Jesús nos llama a ser servidores

jueves, 27 de mayo de 2010
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 “Mientras iban de camino para subir a Jerusalén, Jesús se adelantaba a sus discípulos; ellos estaban asombrados y los que lo seguían tenían miedo. Entonces reunió nuevamente a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: "Ahora subimos a Jerusalén; allí el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos: ellos se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán. Y tres días después, resucitará". Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir". El les respondió: "¿Qué quieren que haga por ustedes?". Ellos le dijeron: "Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria". Jesús les dijo: "No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?". "Podemos", le respondieron. Entonces Jesús agregó: "Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados". Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".
Marcos 10,32-45

    El Señor, al igual que lo hacía con sus discípulos, nos va enseñando también a nosotros a caminar con una nueva fisonomía en la cual debemos ser alcanzados: tenemos que hacernos parte de la fisonomía del Señor. La vocación profunda que Dios nos ha dado a los humanos es la fe, esa realidad del mundo sobrenatural a la que está llamado el hombre. Y ese llamado debe ser escuchado en la libertad de los corazones, que deben ser abrazados por ese llamado. Así se construye la Iglesia del Señor. No sólo estamos hechos para nosotros mismos; tampoco solamente para las relaciones sociales, sino que sobrenaturalmente la fe es un llamado a que todo este impulso natural esté plasmado por Dios e impulsado hacia un sentido trascendente. De tal modo que lo que vivamos, lo vivamos desde un ser, desde una identidad, desde lo que somos y no desde lo que hacemos. La propuesta del Evangelio no es lo que debemos hacer, sino aquello desde donde hemos sido alcanzados. Ser alcanzados por Jesús servidor. Yo debo ser alcanzado por Jesús servidor. El hacer del cristiano debe ser la expresión de una identidad. La identidad es algo en lo que uno es atrapado, seducido, como lo expresa el profeta Jeremías: Tú me sedujiste y yo me dejé seducir. Ser alcanzado significa que yo permito a Aquél que puede darme forma, que me la dé; que Aquél que me llama, pueda entrar en mi corazón; Aquél que en el Apocalipsis me dice bellamente estoy en la puerta y llamo, si alguno me abre, entraré y cenarmos juntos.
    Me impresiona mucho el respeto con el que el Señor me llama y me propone; ese respeto profundo de la persona, que implica todo un modo de proceder y de actuar en nuestra vida, ya que debemos ser respetuosos y delicados con las personas, como el Señor lo es con nosotros. Aunque parezca a veces que Dios es violento para irrumpir en nuestra vida, como por ejemplo vemos sucedió en la vida de San Pablo, que pareciera que Dios se le impuso. Sin embargo esa imagen exterior, de quedar sin poder ver, es tal vez la necesidad que tenía Pablo de vivir algo más profundo.Aquel modo era el adecuado para Pablo, para encontrar el verdadero servicio en la vida. Todos debemos ser ganados para el servicio, seducidos, y debemos responder desde nuestra admiración por ser llamados y decir soy pobre, pero aquí estoy, Señor, envíame.
    El camino que Jesús va haciendo con sus discípulos es un camino de anuncio del Reino. Días atrás compartíamos el encuentro de Jesús con el joven rico: éste recibe el llamado pero no puede darle al Señor todo lo que Él le pide; el Señor le está pidiendo el corazón, pero él no se lo puede entregar porque tiene un apego desmedido, exagerado y tiene miedo de ese desprendimiento. El anuncio del Reino va sacudiendo el corazón desde lo más hondo, desde nuestros apegos y seguridades, apegados a cosas muy nuestras, muy temporales, muy del propio yo, y justamente el llamado desde la fe nos invita a encontrarnos con nuestros propios apegos, que incluso pueden ser cosas muy valiosas y buenas. No significa que debemos dejar de ser nosotros para seguirlo al Señor. Éste es el misterio profundo al que somos llamados: comprender que sólo en el encuentro con Jesús, diciendo sí al llamado de Jesús, nosotros podemos encontrarnos con nosotros mismos en nuestras verdaderas dimensiones. Nuestro corazón está lleno de necesidades y aspiraciones, por eso busca y busca, pero no se satisface a sí mismo, necesita del encuentro con el Señor. Por eso en los Evangelios tenemos tantos testimonios de lo que significa para las personas el encuentro con Jesús, y de lo que se sigue con aquel que no puede dejarse a sí mismo para seguir a Jesús.
