Elogio de la culpa es el nombre de un libro que escribiera Marcos Aguinis en 1992. El autor deja que la culpa hable y se exprese se de a conocer, muestre su costado malsano y al mismo tiempo se reivindique saliendo de su escondite. Dice el autor: “Cuando una persona está triste en los ambientes impregnado de psicologismo, no falta quien le dispare a quemarropa de que “siente culpa” y por eso está como está, cuando alguien se hunde en una psicosis melancólica, varios le diagnostican un empacho de culpas. Si tiene remordimiento ¿qué otras cosa estaría torturándole sino la culpa? Si sabotea sus éxitos lo hace porque no merece disfrutarlos por una montaña de culpas… La Culpa siempre tiene la culpa, y como se puede apreciar, ha recibo un tratamiento poco envidiable: “Los culpables me distorsionan como si estuviera separado de ellos. No se dan cuanta que soy mucho más que un habitante del planeta o habitante de cada persona: soy constituyente de cada sujeto soy parte de su interioridad”.
Más adelante dice la misma Culpa en la pluma de Aguinis: “ataco soy severa firme y obstinada, no siempre coherente pero siempre feroz. Lo hago cuando advierto que algo viola el recto camino que se monitorea desde el interior psíquico, saco chispas.”1
Veamos una definición de la culpa: Experiencia dolorosa que deriva de la sensación más o menos consciente de haber transgredido las normas éticas personales o sociales.
Las normas éticas son las que marcan el territorio donde la vida encuentra en su ebullición el cause por donde llevar a buen puerto, de ahí que cuando se trasgrede ese limite la persona siente que no hay cause que asegure el desarrollo de la fuerza vital. A esa falta de seguridad le llamamos miedo, por eso decimos que los limites y la culpa cuanto trasgresora de los mismos es el lugar donde nace el miedo como “una emoción caracterizada por un intenso sentimiento habitualmente desagradable, provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente o futuro”.
Para liberarnos de las angustias que genera el miedo es necesario para cada etapa y proceso vital de crecimiento, producir un mapeo de reconocimiento y aceptación de si mismo.
Forma parte del sí mismo el pasado. Solo cuando el pasado ha sido aceptado podemos vivir un saludable estado de contención vital del presente. Dice Anselm Grün: “lo que más difícil resulta es, sin duda, la reconciliación consigo mismo. Con frecuencia nos encontramos entre los bandos de fuerzas distintas que existen en nuestro interior. Nos revelamos y protestamos contra la educación recibida, contra la mala suerte de haber nacido en esta época de la historia del mundo, nos quejamos de que no se hayan realizado nuestros sueños en la vida, de haber sido maltratados en la infancia y que se entorpeciera nuestro normal desarrollo…. Y siempre son los otros los que tienen la culpa de la propia desgracia.
En el camino discipular Jesús de Nazaret pone una condición a los seguidores: hacerse cargo de uno mismo Mt 16, 24-28. Hildegarda de Bingen sostiene que la tarea más propia de un ser humano consiste en transformar sus heridas en perlas, y esto es posible cuando se da un sí de aceptación a las propias heridas dejando de cargar toda la responsabilidad sobre los otros. La cicatrización de las heridas supone la tolerancia al dolor y la indignación contra los que las han abierto. Entonces la reconciliación con mi herida significa el perdón con los que la han causado.
Es necesario precisar bien y delimitar los conceptos de culpa real y sentimiento de culpa. Un auténtico y saludable reconocimiento de nuestras faltas va acompañado de un sentir interior al que llamamos sentimiento de culpa. La composición de estos dos elementos que configuran la culpa no siempre se corresponden ajustadamente.
Hay quienes se sienten culpables por el simple hecho que el Super yo los acusa a partir de la interiorización rigurosa de los mandatos recibidos en el proceso de formación psicológica.
En el contexto de la sociedad de la competencia los mandatos suelen estar marcados por el éxito como único parámetro de medida de la felicidad y a demás vinculado al dios dinero, de manera tal que el sentirse inferior culposamente es propio de una parte importante de la sociedad la que parece nunca alcanzar los grados de exigencia que plantea la lógica del dinero articulada en torno a la sociedad del consumo.
