Jason, los Argonautas y el Vellocino de oro

viernes, 29 de julio de 2011
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1.Pie descalzo

El viejo y pesado libro de la memoria de los siglos se abre hoy en una de las leyendas más antiguas: la fabulosa historia de Jasón, el líder de los Argonautas, héroes que hicieron el viaje en busca del extraño y hermoso vellocino de oro.

El periplo –ciertamente- fue muy peligroso, lleno de avatares y múltiples riesgos en diversas y extrañas geografías. Al protagonista de esta historia –hay que decirlo desde el comienzo- se lo envió para desembarazarse de él, imponiéndole una tarea imposible de llevar a cabo. Inesperadamente, salió victorioso, gracias a la ayuda de sus compañeros de travesía y de algunos dioses aliados. Esta es la trama de la fascinante historia que ahora te contaré.

Jasón era hijo de un rey, el cual fue destronado por la ambición de su propio hermano Pélias. La madre de Jasón, al ver la inescrupulosidad de Pélias y temiendo que su hijo corriera peligro, siendo el heredero natural del trono, organizó un falso funeral –en el que nadie pudo ver el cadáver- y comunicó así la terrible noticia: el pequeño había nacido muerto.

Luego, sin que nadie pudiera verla, lo llevó de la ciudad y se lo confió al centauro Quirón, un ser cuyo cuerpo era mitad hombre y mitad caballo, reconocido por su sabiduría ya que había educado a varios héroes. Estuvo bajo su cuidado hasta que Jasón alcanzó la mayoría de edad. Mientras tanto vivió en el campo, ejercitándose en la agricultura y practicando la caza en el bosque. Por esos años, no se preocupó de su derecho al trono.

Un día el rey Pélias fue a consultar sobre su futuro y resultó advertido -por el oráculo- tener cuidado con un hombre calzado con una sola sandalia. El mensaje escueto del vaticinio indicaba desconfiar de todo aquél que llevase un pie descalzo ya que pondría en peligro su trono. Esta profecía inquietó el corazón del rey y, a partir de entonces, estuvo siempre vigilante para discernir los signos y señales proféticas.

Al cumplir veinte años, Jasón estuvo preparado y dispuesto para recuperar el trono que -por herencia- le pertenecía. Emprendió, entonces, el viaje de regreso a su hogar natal. En el camino se encontró con un acaudalado río. Allí se le apareció una anciana que le pidió ayuda para cruzar las aguas. En su intento por ayudarla, mientras cruzaban la corriente, perdió una de sus sandalias. La anciana, sin que él lo supiera era la mismísima diosa Hera. La esposa de Zeus había tomado esa apariencia para ser la protectora de Jasón en su venganza contra Pélias. La diosa Hera, en agradecimiento por la bondad del joven, prometió ayudarlo en sus aventuras futuras.

Una vez que la anciana cruzó, Jasón continuó su camino. Vestía de manera extraña, cubierto con una piel de pantera, con una lanza en cada mano y con el pie izquierdo descalzo. Con esta indumentaria, se presentó en la plaza pública, en el momento en que el rey, su tío Pélias, se disponía a celebrar un sacrificio a los dioses, aunque éste no lo reconoció porque no lo veía desde niño y lo creía muerto hacía ya muchos años.

Jasón permaneció unos días con su padre, el antiguo rey destronado y con su madre, quien lo impulsó a presentarse a Pélias reclamando el trono que legítimamente le pertenecía. El monarca, al conocer la verdad de los hechos, advirtió su pie descalzo y, comprendiendo el peligro, supo que si mataba a su sobrino, violaría las reglas sagradas de hospitalidad y tendría al pueblo en su contra al ser considerando un rey sanguinario. Decidió, entonces, preguntarle a Jasón: ¿qué harías si se te predijera que morirías por mano de uno de los tuyos? Jasón respondió: lo enviaría, primero, a una hazaña difícil que diera sentido a toda su existencia, por ejemplo, a buscar el famoso vellocino de oro. Pélias entendió que Jasón, con estas palabras, se había dado sentencia a sí mismo.