    En el Evangelio, además, encontramos que se trata de un llamado, y que es Dios el que llama. Es un llamado de Dios. Insisto, es Dios el que llama. No se puede vivir la dimensión del Evangelio, del servicio y de la entrega de la vida si no se recibe el llamado. Nosotros podemos tener el sentido de la vida, pero nos quedamos en nuestro mundo, en nuestros límites. Ahora, si recibimos el llamado a la fe, cambian los parámetros, cambia la forma. Por eso el Evangelio es tan imponente. El encuentro con Jesús produce un cambio tan radical que uno queda como desorientado. Puede ser un impacto muy grande, pero a la hora de empezar a caminar, uno queda desorientado. Jesús advierte al que lo quiere seguir, que los pájaros tienen sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde apoyar la cabeza. Es decir, si uno lo quiere seguir, se tiene que desprender, despojar, vivir de una manera diferente a la que ha vivido hasta ahora. Así, el encuentro de los apóstoles con Jesús se va sucediendo de a poco; los discípulos van aprendiendo no sólo un mensaje sino también un testimonio tanto del propio Jesús como también de los encuentros y desencuentros que el Señor tiene con las personas con las que se va topando. Lo del joven rico fue algo que dejó pensando seriamente a los discípulos, porque va a arrancar esa expresión de Jesús de qué difícil es para un rico entrar en el Reino de los Cielos, es más fácil que un camello entre por el ojo de la aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos. Entonces los apóstoles le plantean: Señor, y nosotros que lo hemos dejado todo, qué?. Se asustan, les aflora el miedo frente a eso que aparentemente es tan exigente y que pide tanto.
¿Cuánto pide Dios? ¿Cuánto me pide el Señor? ¿Qué me pide Dios? ¿Qué es aquello a lo que Dios me llama y que me asusta, me da temor, me produce inseguridad? Y bueno, tal vez no nos damos cuenta pero nos atemorizamos cuando el Señor nos llama, y creo que es lo normal! No tenemos porque tener la capacidad suficiente ni de entender lo que Dios nos proponga ni de entregar lo que Dios nos pide. No es necesario que estemos capacitados. Es necesario que nos dispongamos a creer en Él y a dejarnos capacitar.
Esto es lo lindo de los apóstoles: reciben el llamado del Señor y aprenden del magisterio tangible y viviente del Señor. ¡Imaginemos lo que fue el lavado de los pies para los discípulos! El lavado era una costumbre, pero ¡que el Maestro les lavara los pies a los discípulos era algo muy significativo! Y en el Evangelio de hoy también nos dice el Señor: el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud. Así, el Señor va educando nuestro corazón mientras nos va haciendo el llamado y nos va dejando el testimonio viviente de su propia experiencia. Jesús es el servidor del Padre, es el que está al servicio de la voluntad del Padre. Nos hace un llamado fuerte en el Evangelio de hoy.
    Hay muchos textos de las Sagradas Escrituras que nos pueden ayudar. San Pablo por ejemplo dice, en cuanto a caridad fraterna, consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. el llamado al servicio tiene entonces una forma particular, propia, hay cualidades para desarrollar ese servicio. No es ser más que otro, estar en un lugar ocupando un espacio preponderante, sino que el llamado del Señor va pidiendo algo de uno; lo que el Señor va pidiendo parece que está más para adentro que para afuera. Hoy nos dice el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Esto desestabiliza todos nuestros conceptos, nuestros estilos.

    A mí me llama la atención que se haga la comparación de que ser servidor es como ser rey, es como reinar, pero con otro contenido, con otra forma interior. El Señor percibe en sus discípulos el espiritu de competencia, vanidad, celos, envidia, aspiraciones… Igual que nos pasa a nosotros… todos tenemos aspiraciones en la vida, a nadie le gusta que otro se le ponga encima, esas cosas a todos nos chocan mucho… Pero nosotros tenemos que mirar claramente al Maestro y escuchar cada vez más su llamado, impulsarnos a la contemplación más profunda de su ser íntimo y a la admiración de lo que se produce en su estilo.

Padre Mario Taborda