Espiritualidad para el siglo XXI (Tercer ciclo). Programa 6: Las distintas caras del amor.

lunes, 11 de mayo de 2009
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Texto 1:

No es fácil hablar del amor en sus múltiples manifestaciones sin caer en el “romanticismo rosa”  y en los previsibles “lugares comunes” de todo cuanto se dice acerca de este tema tan declamado. No siempre hablar un tema significa reflexionarlo profundamente. No pretendo hablar del amor de manera “lírica” sino realista. Incluso aunque escuchemos algunos poemas, como de hecho lo haremos, evitaremos  la artificialidad.

Del amor se puede hablar de muchas formas porque los amores humanos son muy variados. Hasta un mismo amor tiene múltiples características y pasa por diversos tiempos y ciclos. Incluso un mismo amor no siempre es igual. Cambia, como todo en la vida. Las permanencias y fidelidades del amor no son estáticas e inmutables sino dinámicas. El verdadero amor es siempre un ensayo, un continuo re-comenzar. No se puede fijar instalándose inerte en la vida, inmovilizándose, fosilizándose.

Los amores humanos más comunes y triviales, esos que nos sostienen cada día a pesar de sus defectos, errores, incoherencias, contradicciones y paradojas también nos hablan de Dios, de un Dios cercano, cotidiano, sencillo, acostumbrado a la vida humana y a los vaivenes del tiempo. Hay amores que no tienen necesidad de ser “religiosos” para evocarnos a Dios. No sienten la necesidad de proclamar la “trascendencia” para provocarnos. Nos hablan de Dios desde la diaria rutina y el silencio. Nos dicen algo del misterio de lo divino sin pronunciarlo nunca con los labios. En todo canto de amor humano hay una aspiración muda, un himno de silencio al origen y fin de todo verdadero amor. Cualquier historia de amor -aunque sea la más fugaz, la más común y trivial- narra alguna eternidad del amor de Dios,

Para nosotros, el Dios Encarnado está cerca de todos los amores humanos. La Encarnación es el lado humano de Dios. Este misterio nos muestra la capacidad que tiene el amor de hacerse “totalmente otro”, de convertirse en una realidad distinta de sí. Sólo el amor nos revela que Dios -siendo Dios- se ha hecho también hombre. El amor divino tiene esos insospechados alcances dándole forma y riqueza al amor humano.

En el plano humano, no todos los amores son extraordinarios, heroicos y grandilocuentes. Los amores cotidianos, aunque pequeños a los ojos de los demás, están hechos a la medida de cada uno. A la medida de cada corazón, de cada anhelo, de cada esperanza y de cada historia. Hay amores ocultos, sigilosos, escondidos, que trabajan la rutina de la existencia con esmero, haciéndola la sustancia de la propia felicidad y del gozo que emanan de los placeres pequeños.

A menudo uno busca amores fantásticos y especiales que nos saquen de la realidad y nos transporten a su mundo ideal, a su paraíso. Sin embargo, los mejores amores son los amores posibles, que viven a la sombra de la vida de todos los días. Amores que tienen las noches de todos y los ojos del tiempo. Amores que tienen los aromas conocidos y la música que escuchamos. Amores que tienen los nombres que nos pronuncian y que pronunciamos porque la vida es un sueño fugaz y el amor -a menudo- es un sueño fugaz dentro de otro sueño fugaz, que guarda como esperanza, la promesa de la eternidad.

