Hablar bien de los demás

martes, 6 de febrero de 2024
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06/02/2023 – Los cristianos de los primeros siglos reconocían a Jesús como profeta de su tiempo que denuncia con audacia los peligros y trampas de toda observancia legalista. Lo suyo claramente no era la observancia de la religión sino la búsqueda apasionada de la voluntad del Padre. Compartimos el evangelio de hoy, Marcos 7,1-13.


Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús,y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar.Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados;
y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce.
Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?”.El les respondió: “¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos.Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres”.Y les decía: “Por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios.Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y además: El que maldice a su padre y a su madre será condenado a muerte.En cambio, ustedes afirman: ‘Si alguien dice a su padre o a su madre: Declaro corbán -es decir, ofrenda sagrada- todo aquello con lo que podría ayudarte…’
En ese caso, le permiten no hacer más nada por su padre o por su madre. Así anulan la palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido. ¡Y como estas, hacen muchas otras cosas!”.



¿Te alejaste? Él te busca.
¿Te perdiste? Él te encuentra.
¿Te equivocaste? Él te perdona.
¿Te lastimaste? Él te sana.
¿Te caíste? Él te levanta.
¿Volviste? Él se alegra.
Todos los días, siempre.
Ahí está Jesús.
Encontrarte y conocer al Señor es el primer paso para seguirlo.

¿Cómo mirás a los que tenés a tu lado? ¿Te dejás llevar por tus impulsos y enojos o tenés misericordia?
Llevate bien con los que Dios puso al lado tuyo, no los espantes. Es por ahí. Tu fe no tiene fecha de vencimiento, es gracia que se hace concreta para reconocer el paso de Dios en tu vida.

Compartimos este anuncio de Jesús, esta prédica del Señor, estos signos, estos milagros que Él realiza, pero también nos vamos encontrando con personas que no permanecen indiferentes frente a este anuncio de Jesús: o lo aman o lo odian, y eso es lo que va apareciendo en el Evangelio de hoy. Vemos que el Señor va revelando progresivamente su identidad. Es un proceso que de a poco va volviendo concreta cada acción, cada palabra, cada encuentro. Pero también vemos que aparecen los fariseos y los doctores de la ley. Ellos entran en escena, se acercan a Jesús y se dan cuenta de que sus discípulos están comiendo con las manos sucias. Claro, eso los escandaliza porque no siguen la ley de Moisés, no siguen sus preceptos. Por eso cuestionan a Jesús, porque los discípulos no cumplen con la tradición. Hoy y mañana vamos a compartir esta explicación de Jesús y las palabras que el Señor les dice. Entonces te invito a meditar algunas ideas, porque este evangelio no está nada lejos, de lejos de nuestra vida.


Entre las observaciones más radicales de Jesús a los jefes religiosos de su tiempo, hay que destacar dos: el escándalo de una religión vacía de Dios y el pecado de sustituir su voluntad por tradiciones humanas, al servicio de otros intereses.

Jesús cita al profeta Isaías: “Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me da está vacío, la doctrina que enseñan es humana” El señor lo explica por qué: “ dejan de lado el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres.”

“Las críticas no son otra cosa que orgullo disimulado. Un alma sincera para consigo misma nunca se rebajará a la crítica. La crítica es el cáncer del corazón” (Madre Teresa de Calcuta).

No a las máscaras

El evangelio presenta una disputa entre Jesús y algunos fariseos y escribas. La discusión se refiere a la “tradición de los antepasados” que Jesús citando al profeta Isaías define “preceptos humanos”. Y que no deben nunca tomar el “mandamiento de Dios”. Las antiguas prescripciones en cuestión incluían no solamente los preceptos de Dios revelados a Moisés, sino una serie de detalles que especificaban las indicaciones de la ley de Moisés.

Los interlocutores aplicaban tales normas de manera muy escrupulosa y las presentaban como expresión de la auténtica religiosidad. Por lo tanto reprenden a Jesús y a sus discípulos por la trasgresión de éstas, en particular las que se refieren a la purificación exterior del cuerpo.

