Texto 1:
Todos estamos sumergidos en el inexorable paso del tiempo, el cual con su mortalidad nos pone sobre los hombros el peso agobiante de los años. El sucesivo transcurrir del reloj nos va paulatina y despiadadamente envejeciendo. Casi no nos damos cuenta. El espejo, la mirada de los otros y el crecimiento vertiginoso de los más jóvenes o pequeños que están a nuestro lado y las llegadas de las nuevas generaciones, nos van delatando.
La vejez propia y la de los seres queridos nos da un poco de temor porque nos traen una serie de inquietantes interrogantes acerca del futuro. A veces el temor se va transformando incluso en miedo.
No sólo miedo a la propia vejez sino también a lo que ella trae: pérdida de visión y audición, de memoria y de fuerzas, de ganas y deseos de hacer cosas. Se pierde la juventud, el trabajo, las distintas capacidades personales, la salud e incluso afectos importantes van desapareciendo de nuestro lado porque las personas de nuestra generación también se van poniendo ancianas y van muriendo o enfermando. La memoria se va colmando de nostalgias y la nostalgia se va llenando de memoria. Gravita más el pasado con su ayer entre la bruma que el presente con su hoy movedizo.
Para muchos, la vejez es como un prolongado miedo nocturno que los introduce en un túnel de fantasmas en donde aún vive ese pasado cada vez más actuante y presente. El futuro se va acortando con el tiempo y la agonía pareciera que comienza antes de lo previsto.
La vejez es una lenta declinación que merece casi los mismos cuidados que requiere el otro extremo de la vida cuando ésta estaba en los albores de sus comienzos. La niñez y la ancianidad son fragilidades de la vida que necesitan mucho cuidado, vulnerabilidades que hay que asistir. La mayor tentación de las etapas más avanzadas es abandonarse y dejarse estar. Creer que ya todo está hecho y que no ya hay posibilidad de algunos logros.
Texto 2:
Con la madurez se inicia la segunda parte de la vida la es una intensidad para la profundidad. La vida nos trae la cadencia de los años, el decurso inevitable del tiempo que camina junto a nosotros. Cada uno va colmando la medida de su tiempo y eso se va traduce en años que se van sumando. El agregado de los años no debe ser solamente la suma de la cantidad sino también y sobretodo la calidad de la vida y de los años transcurridos.
Algunos piensan que envejecer es el único medio de vivir mucho tiempo. Sin embargo, envejecer no es perdurar. La edad madura guarda el secreto de otra juventud si se la sabe descubrir. Es la época en que se pasa de la pasión a la compasión. Cuando se es joven se pretende ser bello, fuerte, sabio, rico. Cuando se va envejeciendo lo que se quiere es ser uno mismo. Querer ser lo más parecido a sí mismo que esencialmente se pueda. Ser fiel, honesto, transparente y comprometido consigo mismo. Ser coherente con uno. Además uno aprende algo que no siempre sabe hacer antes: disfrutar plácidamente de la vida. Gozar de lo que se es y lo que se tiene. Dejar la culpa y la demora. Vivir plenificantemente y no conflictivamente los afectos. Gozar de las cosas simples y sencillas, los rituales mínimos y modestos de lo del milagro repetido de lo cotidiano. Esas para las cuales antes no había tiempo alguno Sentir el placer de la gratuidad, de lo que la existencia nos da cada día.
Para las cosas realmente importantes de la vida, nunca es tarde. Muchos piensan que las personas maduras y sobre todo los ancianos son tontos. En verdad no es que lo sean sino que aprecian las cosas de una manera distinta, las tienen, las disfrutan y las dejan pasar, tienen otro peso y otro calibre para las cosas, las acciones y sus consecuencias. Ya han aprendido a relativizar lo que para otros sigue siendo importante. Pocas veces se valora la experiencia de los mayores. No hay que endiosarla como si fuera una verdad absoluta o una ley indiscutible. Sin embargo, tampoco hay que disminuirla, minusvalorizarla o despreciarla. No se puede ser tan necio. Cuando no consideramos la experiencia de otros como valiosa es porque aún nos falta experiencia propia. Cuando se valora la propia experiencia también se valora la experiencia de los otros.
Es curioso observar que cuando caminamos por los senderos de la vida generalmente vemos que “los jóvenes van en grupo, los adultos en parejas y los viejos van solos” (Luis Guillermo Paredes La Rosa).
