23/10/2025 – En una cultura donde lo visible parece valer más que lo verdadero, la psicóloga y logoterapeuta Patricia Farías nos invita a mirar la familia desde otro lugar: el de la autenticidad. En el nuevo episodio del ciclo Buscadores de sentido, propone redescubrir la belleza de ser una familia auténtica y no fotocopia, animándonos a dejar atrás los modelos impuestos y volver al sentido profundo de los vínculos.
Farías parte de una convicción simple y luminosa: cada familia es única, con su historia, sus heridas y sus formas de amar. Sin embargo, vivimos tiempos en que la comparación parece inevitable. Las redes sociales y los discursos del éxito nos empujan a mostrar lo que funciona y a ocultar lo que duele. Pero cuando intentamos imitar lo que otros hacen, perdemos la verdad de lo que somos.
Desde la mirada de la logoterapia, la especialista explica que la autenticidad no es una pose ni una rebeldía, sino un modo de responder con verdad ante la vida. Ser auténticos —dice— es permitir que nuestra historia tenga voz, que nuestras diferencias tengan lugar, que nuestras limitaciones no sean motivo de vergüenza sino de aprendizaje. “No se trata de ser perfectos, sino de ser verdaderos. Solo desde ahí nace el amor que sana y construye.”
Farías invita a mirar a la familia no como un ideal de revista, sino como una comunidad viva, donde se aprende a perdonar, a volver a empezar y a acompañarse. Las familias auténticas —explica— no temen mostrar sus grietas, porque saben que el amor no se mide por la ausencia de conflictos, sino por la capacidad de superarlos juntos.
En sus palabras resuena un llamado esperanzador: “No hay familias de catálogo; hay familias con alma.” Y esa alma se cultiva en los gestos pequeños, en el diálogo, en el respeto por la singularidad de cada integrante. Cuando nos aceptamos como somos, surge un clima de confianza que da sentido y alegría.
En un mundo que valora más la imagen que la profundidad, elegir la autenticidad es un acto de libertad. Es volver a poner el acento en lo humano, en lo que no se muestra pero sostiene. Farías señala que muchas veces el sufrimiento en los vínculos nace de la exigencia de “ser como otros”, cuando la verdadera plenitud está en descubrir el modo propio de amar.
Ser una familia auténtica —concluye— es también una experiencia espiritual. Porque en la verdad de lo cotidiano se revela la presencia de Dios, que actúa no en la apariencia, sino en la realidad concreta de nuestras vidas. Allí donde hay perdón, escucha y ternura, allí también hay esperanza.
Quizás, entonces, la tarea más profunda que tenemos hoy sea volver a ser familias con alma, familias que no buscan copiar modelos ajenos, sino dejar que su amor, imperfecto y verdadero, sea testimonio de la vida que crece desde adentro.