Todo amor, en su origen, quiere ser para siempre. Así revela su esencia, su aspiración, su sueño. En esa esperanza radica todo su deseo y anhelo. Tal vez, la eternidad del amor sea simplemente eso: una promesa, una esperanza o simplemente un sueño. Sin embargo, hay que intentar que sea realidad a lo largo del tiempo, en el día a día. El acceso a la eternidad para nosotros, creaturas sumergidas en la finitud del tiempo, nos resulta totalmente imposible; pero no nos referimos ahora a esa eternidad que supera el tiempo, la que vendrá después de la muerte sino a esa eternidad que se promete como posibilidad y  esperanza de cada amor. Un amor que mantenga respirando su esperanza es aquél que puede vencer el desgranamiento sucesivo del tiempo. Un amor que sueñe con su eternidad a pesar de la fugacidad del sueño de la vida. En el amor, hay ocasiones en las cuales lo único que se puede hacer es esperar.Todo amor tiene su espera y aunque parezca que el amor no tiene tiempo; no obstante, tiene circunstancias. La promesa de eternidad se construye -en el tiempo- vincularmente de a dos. De otra manera no es posible.

Texto 2:

Hay momentos en que el amor busca un destino. Otras veces, el destino busca un amor. La búsqueda y el encuentro del amor tienen nombres propios. También el desencuentro del amor y su propio exilio tienen nombres propios. A veces el amor es un destierro. Nos promete la felicidad, la cual siempre pareciera infiel. Aparece y desaparece. Nunca permanece. Sin embargo, el amor se reviste de variadas formas de felicidad. Acaso todas esas formas pueden reducirse a una sola. La más simple y esencial.

Al amor y a la felicidad no hay que buscarlos. Sólo hay que encontrarlos. Los caminos convergen sin casualidades, ni fatalidades. Uno se encuentra con aquellas personas con las cuales está designado a encontrarse. A la vez, cada persona nos permite encontrarnos más auténticamente con nosotros mismos, somos como un espejo y su reflejo. El hechizo que produce el encantamiento de nuestra propia imagen se rompe cuando nuestra mirada puede reflejarse en la de otro. Cada espejo nos devuelve una desnudez. Hay que atreverse a  compartir la mirada de ese espejo. Si el otro nos recibe tal cual somos, no hay nada que temer. En ese espejo, hay similitudes que engendran amores y hay amores que engendran similitudes. Los que se aman, aunque sean distintos, en algunas cosas se parecen o -al menos- la comparten.

Todos nos merecemos el amor que está destinado para nosotros. Sólo ése, los otros son meramente ensayos. A menudo amamos de una forma en la que no encontramos a quien amar. Como si inconscientemente invalidáramos nuestra posibilidad de amor, la negáramos, aunque conscientemente la buscamos. Hay un proverbio anónimo que dice: “El amor es como una mariposa. Mientras más lo persigues, más te evade. Si lo dejas volar, regresará  cuando menos lo esperes”.

Para cada persona, hay otra con un don especial para compartir. Basta que misteriosamente se entrecrucen los caminos y las libertades provocando el recíproco encuentro. No hay que buscar afanosamente. La actitud más sabia es dejarse encontrar. Lo más importante de la vida viene dado. Las realidades más profundas son siempre "gratuitas", inmerecidas. No se adquieren, ni se prestan, ni se compran, ni se venden. Sólo se pueden recibir, aceptar y disfrutar. A menudo queremos ser encontrados por alguien que nos haga sentir único, irrepetible, original e inédito en este universo y que nos regale la certeza de que  hay un destino de amor (cualquiera sea la forma que este amor tenga) para nosotros.

El amor tiene su propia “lógica” y arma caprichosas leyes entretejidas por el encuentro y  desencuentro de las libertades humanas. Tal vez sólo haya que estar receptivo. El amor posee muchas maneras, harto misteriosas, de llegar y presentarse. Hay una que fue pensada y que está hecha para cada uno. Si después de mucho buscar no lo encontramos, lo que nos queda es esperar que el amor nos encuentre a nosotros.

Sólo tenemos  que dejarnos encontrar. No es preciso buscar más. Viene a nuestro encuentro a su debido tiempo. No necesariamente cuando nosotros lo deseamos o lo que queremos sino cuando es el tiempo oportuno y previsto. Hay que sostener esta convicción: El amor nos está viniendo a buscar. Nos está encontrando aunque sea de a poco y lentamente. Nos busca cada vez que nos encuentra. Nos encuentra cada vez que nos busca. Hay cosas que no se eligen. Somos elegidos, eligiendo. Las coincidencias y las casualidades no existen: ni para los hechos, ni para las personas. Todo lo que está destinado, se encuentra. Ni hay que buscarlo: adviene.