Hay tiempos en que pareciera que la soledad se estanca en la vida y no se mueve por nada, nos envuelve como una espesa niebla. Cae pesada y gravita en todo. El cielo se oscurece y aparece una amenaza con forma de tormenta grisácea de truenos y relámpagos. Se desliza la lluvia fría sobre la piel arrugada y llega hasta los huesos, empapando el alma y nos quedamos con los fragmentos en nuestras manos, nuestro corazón y nuestros recuerdos, cada vez más solos…Texto 3:
Hay muchas soledades en la vida humana, especialmente en la vejez. Pareciera que fuera el tiempo de las soledades más sonoras y habitadas, las más acompañadas y silenciosas. Hay soledades que hacen bien y hay otras que hacen mal. Soledades que tenemos y soledades que tenemos que superar.
La ruptura de la soledad comienza por un acto de la propia voluntad que quiere salir al encuentro y que toma la iniciativa. La soledad no puede ser una cadena a la cual estamos inmovilizados y amarrados. A la soledad es bueno tenerla cuando uno la quiere y la desea, de lo contrario, impuesta es dolorosa y molesta, como un espejo en el cual no nos queremos ver. La vida siempre busca algún tipo de compañía. Hay soledades que son como fantasmas que serían mejor si se perdiesen en el camino sin posibilidad de regreso. Así lo dice este poema:
Dame la paz de tenerte cercasin pretender inventarte.
Soledad que solloza en silencio y sangra a tientasen penumbras.
Desnuda de sí mismabusca su otoño,tibieza olvidadaentre el llanto del camino.
No hay retorno.Se ha perdido para siempre:La soledad no volverá a tu encuentro.
E. C
Texto 4:
Hay un texto del Evangelio en el cual Jesús es visitado una noche por un anciano judío llamado Nicodemo. Jesús representa la novedad y Nicodemo personifica la vejez. Jesús le propone a su interlocutor: “Tienes que nacer de lo alto. El viento sopla dónde quiere, oyes su voz pero no sabes de dónde viene y adónde va. Así es todo el que nace del Espíritu” (Jn 3,8). Ante tal invitación el anciano le pregunta: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?” (3,4). No se da cuenta que se le habla de un nacimiento que no es el biológico; un nuevo alumbramiento, un empezar otra vez que moviliza las seguridades adquiridas. La vejez de Nicodemo no estaba en el cúmulo de sus años sino en la rigidez que acalambra el alma, la que hace perder la “flexibilidad” para abrirse ante la novedad. Nicodemo es la vejez que se mantiene estática ante la posibilidad del cambio.
El anciano va a verlo a Jesús de “noche” dice el texto del Evangelio. La “noche” también representa la “oscuridad” y los diversos temores que nos amenazan. La vejez suele estar acompañada de una prolongada “noche” de incertidumbres y dudas.
Se hace entonces en la medida en que avanzamos más necesaria una vejez flexible y dúctil, maleable y dócil, adaptable a las nuevas formas en que la vida se abre camino. La vejez tiene que ser madurez, evolución y crecimiento. No es la última etapa de la vida. Es simplemente la “bisagra” que nos abre hacia otras puertas y otras direcciones. La vida no tiene un reloj fijo, ni predeterminado. No se puede detener el camino que viene, el destino que llega. Nunca es tarde. No creas que se ha hecho tarde para soñar y para alcanzar lo soñado. Al menos para intentarlo. La esperanza no envejece. Aún es joven, fresca y vital. Jamás es tarde para Dios. Nunca es tarde para ser amado. Tampoco para amar.
Texto 5:
La vejez se caracteriza por diversas, múltiples y simultáneas pérdidas. El miedo a las pérdidas es una de las principales turbaciones de la vejez. En general uno ve lo que pierde y no siempre contempla lo que adquiere, ya que toda pérdida conlleva también, por otro lado, una nueva adquisición. Nunca se pierde completamente. En muchas oportunidades pensamos que las pérdidas son fracasos. En verdad, los fracasos no existen. Una realidad es un éxito o un fracaso, un logro o una frustración, según cómo nos paremos frente a esa situación y según cómo la asumamos. Los éxitos pueden servirnos para envanecernos inútilmente o para creernos cosas que no son del todo; así también los fracasos pueden ser desafíos interesantes y oportunidades para ver las cosas de otro modo.
Si se asume positiva y maduramente un fracaso, éste deja de ser tal y empieza a no existir. El fracaso sólo existe si uno quiere que exista. Si uno se somete a él, se condiciona psicológicamente de manera negativa y nos influencia.
