambre. Te voy a contar la historia de un rey cuyo reino cayó por no escuchar el clamor y el hambre de los suyos. La historia fue cantada así…

Texto 6: Habla la lujuria.

    Yo soy la lujuria, algunos también me llaman lascivia, soy pariente cercana de la gula pero un poco más sofisticada. También soy un apetito voraz e inconformista pero mis gustos son otros. No me seduce un buen plato o un vino añejado, mis apetencias son más exquisitas, a veces hasta extravagantes pero, no importa, no me permito medirme. Lo que me gusta, lo consigo y lo practico. Tengo muchas preferencias pero no discrimino porque todos pueden sentirme: jóvenes y viejos, pobres y ricos, virtuosos y defectuosos, grandes y pequeños, reyes y mendigos, hombres y mujeres.

    La lujuria es siempre una madre generosa, fecunda y próvida. No tengo muchos hijos porque no me interesa la vida sino el placer, aunque puedo reconocer a la intensidad y al desenfreno como mis hijos más directos. También están la voluptuosidad, la concupiscencia, la incontinencia, la intemperancia, la liviandad, la delectación y el impudor. 

    Algunos me acusan de dejar siempre el sabor de un cierto vacío y una continua insatisfacción. Yo no tengo la culpa de que los amores y los encuentros humanos sean tan efímeros, tan rápidos, tan prácticos. Quieren amar como si eso fuera a durar para siempre. No saben que eso sólo le corresponde a Dios. Los amores humanos son pequeños, caducos, perennes, transitorios. Se creen con fuego sagrado, creen que tocan el cielo con las manos pero son muy frágiles e inconstantes. Algunos pretenden que el amor se asocie a Dios. Yo que soy la lujuria, les digo que ni siquiera yo puedo alcanzar eso. Creo que  ningún amor puede jactarse de eterno. Además la lujuria no tiene nada que ver con el amor, aunque a veces trate de imitarlo sólo para engañar un poco.

    Hay quienes también me acusan de negociar y traficar. De intentar vender, comprar u alquilar amor. Bien sabemos que no es así. Es sólo un juego de complicidad. Jugamos a que nos amamos pero nada más. Sólo jugamos. Por eso vale todo, incluso la mentira, la deslealtad, la traición y la infidelidad. Es sólo un inocente juego. Si alguno sale herido, ya -de antemano- lo sabía.

    Hay quienes se creen con el mérito suficiente como para juzgarme y decir que mancillo y mancho el amor y su pureza pero yo simplemente juego. El amor -como la vida- son juegos. A veces podemos salir malheridos pero son sólo juegos. Hay quienes blasfeman diciendo que prostituyo todo cuanto toco, especialmente el amor. Yo creo que no hay prostitución si hay consentimiento.

    Todos se escandalizan pero  -ya sea en privado y también en público- en la televisión, en los teatros y en la literatura, me usan. ¡Yo soy la que tendría que demandarlos a ellos: por sus dobleces hipócritas, por sus mentiras y engaños!

    Todos me critican, pero cada vez más me consumen, cada vez tengo más éxito.

Texto 7: Habla la pereza.

    Yo soy la pereza y quiero denunciar a los que me hacen mala prensa. Todos me dicen que soy una vagancia inactiva, que dejo todo por hacer o que lo dejo de hacer, cuando lo he empezado, pero no se dan cuenta que todo lleva su fatiga y su cansancio. La vida y sus recovecos van desgastando las fuerzas durante el camino.

También yo tengo mis hijos: La apatía, la desidia, la negligencia, la acedía, la desesperanza, la torpeza, la depresión, la flojera, la comodidad, la holgazanería, el hastío, el vacío de la vida, el sin sentido, el tedio, el desánimo, el desgano y el descuido, Además tengo hijas de otros matrimonios que son menos conocidos pero que también son mías. Se llaman: La molicie, la desaplicación, la dejadez, la indigencia, la irresolución, la apatía y la abulia. ¡Cómo podrán ver no soy tan perezosa a la hora de tener hijos; ¡ Quién dijo que la pereza es improductiva y que no hace nada!

    Yo me considero muy activa. También he aprendido que hay distintas formas de acción. Hay algunas exteriores y hay otras interiores, que no se ven, que son imperceptibles pero que, sin embargo, por dentro se mueven y ponen en agitación muchas cosas. Muchos de los seres humanos halagan las vacaciones, el descanso, el ocio, el no hacer nada. Estas situaciones son una especie de pereza permitida socialmente. 

