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Éste es el Cordero de Dios
jueves, 3 de enero de 2008
Lectura:
“Juan Bautista vio que Jesús venía hacia él y dijo: – Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es aquél de quien yo dije, detrás de mí viene un hombre que existía antes que yo porque es anterior a mí. Yo no lo conocía pero por eso he venido bautizando con agua, para que Él se manifieste a Israel. Y Juan dio testimonio diciendo: – He visto al Espíritu que bajaba como una paloma desde el Cielo y permanecía sobre Él. Yo no lo conocía pero el que me envío a bautizar con agua me dijo: aquél sobre el que veas que el Espíritu desciende y permanece sobre Él es ése el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo lo he visto. Y sigo dando testimonio de que Él es el Hijo de Dios.”
Los autores del evangelio han ordenado su material, su relato siguiendo un plan. Ese plan tiene un sentido teológico, un sentido pastoral. Los textos que ellos han recogido de la tradición oral y la tradición escrita y que contienen palabras y hechos del Señor no han sido colocados de cualquier manera en los evangelios, ni tampoco siguiendo una precisión cronológica. Como si solamente estuviera narrando una historia. Los evangelistas han ordenado cuidadosamente su material con una intención, yo diría pedagógica, con ganas de dejar una enseñanza y buscando articular todas y cada una de las partes del relato evangélico, en relación a un sentido que sigue el texto.
La forma de colocarlos demuestra un interés que el que lee debe tratar de descubrir, para captar la intención del autor, que Jesús nos está mostrando.
Si lo representáramos como una afirmación, siempre la mirada aunque sea del todo respecto de lo que se está mostrando guarda un aspecto de ese todo. Es lo que hace justamente el relato evangélico, muestra todo desde un aspecto, desde un lugar.
San Juan después de introducir, de una manera solemne su evangelio con un himno a la Palabra de Dios, dispone los hechos en el transcurso de una semana hasta las bodas de Caná. Y después continúa ubicando cada hecho, cada palabra de Jesús en una sucesión de fiestas litúrgicas hasta llegar a la última Pascua. Digamos que en este sentido, el texto de Juan tiene un fuerte sentido litúrgico.
Después de hacer esto, cada una de las partes muestra en relación a la muerte y resurrección de Jesús una intención bien definida y una terminología que acompaña la secuencia de los hechos y de las palabras de Jesús hacia la Pascua. La hora de Jesús. La hora de Jesús es el momento para el que Dios lo llamó, el Padre, a entregar su vida.
Decíamos en la primera semana, que ahora nos ocupa el texto que estamos compartiendo, el evangelista hace intervenir una cantidad de personajes que van dando los títulos tradicionales de Jesús, éstos tomados del AT y de la tradición judía.
En el primer día Juan Bautista afirma enfáticamente que él no es el Mesías, ni el profeta ni Elías. En el segundo día que es el trozo del Evangelio, que estamos compartiendo, quién es Jesús. Conviene tomar el evangelio de Juan y leer todo el relato de lo que sucede en esa semana primera, para descubrir los títulos que se le van dando al Señor.
A nosotros nos ocupa uno hoy, “ es el Cordero de Dios”. Si leemos con atención este trozo del evangelio, se advierte que Juan habla, con gran solemnidad, afirmando que lo que él sabe, se debe a una revelación que Dios le ha hecho. En sus palabras se pone claramente de manifiesto, varios títulos de Jesús. El Cordero de Dios; El que existía antes; El que bautiza en el Espíritu Santo; El Hijo de Dios.
¿Qué es esto del Cordero de Dios? Nosotros lo repetimos cuando celebramos juntos la celebración eucarística. He aquí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Vamos a ver que esto es así. Que no son “los” pecados, va a ser otras de las maneras de abordar el texto, sino El pecado y mientras tanto vamos descubriendo nosotros, qué vínculo tiene este Cordero de Dios, Jesús, con mi vida, en situación de ser liberada transformada.
