Hambre de Dios y de su voluntad

viernes, 5 de junio de 2015

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La Eucaristía es alimento para esa dimensión del ser humano que no se sacia con nada que no sea espiritual. Todos los hombres y mujeres del mundo somos seres sedientos de este Agua, pero no nos damos cuenta. O más bien, no sabemos ponerle nombre a esa sed y a ese hambre. Erramos al vivir hambreados y probar todo tipo de sustitutos para calmar ese hambre que solo sacia el Pan del Cielo. 

El alimento de la eucaristía nos fortalece para vivir según eso que le da consistencia a nuestras vidas que es la voluntad del Padre. Lo dice Jesús “mi alimento es hacer la voluntad del Padre”. 

Los discípulos piden un signo, y el Señor les dice que la obra de Dios es que crean en Él. Animate a caminar donde el Señor hoy te invita a caminar y ese será su gran signo, llevarte a lugares mucho más altos y hondos de los que vos sólo podrías recorrer. El Señor quiere airear nuestras vidas y eso supone ir por un camino distinto, salir de los círculos rutinarios donde nos repetimos.

Esa es la gracia que nos tiene que “explicar” Jesús. Mientras se nos da en la Eucaristía, una y otra vez, tiene que enseñarnos a conectar nuestros hambres con su Pan. Y para eso no hay otra pedagogía que la de despertar e incrementar el deseo.

Allí es donde Jesús nos tiene que educar mostrándonos que hay en nosotros un deseo que no es de objetos. Es deseo de que unos ojos nos miren, deseo de que la Persona que nos dio la vida y nos sostiene en ella nos hable con amor. Es deseo de ser alimentados con una Palabra buena y sabrosa como un Pan. Pero un pan del cielo: un pan que se queda, un Pan que permanece, un Pan Compañero. El pan del cielo es una Persona, la Persona de Jesús, y despierta en nosotros “hambre de más Jesús”. Es un hambre no sólo de recibir “algo”, sin de entrar en comunión con Alguien. No es un Pan para estar fuertes para hacer cosas. Más bien es un Pan que se come para estar juntos, para celebrar una cena, para compartir vida de familia. No se trata de “para qué me sirve comulgar” o de “cuantas veces hay que comulgar”. Se trata de pensar al revés: para que sirve todo lo demás si no es para entrar en comunión.

Lo que no puedo convertir en Eucaristía es desecho. Lo que se puede convertir en ofrenda agradable para que el Señor la convierta en Eucaristía, eso sí vale. ¿Para qué sirve comulgar? Para que crezca mi deseo de comulgar con Jesucristo, Pan de Vida, por quien tenemos acceso al Padre, en quien somos todos hermanos.

Padre Javier Soteras

fragmento de catequesis del 21/04/2015

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