Existe un “principio de sincronicidad” en el entrecruzamiento providencial de todos los acontecimientos y relaciones. Una maravillosa “providencia de los vínculos” que hace que las personas nos encontremos incluso en los entramados y urdimbres más complejos de la vida. Ese tejido está hecho con los múltiples hilos de otras existencias. Hay amores que nos encuentran en el momento menos sospechado. A nosotros nos puede parecer inoportuno. Sin embargo, el amor se ha presentado a la cita en su justo horario. Y cuando ya gozamos de él, incluso no deseando nada nuevo de lo que ya se ha dado, sin embargo, siempre lo esperamos de nuevo.

A veces no buscamos el amor. A menudo buscamos sólo la pasión. Aunque también es cierto que a veces la pasión nos puede hacer conocer el amor. Cuando dos corazones se hacen uno, podemos ver el corazón de ambos. Y sólo cuando dejamos de buscar la mera pasión, empezamos a buscar -entre los amores- al amor. Tenemos un corazón con un amor que espera todos los amores sólo para que alguno le sea posible. Lo mejor del amor es que sea posible. Lo mejor es que nos pase, que nos ocurra, que exista también para nosotros. Y así, caemos en la cuenta, que a pesar de los pocos o muchos que hayamos tenido, tenemos un solo amor en la vida. Los otros son solo repeticiones. No hay más que uno. A veces no sabemos cuál es y lo perdemos. A veces lo sabemos pero no es recíproco. Otras veces, parece que fuera perfecto y al final resulta el más duro y el más difícil. Pero cuando llega, si es “ése” el amor que esperábamos; no hay que perdérselo, no hay que dejarlo que pase. Es posible que el amor tenga memoria para un solo recorrido. Es posible que sólo pase muy pocas veces. A algunos, sólo una vez. Hay que estar  atento. A veces está ahí, irrumpe y aparece, transformándolo todo.

Texto 3:

Cuando el amor surge en el corazón pareciera que todo brota con él de una manera nueva y distinta. El amor renueva todas las cosas como si fuera la primera mañana en que la luz se detiene sobre el mundo. Escuchemos un poema que nos habla de aquella mañana en que el amor nacía, ya sea de las entrañas de Dios o de lo recóndito del corazón humano.

La mañana en que el amor nacía.

El incontenible mar de tus entrañas,
 se mece, se abre y se desborda.

Era nuevo el  amor aquella mañana
 en que la soledad se despedía de sí misma,
sin abrazos, ni atajos
y el reloj se detenía en la hora prevista.

Habitado por silencios y desiertos,
el mundo aparecía joven,
sin vestigios de antiguas heridas.

Todo era nuevo
aquella mañana
en que el amor nacía.
E. C

Deseo que puedas ser encontrado por la persona adecuada que, seguramente, te está buscando en algún punto de este ignoto universo. Hay alguien para cada uno en este misterioso laberinto en el que a menudo nos perdemos y nos desorientamos. Sólo basta que seas encontrado. Lo que está destinado a tu vida ciertamente te está buscando. Tal vez sólo sea cuestión de tiempo.
El tiempo y la vida seguramente te lo revelarán a su debido momento. No te quedará duda en tu corazón; sin embargo, tu actitud tiene que ser esperanzadamente activa, dinámicamente dispuesta, hondamente receptiva.
 
Si bien hay alguien que en este vasto mundo, tal vez aún sin saberlo, que intenta dar con tu nombre; sólo habrá encuentro si  de tu parte hay apertura para ello. Sólo nos encuentran, si queremos ser encontrados.