A menudo las pérdidas y fracasos son aparentes. Dependen de nosotros cómo consideramos aquellos aprendizajes que más nos cuestan y duelen. Saber perder y fracasar puede resultar una gran sabiduría. Si somos “buenos perdedores” entonces dejamos de perder: hemos comenzado a ganar.
Perder y ganar, lograr o fracasar: ¿comparado con qué? En repetidas ocasiones consideramos que hemos perdido o ganado, hemos logrado el éxito o gustamos la amargura del fracaso comparándonos con otros o con las realidades ajenas. No hay que comparar. Perder y ganar, lograr o fracasar son relatividades. La “medida” está en uno y en su propia mirada.
El fracaso existe sólo si te sentís un derrotado. Incluso a veces nos creemos derrotados con realidades que no nos indican tal cosa. Todo depende de uno y cómo se posicione, cómo se pare frente a los hechos.
¿Has considerado qué cosas has ganado en aquellas que has perdido?; ¿qué cosas obtuviste por dejar de tener aquellas que gozabas?; ¿te has sentido alguna vez un perdedor?; ¿por qué?; ¿en qué cosas?; ¿no se te ha ocurrido que el fracaso puede que no exista sino que depende de cómo vos lo elaboras?, ¿a pesar de tus esfuerzos qué cosas considerás que ya no están, que se han ido para siempre, que se han extraviado? Contáme…
Yo sé que a veces en el puerto del olvido naufragamos y en otras ocasiones embarcamos para llevarnos, junto al vaivén del mar, todo aquello que nos pesa. Sin embargo hay cosas que perdemos sin desear que se nos vayan. Si ocurre eso, haremos algo para recobrarlo. Hay tiempos en que hay que cortar los hilos y empezar a tejer otras tramas y hacer otras redes. A veces hay que perder hasta las pérdidas para volver a recobrarlo todo de nuevo, de otra manera.
Texto 6:
Los ancianos son nuestro espejo del futuro. Una imagen que nos llega de aquellos caminos por los que todos transitaremos alguna vez: que los pliegues del alma no te hagan arrugas en la piel. Que las manchan del espíritu no pigmenten tu cuerpo. Hay una lozanía por descubrir. Hay otra belleza por conquistar. Hay muchos amaneceres aún en este crepúsculo que baja lento.
Mientras en la juventud nos preocupábamos por muchas cosas -el pan de cada día, el trabajo continuo, la fatiga de las múltiples actividades, el afianzar una posición, el consolidar una relación y un proyecto de vida, el sostener a la familia, etc.- en la madurez, y sobretodo en la vejez, lo que antes era preocupación inquieta se vuelve ahora ocupación sosegada y tranquila. La preocupación se transforma en ocupación.
Lo veo en los abuelos y en las abuelas. En ellos, las relaciones se viven distintas. Los nietos se disfrutan diferentes que los hijos. Son doblemente hijos porque son carne de la carne salida de nuestra carne, hijos de nuestros hijos, doblemente hijos de uno. Mientras que la responsabilidad primera del crecimiento está fundamentalmente en la responsabilidad de los padres; los abuelos están más disponibles para el disfrutar de la presencia, el acompañamiento y el crecimiento de los nietos. Además, los abuelos ya están en una edad de la vida en que las obligaciones que suponen ciertas responsabilidades se van cambiando por el goce y el placer que implican ciertos disfrutes que antes se consideraban un lujo y un privilegio y que ahora se toman como gratuidades de la vida que no es posible perdérselas de nuevo. El tiempo de los abuelos es distinto y la calidad del cariño y la salud del afecto también. Todo se potencia más. Los abuelos tienen una energía más nutricia, más asentada, más perdurable, más rica y experimentada. También es cierto que algunos abuelos y abuelas tienen, en gran parte de su tiempo, el cuidado de sus nietos, sobre todo cuando son pequeños y los padres tienen responsabilidades laborales o sociales. Sin embargo, hasta ese trabajo, que es un verdadero servicio de profundo cariño y entrega, lo hacen de una manera distinta. Ya sea en el simple disfrute o en el trabajo del cuidado, los abuelos y abuelas son una especial energía de saludable amor y afecto insustituible para los nietos y nietas.
