Jesús nos fortalece con su paz

viernes, 14 de julio de 2023
image_pdfimage_print

14/07/2023 – En el Evangelio de hoy Mateo 10, 17-23, Jesús nos dice “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas”. Vayan a anunciar el nuevo mundo pero haganlo con amor y ternura. Pero, ¿cómo? ¿Dios nos manda a la boca del lobo? ¡No! Dios sabe que cada vez que superamos una situación difícil, una crisis, Él está a nuestro lado alentándonos y comunicándonos que podemos vencer. Las dificultades van a estar presentes, pero “ánimo” nos dice el Señor “yo estoy a tu lado”. Anímate a ir hacia adelante a pesar de las dificultades.

Jesús dijo a sus apóstoles: “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas. Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará. Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra, y si los persiguen en esta, huyan a una tercera. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del hombre.”

San Mateo 10,16-23

La vida cristiana es precisamente una lucha contra el mal

La vida de Jesús es una vida de lucha, Él ha venido a vencer las fuerzas del mal. Cada uno de nosotros llamados a ser testigos del evangelio, lo mismo. El demonio lo ha tentado muchas veces y él ha sentido en su vida sus ataques y fuerza. A nosotros nos pasa lo mismo, y aparece molestando y dañando para quitarnos del camino de Dios: no quiere que seamos discípulos, ni la unidad entre nosotros. La fuerza del mal ataca la memoria de las gracias recibidas de Dios y rompe la unidad. Allí donde hay desunión y desencuentro entre nosotros podemos decir que hay presencia de la fuerza del mal que atenta contra la unidad econ la que Dios nos quiere.

El espíritu del mal tiene instinto asesino. Así pasó con Jesús, incitando también a sus discípulos, conduciéndolo por todas las vías a la muerte. Es en la entrega de la vida por todos nosotros como el Señor, al final, vence. La acción de mayor incidia maléfica del mal es con la muerte, haciéndonos creer existencialmente que ya no hay nada, ni nada tiene sentido porque la muerte gana definitivamente. El Señor quiere liberarnos de esas fuerzas de vacío, sin sentido y de mal con la que el incidioso mal espíritu busca como león rugiente devorarnos. Cuando lo denunciamos y lo ponemos en la luz, el mal espíritu no lo soporta porque es el padre de las tinieblas que ha elegido confundirnos tras el discurso de la idolatría del dinero para sacarnos de la confianza del Dios providente.

Si uno quiere saber si es Dios el que está obrando en el corazón lo reconoce por los frutos de paz interior, entusiasmo y paz. En cambio el del espíritu del mal es tristeza, angustia, desesperación y vacío. La astucia a la que el Señor nos invita supone percibir quién está obrando y correr la presencia maligna del espíritu del mal de nosotros. Un nombre que la presencia del mal tiene en medio nuestro es el dinero, dice el Papa Francisco: “el estiércol del demonio es el dinero” cuando ocupa el centro del corazón y busca constituirse de seguridad y dios. También el consumismo, el zapping en las relaciones que supone no profundizar en nada, indicó el Papa Francisco. Es bueno ir identificando estos demonios para caminar en libertad.

Paz en el combate

Uno de los aspectos dominantes del combate espiritual es la lucha en el plano de los pensamientos. Luchar significa a menudo oponer, a los pensamientos que provienen de nuestro propio espíritu del ambiente que nos rodea, o aún, a veces, del enemigo y que nos llevan a la confusión, al temor, al desaliento, otros pensamientos que puedan reconfortarnos y restablecernos en la paz. Frente a este combate, “feliz el hombre que con tales flechas ha llenado su aljaba” (Salmo 127,5), con esas flechas que son los buenos pensamientos, es decir, con esas convicciones sólidas basadas en la fe, que nutren la inteligencia y fortifican el corazón en el momento de la prueba.

Entre estas flechas en la mano del guerrero, una de las afirmaciones de la fe que debe vivir siempre dentro de nosotros es que todas las razones que tenemos para perder la paz son malas razones.

Esta convicción no puede fundamentarse sobre consideraciones humanas. No puede ser más que una certidumbre de la fe, fundada sobre la Palabra de Dios. Jesús nos ha dicho que ella no descansa sobre las razones del mundo: “Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes ni angustia ni miedo…” (Jn 14,27).

Si buscamos la paz como la da el mundo, si esperamos nuestra paz de las razones del mundo, de los motivos que, según la mentalidad del ambiente que nos rodea, necesitamos para estar en paz, es seguro que no estaremos jamás en paz, o que ésta será extremadamente frágil y de corta duración.