El tiempo y la vida no te dicen si tenés que seguir  esperando. Sos vos quién se lo tenés que decir a ellos. Vos sos el que decidís. No somos marionetas, ni víctimas del tiempo y de la vida. Somos protagonistas y hacedores. Hay mucho que depende de vos. Este hoy tiene una esperanza posible, basta que te dispongas para recibirla. Lo que está destinado para tu vida no hay que buscarlo, simplemente, llegará en el tiempo oportuno. Si hay algo o alguien que esté destinado para vos, no hay nada ni nadie, que pueda impedir que lleguen a tu vida. Todo lo que es para vos se encontrará con vos. De eso depende tu misión en el mundo y tu realización. Nada de lo importante hay que buscarlo: si es para vos, está llegando; ya te está encontrando…

¡Vamos por tantos lados!, tal vez hemos pasado cerca del amor o el amor ha pasado cerca de nosotros. Quizás lo conocemos, quizás no. Puede ser que esté a nuestro lado o del otro lado del mundo. Tal vez por las calles que transitamos, en la esquina en la que siempre nos paramos, en la escalera por la subimos y bajamos. Uno se pregunta, ¿cómo sería encontrarme con el amor? De algo podemos estar seguro: Muy posiblemente no sea como nosotros lo hemos imaginado.

Texto 4:

Cada amor tiene su propia “lógica”, una determinada forma de ser. A veces, en una determinada relación nos movemos con una “lógica” y resulta que es otra. Cada amor tiene la suya: su propio dinamismo, sus leyes, sus códigos, su lenguaje, su historia, su propio universo. No hay que interpretar una relación a partir de otra. Cada amor es distinto. Hay que encontrarse con el amor como si fuera la primera y la última, la única vez. En el amor se encuentran todas las formas de encontrarnos. ¡Hay tantas formas de amor en las relaciones! El amor es el único que debiera ejercer señorío en nosotros. No tiene que darse ninguna otra manipulación, ni dominación, ni dependencia, ni sumisión, ni opresión, ni esclavitud, ni subyugación. No podemos dirigir el curso del amor. Es el amor el que  dirige nuestros caminos conduciendo sus propios caminos. No dejes que el tiempo envejezca al amor. Sólo permite que lo vuelva sabio porque cada amor tiene su tiempo y cada tiempo tiene su amor. Hay tiempos para el amor, aunque el amor no tenga tiempo o tenga los suyos propios. Hay un amor que viene cuando el tiempo está maduro y hay otro amor que llega para hacer madurar el tiempo.

El tiempo es también una palabra sobre el amor. Sólo el tiempo nos dice y nos enseña qué ha sido cada amor. En cada historia, el tiempo necesita del amor y el amor necesita del tiempo. Cada amor tiene la aspiración de ser eterno, de ser para siempre. En la sucesividad del tiempo esa perdurabilidad sólo se alcanza con aquella permanencia que llamamos fidelidad. Es la fidelidad la que -en el tiempo- nos revela cierta presencia de la eternidad a la que aspira todo amor. El tiempo se revela así como la medida extensiva de la intensidad del amor.

Con el paso del tiempo el amor se vuelve como el otoño, dorado y frágil. Hay que empezar a cuidarlo más. Mientras vivimos en el tiempo, de alguna manera, nos estamos despidiendo. No obstante, el amor cuando es verdadero, resulta permanente. Incluso hay amores que llegan a ser definitivos. La muerte no alcanza a rozar lo que de permanente hay en el amor. El amor eterniza todo cuanto ama. Un solo acto de amor genuino eterniza la relación. El amor es la eternidad en el tiempo. Las realidades más importantes de la vida requieren de un aprendizaje continuo, en la eternidad proseguiremos el aprendizaje del amor. El verdadero amor reclama la eternidad aunque el amor no es solamente la eternidad, es también el ahora, el presente, lo que está, lo que doy, lo que tengo y lo que recibo. Así es el amor: simplemente acontece. El amor verdadero es el presente.