¿Vos has conocido a tus abuelos?; ¿qué recuerdos tenés de ellos?; ¿vos sos abuelo o abuela ahora?, ¿qué clase de abuelo o abuela sos?; ¿qué clase de abuelo y de abuela te dejan ser?…
Texto 7:
¿Cuánto hace que no escuchás a una persona mayor?; ¿Cuánto hace que no disponés de un tiempo para compartir con ella? No te prives de recibir la apertura de su corazón. Dejemos que nos hable:
Llovizna del corazónhumedecido en lágrimasque no caenporque ha llovido antessobre esta tierra reseca.
Sueños que han volado y regresadoviajando por las figuras que la brisa dibuja.
Mis manos son huecos vacíos.Parecen cicatrices,huellas del olvidoque pisan mi valle.ecos de otras vocesque escuché en el pasado.
Peso y cansancio en mi equipaje.Tengo alivio al escuchar tu nombreque nunca olvido.Amores del ayer.Nombres que guardo mientras el futuro se resiste.
Los días pasan con otro paso.Se detiene la músicaen un ayer que vuelve y me envuelve.
Ya no busco, ni encuentro.Ya no gano, ni pierdo.Todo está quieto y silencioso.Sin movimiento.En un lento reposocon nuevos rituales y rutinas.Otro calendario se me ha dado.
Me miro de otro modo.Me espero de otra forma.
Una leve nostalgia me roza la frente.Te extraño.
Dios viene como brisa suaveque se mece en lo profundo del alma arrugada.
Todo vive conmigo.Nada me ha dejado.Todo está como entonces.
Sólo espero un amanecer profundo.Estiro mi manoy tu mano invisible me espera, me toma, me toca y me acompaña.El miedo es ya sólo un tenue recuerdo.Si pronuncio tu nombre, vuelve la paz.
El puente aguarda.
Ya no hay deudas pendientes,ni sueños incumplidos,ni espacios vacíos, colmados de nostalgias.
Es otro tiempo y otro el reloj.Cierro mis ojos y espero. Me dejo estar.
Voy aprendiendo a disfrutar todo,a saborearlo despacio,a gozarlo de a poco.Todo es un inmenso, inmerecido y hermoso regalo.
Cierro mis ojos y simplemente soy.
Texto 8:
Hay quienes creen que en la vejez se va perdiendo todo. Sin embargo, a lo largo de la vida entera mientras ésta va transcurriendo -y no sólo en la vejez- se va perdiendo todo o casi todo. Las “pérdidas” o “fracasos” están presentes o ausentes dependen de cómo lo miremos. La frustración existe sólo como actitud interior frente al resultado de algo. Si cambiamos de actitud; la pérdida, el fracaso o la frustración desaparecen, no existen. O si permanecen, ya no los consideramos tan negativos. Ya no tienen tanto poder, ni influencia sobre nosotros.
Si consultamos la Palabra de Dios, en el Evangelio Jesús dice expresamente que hay que dejar todo por el Reino de Dios, lo cual, de alguna manera está expresando que hay que “perderlo” todo para obtener lo más preciado. Hay que hacer un acto de libertad y elegir. Es necesario escoger, la libertad no puede abarcar todo, ni quedarse con todo. Cuando se elige algo, se deja el resto. La opción es quedarse con lo que nos parece más importante, más significativo, más necesario o más conveniente, según sea nuestra escala de prioridades. Cada uno elige siempre según sus prioridades y necesidades.
También en el Evangelio muchas veces aparecen los apóstoles de Jesús “dejándolo todo” para seguirlo (Cf. Mt 4,19-22; 19,21-22). Además hay relatos de parábolas en donde se encuentra una perla fina o un tesoro escondido y hay que venderlo todo para adquirirlos (Cf. 13,44-46). Hasta la vida misma hay que dejarla y entregarla si se quiere fiel al Señor: “El que quiera salvar su vida la perderá y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (16,25).
El Apóstol San Pablo afirma igualmente: “Considero que todo es una pérdida comparado con el supremo conocimiento de Jesús” (Flp 3,7-8). Si Jesús es entonces la “perla fina”, el “tesoro escondido” donde “se encuentran ocultos todos los dones de la sabiduría y de la ciencia” de Dios (Col 2,3), habrá que saber perder. Parece que en la Palabra de Dios el saber perder no es tan malo.
Tal vez no hayas perdido tanto. Seguramente has ganado mucho más. Estamos en una sociedad tan exitista, tan competitiva, tan individualista que el perder sólo puede ser tomado como fracaso y frustración. La Palabra de Dios, como siempre, nos enseña a ver las cosas desde el corazón de Dios, con otra luz: ¿acaso Dios cuando se hizo hombre cuántas cosas perdió?; ¿si las perdió por amor verdaderamente las perdió?; ¿nosotros no podemos hacer lo mismo: acaso perdemos las cosas cuando amamos?; ¿el amor es pérdida o es ganancia?