La respuesta de Jesús tiene la fuerza de un pronunciamiento profético: “Dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres».

Son palabras que nos llenan de admiración por nuestro Maestro: sentimos que en Él está la verdad y que su sabiduría nos libera de los prejuicios.

Fijate que con nadie el Señor fue tan duro como con los escribas y fariseos. Claro, Jesús se indigna, se indigna porque esta gente no vive según Dios, no busca servir y agradar a Dios, sino cumplir las leyes que todos los vean y por eso les dice hipócritas. Hipócrita quiere decir “actor” y “el que usa máscaras”. Una palabra muy fuerte de la época de Jesús y también en nuestro tiempo. El hipócrita es aquel que aparenta que alaba a Dios con los labios, con los gestos, pero que tiene su corazón muy, muy lejos de él. Para ellos, las leyes terminaron siendo más importantes que el mismo amor a Dios y por tanto, cumplir. Se habían olvidado de lo importante, por tanto, cumplir. Habían perdido el horizonte, que era un corazón sencillo, un corazón puro, un corazón que ama al hermano que no los juzgue. Linda palabra la de este día, porque nosotros también podemos caer en esto, en ser hipócritas o en ser fariseos. De todas maneras nos podemos alejar mucho de Dios. Podríamos pensar hoy también cuáles están siendo nuestras máscaras. ¿Estás usando máscaras con tu familia, con tus amigos en el trabajo, en la parroquia, en el mismo espejo? ¿Te estás permitiendo ser verdaderamente vos delante de Dios, delante de los demás, también delante de ti? Ojo, porque es fácil caer en el uso de máscaras. Por eso animate a ser auténtico. Verdaderamente, el único que te puede ayudar a esto es el Señor. El auténtico no es aquel que hace lo que se le da la gana, lo que siente, sino que es el que vive desde lo que uno es, desde lo que él es. Y lo más importante es que uno es hijo de Dios, está siendo auténtico o te está fabricando máscaras para mostrarte de una manera delante de unos, delante de otros y te estás olvidando de tu verdadera identidad. Preguntá de nuevo porque nos ayuda también esto a acercarnos cada vez más a Jesús.

La paciencia con el otro es todo un tema, eh. Si a veces nos cuesta tenerla con nosotros, ¡cuánto más con el que tengo al lado! Las vidas ajenas son un espacio muy delicado, en el que hay que entrar descalzos para no romper nada (Ex 3, 5). En definitiva, el que sana es Dios, el que trabaja es el Espíritu Santo. Uno puede elegir ser instrumento de misericordia, de amor, de amistad…, o no.

La realidad es que idealizar a las personas puede hacernos mucho mal. Claro, porque una caída, un error y chan. ¡Todo se desplomó! Y sí, el otro es el otro, y hay que amarlo como viene. El otro es el otro. Demuestra y siente a su manera, con su historia, con sus procesos, con sus limitaciones. Si no te gusta su manera pueden hablarlo, pero condenar no es un camino sano. Me ha ayudado mucho evaluar si el otro actúa con deseo de hacerme daño o simplemente es la forma que encontró para seguir andando. Eso suele dar claridad. Difícilmente veamos y entendamos todo lo que el otro pasó si no miramos con misericordia. ¿Qué vemos del otro? Vemos solamente sus reacciones y actitudes. Por eso es importante la misericordia. Sin embargo, si el otro te saca de su vida, no te queda otra más que rezar y estar desde el silencio. Es imposible acompañar al que no quiere ser acompañado.

