Estar de pie: la postura de la dignidad y la libertad

martes, 30 de octubre de 2012
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En la liturgia: Como pueblo sacerdotal y familia de hijos

 

 La postura de pie es la característica del hombre, frente a la mayoría de los animales (“homo erectus”): postura vertical, todo un símbolo de su dignidad como rey de la creación.

Ha sido la postura de oración más clásica, tanto para los judíos como para los cristianos de los primeros siglos. Y es que, en efecto reúne en sí una serie de valores y significados que la hacen más coherente para expresar la identidad de un cristiano en oración ante Dios:

 

Ø      de pie expresamos nuestro respeto a una persona importante,

Ø      es la actitud que mejor indica la atención, la prontitud, la disponibilidad, la tensión hacia una acción o una marcha, la corresponsabilidad,

Ø      las acciones importantes las realizamos de esa manera: un político que jura su cargo o unos novios que dan el “sí”;

Ø      para un cristiano es un signo de su libertad, como redimido por Cristo, de su condición de hijo en la familia, de su confianza ante Dios (“nos atrevemos a decir…”),

Ø      participa así, de la dignidad del Resucitado, unido al Cristo glorioso, como miembro de su Cuerpo; nada extraño que en los primeros siglos estuviera prohibido arrodillarse para la oración comunitaria los domingos, o durante todo el tiempo pascual: tomaban en serio su condición de partícipes de la Resurrección del Señor;

Ø      y es también la postura típica de todo sacerdote que actúa en su ministerio sobre todo cuando dirige a Dios su oración en nombre de toda la comunidad.

 

La función sacerdotal

 

En el Antiguo Israel, los sacerdotes permanecían de pie delante del altar, para recibir las ofrendas y animales, y para realizar el sacrificio. Su función era “estar en la presencia del Señor”.

 

Entonces el Señor puso aparte a la tribu de Leví para que transportara el Arca de la Alianza del Señor, para que estuviera de pie en su presencia y lo sirviera, y para que bendijera en su Nombre, como lo ha venido haciendo hasta ahora. (Dt 10,8)

 

Entre estos ritos, es significativo el de entrega de los manojos de espigas, que se agitaban delante de Dios, como saludando, diciendo “aquí estoy”.

 

El Señor dijo a Moisés: Habla en estos términos a los israelitas:

Cuando entren en la tierra que yo les doy y cuando recojan la cosecha, entregarán al sacerdote la primera gavilla. El día siguiente al sábado, él la ofrecerá al Señor con el gesto de presentación, para que les sea aceptada; y ese mismo día ustedes sacrificarán como holocausto al Señor un cordero de un año y sin defecto. (Lev 23,9-12)

 

La carta a los Hebreos toma esta postura corporal para aplicar la función sacerdotal a Cristo que, por nosotros, está delante del Padre como intercesor:

 

Cada sacerdote está de pie diariamente para cumplir su ministerio y ofrecer muchas veces los mismos sacrificios, que son totalmente ineficaces para quitar el pecado. Cristo, en cambio, después de haber ofrecido por los pecados un único Sacrificio, se sentó para siempre a la derecha de Dios, donde espera que sus enemigos sean puestos debajo de sus pies. Y así, mediante una sola oblación, él ha perfeccionado para siempre a los que santifica. (Heb 10,11-14)

 

La postura de pie: escucha atenta de la Palabra

 

Dios le dice al profeta Ezequiel: “Hijo de hombre, ponte en pie, porque voy a hablarte”. (Ez 2,1)

 

Cuando, después del exilio, se realiza una gran proclamación pública de la Palabra, el pueblo permanece de pie:

 

 Esdras, el escriba, estaba de pie sobre una tarima de madera que habían hecho para esa ocasión. Junto a él, a su derecha, estaban Matitías, Semá, Anaías, Urías, Jilquías y Maaseías, y a su izquierda Pedaías, Misael, Malquías, Jasúm, Jasbadaná, Zacarías y Mesulám. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo –porque estaba más alto que todos– y cuando lo abrió, todo el pueblo se puso de pie. (Neh 8,4-5)

 

También Jesús se pone de pie para proclamar la Palabra en la sinagoga de Nazaret:

Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

 El Espíritu del Señor está sobre mí,

porque me ha consagrado por la unción. (Lc 4,16-18)

 

Cuando nos ponemos de pie para escuchar el Evangelio, indicamos no sólo respeto, sino también nuestra atención y nuestra disponibilidad para aceptar y cumplir la que va a ser, más específicamente todavía que las otras lecturas, la Palabra de Cristo para nosotros.

 

De pie, signo de sanación y vida nueva:

 

El ciego Bartimeo: Mc 10, 50. La mujer encorvada: Lc 13, 13.

 

Bibliografía: José Aldazábal, Gestos y Símbolos, Ed. Agape