08/11/2021 – Es bello pensar que el corazón humano de Jesús está lleno del Espíritu Santo, de su fuego, de su luz. Jesús promete saciarnos con el agua del Espíritu Santo que brota de él como un manantial (Jn 7, 37-39). En la cruz vemos que el costado herido del Señor Jesús es la fuente del agua viva del Espíritu. Pero al mismo tiempo, ese Espíritu que brota del corazón de Cristo nos envuelve y nos hace entrar en el corazón del Señor. La entrada es la herida. Por esa llaga podemos ver la herida invisible de amor, porque como dice san Buenaventura “quien arde de amor, de amor está herido”.
Podés imaginarte en el corazón de Cristo, imaginarlo como un horno ardiente de amor, y que de su herida empieza a brotar ese amor como llamas de fuego que te envuelven y te atraen. Ese fuego purifica todo lo que te hace daño: tus pensamientos tontos, tus tristezas, tus quejas. Ese fuego es el Espíritu Santo que te lleva a Cristo y te hace entrar en él. Pero allí adentro, inflamado por tanto amor, se despierta la atracción hacia el Padre, y clamás desde lo profundo de tu ser: ¡Padre!
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