El amor de Dios sana todo. No te guardes las cosas lindas que sentís, no te guardes lo que te pesa. No esperes que el otro sienta exactamente lo mismo ni que lo exprese de igual manera. Tampoco esperes que el otro sea adivino de lo que te pasa, hablá. Estar silenciando lo que tenés dentro por miedo a lo que pueden pensar de vos, mata, decepciona, lastima.
Cuidá a las personas que te demostraron afecto sincero. Más te quieren, más tenés que cuidar. Tenemos que armar lazos fuertes y recíprocos, con correspondencia. El amor se hace fuerte cuando es mútuo y parejo. Si no, no es amor. Si no, no está Dios.
Mientras vos sepas quién sos, no tenés nada que demostrar. Se trata de tratar a los demás como te gustaría que te traten a vos. Y en el medio, Jesús. Como siempre.
“Ámense unos a otros; como yo los he amado” (Jn 13, 34).

Revisá tus motivaciones


Nos viene bien como un semáforo espiritual el evangelio de hoy, no solo para revisar nuestras motivaciones, es decir, el por qué hacemos las cosas, sino para vivir la coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos, lo que hacemos. Hoy es una linda oportunidad, me parece, para que nos miremos el corazón desde el amor y desde la misericordia de Dios. ¿Por qué haces las cosas? ¿Por qué vas a misa? ¿Por qué rezás el Rosario? ¿Por qué orás con la palabra? ¿Por qué te confesás? Todo esto te tiene que llevar a vivir el amor en lo concreto, a tener paciencia, tener misericordia con el otro, escucharlo a no renegar tanto, a dejarte llenar por el amor de Dios. A que no te arrastren los arrebatos. Es cierto, es un camino, pero hay que ponerse propósitos. Eso es el Evangelio. Es vida en abundancia para compartir. Por eso no caigas en el cumplimiento, en el cumplimiento. Más bien que todo te acerque más a Dios. Cuantas veces uno dice Bueno, como yo no puedo vivir con coherencia, no me acerco a la iglesia, no voy a misa, total, soy un pecador. ¡Qué terrible tentación que es ésta! Porque como dice el Papa Francisco, la Iglesia no es un museo de santos, es un hospital de campaña para los que necesitamos la misericordia de Dios. No te alejes, acércate cada vez más y si ves que todavía te cuesta seguir acercándote al Señor, ánimo.

¿Dónde está tu corazón?

Una pregunta importante porque el Evangelio nos invita a hacer memoria de esto y a ver dónde tenemos puesto el corazón. ¿Qué es lo más importante en nuestra vida? ¿Dónde estoy poniendo todas mis energías? Si las estoy poniendo en el Señor, en sus cosas o si andan dispersas. ¿Dónde tengo el corazón hoy, en Dios o en cosas accesorias? Dios quiera que podamos pedir que todo en nuestra vida se oriente a Jesús y siempre Jesús. ¡Pero atención!, con estas palabras Jesús quiere ponernos en guardia, hoy, ¿no? del pensar que la observancia exterior de la ley sea suficiente para ser buenos cristianos. Como entonces para los fariseos, existe también para nosotros el peligro de considerar que estamos bien o que somos mejores de los otros por el simple hecho de observar determinadas reglas, costumbres, aunque no amemos al prójimo, seamos duros de corazón y orgullosos.

La observancia literal de los preceptos es algo estéril si no se cambia el corazón, si no se traducen en actitudes concretas: abrirse al encuentro con Dios y su palabra, buscar la justicia y la paz, ayudar a los pobres, a los débiles y a los oprimidos. (S.S. Francisco, Angelus del 30 de agosto de 2015).
Las tradiciones y ritos externos, sin quitar la importancia que tienen, no tendrán todo su fruto en nosotros si no logramos cambiar nuestro corazón. Esforcémonos particularmente por interiorizar el verdadero sentido de nuestras acciones apostólicas, preguntándonos en cada momento dónde está nuestro corazón. Transmitamos la coherencia de vida con la identidad de las obras externas que realizamos que deben estar enraizadas en fuertes convicciones interiores.

Propósito

Hacer un pequeño examen de conciencia por la noche y preguntarme si en las acciones del día he procedido con una buena intención en mis actos externos.