Jesús nos invita a entregarnos

martes, 23 de noviembre de 2010
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”Como la gente seguía escuchando, añadió una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a otro. El les dijo: "Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida. Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno, diciéndoles: ‘Háganlas producir hasta que yo vuelva’. Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: ‘No queremos que este sea nuestro rey’. Al regresar, investido de la dignidad real, hizo llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y le dijo: ‘Señor, tus cien monedas de plata han producido diez veces más’. ‘Está bien, buen servidor, le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez ciudades’. Llegó el segundo y le dijo: ‘Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco veces más’. A él también le dijo: ‘Tú estarás al frente de cinco ciudades’. Llegó el otro y le dijo: ‘Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo. Porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no has depositado y cosechar lo que no has sembrado’. El le respondió: ‘Yo te juzgo por tus propias palabras, mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigentes, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no sembré, ¿por qué no entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con intereses’. Y dijo a los que estaban allí: ‘Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene diez veces más’. ‘¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!’. Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene. En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia". Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén.
Lucas 19,11-28.

Llamados a ser plenos

Nosotros tenemos, en la connaturalidad de nuestro ser, una profunda motivación que hay que descubrir, que es la invitación a realizarnos. En nuestro ser está este sello de llamado entrañable a autorealizarnos, a ser plenos en nuestro ser personal. Todo ser humano está constituido desde su concepción con rasgos y características determinadas, que configuran una forma de ser única, particular; incluye diversas riquezas y talentos que nos abren un espectro de posibilidades a través de las cuales -según la vida se nos va presentando y las opciones que vamos haciendo- esas potencialidades se pueden ir actualizando e ir sumando, para la llamada entrañable a la plenitud y la felicidad.
Queremos encontrarnos con lo que verdaderamente nos hace felices, para reconocer los dones que Dios puso en nuestro corazón, y cómo Él los quiere ver reflejados, para su gloria y bien de nuestros hermanos.
¿Cómo identificar lo más bello que hay en mí, como presencia de Dios que con un sello marcó mi ser personal, donde Dios me invita a gozarme en Él, desde el servicio, la entrega, el amor, y poner este don al servicio de los demás, para gloria suya? No estamos muy acostumbrados a este ejercicio, tal vez por un mal concepto de la humildad o de la mesura.
Con mesura, con sencillez, con verdad, te invito a hacer un acto de reconocimiento de lo bueno que Dios puso en tu corazón, para gloria suya y para bien de nuestros hermanos.

El reconocimiento de nosotros mismos

Queremos ir por el camino de aprender a conocernos a nosotros mismos, con sencillez, humildad, para gloria suya y para bien de los demás. Y a partir de allí, en ofrenda de vida, ver multiplicar los dones que Dios nos ha regalado y en Él saber que somos contenidos en una felicidad inmensa.
Cuando uno tiene mucho multiplicado dentro suyo, no sabe dónde ponerlo. Por ejemplo, cuando uno siente mucho gozo y felicidad… ¿dónde se pone tanto gozo y felicidad? Solamente se lo puede poner en las manos de Quien contiene y da la bienvenida a todo el gozo que hay en nosotros.
A todos los talentos que Dios nos ha puesto en el corazón, como son muchos, de peso, significativos, no es posible que sean contenidos y soportados por nuestra frágil naturaleza humana. Y ahí es donde somos invitados a la comunión profunda con el Dios vivo. Él sí sostiene recreando. Y nos puede dar la gracia de estar rehaciéndonos permanentemente. Pero antes hay que hacer un acto de reconocimiento de lo que Dios puso en nuestro corazón. Debemos conocernos, en nuestra verdadera identidad, conocer el misterio de lo que yo soy. ¿Cómo conquistar lo que yo soy? Como personas solo podemos avanzar hacia la plena realización si vemos claro el horizonte hacia el cual tiende el camino que vamos recorriendo, si el objetivo es claro. Pero el objetivo está plantado en las raíces mismas de nuestro ser. Como el árbol: cuando uno ve una pequeña plantita, uno puede decir “esto es un durazno que va a dar mucho fruto”. Es una pequeña plantita, pero su identidad apunta a aquello que está llamado a ser. Cuando nosotros reconocemos los dones que Dios nos dio, no sólo es para gozarnos en Dios, sino para entender que el gozo se hace más pleno cuando con mucha caridad ponemos lo que somos al servicio de los demás y para gloria suya. Porque solamente allí puede ser contenido lo que Dios nos ha dado. En el fondo, el que mucho tiene, sostiene su tener y su poseer en riquezas de todo tipo (espirituales, materiales, vinculares, de talentos, de dones), cuando lo pone en Dios, cuando lo entrega a Dios. Lo no entregado, lo no ofrecido, lo guardado, como el hombre que aparece al final del texto de hoy, se pudre, se pierde.

