Hacer el bien siempre

miércoles, 21 de enero de 2015

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21/01/2015 – Entró de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía seca la mano. Y lo observaban, para ver si lo curaría en día de sábado, a fin de poder acusarlo.

Entonces dijo al hombre que tenía la mano seca: “Ponte de pie en medio”. Después les dijo: “¿Es lícito, en día de sábado, hacer bien o hacer mal, salvar una vida o matar?”. Pero ellos callaban.  Mas Él mirándolos en derredor con ira, contristado por el endurecimiento de sus corazones, dijo al hombre: “Alarga la mano”. Y la alargó, y la mano quedó sana.  Y salieron los fariseos en seguida y deliberaron con los herodianos sobre cómo hacerlo morir.

San Marcos 3, 1-16

El evangelio de ayer nos dejó muy en claro la enseñanza de Cristo, el sábado está hecho para el hombre y no al revés. Eso nos ha hecho descubrir esta libertad propia de los hijos de Dios, sabiendo que todo ha sido creado por Dios para nuestro bienestar y salvación. El evangelio de hoy retoma el tema, y aquellos que miraban a Jesús son transparentados en sus intenciones. El Señor es el que desnuda nuestra intenciones porque mira lo más profundo de nuestras vidas. Esa mirada dolida de Cristo por la dureza de los corazones que no aprendían la nueva ley que Jesús traía, ni la buena noticia. Con estas palabras Jesús nos indica claramente cómo debemos plantearnos nuestras relaciones religiosas: ¿hacer el bien o el mal? ¿atender a un enfermo o dejarlo abandonado con el pretexto que me lo impide una ley?. Los judíos habían agregado más de 300 preceptos a la ley de Moisés, pero Jesús lo hace claro: el mandamiento del amor a Dios (y de dejarnos querer por Él) que se manifiesta en amor al prójimo.

Muchas veces la multiplicación de los mandamientos no es más que una excusa para no cumplir el fundamental. La mirada de Jesús en el evangelio de hoy nos viene a invitar y animar. No lo complica, lo hace fácil e invita a vivir la plenitud del amor de Dios.

También aparece el signo de la mano paralizada en el evangelio de hoy. La mano simboliza el trabajo, la creatividad, la iniciativa… la mano de este hombre está atrofiada. En él está la mano de todos los hombres. Externamente exterioriza lo que cada uno vive en el interior… una mano que se convierte en puño para golpear manifiesta un corazón con odio y rencor; una mano que se abre transparenta un corazón generoso dispuesto a ayudar; una mano que acaricia muestra un corazón amistoso reconciliador…

Jesús al curar a este enfermo lo empuja a moverse, a dar un paso a la vista de todos y a extender su mano. Así no solamente sana la parálisis de su mano sino la desconfianza ante la vida, su inseguridad interior, sus miedos, su preocupación por estar encima de sí mismo. No solamente Jesús hace la sanación interior del hombre, sino que indica que hacer el bien a los hermanos está por encima de todas las leyes. Jesús se presenta como un dador de vida a los hombres. Los fariseos son incapaces de alegrarse por el bien de la persona curada. Esta insensibilidad indigna a Jesús. Corazones encerrados en sus propias ideas, preocupados por el poder frente a la sociedad… por eso Jesús los mira cuestionando. Ello lo notan, por eso están dispuestos a hacerlo morir, no pueden tolerar que lo cuestionen.

Los fariseos no pudieron ser curados. Jesús no obliga a nadie a ser curado, pero lo ofrece a todos. Nuestras manos son indicadoras de lo que vivímos en el corazón: puños, dedos acusadores, manos que castigan, manos en los bolsillos para acaparar, manos que se extienden, que acarician, que curan, que se posan sobre un hombre necesitado, transmisoras de un buen consejo… esas son las manos que hoy Jesús necesita, que manifiestan un corazón sano, reconciliado y en paz. Manifiesta la mano de Dios que se extiende a la humanidad dolida.

Mate (2)

Una nueva legislación: el amor

Esta escena que nos presenta el evangelio de hoy sigue a la controversia sobre el sábado y de hecho desata la polémica. Si ayer eran los discípulos quienes segun los fariseos los que violaban la ley o es Jesús mismo. Pero Jesús plantea una pregunta crucial: “¿Es lícito, en día de sábado, hacer bien o hacer mal, salvar una vida o matar?” La respuesta era lógica pero ellos se quedaron en silencio; la respuesta afirmativa los comprometía en la acción. Era un modo de poner evidencia a la deshumanización de la ley del sábado, desencarnada, que no estaba al servicio del hombre. Cuando se absolutiza la ley, las instituciones dejan de estar al servicio del hombre y de Dios y comienzan a generar incompatibilidad con el evangelio. Fruto de esa incompatibilidad es ese complot que los Jefes religiosos quieren instaurar contra Jesús. Estos sucesos se dan mientras Jesús camina a Jerusalen, cuando ya sabe que va camino a la ofrenda de la vida.

El problema de fondo radica en la novedad del evangelio frente a las viejas leyes de Moisés. Siempre la novedad del evangelio, al presentarnos esta incompatibilidad con aquellas normas que en nuestra vida nos paralizan, cuando ponemos cosas o cuestiones frente a la decisión de hacer el bien. Nada puede paralizarnos para hacer el bien. Tenemos la libertad plena para hacerla. Pero a veces nosotros somos astutos para atarnos a cosas que se interponen para que el bien que podemos hacer se calle, para que el bien que podemos hacer se oculte.

Algo se va poniendo de relieve en las discusiones de los evangelios en estos días: jesús perdonando al paralítico sus pecados en la sinagoga, la discusión por el ayuno, ayer el sábado, hoy el de la mano paralítica… Serán problemas de la Iglesia naciente. San Pablo dirá reiteradamente que Cristo vino a liberar al hombre de la ley Mosaica para devolver al hombre la libertad de los hijos de Dios. La nueva actitud que Jesús patrocina no es en su origen un movimiento ascendente del hombre hacia Dios, sino al contrario, Dios que desciende hacia el hombre a través de las obras nuestras.

Esta es la urgencia que el evangelio nos presenta. Los escribas y fariseos entendieron la religión como un medio para conquistar a Dios a través del cumplimiento estricto de normas. Eso no es fe, y busca manipular a Dios para que nos sirva, en lugar de servirlo. Esa religión termina siendo frustrante porque nuestros méritos son pasajeros. Jesús en cambio nos trae el gran regalo de la encarnación: Dios se abajó a sí mismo para estar con nosotros y elevarnos. ¿Cómo nos elevamos? Con las obras buenas que podemos hacer, pero sobretodo por su misericordia. La respuesta generosa del hombre es la fe de quien escucha con atención la Palabra de Dios y la cumple con amor.

“No hemos recibido un espíritu de esclavos para caer en el temor sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace llamar a Dios abba, es decir, Padre”, dirá San Pablo. La novedad de Jesús, la ley del amor, nos da una libertad tan grande que aún nuestros gestos más pequeños pueden transmitir el bien.