24/09/2021 – En el día de la fiesta de la Virgen de la Merced en Juan 19, 25-27 el Señor aparece entregándolo todo hasta que expira el último aliento de su vida y nos entrega a María como nuestra mamá.
“Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa”. Jn 19,25-27
“Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa”.
Jn 19,25-27
Junto a la cruz de Jesús estaba su madre y la hermana de su madre, María mujer de Cleofás y María Magdalena. El verbo estar significa aquí estar de pie, estar erguido.
El hecho de estar erguida la muestra a María junto a la cruz y recuerda esa inquebrantable fortaleza y firmeza y su extraordinaria valentía para afrontar todo lo que significó asumir ésta condición de maternidad del hijo de Dios.
Es verdad que el drama del Calvario la muestra a María particularmente firme, particularmente fuerte a los pies de la cruz. Pero ha sido también una cruz y un drama el gozo del anuncio. Si pudiéramos representar bajo el signo de las rosas, el aroma que comunica María, por representarlo de algún modo tenemos que decir que éste aroma de la presencia del Espíritu en ella viene acompañado de espinas.
Esas que aparecen en el camino que la conduce de manera incierta hacia donde se encuentra su prima Isabel. Largos kilómetros recorre para acompañar a quien está en situación semejante a la suya. Esa que la lleva a volver a Nazaret para encontrarse con lo que no sabe cómo será que Dios se las arregle para que José entienda lo que ha ocurrido.
Esa incertidumbre, ese dolor de la incertidumbre que supone las cosas en las manos de Dios que hacen que salgan de Belén para Egipto sin poder volver a su propia tierra porque Herodes anda buscando al niño para matarlo. No hay tiempo de ir a hacer las valijas y preparar el equipaje para una mudanza que la lleve a otra tierra con otro idioma, con otra cultura en un contexto totalmente distinto. Es doloroso el exilio.
Todo esto es dolor, todo esto es sufrimiento. Hay que acompañar el camino del hijo de Dios que va creciendo y aprendiendo progresivamente.. Ya a los doce años se queda en el templo dedicándose a las cosas del Padre y el desconcierto que esto genera y el dolor que supone en el corazón de María, porqué nos has hecho esto? , es la pregunta que surge en su corazón.
Cuando María entiende llegado el momento de manifestar su misterio en aquella boda de Caná recibe la respuesta del hijo: mi hora no ha llegado todavía y la invita de nuevo a la confianza. Cuando se dice que está esperándolo la madre afuera, Jesús dice: quién es mi madre. Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica. Este desprendimiento fuerte que establece Jesús en el camino de seguimiento de lo que el Padre le va mostrando por delante es doloroso, está lleno de gozo pero es doloroso. Es como un rosal bello, hermoso, con un aroma y una frescura que atraen y al mismo tiempo con espinas.
En el drama del Calvario a María la sostiene la fe, esa que fue robusteciendo su corazón durante todos los acontecimientos de su existencia.
El Concilio Vaticano II dice así en Lumen Gentium 58 la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su hijo hasta la cruz.
Pensemos como estaba ella cuando acompañando a su hijo en el camino del vía crucis ve que lo insultan, que lo escupen. Seguramente su disposición interior de estar profundamente unida al misterio hace que ella igualmente se sienta insultada, se sienta ultrajada, escupida y su corazón tiene esa sintonía que tiene el corazón del hijo cuando a los momentos más crudos del dolor de esa muerte injusta El abre la boca para dirigirse al Padre diciendo: perdónalos porque no saben lo que hacen.
Este corazón indulgente, compasivo, misericordioso se ha formado en el corazón de esa madre indulgente, compasiva y misericordiosa. El seguramente dice lo que dice el hijo que lo aprendió de la madre: perdón, misericordia. De generación en generación reza ella ha de extenderse ésta presencia misericordiosa de Dios.
Ella es testigo de la misericordia de Dios. Su misericordia se va extender de generación en generación y la extensión de la misericordia a todas las generaciones sale al corazón de María que engendra al que es la misericordia: Jesús. Este corazón misericordioso es el que se sostiene a los pies del dolor, del sufrimiento porque sabe que justamente por el camino de la misericordia y ésta sosteniéndose en la esperanza donde se abre el camino a la luz en medio de las sombras y la oscuridad que rodea todo el acontecimiento del Calvario. Se oscureció el mundo da a entender el evangelista cuando se hizo las tres de la tarde porque era la muerte la que estaba sufriendo el hijo de Dios que afrontaba la terrible desgracia que nos supone a todos el encuentro con las sombras de la muerte.