    ¿Cuáles son los amores más importantes de tu vida –pareja, hijos, amigos- los buscaste o fuiste encontrado?; ¿qué tiempos de amor reconocés en tu vida?; ¿han sido encuentros o desencuentros?; ¿viviste alguna historia de amor?

Incluso los amores perdidos son también amores encontrados. Hay amores que son difíciles y hasta heroicos. Viven contra todo y casi no tienen nada a favor. No todos los amores son convencionales. No todos cumplen todas las reglas. Tampoco les importa. Hay amores que viven su propia ley y su destino. Se consumen en su propio fuego.  Se alimentan de su misma sustancia. Son su propia batalla y viven desgarrados.

Los amores que sangran son  también amores redimidos, purificados. Hay almas tan intensas que sus amores son heridas. Hay amores errantes, perdidos, fracasados, incompletos, imposibles, prohibidos, heridos, desgraciados, indefensos, vulnerables, caídos, irreparables… ¿Acaso no son amores también?

La “brújula” del amor a veces nos desorienta o nos hace extraviar encontrando amores que dejaron o que perdieron otros. ¿Quién encontrará los amores que nosotros hemos perdido? Tal vez en el amor no exista la equivocación. Quizás sólo haya aprendizajes. No hay que pensar que nos hemos equivocado. Algo se ha aprendido. Sólo tenemos que arrepentirnos de no amar. Cuando se ama, aunque se ame equivocadamente, se ama. El gozo del amor no es haber llegado a lo que nos habíamos propuesto conseguir sino en entregarlo todo en el intento de conseguirlo. Ciertamente a veces es doloroso amar y no poder decirlo o expresarlo. Sin embargo, hay amores que sólo existen de esa manera. Si los pronunciamos dejan de existir, son como pompas de jabón, hermosas y frágiles, que no se pueden tocar. Hay tiempos en que vivir con el recuerdo del amor puede ser tan terrible como vivir sin amor. La venganza del amor es vivir perpetuamente recordándolo. Lo más terrible del amor es que nunca nos deja en paz. Nos conmociona, nos sacude. Es perturbador cuando acontece.

    ¿Vos has sentido las paradojas y las contradicciones del amor?; ¿Te han marcado?; ¿Las has sufrido?; ¿Qué te han enseñado?; ¿Volverías a repetir la experiencia?…

Texto 5:

Hay amores que son sólo posibles siendo amores imposibles. Son esos amores que por muy diversas razones y condicionamientos externos o internos de las personas involucradas no pueden vivir o manifestar  socialmente el amor que se profesan. Hay amores imposibles que son correspondidos y hay otros que no son recíprocos y, por lo mismo, resultan aún más imposibles porque el amor pleno tiene vocación de reciprocidad y comunión.

    Los amores imposibles siempre engendran dolores. Sin embargo, hay personas que no quieren renunciar a ellos porque, al menos así, el amor ha acontecido en sus vidas. Aunque sea así, dolorosamente, el amor ha aparecido. Para algunos es preferible así, a que no esté presente de ningún modo. Ciertamente hay amores difíciles, tortuosos y hasta traumáticos. La literatura, el cine y el arte ha tomado argumentos y ha inmortalizados amores de esta naturaleza extraña y doliente.

Hay amores permitidos y no permitidos, amores prohibidos, amores transgresores y amores imposibles. En todos ellos el amor muestra su pasión, locura y sufrimiento más extremos.

    Hay muchas personas que transitan la noche cerrada de estos amores. Por un breve rayo de luz, viven una larga oscuridad; por una gota pequeña de rocío, pasan largas sequías. No obstante, lo prefieren así. Prefieren un débil rayo luz y una pequeña gota de rocío a toda la oscuridad y sequedad juntas. A veces -para pequeños oasis- hay que transitar todo el desierto.

