Jesús, ¿de dónde eres tú?

martes, 8 de enero de 2013
image_pdfimage_print

Continuamos con el libro de Joseph Ratzinger, el Papa que como teólogo nos regala “La infancia de Jesús1.

Dice en la Introducción: “Finalmente puedo entregar en manos del lector el libro prometido desde hace mucho tiempo, sobre los relatos de la infancia de Jesús. No se trata de un tercer volumen, sino de una especie de pequeña ‘antesala’ para los dos anteriores volúmenes sobre la figura y sobre el mensaje de Jesús de Nazaret. Aquí he tratado de interpretar, dialogando con exégetas del pasado y del presente, lo que Mateo y Lucas cuentan al principio de sus Evangelios sobre la infancia de Jesús.

Una interpretación correcta –continúa el Papa en el prefacio–, según mi opinión, implica dos pasos. Por una parte, hay que preguntarse qué pretendían decir con sus textos los respectivos autores, en su momento histórico –es el elemento histórico de la exégesis. Pero no es suficiente dejar al texto en el pasado, para archivarlo entre las cosas que sucedieron hace mucho tiempo. La segunda pregunta del buen exégeta debe ser: ¿es cierto lo que se dice? ¿Está relacionado conmigo? Y, si está relacionado conmigo, ¿de qué manera?. Ante un texto como el texto bíblico, cuyo último y profundo autor, según nuestra fe, es Dios mismo, la pregunta sobre la relación entre el pasado y el presente es parte ineludible de nuestra interpretación. Con ello, la seriedad de la investigación histórica no se disminuye, sino que aumenta”.  

Me he preocupado por dialogar en este sentido con los textos. Con ello estoy consciente de que este coloquio en el que se entrelazan el pasado, el presente y el futuro no podrá nunca cumplirse y que cada interpretación se queda atrás con respecto a la grandeza del texto bíblico. Espero que este pequeño libro, a pesar de sus límites, pueda ayudar a muchas personas en su camino hacia y con Jesús”. Firmado: Joseph Ratzinger, 15 de agosto de 2012.

  En esta Introducción, el autor nos presenta cuál es su intención: ayudarnos a analizar los textos de la infancia de Jesús (que encontramos en los Evangelios de Mateo y de Lucas). Y para eso trabaja permanentemente en una doble dimensión: por un lado, lo que llama el componente histórico de la exégesis; y por otro lado se pregunta “estos textos, hoy a mí, ¿qué me dicen? ¿Cuál es la relación entre pasado y presente?

¿De dónde eres tú?

El primer capítulo no trata sobre los Evangelios de la infancia, sino sobre la pregunta del origen de Jesús, la gran pregunta que se ha hecho la humanidad: ¿quién es Jesús? Y es también la pregunta que permanentemente aparece en los textos bíblicos.

Dice Ratzinger: “Justo en el medio del interrogatorio de Jesús, Pilatos pregunta inesperadamente al acusado: «¿De dónde eres tú?» Los acusadores habían dramatizado su pretensión de que Jesús fuera condenado a muerte diciendo que este Jesús se había declarado Hijo de Dios, un relato para el que la ley preveía la pena de muerte. El juez racionalista romano, que ya había manifestado anteriormente su escepticismo ante la cuestión sobre la verdad (cf. Jn 18,38), podría haber considerado como ridícula esta afirmación del acusado. No obstante, se asustó. Anteriormente, el acusado había declarado que era rey, pero que su reino «no es de aquí» (Jn 18,36). Y luego había aludido a un misterioso «de dónde», y a un «para qué», afirmando: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para ser testigo de la verdad» (Jn 18,37).

Todo eso debió de parecer al juez romano un desvarío. Y, sin embargo, no conseguía evitar la misteriosa impresión causada por aquel hombre, diferente de otros que conocía como combatientes contra el dominio romano y para restablecer el reino de Israel. El juez romano pregunta sobre el origen de Jesús para entender quién es él realmente, y qué es lo que quiere.

La pregunta por el origen de Jesús, como interrogante acerca de su origen más íntimo, y por tanto sobre su verdadera naturaleza, aparece también en otros momentos decisivos del Evangelio de Juan, y desempeña igualmente un papel importante en los Evangelios Sinópticos. En Juan, como en los Sinópticos, esta cuestión se plantea con una singular paradoja. Por un lado, contra Jesús y su pretendida misión habla el hecho de que se conoce con precisión su origen: en modo alguno viene del cielo, del «Padre», de «allá arriba», como él dice (Jn 8,23). No: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?» (Jn 6,42).”

 

Me detengo acá para destacar lo que dice Ratzinger: Jesús se muestra como una pregunta paradójica. Él habla de su Padre de allá arriba y sin embargo todos conocen a su padre y a su madre. Jesús es una pregunta, Jesús causa una paradoja: ¿De dónde viene? ¿Cuál es el misterio que trae su persona? ¿A qué ha venido?