Resolvió, por lo tanto, prometerle la recuperación del trono, enviándolo primero a una tierra lejana para llevar a cabo esa difícil misión. Él sabía que se trataba de una tarea imposible. El joven no sobreviviría a la aventura. El vellocino de oro era la piel de un carnero fabuloso cuyo lana era de oro con singulares poderes que había salvado la vida de un antepasado de Pélias, el cual ofreció este carnero en sacrificio a Zeus y luego regaló la dorada piel del animal, la cual se hallaba en un bosque consagrado a Ares, dios de la guerra, en un árbol custodiado por dos toros que arrojaban fuego por la boca y una serpiente vigilante que nunca dormía. Pélias, al enviar tan lejos a Jasón, estaba convencido que no volvería a verlo perpetuándose así –sólo él- en el poder.

Jasón, con su pie descalzo, se dio a conocer al pueblo y reclamó -apoyado en el oráculo que ya todos conocían- sus derechos al trono. Pélias prometió públicamente la sucesión real con tal que trajera el vellocino de oro, tal como él mismo había sugerido. Jasón, aceptó, y el mismo Pélias organizó la expedición. Hizo llamar a los más valientes guerreros para que participaran de los peligros y de la gloria de tal empresa.

Jasón, ante tal desafío, solicitó por su parte la ayuda de Argos, un constructor de barcos que, aconsejado por la diosa Atenea, hizo hábilmente una nave -para esta ocasión- que llamó Argo. Se construyó rápidamente, la pieza de la proa era un trozo de encina procedente del bosque donde Zeus daba sus oráculos. Proporcionado por Atenea, comunicaba el poder de profetizar. Los marineros de la nave tomaron el nombre de Argonautas en honor de la embarcación y eran alrededor de cincuenta hombres.

Estos valientes tuvieron -a lo largo de su extensa travesía- varios accidentes, desafíos extraordinarios, asechanza de animales con singulares poderes y numerosas pruebas peligrosas que no podré aquí detallar.

Algunos piensan que la vida es una escarpada subida a un monte alto, el paso por el túnel de una noche oscura, una ascensión esforzada o una peregrinación por los escenarios del más allá. Jasón y los Argonautas estaban convencidos, en cambio, que la vida es un viaje lleno de obstáculos que vamos sorteando para llegar victoriosos a la meta y así alcanzar la honra de un verdadero héroe. La vida es una marcha y un éxodo en los cuales, no alcanzamos a sospechar lo que nos depara el trayecto porque, si lo supiéramos de antemano, quizás, no emprenderíamos el camino.

Todo el pueblo estaba expectante con la peregrinación de Jasón y sus compañeros. Ellos se encomendaron a los dioses y a la oración de aquellos que le auguraban un buen retorno. Todos rezaban por ellos porque sabían que el destino, en estos casos, resulta bastante incierto.

2. Un animal extraño y mágico: el vellocino de oro

El rey Etes tuvo como primera esposa a Néfele, la diosa de las nubes, luego se divorció de ella por el sentimiento que surgió con Ino, mujer ambiciosa que deseaba el trono para que lo ocupasen sus hijos. En realidad, les pertenecía a los primogénitos del primer matrimonio del rey, un niño y una niña gemelos.

Ino ingenió, entonces, una trama para deshacerse de los legítimos herederos: ordenó a unas mujeres de su confianza que prendieran fuego a los graneros del poblado donde estaban acopiadas las semillas que se utilizaban para sembrar los campos. Así no habría ningún fruto en todo el reino. Los habitantes del lugar creyeron que la esterilidad de la tierra era una “maldición de los dioses”. Los pobladores, temerosos de dura hambruna, pidieron una consulta al oráculo para ver qué les deparaba el destino.

Ino, al enterarse de esto, sobornó a algunos hombres para que mintieran y dijeran que los dioses exigían como sacrificio de reparación la vida de los hermanos gemelos: sólo así se librarían del maleficio que provocaba el hambre y los campos desiertos.

Los dioses, al ver la crueldad de Ino, se disgustaron mucho. Néfele, la madre de los niños, les envió a los pequeños un hermoso y exótico carnero dorado, con piel de oro y amplias alas. Subidos en su lomo, volaron y pudieron escapar. A lo largo de la peligrosa travesía, sólo pudo salvarse el niño ya que la niña, al cruzar por los mares, sintió vértigo y cayó, ahogándose en las aguas. El pequeño, resistió todo el camino, acurrucado en las alas del carnero, hasta que llegó donde fue acogido por su rey. Como pago por su hospitalidad y agradecimiento, se le inmoló al rey el hermoso carnero recibiendo el trofeo de su exótica piel dorada. Desde, entonces, el extraordinario animal fue conocido como el vellocino de oro.