    Estos amores extremos y hasta heroicos, nos estimulan al camino de la madurez y la espiritualidad. Tales amores -a menudo- son los más descentrados de sí mismos, los que menos pueden reclamar para sí, los que necesitan de mayor cuidado. Después de todo, también el amor de Dios en su locura por nosotros se aventuró, con su Encarnación, a una especie de desafío que lo ha llevado a padecimientos extremos e insospechados. En muchos aspectos, el amor de Dios por los seres humanos ha resultado un amor casi imposible, un amor solitario y abandonado, nunca correspondido, ni atendido delicadamente sino tratado con torpeza y hasta con olvido y desprecio. La Cruz de Jesús revela un amor extremo y extremado de Dios por los humanos. Un amor que da todo y no recibe nada. Todos los amores imposibles tienen en la Cruz la adecuación de su forma. El amor de Jesús, en muchos aspectos, es un amor costoso, trabajado, llevado hasta los límites, un amor muy parecido a algunos intentos casi imposibles, amores que se pierden y otras se encuentran.

¡Existen tantos tipos de amores!: Heroicos, grandes, importantes. Amores sabios que conocen de distintas filosofías y vidas. Amores sacrificados, magnánimos, de entregas totales, decisiones fundamentales y opciones únicas. También existen otros amores, humildes, pequeños, rutinarios, anónimos, silenciosos, monótonos, dedicados a los detalles, sostenidos en un solo suspiro.  Amores de pequeños pasos y encuentros, distraídos, que cometen equivocaciones. Amores a los cuales les cuesta ser y respirar. Amores de todos los días y estaciones, para los días grises y nublados, para los domingos cuando el tiempo se detiene en un bostezo. Amores de minucias, frágiles como las alas de un colibrí, como una brisa que alivia el alma agotada. Amores de una gota de rocío y de un solo pensamiento. Amores que no alcanzan para sostener y mover el universo entero pero que, sin embargo, movilizan pequeños mundos humanos.

    También hay amores que son “a primera vista”, de repente, como irrupciones furtivas, relámpagos en medio de la oscuridad que todo lo electrizan e iluminan, truenos que explotan y retumban por los lejanos rincones del cielo. Hay otros amores, en cambio, que van decantando con el paso más lento que tenga el tiempo. Hay relaciones de afecto que maduran en el reconocimiento de un amor. Hay amores que se prueban a sí mismos para ver si son amores. Hay quereres que se hacen amores, así como también hay amores que se vuelven un apaciguado y cariñoso querer. El tiempo hace su obra, aumentando la intensidad de querer en amor o entibiando de amor a querer. ¡Vaya uno a saber, en el amor todo puede ser!… Sólo sabemos que será, lo que el amor quiera ser.

Texto 6:
   
Algunos piensan que en el amor existe “la otra mitad”, la “otra parte de nosotros”, la “media naranja”. Eso supondría que los hombres y las mujeres venimos incompletos y necesariamente buscamos en el amor a quien nos complete, como si fuéramos un rompecabezas. Si esto fuera así, el amor queda rebajado a mera necesidad. Todos necesitaríamos encontrar “la otra parte” y aquellos que no la encuentran se quedarían incompletos para siempre.

    Cada persona es única y completa en sí misma. No hay que buscar a otra persona para lograr ser uno mismo. No existen “mitades” en el amor. El amor es una plenitud no porque reúna partes fragmentadas sino porque cada singularidad puede darse por entero a la otra persona sin sentirse cercenada, recortada, retaceada, mutilada. El amor no reúne mitades, no arma y desarma. No es un juego para completar.

    Es cierto que a veces sentimos que la otra persona nos plenifica, nos potencia, nos llena, nos colma. Sin embargo, esto no es porque estemos incompletos y frustrados sino porque la otra persona, con su propia abundancia, hace redundar el contraste de nuestra singularidad. 

Muchos también se preguntan: ¿El amor ve o no ve?; ¿el amor es ciego o es vidente? Hay quienes dicen que el amor es ciego porque quien está impactado por otra persona, al comienzo, no ve aquellos defectos que luego aparecen con el tiempo y con un conocimiento más profundo. Hay otros que ven estos defectos pero no les importa porque los aceptan. Además hay quienes afirman que el amor nos vuelve más radiantes y más lúcidos, sensibilizándonos. En este sentido el amor nos vuelve más observadores y detallistas, más atentos, intuitivos y perceptivos.

