04/01/2022 – Compartimos junto al padre Sebastián la catequesis en torno al evangelio del día:
Estaba Juan Bautista otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren?» Ellos le respondieron: «Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?» «Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro. San Juan 1, 35-42
Estaba Juan Bautista otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren?» Ellos le respondieron: «Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?» «Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro.
San Juan 1, 35-42
El texto de hoy es apasionante. Tiene su nudo y su centro en la pregunta de Jesús y en la respuesta-pregunta de los discípulos: “¿Qué quieren?”; “¿Dónde vives?” Me lo imagino como un momento cargado de tensión en el ambiente del diálogo. Lo cierto es que se resuelve no en palabras, sino en hechos, es decir, los curiosos discípulos van a ver dónde vive Jesús.
Esto es lo paradigmático además del relato: ¡no se nos describe ni una palabra acerca de dónde vive Jesús! Aquellos anhelantes buscadores de sentido encontraron algo que marcó tanto su vida que hasta le pusieron hora: las cuatro de la tarde. Hora más que simbólica, dado que en la antigüedad era cuando terminaba la jornada de trabajo y empezaba la tarde-noche. La hora del descanso. El tiempo del reposo. El ir haciendo síntesis del día vivido. Hasta ese momento se quedaron los discípulos.
¿Qué habrán visto? ¿Qué fue lo que los cautivó tanto? ¿Cuál habrá sido el hecho decisivo por el cual decidieron quedarse y proclamar a Jesús como Mesías? No lo sabemos. Así sin más. No lo sabemos.
Y esto nos hace pensar a nosotros inmediatamente en nuestra propia vida. ¿Dónde vive hoy Jesús? Creo que es una de las grandes preguntas que nos podemos hacer. A Jesús, hoy, ¿dónde lo encuentro? Y la pregunta dispara para varios sentidos. ¿Dónde vive Jesús en el mundo? ¿Dónde vive Jesús en la Iglesia? ¿Dónde vive Jesús en mi vida de todos los días? ¿Dónde vive Jesús en la vida de tantos hermanos que caminan conmigo? ¿Cuáles son los “lugares” donde me encuentro con Jesús?
Una de las tantas respuestas que me animo a dar es que Jesús está donde está la Vida. Creo que es una de las grandes claves de discernimiento de nuestra época. Si queremos descubrir a Jesús, vayamos detrás de la vida y denunciemos los lugares de muerte, ahí donde la vida es manoseada, maltratada, violada, vendida. Es un lindo ejercicio el poder examinar cuáles son los lugares de Vida para poder acrecentarlos o poder descubrir cada vez más a Jesús; y cuáles los lugares de no-Vida para poder llevar allí la Vida de Jesús. ¡Qué desafío grande este! Porque si no lo hacemos corremos el riesgo del acostumbramiento: siempre se hizo así. Y con eso la novedad siempre nueva del Evangelio de Jesús no puede entrar en el corazón. Así alimentamos estructuras caducas en la Iglesia, nos enquistamos, nos encerramos, y no tenemos nada nuevo para decirle al mundo; nuestro corazón se cierra y no le dejamos espacio al Espíritu de Jesús para que nos hable y nos conduzca; nos volvemos indemnes al sufrimiento de nuestros hermanos y lo justificamos diciendo que las cosas no pueden cambiar, o que es culpa de otros, o que siempre han existido los pobres y nosotros no lo vamos a revertir. Si nos acostumbramos, perdemos la novedad y perdemos a Jesús. Vamos a ser unos pobres tipos y mujeres que anden por la vida poniendo excusas pero sin jugársela en serio por aquello que amamos y nos apasiona: ser como Jesús y llevar la alegría del Evangelio a todos los hombres, especialmente los pobres.
Abrile a Jesús las puertas de tu vida y de tu corazón. Descubrí donde vive. Y después, amá con locura. Esa misma que llevó a los discípulos a quedarse con Él hasta las cuatro de la tarde; esa misma locura que se entrega en la Cruz, para que todos tengamos Vida y Vida eterna.