Vos sabías que la Palabra proclamada, como lo hacemos nosotros aquí, tiene fuerza capaz de trabajar en nosotros haciendo lo que dice?
Le demos crédito a esto, y nos dejemos abordar por la Palabra, que dice; “Viene a quitar lo que nos oprime, lo que nos entristece, lo que nos separa.” Lo que nos aliena, lo que nos saca de nosotros, lo que no nos permite estar en comunión con otros. Lo que nos hace sentir alejados de Dios. O excluidos de Él. El Pecado.
¿De qué viene a liberarte Dios? ¿De qué angustia, de qué tristeza, de qué situación? ¿Sentís que estás como arrinconado/a? La Palabra quiere obrar liberación en este momento, y nosotros, para que ocurra en nuestra vida, es bueno que reconozcamos por dónde debe pasar el Cordero, para que haga su tarea de transformar y de liberar. Como lo hizo, ya en el Antiguo Testamento. El pueblo de Israel celebra al cordero, y Dios actúa liberación en esa celebración. Celebremos el Cordero de Dios, y dejemos que Dios nos libere.
El verdadero significado de lo que representa el Cordero para los que están así, como permanentemente empapados de la Palabra de Dios, y por las sagradas escrituras, en el A.T. aparecen varios corderos que podrían ser aludidos por estas palabras de Juan. Entre ellos se destaca el cordero que debía ser sacrificado y comido en la noche de Pascua. La sangre del cordero de la primera Pascua, había servido en Egipto para la liberación del pueblo. La sangre del cordero es la que libera. Y por eso nosotros nos queremos vincular, desde la Palabra, a la sangre del Cordero de Dios, que quita, que libera, que transforma. También está el servidor de Dios, del que habla el libro de Isaías, el que es llevado al sacrificio por los pecados de todo el Pueblo. Se comporta como un cordero.
También están en la sagrada escritura del A.T., los corderos que diariamente deben ser sacrificados en el templo; a la mañana y a la tarde.
Y no hay que separar, para quedarnos con unos y relegar a otros, en la interpretación que Juan da, porque su mirada del misterio, su mística, tiene esa capacidad de decir; “lo nuevo integrándolo todo” Al señalar a Jesús como el Cordero de Dios, el Bautista lo presenta como el que ha sido anunciado en las figuras, estas del A.T. y es el que ha sido prefigurado en el Cordero que se sacrificó la noche de la Liberación, y con su sangre se marcaron las puertas de las casas de los que habían de ser salvados. Es el que está representado en el cordero que cada año se sacrificaba y se comía para celebrar la liberación del pueblo y lo preparaba para la redención definitiva. Es aquel que está entregado para la Salvación de todos, cargando, como decía Isaías, con la multitud de los pecados. Es el mismo cordero que cada mañana, cada tarde se sacrifica en el templo.
Cuando Juan dice “éste es el Cordero”, dice todo esto. Todo esto que estaba anunciado en el A.T. y que básicamente, es una presencia del amor de Dios que se ofrenda, que se ofrece, que se entrega con deseos hondos, profundos de actuar liberación a favor del pueblo. Nosotros somos aquellos a los que hoy, nos dice “mirá ahí está el Cordero de Dios”.
Este Jesús que ha nacido, y al que seguimos vinculados en el tiempo de Navidad, que se prolonga desde la experiencia de sentirnos totalmente familiarizados con su cercanía, con el misterio de Dios “éste es el Cordero”. Este niño que ha nacido, es el que nos dice “aquí está el Cordero de Dios.” Y el Cordero de Dios viene a quitar lo que no nos deja vivir en paz. Hay que correr de nuestra vida obstáculos que no nos dejan avanzar.