La piel de lana de oro permaneció colgada en una gran encina de un bosque consagrado a Ares. El árbol estaba en una roca, rodeada por un lago. Un lugar poco accesible. Custodiado por dos toros y una serpiente o dragón. El hermoso vellocino estaba a la vista de todos, aunque nadie podía tocarlo, ni robarlo debido a las custodias que poseía. Cuentan que quien poseyera ese vellocino gozaría de abundancia, salud e inmortalidad.

Cuando el niño creció y se convirtió en un joven, el rey le dio en matrimonio a su hija. De este enlace nacieron dos hijos, uno de ellos se llamó Argos, el mismo que construyó el navío que utilizaría –muchos años después- Jasón en su expedición.
Ino era la segunda mujer del rey Etes. Esta reina intentaba sacar del medio a los hijos del primer matrimonio de su esposo. El único que sobrevivió gracias al vellocino de oro fue Frixo –que así se llamaba el muchacho- el cual al llegar nuevamente ante su padre, el rey lo recibió con grandes honores y le dio como esposa una de las hijas de su segundo matrimonio con Ino, Calcíope, su hermanastra. En agradecimiento, Frixo sacrificó el cordero y entregó el vellocino de oro al rey, el cual lo ató en el árbol sagrado.

Cuando Jasón y los Argonautas, después de muchas peripecias, llegaron hasta allí, la diosa Hera, la esposa de Zeus, hizo que el barco quedara cubierto por la niebla, de modo que la embarcación llegó sin que nadie se diera cuenta. Cuando se presentaron ante Etes, reclamaron el vellocino de oro. El rey les prometió que sólo se los entregaría si eran capaces de realizar ciertas tareas ya que deseaba que aquella valiosa posesión no estuviera en manos de extranjeros, por lo que les impuso una tarea imposible.

Jasón y sus hombres ya habían tenido la casi imposible tarea de encontrar y llegar hasta el famoso vellocino. Ahora, además, se le imponía, otra imponderable hazaña: sujetar a un yugo los dos toros custodios del vellocino, que tenían pies de bronce y despedían llamas por las narices; luego, con el arado debía labrar un campo consagrado a Ares, el dios protector de la guerra, sembrando en la tierra dientes de dragón, de los cuales –al ser sembrados- brotaría un ejército de hombres armados a los que únicamente Jasón, sin ayuda de arma alguna, debía vencer solo. El dragón era una bestia sagrada que pertenecía a Ares. Aceptó nuevamente Jasón la disparatada empresa y se retiró con sus compañeros para pensar las estrategias de estos nuevos desafíos.

El valor -que hasta el momento habían demostrado complacía mucho a la diosa Hera, la cual se decidió nuevamente a ayudarlos en esta nueva misión. Se reunió con Afrodita, la diosa del amor y le pidieron a Eros, el dios de la sensualidad, que lanzara sus flechas de punta de oro al corazón de Medea, una de las hijas del rey Etes, sacerdotisa de la diosa de la noche, Hécate. La hija del rey era hechicera de grandes poderes, conocedora de magia, artilugios y pociones. Ella, según el designio de los dioses, se sentiría enamorada de Jasón irresistiblemente, con una pasión arrebatadora y se convertiría en una ayuda inestimable ya que era una experta en filtros, hechizos y conjuros.

Ella –bajo los efectos de las flechas de Eros- ayudó a Jasón fácilmente. Le dio una poción para que se unte en todo el cuerpo volviéndose invulnerable y fuerte. Así pudo atar a los toros en el yugo, luego labró el campo para la siembra e incluso se libró del ejército armado que salieron de los dientes del dragón cuando éstos cayeron en tierra. Medea le dijo que lanzara una piedra entre los soldados, los cuales al no saber quién la había arrojado, lucharían confundidos -entre sí- hasta darse muerte, unos con otros.

