25/07/2029 – En el día de Santiago Apóstol compartimos la catequesis del día: La madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.”¿Qué quieres?”, le preguntó Jesús. Ella le dijo: “Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”.”No saben lo que piden”, respondió Jesús. “¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?”. “Podemos”, le respondieron.”Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre”. Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: “Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad.Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”. San Mateo 20,20-28.
25/07/2029 – En el día de Santiago Apóstol compartimos la catequesis del día:
La madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.”¿Qué quieres?”, le preguntó Jesús. Ella le dijo: “Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”.”No saben lo que piden”, respondió Jesús. “¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?”. “Podemos”, le respondieron.”Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre”. Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: “Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad.Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”. San Mateo 20,20-28.
Posiblemente a la luz del lavatorio de los pies que solo lo relata el evangelista San Juan, puede entenderse la invitación de Jesús:
“Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad.
Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”.
El gesto por excelencia de servicio, es sin dudas el de Jesús en la última cena, como bien subraya Papin: “únicamente una madre o un esclavo puedes hacer lo que hizo Jesús aquella noche. La madre a sus hijos pequeños y a nadie más. El esclavo a sus dueños y a nadie más. La madre contenta por amor y el esclavo resignado por obediencia”.
El grande que se humilla ante el pequeño es verdadera humildad, tal cual lo relata la carta a los filipenses: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que Cristo:El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios.Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.
Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre.
Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SENOR para gloria de Dios Padre. Así pues, queridos míos, de la misma manera que habéis obedecido siempre, no sólo cuando estaba presente sino mucho más ahora que estoy ausente, trabajad con temor y temblor por vuestra salvación,” Filip 2,5-11
Aquí como en la cruz hay más que humildad o dolor, aquí hay anonadamiento
La narración del evangelio describe la escena de Jesús con los discípulos Santiago y Juan, los cuales –sostenidos por su madre– querían sentarse a su derecha y a su izquierda en el reino de Dios, reclamando puestos de honor, según su visión jerárquica del reino. El planteamiento con el que se mueven estaba todavía contaminado por sueños de realización terrena.
Jesús: “El cáliz que yo voy a beber lo beberéis… pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado”. Con la imagen del cáliz, les da la posibilidad de asociarse completamente a su destino de sufrimiento, pero sin garantizarles los puestos de honor que ambicionaban. Su respuesta es una invitación a seguirlo por la vía del amor y el servicio, rechazando la tentación mundana de querer sobresalir y mandar sobre los demás.
Frente a los que luchan por alcanzar el poder y el éxito, para hacerse ver, frente a los que quieren ser reconocidos por sus propios méritos y trabajos, los discípulos están llamados a hacer lo contrario. Por eso les advierte: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre ustedes: el que quiera ser grande entre ustedes, que sea servidor”. Con estas palabras señala que en la comunidad cristiana el modelo de autoridad es el servicio. (Homilía de S.S. Francisco, 18 de octubre de 2015).
Este es el camino no hay otro. Y en qué consiste:
Actitudes básicas para entrar a un proceso autentico de discernimiento buscando la voluntad de Dios.
Apertura: Tenemos que confrontar la decisión corazón abierto. No podremos encontrar la voluntad de Dios para nosotros si entramos en el proceso de hacer decisiones con un resultado preconcebido basado en nuestra propia voluntad, prejuicios y lo que Ignacio llama “apegos.
Generosidad: Para entrar en el proceso de discernimiento con una apertura así requiere un espíritu generoso con el cual con un corazón grande no ponemos condiciones a lo que Dios nos llame. Esto es como dar a Dios un cheque en blanco permitiendo a Dios llenar la cantidad y contenido en el cheque.
Coraje: Tanta apertura y generosidad requiere coraje, porque Dios a lo mejor pida algo difícil. Uno necesita coraje para dejar el control y poner la decisión en las manos de Dios con toda confianza buscando la voluntad de Dios sobre la nuestra. Ser tan abierto y generoso implica tener coraje.
