31/10/2024 – Jesús no evade el conflicto ni la muerte en Jerusalén, sino que camina hacia ella con un propósito claro. Así también nosotros estamos llamados a transformar nuestras ciudades en lugares de amor y esperanza.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le dijeron: “Vete de aquí, porque Herodes quiere matarte”.Él les contestó: “Vayan a decirle a ese zorro que seguiré expulsando demonios y haciendo curaciones hoy y mañana, y que al tercer día terminaré mi obra. Sin embargo, hoy, mañana y pasado mañana tengo que seguir mi camino, porque no conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén.¡Jerusalén, Jerusalén, que matas y apedreas a los profetas que Dios te envía! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, pero tú no has querido!Así pues, la casa de ustedes quedará abandonada. Yo les digo que no me volverán a ver hasta el día en que digan: ‘¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!’ ” Lc 13, 31-35
La invitación de los fariseos más que por resguardar la integridad de Jesús ante la amenaza de Herodes, parece ser un detener del carpintero de Galilea que ha venido a desafiar el orden establecido.Jerusalén, la ciudad santa se había convertido en sanguinaria para los profetas cuando debía ser una ciudad de acogida (como una gallina que junta a sus polluelos debajo de sus alas) y de salvación. Jesús es consciente de que está camino a una ciudad peligrosa, donde los poderes imperan para mantener el statu quo que él había combatido.
Esta Jerusalén contrasta con la Nueva Jerusalén del Apocalipsis de Juan. Es interesante el imaginario de los primeros cristianos que sueñan con una Jerusalén distinta. Porque la Nueva Jerusalén es una ¡ciudad sin templo!: “En ella no vi templo” (Ap 21:22). No se necesita un lugar específico donde habite Dios, ya que la ciudad toda está llena de Dios.
Las ciudades de hoy, ¿son espacios propicios para vivir la fraternidad y la solidaridad? ¿O siguen siendo como la Jerusalén que mata a sus profetas (v. 34)? Cualquiera que conozca los grandes centros urbanos que tenemos hoy, sabe del caos que implica vivir y convivir en las urbes: ciudades que han venido creciendo improvisadas y sin planificación, barrios periféricos sin acceso a servicios básicos, carencias de centros educativos y de salud, etc. Pero por sobre todo son espacios donde las buenas relaciones son imposibles: vecinos que no se conocen ni se saludan, el ruido incesante, la violencia de las calles, la apatía, la mendicidad, la competitividad por espacios laborales y de hábitat, en fin, un toju waboju (Gn 1:2), expresión hebrea que se puede traducir como ¡desorden total, caos!
Más es necesario repensar nuestras ciudades como lugares para la salvación y la buena convivencia en las que el Espíritu revolotee anunciando la vida de Dios, en medio de las ciudades de muerte y violencia. Jesús no huye de Jerusalén; la enfrenta y va camino hacia ella, seguro de que su misión también incluye estos espacios de perdición y violencia, que con posteridad se transformarán en espacios de salvación universal.
Que este Dios amoroso de la vida nos dé la fuerza necesaria para actuar en todos los espacios construyendo puentes de diálogo y encuentro con el prójimo.
Nosotros y nosotras también debemos encaminarnos hacia nuestra misión ahí donde habitamos, las ciudades. Ahí es donde debemos trabajar para hacer posible los planes de Dios frente a quienes planifican la muerte y la destrucción de los profetas y las profetisas, porque sus voces y resistencias incomodan y son inconvenientes cuando dominan los sistemas de muerte que tan fácilmente se instalan en nuestras urbes.
Uno de esos sistemas es de orden económico, el capital es el “becerro de oro” de hoy. El sistema capitalista y salvaje organiza quiénes están dentro y quienes están fuera de él. Los y las que estamos adentro somos quienes dinamizamos la economía a través del “yo consumo, luego existo” (antes era “yo pienso, luego existo”), mientras que quienes no cuentan con los recursos necesarios para consumir ¡no existen para el sistema! En las ciudades esta realidad es cotidiana y por lo tanto exige una respuesta cristiana.
Ahí está nuestra misión cristiana de promover y anunciar el “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (v. 35), porque nos trae la salvación y nosotros y nosotras debemos promover esa venida salvadora, también a nuestras ciudades y urbes que necesitan tanto ver esta utopía, ¡una ciudad habitada por Dios!Debemos seguir adelante con nuestra misión salvadora, “hoy y mañana y pasado mañana” (vv. 32-33), y hago mías las palabras que el texto le hace decir a Jesús dos veces justamente para remarcar la importancia de la misión en todo tiempo y con el mismo espíritu de Jesús.
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