12/01/2023 – En el evangelio de hoy se relata el encuentro de Jesús con un leproso, y no hay ninguna otra información más que esa condición. Tampoco se dice en el evangelio que Jesús lo cura, sino, que lo “purifica”, sobre esto hizo su catequesis el Padre Sebastián García.
Que el Espíritu Santo nos regale la capacidad de ser oyentes de la Palabra, para que escuchándola sea Palabra viva y eficaz:
Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “Si quieres, puedes purificarme”. Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”. En seguida la lepra desapareció y quedó purificado. Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: “No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio”. Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.
San Marcos 1, 40-45
En la época de Jesús se llamaba lepra a cualquier enfermedad o marca en la piel. El leproso era un excluido, vivía fuera de las ciudades, generalmente en cuevas. Frente a alguien que se le acercaba, tenía que advertirle de su condición de impureza, debían colgarse una campana al cuello y gritar “¡leproso soy”!
El leproso del evangelio de hoy es alguien totalmente anónimo, pero Jesús frente a él no pasa de largo, sino que se detiene, se conmueve y lo purifica. No lo cura, porque no hay enfermedad.
Y esa purificación es mucho más honda y profunda de lo que se puede pensar.
Jesús, al purificarlo, le cambia la mirada a él y a los demás. A partir de ahora su vida no será el mero anonimato de una impureza de tipo social, sino el protagonismo de una vida vivida con nombre y apellido, no marginal sino integrada. Una vida vivida desde lo que es y no desde el prejuicio.
¿Cuántas veces nos hemos sentido anónimos? Sin embargo hacemos experiencia de un Dios amor, que en Jesús nos saca de ese anonimato. Para Dios nosotros tenemos nombre, y mucho más profundo: somos dignos. Nuestra vida vale y estamos llamados a descubrir y desarrollar la grandeza de la propia originalidad y vocación.
Muchas veces pensamos que lo primero que mira Dios del hombre es su pecado o si cumplimos con reglas y mandamientos. Pero eso no tiene que ver con el Dios que anuncia Jesús.
Lo primero que brilla en los ojos de Dios es que somos sus hijos. Por eso, la invitación es a ser cada vez más libres y salir al encuentro de esos hermanos que, por algún motivo, no se sienten dignos. Y así seamos Iglesia.
Jesús mueve, con su gracia, el corazón del leproso.
El leproso no se queda en silencio, no usa ni se queda para él mismo la experiencia que tuvo con Jesús, sino que sale y lo anuncia. Y lo hace de tal manera que Jesús ya no podía entrar a las ciudades, sino que se tiene que quedar afuera.
Para finalizar, el Padre Sebastián nos recuerda que la obra de salvación de Jesús se lleva a cabo de dos maneras: con palabras y con obras. Por lo que Jesús dice y por lo que Jesús hace.
Lo que Jesús dice, lo confirma con lo que hace. Y al mismo tiempo, lo que Jesús hace lo ilumina con lo que dice.