Este es el problema que tiene la sociedad contemporánea: la dificultad de vivir en equilibrio está dado por la incapacidad de circulación de los bienes que le corresponde al conjunto de la sociedad. En algún lugar los bienes están acumulados. Lo mismos pasa en la vida del espíritu. La riqueza que la Iglesia tiene, que es Jesús mismo, solamente crece y aumenta cuando lo compartimos. Y cuando no, la sociedad se ve privada del encuentro con el que le da sentido al todo del ser hombre y del ser mujer. Jesús es la plenitud de humanidad, como propuesta de plenitud integradora e integral de humanidad, entendida en todas sus posibilidades de ser y de llegar a ser: a esto nos invita hoy el Evangelio. No sólo a reconocernos, sino a ofrendarnos y entregarnos, a hacer de lo que tenemos, entrega y ofrenda, sabiendo que en Dios, lejos de perderse, se multiplica. Nada de lo que tenemos, si lo sabemos entregar, se pierde. En Dios no se pierde. Al que da un poco, Dios le devuelve el ciento por uno. En lo que quieras pensar, en lo que te imagines de riqueza que hay en vos. No es guardándose. Es dando, con mesura y generosidad. Mesura en cuanto aprendiendo a ir dando. Generosidad en cuanto a darlo todo en cada acto de amor y de entrega. Si actuamos así, nos parecemos mucho a Él. Y en ese parecernos, somos plenamente felices.

El conocimiento para la ofrenda

El reconocimiento que hacemos de nuestros dones es simple y sencillamente para ofrecerlos. Y cuando los ofrecemos, no los perdemos. En la lógica divina, lo que se pierde, se multiplica. Dividir, en Dios, es multiplicar. Y el que quiere sumar acumulando, resta. Dios nos invita a entrar en una lógica distinta a la que nosotros nos movemos en la vida. Dios nos invita a no especular; a creer y a confiar. Entregarnos y ofrecernos. Allí es donde se ve plasmado el plan de Dios: en vernos compartiendo y siendo para el otro. Y dejando que el otro sea para mí. En este intercambio de bienes es donde se funda la primera comunidad cristiana en el signo del amor; había un comunicar las riquezas y eso hacía de lo compartido, un anticipo del Cielo. Y esto es lo que atrae, convoca, llama.
En el mundo capitalista, sólo disfrutará de los bienes el que menos tiene cuando se produzca un desborde de riqueza. Es como un vaso: yo lo lleno y cuando cae el agua, sólo ese sobrante que cae, es para que lo disfruten los que menos tienen. Pero esa no es la lógica del Evangelio. Allí se habla de compartir la riqueza y entregarse, lo que somos y lo que tenemos, entregarlo a Dios y a lo demás. Sabiendo que todo lo que entregamos, lejos de perderse, se multiplica. A esto nos invita Jesús hoy en el Evangelio, a una nueva lógica  de la construcción de nuestra sociedad que padece la inequidad y la injusticia, con brechas inmensas entre las posibilidades de unos y otros.
No solo pensá en qué es lo más bello que Dios te regaló, sino también cómo vas a ponerlo en juego a favor de los demás.

¿Cómo hacer la entrega de corazón?

¿Cómo al entregar lo que doy, me doy, me entrego? No sólo entrego cosas, sino que allí va todo mi ser. ¿Cómo hacerlo sin perderme ni diluirme en los demás, sin desparramarme entre tantos mientras me entrego? Acá está el llamado a la confianza y la centralidad, liberándonos de las omnipotencias, de los voluntarismos, de los falsos heroísmos, del creérnosla… La entrega tiene que ser de tal calidad, que mientras doy lo que soy, lo entrego en Él. No se trata solo de entregar el corazón, ni desparramarlo. Sino entregarlo en cada acto, con la centralidad en Jesús. Aquí es donde lo entregado no se pierde sino que se multiplica.
Dividir, en Dios, es multiplicar. Porque todo lo que soy y tengo no me pertenece, sino que le pertenece. Es como un acto de justicia, cuando damos, entregamos, ofrecemos, lo hacemos en la conciencia de que Él está recibiendo lo que soy y lo que doy, lo que tengo. Lo que ofrezco, lejos de vaciarme, cuando lo hago en Dios, me plenifica.

Es muy saludable al comienzo del día, a la mañana. al iniciar nuestra rutina, entregar la vida a Él. Es un modo muy sano de orar: orar la entrega. Rezar la ofrenda. Rezar el darme. Es muy sano sobre todo cuando me cuesta en algún punto entregar, cuando hay algo que siento que lo estoy reteniendo. Porque aquello que guardo para mí, termina por pudrirse. No sirve lo guardado, lo escondido, lo clausurado, lo no entregado.
En Jesús vemos que toda su vida fue ofrenda. Y al final, en un acto de profunda entrega, muere en la cruz. En la humillación de su muerte en la cruz hay escarnio, para quien no ve el corazón de Jesús. Sólo cuando el grano de trigo muere, hay mucho fruto. Todos nuestros actos están llamados a ser entregados al Señor.

Padre Javier Soteras