Estas preguntas también se plantean en Nazareth. Dice Ratzinger:

“Los Sinópticos relatan un debate muy similar en la sinagoga de Nazaret, el pueblo de Jesús. Jesús no había interpretado las palabras de la Sagrada Escritura como era habitual, sino que, con una autoridad que superaba los límites de cualquier interpretación, las había referido a sí mismo y a su misión (cf. Lc 4,21). Los oyentes —muy comprensiblemente— se asustan de esta relación con la Escritura, de la pretensión de ser él mismo el punto de referencia intrínseco y la clave de interpretación de las palabras sagradas. Y el miedo se transforma en oposición: «“¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y de José y Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿no viven con nosotros aquí?” Y esto les resultaba escandaloso» (Mc 6,3).

 

En efecto, se sabe muy bien quién es Jesús y de dónde viene: es uno más entre los otros. Es uno como nosotros. Su pretensión no podía ser más que una presunción. A esto se añade además que Nazaret no era un lugar que hubiera recibido promesa alguna de este tipo. Juan refiere que Felipe dijo a Natanael: «Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.» La respuesta de Natanael es bien conocida: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,45s). La normalidad de Jesús, el trabajador de provincia, no parece tener misterio alguno. Su proveniencia lo muestra como uno igual a todos los demás.

 

Pero hay también un argumento opuesto contra la autoridad de Jesús, y precisamente en el debate sobre la curación del ciego de nacimiento que recobró la vista: «Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése [Jesús] no sabemos de dónde viene» (Jn 9,29).

Algo muy similar habían dicho también los de Nazaret tras el discurso en la sinagoga, antes de que descalificaran a Jesús por ser bien conocido e igual a ellos: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos?» (Mc 6,2). También aquí la pregunta es: «¿De dónde?», aunque luego la retiraran haciendo referencia a su parentela.”

 

Queda claro cómo Jesús provoca esta situación: lo conocen, saben quién es, pero Él enseña con una autoridad distinta. En ese hijo del carpintero, en ese vecino, en ese hombre, hay un misterio.

 

“El origen de Jesús es al mismo tiempo notorio y desconocido; es aparentemente fácil dar una explicación y, sin embargo, con ella no se aclara de manera exhaustiva. En Cesarea de Filipo, Jesús preguntará a sus discípulos: «Quién dice la gente que soy yo?… Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8,27ss). ¿Quién es Jesús? ¿De dónde viene? Ambas cuestiones están inseparablemente unidas.

 

Lo que pretenden los cuatro Evangelios es contestar a estas preguntas. Han sido escritos precisamente para dar una respuesta. Cuando Mateo comienza su Evangelio con la genealogía de Jesús, quiere poner de inmediato bajo la luz correcta, ya desde el principio, la pregunta sobre el origen de Jesús; la genealogía es como una especie de título para todo el Evangelio. Lucas, a su vez, ha colocado la genealogía de Jesús al comienzo de su vida pública, casi como una presentación pública de Jesús, para responder con matices diversos a la misma pregunta, y anticipando lo que luego desarrollará en todo el Evangelio. Tratemos ahora de comprender mejor la intención esencial de las dos genealogías.”

 

Acá, les confieso, cuando leí el texto, recordaba cuando en mis primeras épocas de sacerdote me tocaba leer el evangelio de la genealogía de Jesús, sobre todo la de Mateo… primero era un lío leer tantos pero tantos nombres… y yo pensaba ¿qué le dirá eso a la gente? ¿qué voy a predicar? Después me fui dando cuenta de mi ignorancia, y hoy acá el Papa lo explica claramente:

 

“Para Mateo, hay dos nombres decisivos para entender el «de dónde» de Jesús: Abraham y David.

Con Abraham —tras la dispersión de la humanidad después de la construcción de la torre de Babel— comienza la historia de la promesa. Abraham remite anticipadamente a lo que está por venir. Él es peregrino hacia la tierra prometida, no sólo desde el país de sus orígenes, sino que lo es también en su salir del presente para encaminarse hacia el futuro. Toda su vida apunta hacia adelante, es una dinámica del caminar por la senda de lo que ha de venir. Con razón, pues, la Carta a los Hebreos lo presenta como peregrino de la fe fundado en la promesa, porque «esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios» (Hb 11,10). Para Abraham, la promesa se refiere en primer término a su descendencia, pero va más allá: «Con su nombre se bendecirán todos los pueblos de la tierra» (Gn 18,18). Así, en toda la historia que comienza con Abraham y se dirige hacia Jesús, la mirada abarca el conjunto entero: a través de Abraham ha de venir una bendición para todos.