    Los seres humanos se creen perfectos e invencibles pero la pereza conoce su secreto. Cada día necesitan reponer fuerzas y parar la máquina que llevan dentro porque es frágil y se descompone fácilmente. Si no para, se gasta y ya no sirve para nada. El sueño reparador es mi pariente cercano y -sin embargo- a él no lo critican.

    No todas las cosas tienen el mismo ritmo. Hay algunas que requieren más lentitud y sosiego. ¡Estamos tan acelerados!; ¡todo es tan rápido y veloz! Hasta el tiempo últimamente se ha olvidado del peso de la pereza y se ha vuelto liviano y escurridizo.

    Si los seres humanos fueran más perezosos, durarían más, envejecerían menos, no tendrían tantas arrugas, se tomarían la vida con más calma. ¡Después de todo nadie puede agregar un segundo más a su vida!  Todos corren y ninguno sabe a qué parte va. Están acelerados sin mayor motivo.

    Sin embargo, hay un momento en la vida en que todos quieren ser sumamente perezosos. Cuando llega el momento de la muerte, todos quieren retrasarlo. Ahí sí, se acuerdan de mí y me llaman pero, a esa altura, ya casi no puedo hacer nada. Si no me han dejado estar en sus vidas antes -en la muerte- ya no puedo nada.

    Tendrían que aprender a valorarme más: Vivirían menos nerviosos y contracturados, más relajados y pausados, más distendidos y sosegados.  Sin embargo, ellos persisten de desalojarme. Quieren parecer ante los demás siempre activos y ocupados. Se creen que los otros, al verlos así, se creerán que son más importantes.

    Hay seres humanos que se sienten importantes mientras menos tiempo tienen en sus vidas y en sus agendas. Se olvidan hasta de sus familias y de sus afectos. Se despersonalizan. Deberían tenerme más en cuenta. Pero es así de paradójico, los seres humanos son perezosos hasta con la pereza. Sin embargo, yo estoy junto a ellos más de lo que suponen. En estos tiempos, en que muchos están caídos, cabizbajos, sombríos, sin aliento de esperanzas, mustios, desinflados; no se dan cuenta que esos estados de ánimo, a veces, son frutos de una cierta pereza. ¿Nadie les dijo que la desilusión es pariente cercana de la pereza?

    En este mundo todo pasa tan rápido y veloz que nadie disfruta de nada. Yo quisiera que todo fuera más despacio, que todo se moviera más lentamente, me gusta mecerme en el aire pesado como un soplo tranquilo sin que nada se agite, ni se despierte…

Texto 8: Habla la avaricia.

    Yo soy la avaricia, pariente cercana de la envidia pero a diferencia de ésta, que muchas veces se queda solo en comparaciones y lamentaciones, yo –en cambio- pongo manos a la obra y atesoro y acreciento mi capital,  mis ahorros,  los bienes materiales y –también- los espirituales. No quiero dejar nada afuera. Nada. Todo me interesa.

    Algunos me atacan porque dicen que sólo los guardo y no los disfruto y ni siquiera los comparto. Lo que sucede es que me da pena gastarlos después de todo el esfuerzo que me costó conseguirlos. No es poco el tiempo y la dedicación que se requiere. Me basta sólo con tenerlos, con verlos, con acumularlos. Quiero que estén y permanezcan. No quiero despilfarrar.

    Mis hijos son la tacañería, la sordidez, la miseria, la mezquindad, la ruindad, la codicia, la ambición y el egoísmo,

    Confieso que tengo muchos ideales y aspiro siempre a conseguir más pero -una vez que lo conseguí-  ya no pretendo más, se termina mi interés y pongo los ojos y el corazón en otra cosa. Algunos me dicen que en vez de ser dueña y señora de todo lo que tengo, soy su sierva y esclava. Puede que sea así pero las cosas no me tiranizan, ni me demandan. Ellas sólo están ahí, acumuladas.

    Si yo no existiera, no habría ricos en la tierra. Todos sabemos que la riqueza da poder y que son los ricos los que mueven el mundo. Además yo creo que todo se puede conseguir. Ahora casi todo se puede vender y comprar, hasta en los diarios y por Internet. Este tiempo se lleva muy bien conmigo, el consumismo es mi aliado. Sobre todo el de aquellos que son adictos y consumen sólo para llenar huecos y vacíos que nada, ni nadie puede tapar.  Algunos dicen que Dios puede colmar. ¿Me pregunto cómo poder ser avara de Dios?; ¿Cómo tenerlo y acumularlo?; ¿Cómo guardarlo sin gastarlo, ni disfrutarlo? Porque sino es así, Dios no me interesa. Me afirman que es el Bien de los Bienes pero si no se consume, no creo que pueda seducirme.

