Invitados a compartir

lunes, 31 de octubre de 2022
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31/10/2022 – El Evangelio de Lucas 14, del 12 al 14 con el que comenzamos esta semana continúa esta enseñanza de Jesús sobre distintos aspectos del discipulado, pero también sobre el servicio. Por eso hoy estamos tratando este tema que tiene que ver con la mesa con la comida y lo central es fijarse en el compartir.

Jesús dijo al que lo había invitado: “Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!”.

San Lucas 14,12-14

 

No seas interesado. Qué difícil que es esta enseñanza de Jesús, cómo cuesta ir purificando nuestras intenciones para hacer el bien sin mirar a quién. Fijate que la costumbre en la época de Jesús era que nadie se sentaba alrededor de la mesa con personas desconocidas: si vos no vos no conocías a la persona, no la ibas a invitar. Por eso el señor manda a romper con lo estipulado y pide que se invite a los excluídos, a los pobres, a los lisiados, a los enfermos, a los ciegos. En la invitación desinteresada dirigida a esas personas que están excluidas y marginadas hay una fuente de felicidad.

“La motivación no es tener ánimos, es tener motivos”. El secreto es recordar más seguido los motivos y anteponerlos a las excusas, más allá de los ánimos. Traer constantemente a los pensamientos lo importante, lo trascendente, el por qué y para quién; y sabernos llamados para cosas grandes.

Santa Teresita del Niño Jesús:

“Serás bienaventurado porque ellos no te pueden pagar”

He observado (y es muy natural) que las hermanas más santas son también las [28rº] más queridas. Se busca su conversación, se les hacen favores sin que los pidan… Por el contrario, a las almas imperfectas no se las busca; se las trata, ciertamente, conforme a las reglas de la educación religiosa; pero, por miedo a decirles alguna palabra menos delicada, se evita su compañía… Y ésta es la conclusión que yo saco: en la recreación y en la licencia, debo buscar la compañía de las hermanas que peor me caen y desempeñar con esas almas heridas el oficio de buen samaritano. Una palabra, una sonrisa amable, bastan muchas veces para alegrar a un alma triste. Pero no quiero en modo alguno practicar la caridad con este fin, pues sé muy bien que pronto cedería al desaliento: una palabra dicha con la mejor intención puede ser interpretada completamente al revés. Por eso, para no perder el tiempo, quiero ser amable con todas [28vº] (y especialmente con las hermanas menos amables) por agradar a Jesús y seguir el consejo que él da en el Evangelio, poco más o menos en estos términos: “Cuando des un banquete, no invites a tus parientes ni a tus amigos, porque corresponderán invitándote y así quedarás pagado. Invita a pobres, cojos, paralíticos; dichoso tú, porque no pueden pagarte: tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará”. ¿Y qué banquete puede ofrecer una carmelita a sus hermanas sino un banquete espiritual compuesto de caridad atenta y gozosa? Yo no conozco ningún otro, y quiero imitar a san Pablo, que se alegraba con los que estaban alegres. Es cierto que también lloraba con los tristes, y que las lágrimas han de aparecer también algunas veces en el banquete que yo quiero servir; pero siempre intentaré que al final esas lágrimas se conviertan en alegría, pues el Señor ama a los que dan con alegría.

Animate a preparar un banquete. El Evangelio va a ser siempre una invitación. Primero para dar lo que se tiene, pero no solamente eso, sino también a darse, a jugársela, a poder preparar un banquete para el otro. Es vivir la humildad.

Santa Teresita nos dice: “En una ocasión, en la lavandería, tenía enfrente de mí a una hermana que, cada vez que golpeaba los pañuelos en la tabla de lavar, me salpicaba la cara de agua sucia. Mi primer impulso fue echarme hacia atrás y secarme la cara, con el fin de hacer ver a la hermana que me estaba asperjando, que me haría un gran favor si ponía más cuidado. Pero enseguida pensé que sería bien tonta si rechazaba unos tesoros que me ofrecían con tanta generosidad, y me guardé bien de manifestar mi lucha interior. Me esforcé todo lo que pude por desear recibir mucha agua sucia, de manera que acabé por sacarle verdadero gusto a aquel nuevo tipo de aspersión e hice el propósito de volver otra vez a aquel provechoso sitio en el que tantos tesoros se recibían.”

Estamos en el contexto del discurso de la sobremesa, en la que Jesús enseña a aquel fariseo principal las actitudes que deben estar presente en el corazón ante el nuevo reino de Dios, que justamente un banquete, como de hecho lo explica Jesús, y hoy deja una nueva enseñanza. Vivir la experiencia de dejarse encontrar por el Señor, dejarse transformar por su amor, es una situación que genera una nueva forma de vivir. Quien ha experimentado la presencia de Dios ya nunca será igual. El Evangelio de hoy es esa invitación.

La vida cristiana es una constante entrega a la vida de los demás, porque es ahí donde descubrimos la verdadera felicidad, que nos permite experimentar el paso de Dios en nosotros. La vida cristiana es salirse de sí mismo, es abrirse a nuevas realidades, hacia nuevos mundos, hacia horizontes nuevos. Es reconocer que somos un don para los demás.La vida espiritual no es lineal, ¡vaya si lo sabremos! De la experiencia, de nuestra experiencia general, descubrimos que pasamos por momentos donde nos reconocemos más cercanos a Dios, más positivos, más dispuestos a escuchar y a servir. Momentos donde todo parece ir encaminado. Sin embargo, hay otras situaciones que, de un momento a otro, nos pueden descolocar y “mover la estantería”. Ponete a pensar, seguro que alguna vez te habrá sucedido: Un instante, un segundo, una noticia y parece que todo se desmoronó. Tus seguridades dudaron, tus alegrías cesaron, el entusiasmo se convirtió en desgano, la tranquilidad en ansiedad, la búsqueda en angustia, la esperanza en pesimismo, la paz en desasosiego. Son días de montaña rusa, así te sentís. Subiendo y bajando entre pensamientos, emociones, silencios y oraciones… un poco en caída libre. Pasa, y creo que es perfectamente normal, natural e incluso necesario.

La fe no es estática, es dinámica. La vida misma no se queda quieta y nuestro interior tampoco. Andamos, peregrinamos, caminamos. Tal vez esta sea una clave, ¿no? Darnos cuenta de que estamos en camino y preguntarnos cómo respondemos en los momentos complicados. Me parece un gran gran termómetro para ver cómo está nuestra fe. Creo que, frente a los cambios o las crisis que aparecen, hay que animarse a aceptar que todo se mueve, pero que Dios sigue estando ahí. No se trata entonces de no tener nunca crisis, dudas, ganas de tirar todo por la borda, sino más bien de poner (o seguir poniendo) la confianza en Jesús.

¿Estás en crisis? ¡Bendito sea Dios! Preguntale al Señor qué te quiere mostrar con esto que te pasa y te pesa. Él te da consuelo. ¿Estás bien? ¡Bendito sea Dios! Ahí también Jesús te va acompañando para que puedas consolar a los demás.

Qué bueno es que en Dios y en su Palabra siempre estamos siendo motivados a más; qué suerte que la monotonía o la rutina no caben en la vida cristiana. El Evangelio es invitación y a la vez fuerza para hacerlo, siempre estemos atentos a nuestras obras y la motivación que tenemos al hacerlas.