Por tanto, desde el comienzo de la genealogía la visión se extiende ya hacia la conclusión del Evangelio, en la que el Resucitado dice a sus discípulos: «Haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19). En la singular historia que presenta la genealogía, está ciertamente presente ya desde el principio la tensión hacia la totalidad; la universalidad de la misión de Jesús está incluida en su «de dónde».”

 

¡Qué interesante ver que en la genealogía que nos presenta el Evangelio de Mateo es central la figura de Abraham! No solo porque está en los orígenes sino porque muestra este ser peregrino de un tiempo presente hacia un futuro y hacia una catolicidad (él dará una descendencia en abundancia, mayor que las estrellas del cielo). La promesa a Abraham habla de universalidad, de catolicidad.

Por eso, cuando vemos a ese Niño en el pesebre, tan pequeño, ese cuadro tan casero e intimista, y luego vemos que llegan los reyes magos, que es la epifanía de Jesús, que se muestra no solamente a los pastores, reconocemos que el Niño Jesús viene para hacerse presente a todos los hombres. Él nos recuerda que creemos en un Dios que ama a todos.

 

Continúa Ratzinger acerca de la genealogía: “Pero la estructura de la genealogía y de la historia que en ella se relata está determinada totalmente por la figura de David, el rey al que se le había prometido un reino eterno: «Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre» (2 S 7,16). La genealogía propuesta por Mateo está modelada según esta promesa. Y se articula en tres grupos de catorce generaciones: primero, ascendiendo desde Abraham hasta David; descendiendo después desde Salomón hasta el exilio en Babilonia, para ir subiendo de nuevo hasta Jesús, donde la promesa llega a su cumplimiento final. Muestra al rey que durará por siempre, aunque del todo diverso al que cabría pensar basándose en el modelo de David.”

 

Ustedes saben que los judíos trabajan mucho con los números y el nombre de David da el número de catorce:

“Esta articulación resulta aún más clara si se tiene en cuenta que las letras hebreas que componen el nombre de David dan el valor numérico de 14 y, por tanto, también a partir del simbolismo de los números, David, su nombre y su promesa, marcan la vía desde Abraham hasta Jesús. Apoyándose en esto, podría decirse que la genealogía, con sus tres grupos de catorce generaciones, es un verdadero evangelio de Cristo Rey: toda la historia tiene la vista puesta en él, cuyo trono perdurará para siempre.

 

La genealogía de Mateo es una lista de hombres, en la cual, sin embargo, antes de llegar a María, con quien termina la genealogía, se menciona a cuatro mujeres: Tamar, Rahab, Rut y «la mujer de Urías». ¿Por qué aparecen estas mujeres en la genealogía? ¿Con qué criterio se las ha elegido?

Se ha dicho que estas cuatro mujeres habrían sido pecadoras. Así, su mención implicaría una indicación de que Jesús habría tomado sobre sí los pecados y, con ellos, el pecado del mundo, y que su misión habría sido la justificación de los pecadores. Pero esto no puede haber sido el aspecto decisivo en su elección, sobre todo porque no se puede aplicar a las cuatro mujeres. Es más importante el que ninguna de las cuatro fuera judía. Por tanto, el mundo de los gentiles entra a través de ellas en la genealogía de Jesús, se manifiesta su misión a los judíos y a los paganos.

Pero, sobre todo, la genealogía concluye con una mujer, María, que es realmente un nuevo comienzo y relativiza la genealogía entera. A través de todas las generaciones, esta genealogía había procedido según el esquema: «Abraham engendró a Isaac…» Sin embargo, al final aparece algo totalmente diverso. Por lo que se refiere a Jesús, ya no se habla de generación, sino que se dice: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1,16). En el relato sucesivo al nacimiento de Jesús, Mateo nos dice que José no era el padre de Jesús, y que pensó en repudiar a María en secreto a causa de un presunto adulterio. Y, entonces, se le dijo: «La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo» (Mt 1,20). Así, la última frase da un nuevo enfoque a toda la genealogía. María es un nuevo comienzo. Su hijo no proviene de ningún hombre, sino que es una nueva creación, fue concebido por obra del Espíritu Santo.

No obstante, la genealogía sigue siendo importante: José es el padre legal de Jesús. Por él pertenece según la Ley, «legalmente», a la estirpe de David. Y, sin embargo, proviene de otra parte, de «allá arriba», de Dios mismo. El misterio del «de dónde», del doble origen, se nos presenta de manera muy concreta: su origen se puede constatar y, sin embargo, es un misterio. Sólo Dios es su «Padre» en sentido propio. La genealogía de los hombres tiene su importancia para la historia en el mundo. Y, a pesar de ello, al final es en María, la humilde virgen de Nazaret, donde se produce un nuevo inicio, comienza un nuevo modo de ser persona humana”.

 

 

P. Alejandro Puíggari


 

1 A partir de aquí va en bastardilla y encomillado lo que es cita textual del libro de Ratzinger.