Por estas victorias de Jasón, el rey Etes se enojó terriblemente, jurando que jamás obtendrían el apreciado vellocino de oro. Estaban los Argonautas apesadumbrados cuando, de pronto, recibieron la visita de Medea. La princesa prometió ayudarlos a robar el vellocino. Nuevamente auxiliado por el poder de Medea y protegido por la diosa Atenea, Jasón pudo llegar al sitio donde estaba el codiciado tesoro, celosamente custodiado. Él sabía que el auxilio de Medea, perdidamente enamorada, no era una ayuda desinteresada. La mujer le anticipó que tuviera el barco preparado para poder huir con él y que luego se casarían, de lo contrario, no tendría ayuda alguna y nunca obtendría el inapreciable vellocino de oro. Jasón –debido a que quería que la misión fuera exitosa- aceptó y ella se aseguró que todo estuviera en orden según lo planeado. Luego, ambos, fueron hasta el templo de la diosa Hécate y allí celebraron la boda.

Medea, una vez casada, lo llevó entonces hasta el vellocino, allí hipnotizó al dragón que nunca dormía custodiando permanentemente el lugar. Consiguió dormir al monstruo por un tiempo, permitiendo que Jasón tomara el preciado trofeo y pudiera embarcarse rápidamente para regresar.
Ellos creyeron que aquí terminaba la travesía. No sabían que los dioses y el destino les preparaban, todavía, algo más en el camino. A veces, los designios de lo alto parecen el diseño de un juego magistralmente ejecutado.

3. Triunfo y fracaso de Jasón y Medea

Jasón, los Argonautas y Medea intentaron huir por las aguas. Cuando fueron a subir a la embarcación, apareció Apsirto, uno de los hijos del rey de su primer matrimonio, hermanastro de Medea, que les impidió zarpar. Medea con sus dotes de hechicera convenció a Apsirto para que subiera al barco y tomara él mismo –para sí- al vellocino. Apsirto inocentemente subió y una vez arriba comenzó el viaje de huida, sin que él pueda bajarse. Medea, totalmente enceguecida por la cólera debido a que su hermanastro reclamó el animal, le dio muerte a Apsirto.

Al ver que no su hijo no volvía, el rey Etes mandó a perseguir a la nave haciendo él de capitán. Los navegantes -que intentaban rescatar al prisionero- tenían que ir parando porque iban encontrando pedazos del cuerpo de Apsirto que Medea brutalmente descuartizaba después de haberlo asesinado. Ella arrojaba al mar los trozos del cuerpo de su hermanastro. El desconsolado padre, al ver el agua teñida en la sangre de su hijo y sus miembros flotando, se detenía a cada momento a recoger, uno por uno, los restos desparramados de su hijo. Esto les dio ventaja a los Argonautas para escapar. Finalmente, Etes -desconsolado- dejó de perseguirlos para poder volver a tierra y dar una digna sepultura a su amado hijo Apsirto.

Mientras los Argonautas iban de camino, la diosa Hera les advirtió que tomaran otra ruta para despistar totalmente al rey Etes, el cual había colocado otra flota, bloqueando la salida al mar. Los tripulantes tomaron entonces otro recorrido y cuando, finalmente, se detuvieron para celebrar el feliz resultado de su expedición, Etes –en un último intento- envió emisarios para solicitar que le devolvieran a su hija Medea. Él -siendo rey- tenía derechos sobre ella y, además, deseaba vengarse de la crueldad de los terribles actos que había cometido contra su hermanastro e hijo del monarca.

El rey de la isla donde anclaron, llamado Alcíno, dictaminó que entregaría a Medea sólo si ésta no se había unido a Jasón. La esposa del rey, advirtió a Medea el parecer de su marido y al comprobarse que ya eran esposos, la persuadió de regresar a su patria ya que el derecho de hospitalidad no podía permitir que Medea sea restituía a su padre. Al estar casada ya no dependía de él sino de su marido. Ante tal situación, los emisarios de Etes tampoco quisieron volver, temerosos de algún castigo provocado por la ira del rey ante este fracaso.

Cuando Etes se enteró del destino de su expedición y de sus hombres, exigió enojado, al menos, una compensación por la pérdida de su hija. Igualmente se la denegaron. Muchos años más tarde, el rey, cada vez más debilitado en su poder, perdió su reino arrebatado, nada menos que por su propio hermano. La ambición no tiene descanso. Quita todo, aunque sea de los seres más próximos.

Medea, acudió entonces en ayuda de su padre peleó para que le devolvieran el trono. Ya había pasado un cierto tiempo de distancia entre padre e hija y ella –con rituales de encantamiento- ya se había purificado de su delitos.

