Pero… ¿Cómo pudo decirte eso? Tere, mi compañera de oficina, sabía que lo que me había comentado ácidamente Sara, nuestra colega del piso de abajo, no era verdad. Yo estaba dolido y Tere, indignada. Según Sara, yo había favorecido a otra persona –y no a ella– para que ocupara un cargo superior en la empresa. Desde hacía mucho tiempo estaba ilusionada con ese ascenso. No sé por qué razón me atribuía la culpa de una decisión en la que, en realidad, yo no tenía nada que ver. “Pero cómo puede hacerte esto. ¿Eso sería ser una amiga?” decía Tere, dispuesta a tomar represalias con tal de defenderse. “Así no llegaremos a ningún lado –le respondí–. Mejor va a ser tratarla como siempre. El ser humano es un misterio. Quién sabe qué le está pasando interiormente y por qué reaccionó así. ¿Me ayudás?” Y lo hizo. En las semanas y meses siguientes nuestro trato hacia ella fue igual al que habíamos tenido previo al incidente. La respuesta, en cambio, fue de total frialdad hacia mi persona. Hubo más hechos que me dolieron, pero estaba convencido de que aunque Sara estuviera entendiendo la situación de modo equivocado, le había provocado un profundo dolor. Y de alguna manera, la comprendía. Por lo tanto, traté de mirarla como la persona que había conocido, alguien a quien apreciaba por sus muchas cualidades, sin dar peso al resto. Un día, al enterarse por casualidad de la situación, nuestro jefe le aclaró a Sara cómo se habían dado las cosas. Era fin de año, y antes de irme de vacaciones le llevé un regalito. Entre lágrimas, Sara me entregó una tarjeta en la que había escrito: “Un nuevo año… y la oportunidad para recomenzar”.
Mariano L. (Santa Fe)