Libertad interior: Hacer una decisión generosa con valor en oración tal requiere libertad interior. Ignacio describe tres tipos de personas y sus diferentes formas de abordar la decisión. (Ejercicios Espirituales, [149-155]:
a. El primer tipo es “todo hablar y nada de acción.” Este tipo de persona está llena de intenciones sin embargo se queda tan distraído por sus actividades en tantas cosas inconsecuentes que nunca llega a la única cosa necesaria: La voluntad de Dios para ella. No decidir llega a ser su decisión.
b. El Segundo tipo de persona hace todo menos la cosa más necesaria. Esta gente puedan hacer todo tipo de cosas buenas en sus vidas sin embargo no confrontan el asunto central de que Dios les está llamando. Ponen condiciones dentro de las cuales Dios puede llamarles. Harán cosas buenas con tal que no se pida demasiado de ellos—especialmente pedir un compromiso total que implicaría ajustar sus prioridades a lo que Dios pida de ellos y así poner la voluntad de Dios en primer lugar en sus vidas.
c. El tercer tipo de persona es la única que está verdaderamente libre. Su deseo entero y más profundo es hacer lo que sea que Dios quiera para ella sin condiciones algunas.
Un hábito de reflexionar en oración sobre su experiencia: Para hacer una decisión orando, tenemos que orar primero, apartando un tiempo significante (veinte minutos o más) diariamente para tranquilizarnos, ponernos en la presencia de Dios, y escuchar lo que Dios nos dice en el interior.
Los hijos de Zebedeo apremian a Cristo, diciéndole: Ordena que se siente uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. ¿Qué les responde el Señor?: «Ustedes me hablan de honores y de coronas, pero yo les hablo de luchas y fatigas. Éste no es tiempo de premios, ni es ahora cuando se ha de manifestar mi gloria; la vida presente es tiempo de muertes, de guerra y de peligros.»
Pero fijémonos cómo la manera de interrogar del Señor equivale a una exhortación y a un aliciente. No dice: «¿Pueden soportar la muerte? ¿Son capaces de derramar su sangre?», sino que sus palabras son: ¿Son capaces de beber el cáliz? Y, para animarlos a ello, añade: Que yo he de beber; de este modo, la consideración de que se trata del mismo cáliz que ha de beber el Señor había de estimularlos a una respuesta más generosa. Y a su pasión le da el nombre de «bautismo», para significar, con ello, que sus sufrimientos habían de ser causa de una gran purificación para todo el mundo. Ellos responden: Lo somos. El fervor de su espíritu les hace dar esta respuesta espontánea, sin saber bien lo que prometen, pero con la esperanza de que de este modo alcanzarán lo que desean.
¿Qué les dice entonces el Señor? El cáliz que yo voy a beber lo beberan, y los bautizarán con el bautismo con que yo me voy a bautizar. Grandes son los bienes que les anuncia, esto es: «Seran dignos del martirio y sufriran lo mismo que yo, vuestra vida acabará con una muerte violenta, y así seréis partícipes de mi pasión. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.» Después que ha levantado sus ánimos y ha provocado su magnanimidad, después que los ha hecho capaces de superar el sufrimiento, entonces es cuando corrige su petición.
Los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Ya ven cuán imperfectos eran todos, tanto aquellos que pretendían una precedencia sobre los otros diez, como también los otros diez que envidiaban a sus dos colegas. Pero —como ya dije en otro lugar— si nos fijamos en su conducta posterior, observamos que están ya libres de esta clase de aspiraciones. El mismo Juan, uno de los protagonistas de este episodio, cede siempre el primer lugar a Pedro, tanto en la predicación como en la realización de los milagros, como leemos en los Hechos de los Apóstoles. En cuanto a Santiago, no vivió por mucho tiempo; ya desde el principio se dejó llevar de su gran vehemencia y, dejando a un lado toda aspiración humana, obtuvo bien pronto la gloria inefable del martirio.
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