De la mano del consumo viene la producción y el trabajo capaz de generar la riqueza económica necesaria para poder vivir desde el paradigma del tener. ¿Que pasa cuando el objetivo a alcanzar, que sería “tener,” por distintos motivos, laborales, de salud, de años, de crisis global, se ve afectado? Pasa que la distancia entre la necesidad y lo no alcanzable genera un sentir de vacío que se instala en la interioridad con sentimiento de culpabilidad y con discurso de inferioridad y de poco aprecio por si mismo, lo que llamamos baja autoestima.
Los complejos de culpa son siempre un asunto molesto y el hombre ha inventado muchos caminos para eliminarlos. Uno muy común es proyectarlos hacia otros, personas, grupos o estructuras. A demás los sentimientos de culpabilidad que genera vacíos interiores son habitados por gestos de mal humor, miedos, fobias y dureza en los juicios.
Toda culpa, en cierto sentido, es real porque de hecho realmente sentimos culpa. Sin embargo, cuando hablamos de culpa real nos referimos a la que lejos de hundirnos en la baja estima nos potencia haciéndonos capaces de aspirar a mas.
Ocurre cuando la persona reconociéndose bajo un código ético sano y posible es capaz de reconocer su distancia a los ideales por alcanzar pudiendo avanzar, cuando los propios errores se comportan como trampolín para madurar y crecer. También cuando la falta se transforma en oportunidad. Y cuando desde la culpa pasamos al arrepentimiento y desde ahí a la reconciliación, generando un encuentro de vínculo cordial con el universo que somos.
La falta es una oportunidad ofrecida para detectar la propia verdad echando una mirada a las zonas mas profundas del corazón aprendiendo a acordar con la posibilidad de ser. La culpa insana nace de un mandato de ser pedagógicamente mal planteado e inadecuado. La culpa culposa se modifica cuando hago el aprendizaje pasando del deber ser a la posibilidad de ser, asumiendo lo que soy y animándome a crecer.
Etimológicamente, miedo procede del latín metus: angustia causada por la idea de un peligro real o imaginario. Cuando no logro controlar lo que en el mandato ético se me representa como lo que contiene el fluir de la vida se instala la culpa con su discurso de temor.
Es preciso diferenciar el miedo normal a algo real, que es un valor preventivo, del miedo irracional, que es un miedo a algo irreal, y esto generalmente es motivo de controversia y confusión.
El miedo es un signo de alerta que, comúnmente asociado a la ansiedad, debe ser distinguido de ella. El miedo en cuanto preventivo es un valor en sí mismo, porque es aquel mecanismo de defensa que nos previene justamente de las situaciones de peligro, tanto para nuestra vida como para nuestra salud integral. Por lo tanto, este miedo preventivo, defensivo, adquiere un alto valor, si le agregamos otros elementos de alta riqueza, como puede ser factores educativos que especialmente integren los valores que orientan nuestra vida. Si a estos valores educacionales, racionales e integrales, le sumamos contenidos espirituales, complementamos la integración de un sentido de vida orientado a la prevención con valores.
La misma ansiedad, como reacción emocional ante la percepción de una amenaza o peligro, está presente toda la vida y, en ocasiones, nos sirve de protección ante posibles peligros. El miedo fue definido por Freud como la respuesta inteligente ante un peligro real.
Aunque el miedo forma parte de la vida diaria, sentir un temor excesivo o inapropiado es el origen de muchos problemas psiquiátricos corrientes.
El miedo es una emoción esencial en las enfermedades psicológicas. Por ejemplo, se presenta como factor central en:
La ansiedad: es un miedo anormal por lo que puede ocurrir.
Las fobias: miedos específicos llevados al extremo de la irracionalidad.
Los trastornos obsesivos-compulsivos: comportan un temor exacerbado a algo y llevan a crear rituales compulsivos para evitar el objeto temido.
Los trastornos de pánico, con su gran cantidad de síntomas, a veces presentan el temor sobrecogedor de la muerte cercana.
El trastorno de estrés postraumático: provoca estado de agitación ante un estímulo que se asemeje a sucesos asociados a un trauma vivido.
1 Marcos Aguinis , Elogio a la Culpa Editorial Bochet ensayo pp. 43-44