En donde encuentres tu tesoro, encontrarás tu corazón (cf. Mt 6,21). Muchas veces para recobrar y recuperar hay que perder y entregar…
Texto 9:
La palabra vejez o ancianidad no tiene que ser algo peyorativo. Algunos ni siquiera la utilizan, tratan de buscar sinónimos que parezcan menos ofensivos: tercera edad, senectud, etc. El término vejez o ancianidad no tiene nada de ofensivo en sí mismo. Lo que sucede es que socialmente se ha desvalorizado tanto esa etapa de la vida que tenemos cierta vergüenza de ser o de aparecer ancianos. Esto es una necedad de nuestra parte. La palabra “viejo” puede ser cariñosa o despectiva según sea la carga que le pongamos.
La segunda parte de la vida, la que se inicia con la madurez y desemboca en la ancianidad, tiene también sus ventajas y oportunidades. Es un tiempo humano distinto y favorable si se lo sabe aprovechar. Se puede seguir experimentando y aprendiendo. Es también una etapa de trabajo con una laboriosidad diversa pero igualmente fecunda y provechosa.
Si es por enfermedades, problemas y contrariedades, también las encontramos en otras fases de la vida. Ahora se pueden agudizar algunas cosas, es cierto, pero incluso la muerte no es privativa de ningún ciclo humano. La muerte acontece en cualquier edad. La muerte no tiene tiempo, como la vida misma que tampoco tiene tiempo. Acontece siempre en todas las etapas humanas para ser disfrutada y vivida.
No existe ninguna etapa de la vida que sea completa y perfecta. Todas son hermosas y complejas. Todas imperfectas y perfectibles a la vez porque la vida humana es así, tiene muchas cosas y también carece de muchas otras. Nunca es un equilibrio acabado. Tampoco es una armonía terminada. No es una obra de arte sin imperfecciones. No hay que idealizar ninguna etapa. Tampoco hay que culpabilizar a una etapa más que a otras.
Nadie tiene comprado nada definitivamente en la existencia. Todo ha sido regalado, empezando con la vida misma. También la muerte, aunque no la pidamos, como la vida, nos será regalada algún día. Nada de lo más importante ha sido comprado, ni adquirido. Lo fundamental de la vida es una donación, una concesión, una dádiva que nos hace Dios. Algo que no se compra, ni vende, ni se adquiere, ni se presta. Sólo se administra en préstamo por un cierto y limitado tiempo. Lo esencial de la vida es una gratuidad. Es algo gratis que Dios nos concede abundantemente a todos y que tendremos que devolver al final de nuestros días. Lo principal de la existencia es gratuidad y devolución. Entre la gratuidad del inicio y la devolución final, está el tiempo intermedio de la administración en la que tenemos que ser lo más fieles posibles.
El renacimiento espiritual es una forma sencilla y fecunda de vida que nos deja celebrar mejor la vida en simples actitudes. En esto no hay recetas, ni normas. No hay rituales, ni solemnidades. Sólo simples actitudes que llegan después de mucho trabajo interior: Aprovechá tu tiempo. Disfrutá tu hoy. Viví tu presente. La vida es lo que acontece ahora. Lo que tenemos entre las manos y se nos escapa rápido. ¡No la dejés irse tan fugazmente!; ¡Vivíla intensamente! Cultivá el sentido del humor. La risa es sanativa y placentera. No mirés sólo lo negativo. No te quedés parado en la mitad del camino. No te quejes por todo. ¡Hay tantos que se han cansado!; ¡hay tantos que ya no se encuentran ni siquiera con ellos mismos!; ¡hay tanta soledad acumulada a lo largo del sendero!
En la soledad de quien no tiene compañía no todo está perdido ya que, por lo menos, está la posibilidad y la esperanza de un probable encuentro. Existe, sin embargo, otra soledad, aún más terrible: La de aquél que se siente solo en medio de la compañía, en medio de la sociedad, del gentío, de su familia y de los suyos. La soledad de los cercanos, más que la de los lejanos, anónimos y desconocidos. Ésa soledad está más próxima de la desesperanza. ¡Hay tanta gente sola y solitaria!; ¡tantos que se han olvidado de sus mejores días!; ¡tanta gente que se agolpa, que se apretuja, que se roza y que permanece en el silencio de sus gritos que nadie alcanza a escuchar!