A veces, la vida se nos tapona en un lugar, la vida personal, comunitaria, familiar. En lo personal es nuestra conscupicencia, el desorden con el que vivimos, del cual el mal se aprovecha para hacer de las suyas. Necesitamos abordar con sinceridad, con sencillez, con confianza eso que interiormente no nos deja vivir como Dios quiere que vivamos.
Dicen que hay para nosotros un vicio o un pecado que es como cabeza de todos los pecados, es la capitalidad de lo que es desorden en nosotros, en los siete o en los ocho pecados capitales. Como dicen algunos, incluyendo la desidia también. Esta presencia de lo que impide que vivamos para Dios y según Dios, para nosotros de la mejor manera. Es bueno que vayamos haciendo un acto de revisión de vida, en la necesidad que tenemos de convertirnos. Esto es lo que Dios quiere hacer hoy. Y lo quiere hacer obrando lo que el mismo Dios dice, cuando proclama la Palabra.
Cuando hoy nos dice “ahí está el Cordero, que quita el pecado”, nos está hablando a nosotros. No estamos recibiendo una noticia ni estamos repitiendo algo ya sabido. Es verdad, que el que hoy se nos presenta, el Cordero de Dios ha venido a liberar, ha venido a liberarte, a liberarme, a liberarnos, de aquello que puede ser cabeza de situación de desorden en nuestra vida. Ha venido a poner orden. El orden trae paz, y la paz alegría y la alegría nos hace mirar la vida con confianza, yendo hacia delante sin sentir ataduras que nos impidan avanzar.
Cuando uno siente la pesadumbre, el cansancio, el agobio. Cuando uno siente la imposibilidad de seguir hacia delante, además de adjudicarle al calor (que es bastante complicado en estos días de estar un poquito más despiertos), hay un agobio interior más que el calor de los 35º, 38º, 40º, que es el calor del peso de las situaciones no resueltas en nuestra vida, de las que necesitamos liberarnos.
A veces son históricas, a veces son bien puntuales. Siempre son muy concretas. Tratemos de mirar aquellos lugares y dejémonos convertir, por el Cordero de Dios que quita el pecado.
Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana caída, está principalmente inclinada. Es por eso muy importante para nosotros, el querer avanzar en la santidad, aprender a detectar estas tendencias en el propio corazón y examinar bien sobre estos pecados. Y pedir allí Gracia de liberación. Hoy que la Palabra nos dice que verdaderamente el Señor ha venido a quitar esto que nos oprime, que nos ata, que nos desordena.
El catecismo de la Iglesia Católica en 1866 dice: “los vicios pecados pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen. También pueden ser referidos a los pecados capitales, que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a san Juan Ciano y a san Gregorio Magno y son llamados pecados capitales, que generan otros pecados, otros vicios.”
¿Cuáles son los pecados capitales? La soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza.
Pero veamos cómo es que cada uno de estos pecados capitales atenta contra una virtud, que es aquella que le da fuerza a la vida. Virtud significa eso, virtud es fortaleza. Una persona virtuosa es una persona vigorosa, es una persona fuerte. El pecado viene como a robar esa fuerza, a robar esa fortaleza, a debilitar en el camino.
Cada uno de los pecados capitales atenta contra una virtud.
La soberbia es el deseo de ser considerado en un alto honor y gloria. Un agrandado, decimos nosotros vulgarmente. La soberbia atenta contra la humildad. Que la humildad sería el reconocer que de nosotros mismos sólo tenemos la nada y el pecado, decía santa Catalina de Siena, andar en verdad, decía santa Teresa. Reconocer quiénes somos, en todos los aspectos, en los positivos y en los negativos, sabiendo que lo bueno, de Dios ha venido y lo negativo nos pertenece. Por eso lo de santa Catalina, la nada y el pecado nos pertenecen.