En la ruta de regreso, Argos había encallado en una isla donde habitada Circe, otra famosa hechicera, la única que podía purificar a Medea. La poderosa Circe transformaba a sus enemigos -y a aquellos que la ofendían- en animales mediante el uso de pociones mágicas. Era conocida por sus conocimientos de las hierbas y la medicina Dedicaba su tiempo a trabajar en un gran telar y predecía el futuro. Vivía en una casade piedra que se alzaba en un denso bosque. Alrededor rondaban leones y lobos, víctimas de su magia. Medea llegó hasta ahí para pedir consejo haciendo un rito de purificación para quedar totalmente perdonada.

Llegados a destino, Medea ayudó a Jasón a recuperar su trono y a desembarazarse del tirano Pélias que, en la ausencia de Jasón, había dado muerte a sus padres, los reyes legítimos. Como Pélias rehusaba entregar su reino al joven viajero, Medea –a pesar de estar purificada- recurrió nuevamente a sus poderes oscuros, persuadiendo a las hijas del rey para que rejuvenecieran a su padre con encantamientos cuyos secretos le confió. La receta no era verdadera –ya que una hechicera nunca comparte sus trucos- y las hijas, en vez de rejuvenecerlo y perpetuarlo en el poder, sin querer, lo mataron, debido a los efectos de esos poderosos hechizos.

A consecuencia de ese crimen, Jasón y Medea tuvieron que huir, refugiarse y exiliarse. Durante muchos años vivieron en paz y armonía, hasta que el rey de la ciudad en la que vivían le ofreció a Jasón, como alianza política entre los reinos, la mano de su hija. El héroe se entusiasmó con la propuesta. Enamorado aún más del poder que de la princesa, se casó con ella y dispuso, inmediatamente, el destierro de Medea y de los dos hijos que había tenido con ella. Para Jasón fue sencillo deshacerse de su esposa porque su matrimonio no era válido en tierra extranjera. Además, ya estaba cansado de los encantamientos y conjuros deella. No dudó en traicionarla a pesar de la ayuda que le había prestado. Él se justificaba diciendo que su consorte siempre había estado bajo el hechizo de las flechas de oro de Eros.

La venganza de Medea, no obstante, fue terrible: usó la magia para asesinar a la nueva esposa de Jasón. Le envío -como regalo de bodas- un traje nupcial envenenado al que le infundió imperceptiblemente fuego para que, al ser usado, pudiera quemar. Cuando la esposa se lo puso, murió incinerada y con ella, todo el palacio real ardió.

Todos sabían que había sido Medea quien entregó ese fatal regalo. Entonces, sin tener escapatoria, llena de confusión y desesperación, mató también a sus propios hijos, los dos que había tenido con Jasón. Quiso dañar al hombre que más amaba en aquello que más le pudiera doler. Herirlo en su virilidad y paternidad. Cuando Jasón fue en su búsqueda, tan sólo encontró los cadáveres de sus hijos y a Medea que huía en un carro.

A partir de entonces a Jasón sólo le esperaba una vida de remordimientos y locura. A Medea, nadie la volvió a ver en aquél reino. Hay quienes dicen que ella –como hechicera- nunca murió sino que fue transportada viva a los Infiernos, donde aún se la puede ver.

Por su parte, Jasón, totalmente infeliz, permaneció en su nuevo reino tras la marcha de la primera esposa y la muerte de la segunda. En su vejez, recordaba los viejos tiempos gloriosos vividos con los Argonautas. Finalmente cuando murió, se desprendió de un trozo de madera del casco de Argo que aún conservaba. Muchas veces acariciaba esa suave madera, pasando los días enteros recordando humildemente que sin el apoyo de Hera y de Medea, nunca hubiera conseguido llegar demasiado lejos. La diosa y la hechicera fueron –paradójicamente- su auxilio. Jasón triunfó en muchas de sus hazañas; sin embargo, su lección más importante fue aprender a sentirse derrotado. Él supo lo que era ganar y sobre todo, hasta el final de sus días aprendió la dura y fecunda lección de perder.

De vez en cuando venía a su mente la imagen de la terrible Medea, esa mujer que lo había amado y perdido todo por él, hasta la vida de sus propios hijos. Jasón conoció ese dolor abismal que embarga el corazón cuando se encuentra vacío.