El amor ve y no ve de acuerdo a su soberana voluntad y a su caprichosa libertad. El amor maduro elige ver o elige no ver. El amor siempre elige. Es un acto de libertad. Por distintas razones uno puede o no puede, quiere o no quiere ver o no ver. Hay amores cegados y hay amores videntes. Amores con su propia luz y también con sus propias sombras. Amores con un lado luminoso y con otro sombrío.

Entre las luces y las sombras del amor no hay que confundir amor y deseo ya que son dos componentes distintos que, a veces, se unen y otras se separan. Hay quienes no los distinguen. De tal manera que teniendo sólo deseo, creen tener también amor.

    El deseo es un impulso vehemente y ardoroso que busca el contacto con la otra persona. Nace de la pasión. Cuando el amor involucra al deseo, el amor mismo se vuelve pasión. El amor de pareja es una pasión que contiene deseo. Hay otros amores, en cambio, que igualmente son amores humanos y que, sin embargo, no conllevan el deseo: el amor materno o paterno, el amor fraterno, el amor de amistad, el amor comunitario o social.

    Hay distintos deseos en el amor. Hay amores espirituales que están inflamados de deseos. Incluso el amor a Dios puede ser una fuerte pasión. No todas las pasiones -inclusiones las pasiones nacidas del amor- tienen un solo modo de deseo. El deseo nacido del amor de pareja es el más conocido pero eso no significa que no existan otros deseos, otras pasiones y otros amores, en el amplio espectro del corazón humano.

    Incluso el amor, el deseo y la pasión no permanecen de la misma manera. Van teniendo sus ritmos, matices, ciclos y tiempos. Hay momentos en que el deseo predomina y hay otros en que declina. No siempre sucede pero, a veces, con el paso del tiempo y la edad, el deseo se va sublimando hacia otras formas de amor más tiernas y espirituales. Hay también quienes a lo largo de toda la vida sienten los embates del deseo y la pujanza de la pasión.  En esto no hay leyes exactas.

Texto 7:

En ocasiones el corazón se pone impaciente, anhelante y ansioso porque el amor tiene otro reloj, otro calendario y otra agenda. No siempre coincide con nuestro propio ritmo. Quisiéramos apurar su tiempo. Descubrir cuál es su momento. Sólo nos queda dejar que nos encuentre. Mientas tanto, el alma suspira en alguna plegaria. Siempre hay una flor dispuesta que desea velar en la ventana de nuestro jardín la llegada del amor con su primavera y su color. Hay un cielo que es para nuestro vuelo. Existe una estrella para nuestro deseo. Cuando se pone en marcha, no hay quien detenga el arribo del amor. Con él llega lo mejor. Sólo hay abrir los ojos y ver que está allí.

Estoy a tu lado. Te acompaño a la distancia, como un ciego que camina al compás de quien está haciendo el camino y, sin embargo, no lo puede ver. Como un ciego adivino tus pasos sin saber demasiado por dónde andás.

Lo importante es que aún así, cegado, te acompaño y te sostengo. ¡Tantas veces estás en mí!, ¡Tantas veces te refugias en mi alma!; ¿Qué distancia existe para los que no encuentran distancias?

Si mi corazón te nombra, estás y si estás, mi corazón te nombra. No hay escapatoria.

Muchas veces me sentí como en el medio de un huracán incontenible que me arrancaba todo, con vertiginosa impiedad. Tus palabras eran torrentes desbordados de fuegos encendidos que no podía apagar. Me incendiaban en un vuelo dorado de chispas como burbujas. Yo ardía, por adentro, como una hoguera de fuego sagrado.

Nunca me doy por vencido. No hay tregua, ni descanso. Amor, no me digas dónde estás. Dime dónde no estás.

Eduardo Casas