La avaricia, que es el deseo de acaparar riquezas, atenta contra aquella virtud de magnanimidad, generosidad, que es dar con gusto lo propio a los pobres y a los que lo necesitan. Saber compartir los bienes, no querer tenerlos para nosotros mismos, acumulando sin saber para qué. Este pecado de la avaricia, yo diría que tiene como una cierta connotación social en la sociedad de consumo, donde tener pareciera que es la categoría que define a la persona. El que tiene es, el que no tiene no es. Y se tiene, y cuando se tiene se pertenece y cuando se pertenece formas parte de, el círculo al que, o el que te da identidad.
La avaricia, que es este deseo de acaparar riquezas atenta contra la generosidad, que es hacer que los bienes que tenemos circulen y particularmente salgan al cruce, atiendan a los más pobres, a los necesitados.
La lujuria es otro pecado capital y que es el desorden en el apetito sexual. Y atenta contra la castidad, que busca como virtud lograr el dominio de los apetitos sensuales, sexuales. La castidad es esa capacidad de poner en orden la afectividad y vivir el amor en clave de libertad y de pureza, de limpieza interior.
A veces se la ha identificado mal a la castidad. La castidad es la virtud que da integridad a todas las fuerzas, y a todas las potencias humanas. Es la virtud del gran orden. Es la que a la integralidad de todo lo que nosotros hay, en lo psicológico, en lo espiritual, en lo físico, en lo relacional; la virtud de la castidad es como que nos permite ordenarlo todo y al “yo” le da el lugar de gobierno sobre todas y cada una de estas potencias y estos ámbitos de realización de la persona.
La ira es la reacción como ante un daño o dificultad. Decimos nosotros fácilmente, es el sentido emocional de desagrado y de antagonismo suscitado por un daño real o aparente. La ira puede llegar a ser pasional, cuando las emociones se excitan fácilmente, cuando decimos nosotros “está sacado”. Es decir, es como ante una realidad concreta de un daño que se recibe, que se percibe que se está recibiendo, la persona reacciona desmesuradamente ante lo antagónico y de manera, que pierde control de sí mismo y hace daño, en su manera de vincularse.
La ira atenta contra la paciencia, como virtud. La paciencia es la capacidad de sufrir con paz y serenidad todas las adversidades. Es la virtud que nos permite como sobrellevar la carga, con la esperanza de que las dificultades como aparecen van a ser transformadas, van a ser cambiadas.
Nos queda para ver la gula, la envidia, la pereza.
La gula, en este tiempo de fiesta, por ahí nos gana, nos vence. Es el comer o beber en exceso más allá de lo que el cuerpo necesita. No es tan fácil saber lo que el cuerpo necesita, y no porque una persona esté excedida en algunos kilos, según dictamina la regla del peso en estos tiempos (donde hay que ser flaco y esbelto), la persona esté llevada por la gula. Los organismos son distintos. Cada uno debe saber aprender a registrar en sí mismo cuánto necesita de alimento su cuerpo, para funcionar en relación al servicio y al estado de vida que pertenece.
A veces, la gula viene por este lado, por hacer como cortejo con ciertos gustos, con ciertas clases de comidas, que a sabiendas van en detrimento de la salud. Yo sé que determinadas cosas me hacen mal y las como, por ej., y me hace mal. Como no tener dominio sobre mí mismo.
También es cuando ciertas comidas o bebidas costosas, van más allá de lo que dice mi bolsillo o el sentido común, que aun cuando yo pueda comprar determinada comida o bebida, a veces esto mismo es una afrenta frente a otras realidades, por las que atraviesan otros hermanos nuestros, que no tienen ni para comer ni para beber. “Bueno pero hay que darse algún gustito alguna vez”, suele ser a veces el modo donde nos excusamos, para defendernos de lo que sabemos cuando uno mira el contexto, no está bien que se dé algunos “gustitos”…
Comer o beber vorazmente también es parte de la gula. Eso nos pasa. A mi me pasa cuando vengo con mucho hambre porque no he hecho alguna comida en el medio de las comidas fuertes, que tengo más atención sobre la comida, que los que están comiendo conmigo. Entonces, bendigamos la mesa, rápido, porque vamos a comer… Es como que no le damos el valor que tiene la mesa, más allá de los alimentos que están en la mesa. Y el valor que tiene la mesa es un valor simbólico y real. De que los que estamos sentados en la misma mesa, decimos que compartimos un mismo destino, no solamente una misma tabla, donde se ponen los mismos platos con la misma comida.