Esas sombras de muerte toman el corazón de María y ella se sostiene frente al dolor y la muerte y su oscuridad y sus sombras porque el corazón de que es fuerte está guiado por la esperanza de que en realidad es un tránsito a la luz, de que afrontar aquellos acontecimientos es un parir como parió ella cuando lo a Dios a luz en la oscuridad y en la noche de Belén al que venía a traer la luz. María está pariendo en la oscuridad de las tres de la tarde cuando todo se hace sombra. Ahora está pariendo con los dolores que brotan del misterio pascual que afronta su hijo y ella asociada a Jesús está dándonos a luz con el hijo y nos está dando a luz para ser nosotros hijos de la luz. María permanece fuerte al pie de la cruz no porque se esté negando a su sensibilidad exquisita, femenina y esté como abortando ese costado de dulzura, de ternura, de piedad que hay en su corazón.
Su fortaleza no es negación de la sensibilidad, su fortaleza es justamente a partir de esa sensibilidad y de ese amor por todo lo creado y particularmente por nosotros los hijos de Dios la que le permite sostenerse desde ese amor esperando que lo que parece que es el fin comience a ser el comienzo de un tiempo nuevo desde los hijos de la luz, los que salimos de la noche, los que dejamos la oscuridad y las sombras, los que lo podemos hacer porque somos paridos, somos gestados en el dolor de la cruz que asocia que asocia a la madre con el hijo como ya lo había dicho el viejo Simeón: a ti una espada te atravesará el corazón.
Es la que atraviesa el corazón de Jesús y atraviesa el alma y el corazón de María cuando el hijo muere. Todo se ha ha terminado y en tus manos encomiendo mi Espíritu, grita, expira y muere. Cuando muere el hijo como cuando muere un ser querido, cuando muere un hijo de una madre, ella siente el desgarrón interior que supone éste desprendimiento pero al mismo tiempo se sostiene firme porque sabe que el hijo que se fue resucita y ésta es su esperanza, con esto afronta la crisis terrible por la que atraviesan los discípulos y ella va a estar allí en Pentecostés, en el Cenáculo, sostenida por la fortaleza que le viene de lo alto, por la esperanza que la guía y ora incesantemente sabiendo que es desde ese lugar donde con dolor y con lucha se sostiene y se gesta la vida.
Porque la oración es esto y la oración de intercesión es esto: lucha, combate. Hay que sostenerse en la oración de intercesión todos los días clamando para que se haga aquello que Dios ha puesto como promesa en nuestro corazón que no llega mágicamente sino después de haberlo peleado y luchado con la súplica.
María en esto es un fiel testimonio. Está destrozada interiormente. No está más el hijo de su entraña sin embargo la esperanza de terminar de dar a luz al hijo de Dios en la comunidad de los discípulos hace que ella se sostenga suplicando con ellos que venga el prometido, el esperado, el que Jesús nos había dicho llegaría para enseñarnos todas las cosas, el Paráclito.
En Pentecostés la mujer orante aparece particularmente fuerte, en la oración, en el combate, en la lucha de la intercesión.
He ahí a tu madre dice Jesús, hace que María entienda que aquello que está sufriendo es un nuevo parto donde está dando a luz con el hijo a los nuevos hijos de Dios que se engendran desde ese lugar máximo de amor que es la ofrenda de la vida del hijo de Dios por los hombres para terminar de unir lo que estaba separado. Dios – el hombre que por el pecado se había apartado del misterio, ahí tienes a tu hijo. Este ahí tienes a tu hijo es consuelo, es fortaleza, es posibilidad, futuro, es mirada esperanzadora, es lo que sostiene. Jesús desde la cruz muestra un camino de maternidad que no se termina sino que continúa, que se prolonga en el tiempo, que nace desde éste lugar de parto, de dolor, de sufrimiento que supone el desprendimiento y en el modo en que se da de su hijo que está allí clavado en la cruz. Ahí tienes a tu hijo.
Para poder sostenerse en el dolor, en el sufrimiento, para poder tener agallas de lucha en lo cotidiano hace falta tener por delante una esperanza, una esperanza cierta.
Solamente se lucha y se sostiene en la lucha cuando uno esconde en lo más hondo de su corazón la esperanza por lo que vendrá porque la lucha tiene en definitiva a la larga un fruto. María en esto da testimonio. Es la mujer fuerte desde la esperanza. Es la esperanza de la maternidad prolongada en el tiempo lo que hace que ella diga amén.
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