    Hay también quienes me dicen que teniendo todo, no tengo nada porque la insatisfacción siempre se presenta. También hay quienes sostienen que no todo se compra, que hay cosas que son gratuitas, que tienen mucho valor y que, sin embargo, no tienen precio alguno.

    Para mí el dinero y todos sus sustitutos me otorgan una sensación de seguridad y de cierta felicidad que no quisiera cambiar por nada. Hay quienes afirman que soy una señora rica con alma de pobre, que detrás de todo lo que acumulo, se esconde la mueca de la miseria y de la desgracia y que a la muerte nadie, ni nada. la ataja. Yo creo que hasta ella tiene su propia mortaja y me han dicho que ahora hasta han hecho un negocio de ella. Allí donde hay un negocio, puedo estar yo. Tal vez hasta con la muerte me entienda. Al menos he logrado casi comprar y vender todo. En fin, hasta ahora creo que me entendido bastante bien con la vida, podemos empezar a probar también con la muerte. Después de todo, los seres humanos también consumen abundante muerte.

Texto 9:

    Hemos dejado hablar a cada pecado capital. Se han personificado con voz propia para que -con cierta ironía- cada pecado pudiera hacer su descargo y su defensa. Detrás de cada pecado hay una motivación, una búsqueda, una razón, un sentido.

El pecado en sí mismo no existe, no es una abstracción. Existen los pecadores, los corazones que pecan por debilidad,  por malicia o por la razón que fuere. Así como no existen las enfermedades sino los enfermos, ni existen las virtudes sino los virtuosos; de igual manera, no existen los pecados sino los seres humanos que pecan.

    Cada uno de estos pecados tiene su consistencia en el corazón humano, en sus raíces más recónditas y escondidas. Aparecen en nuestro cotidiano actuar. Son pecados capitales porque multiplican sus hijos por doquier, llenando con su telaraña toda la superficie y la profundidad del alma humana.

    Las combinaciones de los pecados capitales pueden ser variadas pero, a menudo, se los encuentra juntos por pares o  tríos. Por ejemplo, a la soberbia le gusta la compañía de la avaricia porque ambas son altivas y orgullosas, la primera por sí misma y su propia imagen y la segunda por el deseo de las cosas. A la soberbia, además, le agrada asociarse con la ira porque ambas son exageradas y ampulosas, las dos siempre se hacen notar. A la gula y a la lujuria también les gusta encontrarse, ya que ambas son desmesuras de distintos apetitos pero son apetencias y tendencias, al fin. A las dos les tienta estar -de vez en cuando- con la avaricia, ya que también es un deseo desordenado y desenfrenado de acumular. La gula se inclina por la comida y la bebida; la lujuria por las personas y la avaricia por las cosas materiales o inmateriales. Las tres son ansias desaforadas y descontroladas por consumir. La pereza, en cambio, no se lleva bien con la ira ya que le parece demasiado explosiva y muy activa.

    En fin, hay muchas combinaciones posibles entre las siete raíces. Ninguna de estas mezclas es matemática y exacta. El que padece una no necesariamente tiene que estar bajo el dominio de las otras.

    ¿Vos te has dado cuenta que la soberbia te pone en un lugar en que los demás no te han puesto?; ¿Qué la ira hace que los demás te teman?; ¿Qué la envidia te lleva a competir inútilmente?; ¿Qué la avaricia te recluye en tus cosas sin poder disfrutar de ellas y que las cosas no están a tu servicio sino que terminás siendo esclavo de ellas?; ¿Te das cuenta que la lujuria puede impregnarlo todo, hasta lo más santo y espiritual, con su melosa sustancia que se apega a todo?; ¿Advertís que la pereza te desinfla, te achica, te disminuye y te hace pactar con la mediocridad, conformándote con poco, nivelando todo para abajo?; ¿Percibís que la gula atenta contra la salud y que el apetito desmedido sólo esconde otras insatisfacciones y vacíos que nunca se llenan por el estómago?

    Todos tenemos alguno de los siete pecados capitales y así como todos nos justificamos cuando los cometemos, así también los pecados personificados han tomado voz y vida y nos han hablado con sus propias razones y acusaciones, curiosamente se han defendido con los mismos argumentos que empleamos nosotros. Después de todo, hablar de los pecados capitales es otra forma de hablar de nuestras propias sombras.  ¿Qué nos pasará después que nos miremos tal cual somos, bajemos a nuestro interior y nos aceptemos?; ¿Y cuando los otros nos miren así, tal cuál somos, sin máscaras, ni disfraces?

    Tal vez, entre otras, la lección de los pecados capitales sea la aceptación humilde y humillada de nuestra propia verdad, con sus luces y también con el contraste de sus propias sombras.

Eduardo Casas