Para nosotros creyentes, la razón esencial en virtud de la cual podemos estar siempre en paz no proviene del mundo. “Mi realeza no procede de este mundo” (Jn 18,36). Nace de la confianza en la Palabra de Jesús.

Cuando el Señor afirma que nos deja la paz, que nos da su paz, esta palabra tiene la misma fuerza creadora que la que hizo surgir de la nada el cielo y la tierra, el mismo peso que la palabra que calmó la tempestad, la que curó a los enfermos y resucitó a los muertos. Porque Jesús nos dice, y dos veces seguidas, que nos da su paz, creemos que esta paz nunca nos es quitada. “Porque Dios no se arrepiente de su llamado ni de sus dones” (Rm 11,29). Somos nosotros quienes no sabemos siempre acogerlos ni conservarlos. Porque, muy a menudo, nos falta la fe…

“Les he hablado de estas cosas para que tengan paz en mí. Ustedes encontrarán la persecución en el mundo. Pero, ánimo. Yo he vencido al mundo” (jn 16,33). Siempre podemos permanecer en paz en Jesús, porque Él ha vencido al mundo, porque ha resucitado de entre los muertos. Por su muerte ha vencido a la muerte, ha anulado la sentencia de condena que pesaba sobre nosotros. Ha manifestado la benevolencia de Dios para con nosotros. Y, “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?… ¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Rm 8,31-35).

La tentación tiene 3 características que debemos conocer:

1º Para alejarnos comienza a incidir y va creciendo. 2º Su presencia de acción destructora es contagiosa 3º Hacia el final justifica sus acciones para permanecer escondido y obrar en las sombras. Cuando lo sacamos a la luz, se va porque no soporta ser descubierto.

La primer tentación que recibió Jesús es el de la seducción: “sube a la cima del cerro……” Siempre muestra sus uñas cuando por este camino intenta sobreelevarnos en nuestra condición. Lo mismo que pasó con Adán y Eva. Jesús nos muestra una vez más que Él ha venido para liberarnos de la fuerza de la tentación y para ellos nos regala su presencia cercana y sencilla.

“Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas” dice Jesús. Hay una presencia instigadora que busca terminar con nosotros y la vida de Dios en nuestras vidas. Hay que seguir velando e irle poniendo rostro, porque cuando rechazamos una acción del mal vuelve y acompañado de otros.

Vivir en Dios para desde Él vencer al mal

Esta presencia del Señor Buen Pastor caminando en medio de nosotros invitándonos a seguirlo con un corazón discipular nos alienta a afrontar las decisiones con determinación. Sólo descubriendo esta presencia del amor de Dios Pastor podemos obrar con decisión frente al mal que busca interrumpir la vida de Dios en medio nuestro. Sólo desde Dios podemos descubrir al mal. Por lo tanto es importante vivir en Dios. Necesitamos salir de la ingenuidad, prestar atención y estar alertas. El vínculo con el Señor ha de ser el sutrato de todo tu camino, bajo su guía cercana y cariñosa. Por delante aparecen los desafíos de dar testimonio de Jesús: por un lado nos dice “echen fuera a los lobos” la angustia, el sinsentido y el espíritu de muerte con la que las fuerzas del mal buscan opacarnos, pero por otra parte en el camino van a encontrar cientos de escenarios para dar testimonios de Jesús. ¿Pero cómo si no puedo ni conmigo mismo?

Los momentos duros y difíciles de la vida están llamados a sostenerse en pensamientos sólidos desde el alma, dejando que arraiguen en lo más hondo de nuestro sentir las grandes verdades inamovibles. Saberse acompañados y sostenidos en todo momento por un Dios que es amor y que cuida de nosotros. Así cuando venga la tormenta, quien construyó su casa en roca sólida la casa no cae.

El Señor nos invita a crecer y para eso hay que darse tiempo para pensar, para ponderar, para dejar fuera lo que nos hace frágiles y fortalecernos. Es muy importante tener espacios de silencio, de verdad consigo mismo y los desafíos que se presentan, sumar y restar y quedarse con lo bueno. No hacemos discernimiento sobre ideas y posibles situaciones, sino sobre la realidad, y una vez elegido luego discernir sobre lo elegido para aprender y quedarse con lo bueno y dejar de lado donde hemos caído.
Lo más importante es descubrir que el Señor viene con nosotros desde dentro, y el mal viene de afuera.