4. Una búsqueda iniciática

El vellocino era un animal mágico y extraordinario. El oro de su piel lo convirtió en un animal simbólico. En la Biblia, en el Antiguo Testamento, en el libro del Génesis, mientras Moisés recibe de Dios -en el Monte Sinaí- las Tablas de la ley escritas con el dedo de Dios, el pueblo, cansado de esperar, juntando oro, lo fundió e hizo la imagen de un becerro que pusieron en un altar para adorarlo como si fuera un dios. Moisés, advertido por el Señor, bajó y encontró al pueblo venerando a su ídolo. El patriarca, totalmente enojado, rompió las tablas de Dios y tomó el becerro, lo fundió en el fuego, después lo molió hasta reducirlo a polvo, lo esparció sobre el agua y –como castigo- se los hizo beber a los hijos de Israel (Cf. Ex 32,1-35).

Si bien el vellocino era un carnero y el becerro, un ternero, ambos –aunque de pueblos y culturas distintas- eran de oro. Uno tenía poderes misteriosos y fue sacrificado y el otro fue un ídolo, un dios falso. El vellocino era una ofrenda divina; el becerro, en cambio, representó el pecado de idolatría del pueblo. El hecho de que ambos fueran de oro simboliza un poder especial. El oro siempre estuvo asociado a la luz resplandeciente de la divinidad.

Por su parte, Jasón y los Argonautas nos revelan el arquetipo del viajero, el itinerante, el peregrino, el héroe aventurero. Hay quienes afirman que la travesía que nos revela esta historia constituye un viaje iniciático donde los desafíos, obstáculos y peligros, una vez superados, constituyen el acceso a otro estadio, el ingreso a un plano superior.

La meta del viaje de Jasón y sus compañeros era el vellocino de oro, cuya piel dorada algunos creían que tenía usos proféticos y oraculares ya que, a menudo, se utilizaban como medios para obtener el consejo de algún dios. Los consultantes se acostaban sobre pieles de cameros recién inmolados. Era parte del ritual de la consulta, además de la creencia que vestirse con la piel de un animal significaba tomar su fuerza y poder. Para otros, el vellocino de oro fue una piel milagrosa, hacedora de lluvia ya que la diosa Néfele, la Nube, fue la que lo entregó a su hijo cuando éste iba a ser sacrificado a Zeus para acabar con la sequía mientras se pedía el don de la lluvia.

Sea cual fuere el significado del vellocino de oro, ciertamente no sólo era un animal sacrificado a los dioses sino que constituía un objeto de valor. Las pieles de los animales sacrificados solían quedar expuestas como signo del sacrificio realizado. Ésta no era una piel común. Por su naturaleza de oro era un talismán, una fuente de fecundidad y soberanía, una reliquia para el acceso al trono y al poder. Por alguna de estas razones, esa piel de lana de oro se custodiaba de manera extraordinaria.

Por su parte, Jasón es también un personaje atrayente y enigmático. La etimología más habitual de su nombre está relacionada con el verbo “curar”. El arte de sanar constituía una de las prácticas que los jóvenes aprendían de Quirón, el tutor de nuestro héroe. También el hecho de llevar un solo pie calzado es –para algunos- un rasgo propio de los héroes mortales ya que esta imperfección en la indumentaria no era permitida entre los dioses. Él era un joven que había estado apartado de la ciudad y fue educado durante veinte años por su maestro, quien había sido instructor de otros héroes. Jasón, habiendo cumplido su período de educación al margen de la civilización, se preparó para entrar en sociedad.

Era un extraño, había sido educado fuera de la ciudad, en una zona salvaje. El hecho de que sus cabellos no hayan sido cortados era señal de que aún no era ciudadano en sentido pleno y con total derecho. La adopción de un nuevo nombre, al salir de la cueva de Quirón, simboliza el paso a la edad adulta. Tuvo que demostrar su capacidad como miembro de la comunidad. Tal es el sentido de las pruebas que debió realizar y superar. La búsqueda y consecución del vellocino de oro es símbolo del camino de la iniciación a la vida plena.

En la Antigüedad, los ritos de iniciación eran civiles y religiosos. Conferían la plena ciudadanía y la protección de alguna divinidad. La adaptación a la sociedad y a la religión era través de estos ritos.

Jasón -tras haber pasado un largo tiempo alejado de su comunidad y de su familia, regresa para que su rey, lo envíe lejos y pueda demostrar las capacidades adquiridas durante su educación, expresándose como adulto y haciéndose merecedor de la pertenencia total a su comunidad.

