Hijos en el Hijo

jueves, 30 de septiembre de 2021
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30/09/2021 – Jesús nos hace hijos del Padre, comparte con nosotros su realidad de Hijo. Nosotros hemos sido creados para unirnos al Hijo hecho hombre y para que, en él, seamos también adoptados por el Padre como hijos suyos. Porque “él nos predestinó, por medio de Jesucristo, a ser sus hijos” (Ef 1, 3.5). Y esto se realiza en nosotros por la acción del Espíritu Santo: “Ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos que nos hace llamar a Dios ¡Abbá!, es decir ¡Papá!” (Rom 8, 15). De ese modo el Espíritu Santo reproduce en nosotros la relación que tiene Cristo con el Padre, de la cual nos hace participar. Él mismo Cristo en su pasión lo llama al Padre Dios “Abbá, Papito” (Mc 14, 36), con una expresión de mucha familiaridad que hasta ese momento no se podía usar para dirigirse directamente a Dios. Y uniéndonos a él Cristo hace posible que nosotros nos dirijamos al Padre de la misma manera, con total confianza.

Porque “ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2, 20), y unido de ese modo a Cristo tengo sus mismos sentimientos (ver Flp 2, 5). ¡Qué maravilla incomprensible! Desde la humanidad de Cristo puedo ser parte de la relación única que hay entre el Hijo y su Padre. Porque el Hijo está “de cara al Padre” (Jn 1, 2), siempre “hacia el seno del Padre” (Jn 1, 18) y cuando nos une a él nos coloca junto con él frente al Padre como verdaderos hijos. Así Cristo nos ha hecho saltar una distancia infinita y nos permite dirigirnos al Padre con la misma intimidad, ternura y cercanía con la que él se relaciona con su Padre.

Este hecho de que seamos adoptados por el Padre en el bautismo, gracias a que el Espíritu Santo nos une a Cristo, no es algo legal como las adopciones terrenas, tampoco es que somos llamados hijos, sino que realmente desde Cristo se derrama en nosotros su vida sobrenatural, su gracia, como si se nos infundiera su sangre espiritual, y entonces no sólo nos llamamos sino que “realmente somos hijos de Dios” (1 Jn 3, 1). Porque se nos comunica una vida nueva (Rm 6, 4), que procede del Padre y del Hijo (Jn 5, 21) en el Espíritu (Jn 6, 63). Los Padres de la Iglesia hablaban frecuentemente de una divinización que implica un “intercambio”.

En todo caso, decir que somos hijos por adopción (Rm 8, 15.23; Ef 1, 5-6), y esto significa que en esta filiación hay un proceso; hay que llegar a ser hijos de modo más perfecto (Mt 5, 45; Jn 1, 12; 1 Jn 3, 9; 5, 18-20). Es verdad que eso comienza en el bautismo, pero es sólo un germen, un inicio muy imperfecto. Nuestra relación de hijos está llamada a un crecimiento permanente para que llegue a transformar toda nuestra vida y podamos vivirla con gran alegría y con profunda paz. El Espíritu Santo va produciendo en nosotros una creciente semejanza con Jesús, y así nos orienta al Padre, que ve en nosotros el reflejo y la vida de su Hijo amado. Así, a medida que nos dejemos transformar por el Espíritu, poco a poco podremos decir “Padre” de una manera mucho más preciosa y feliz. La oración del Padrenuestro irá creciendo en intensidad. Porque todo lo que decimos en esta oración tiene sentido si podemos expresar con el corazón la primera palabra: “¡Padre!”.