¿Cómo salimos de la gula, cómo se trabaja para que la gula no nos gane? Es la virtud de la templanza, que es la que modera la atracción de los placeres, y nos da equilibrio en el uso de los bienes que Dios ha creado. La virtud de la templanza asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos, y mantiene los deseos en su lugar, los pone en su lugar. La persona que es moderada se orienta más fácilmente hacia lo importante y deja de lado lo superficial. Cuando perdemos moderación, porque nos falta templanza, nos desbocamos y nos salimos rápidamente del cauce, perdemos rumbo.
Ayuda mucho a la discreción, la virtud de la templanza, y al discernimiento. No se deja llevar por la pasión que tiene el corazón. En el A. T. se alaba mucho a la virtud de la templanza. Dice por ej., el libro de Sirácides: “no hagas detrás de tus pasiones, de tus deseos, y trata de ubicarlos, de refrenarlos.”
Vivir bien no es otra cosa, que tener el corazón puesto en Dios, y esto ayuda mucho la virtud de la templanza. Nos da cauce. Es lo que nos ayuda a darle cauce a todos los apetitos, a todos los deseos, a todos los anhelos que están en el corazón, y que cuando uno no le da cauce, hace que… bueno como cuando un río no está encauzado, se desborda y se escapa para cualquier lado.
Cuando la vida tiene cauce, llega a buen puerto, llega a encontrarse con otro río, y llegan los dos al mar o llega al mar. O cumple su función de generar energía, digamos. Cuando el río no se pierde, cuando está bien encauzado cumple con un rol más que importante. Así también la vida, cuando está bien encauzada cumple con su misión.
La envidia, dicen algunos, es lo que el espíritu del mal ha venido a sembrar, no? La envidia es ver mal, el bien del otro. Cuando yo veo mal el bien de mi hermano. Le va bien al otro, y a mi no me gusta. Yo lo veo mal que al otro le vaya bien, ésa sería la envidia.
Claro uno aprende a ver bien al otro, cuando vive la caridad. Y cuando vive la caridad, no solo aprende a ver bien al otro sino que se deja como llenar del bien del otro. El otro es un bien para mí. Y eso hace que yo también sea un bien para el otro.
Es decir, aquello que se plantea hoy en el funcionamiento de los equipos de trabajo. La sinergia. La sinergia es posible cuando yo tomo de la fuerza del otro y el otro toma de la fuerza mía, y juntos hacemos fuerza para adelante. La envidia atenta contra la sinergia. Con la posibilidad de retroalimentarnos del proceso de trabajo, de convivencia en equipo.
La caridad, en cambio, potencia a las personas. Potencia para ir hacia delante, porque el otro es un bien para mí y yo soy un bien para mi hermano.
La pereza, la madre de todos los vicios, es como ese desgano para trabajar, para orar, para responder a lo que se nos llama como servicio, como tarea. Mañana, para después decir de nuevo mañana. Decía santa Teresa cuando sentía el llamado a la conversión. Esto sentía en mi corazón, mientras Dios me llamaba a cambiar de vida, yo decía “mañana, y de nuevo volvía a repetir mañana, para nunca comenzar.”
“No dejes para mañana lo que tengas que hacer hoy”, el viejo dicho. Y la Mafalda había puesto en su cuarto “mañana empiezo”… Y es hoy en realidad, cuando hay que empezar, es ahora cuando es el tiempo, hoy es el día.
Padre Javier Soteras
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