El proceso de la iniciación simbolizado en el viaje de transición de la juventud a la edad adulta, superando obstáculos. Consistía en una transformación entendida -con frecuencia- como muerte y renacimiento. Era un modo de vivencia religiosa de carácter secreto y restringido, paralelas a los ritos públicos y las ceremonias oficiales.

Se prohibían la revelación de sus contenidos y ritos ya que comunicaban a los candidatos vivencias que trascendían la conciencia ordinaria y el mundo perceptible, entrando en un estado de profundidad. El descenso al “mundo profundo” consistía en el renacimiento espiritual, un camino interior en el que el aspirante experimentaba aspectos internos desconocidos de sí mismo, despertando en su conciencia estados profundos a través de prácticas y relatos, estimulando fuerzas y energías vivas existentes en su interior.

En esos ritos eran aceptados solamente aquellos que habían pasado por un proceso de purificación a través de ciertas pruebas. La purificación o catarsis se realizaban tanto en el cuerpo como en los sentimientos, emociones y pensamientos.
El viaje, el camino y la peregrinación -metáforas de la iniciación- también son patrimonio del cristianismo. Jesús mismo se autodefinió como el “Camino” (Cf. 14,8). Él es el peregrino de Emaus que, con los discípulos, hace el trayecto revelándoles los signos de la palabra y la fracción del pan. Él es el maestro que inicia a los suyos mientras van de camino, hasta llegar a la plena transformación interior, mediante el fuego de la Palabra que los quema por dentro y el gesto que les abre los ojos a una nueva mirada de fe para “leer” la presencia invisible del Resucitado (Cf. Lc 24, 13-35).

Jesús es el camino. Él es nuestro viaje. Aquí y en el más allá. Él ha descendido y ha subido para que nosotros hagamos el mismo itinerario. El paso por la muerte hacia la vida nos posibilita la transfiguración de un renacimiento continuo, una resurrección interior.

Nosotros también somos como Jasón, fieles a nuestro destino y camino, lleno de obstáculos, tenemos que transitarlo hasta el final. Cada uno hace su viaje. No estamos solos. Hay muchos que también van haciendo su propio camino junto a nosotros.

En la actualidad, los Argonautas del presente son los emigrantes que atraviesan las diversas fronteras de un mundo globalizado que no a todos brinda las mismas oportunidades. Poblaciones enteras, más allá de la precariedad jurídica, económica y laboral que experimentan, atraviesan los confines de mares y tierras para buscar su propio vellocino de oro que les prometa sustento, seguridad, salud y esperanza. No se detienen ante murallas y obstáculos. Hombres, mujeres, niños, jóvenes, ancianos y familias enteras van en busca de sus propios sueños, conducidos por los cuatro vientos, sin nada que perder y todo por conquistar, buscando posibilidades de un presente y un futuro más digno. Aunque nadie reconozca sus derechos, ellos son los nuevos Argonautas. No dudan aventurarse a los riesgos para intentar cambiar sus destinos en pos de una dorada esperanza.

Jasón, los Argonautas y Jesús nos manifiestan que la vida es frágil y fugaz. Cada uno ocupa su propio lugar si lo conquista con esfuerzo y abnegación. No hay que irse a tierras lejanas e ignotas para encontrar lo que nos trae una nueva oportunidad. Jasón, con su vellocino, y Jesús como Cordero de Dios siguen impulsando nuestra búsqueda y camino para dar con nosotros mismos. Encontrar algo mejor en nuestro interior nos permite imaginar un mundo más humano.

Arquetipos, los mitos de ayer siguen vivos hoy.

Frases para pensar

1. “La vida es un viaje lleno de obstáculos que vamos sorteando para llegar victoriosos a la meta y así alcanzar la honra de un verdadero héroe”.

2. “La vida es una marcha y un éxodo en los cuales, no alcanzamos a sospechar lo que nos depara el trayecto porque, si lo supiéramos de antemano, quizás, no emprenderíamos el camino”.

3. “A veces, los designios de lo alto parecen el diseño de un juego magistralmente ejecutado”.

4. “Cada uno hace su viaje. No estamos solos. Hay muchos que también van haciendo su propio camino junto a nosotros”.

5. “Encontrar algo mejor en nuestro interior nos permite imaginar un mundo más humano”.