JESÚS NOS LLAMA A TODOS PARA ESTAR CERCA DE ÉL

miércoles, 25 de febrero de 2009
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Jesús subió al monte y llamó a los que él quiso, y se reunieron con él.  Así instituyó a los Doce (a los que llamó también apóstoles), para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, dándoles poder de expulsar los demonios.

Estos son los Doce:  Simón a quien puso el nombre de Pedro; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo, a quienes puso el sobrenombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el que después lo traicionó.

Marcos 3, 13 – 19

Comenzamos a incursionar en esta Palabra que nos regala la liturgia y empezamos con este cambio de escenario que ha habido en nuestra imaginación. Ayer nos quedamos a la orilla del mar, hoy es un paisaje de montañas: Jesús subió a la montaña.

Hoy la invitación es despertar nuestra imaginación e imaginarnos esa montaña donde Jesús sube. La podemos comparar a la de nuestra localidad. Algunos podemos imaginar y tener las sensaciones propias de alguna experiencia que ya hemos tenido de subir montañas.

Esto de saber que tenemos que tener un calzado específico, la ropa adecuada, saber que no tenemos que llevar cosas de más, que tenemos que ir observando los lugares, cuáles son los mejores lugares para ir subiendo, lugares donde parecería ser que antes no subieron otros, donde no están los senderos marcados…

Exige de nosotros preparación, exige seleccionar qué llevar, exige la atención de ver los caminos para no perder la meta de llegar arriba, y también, podemos ir viendo los cambios que se producen en la vegetación. Si esta montaña es lo suficientemente alta, la flora no es la misma en el pie del monte que cuando vamos subiendo, y después en la cúspide; las realidades nos van diciendo de los cambios climáticos: los vientos, esas otras formas de presencia que van emergiendo, el tipo de aves u otro tipo de animales que pueden vivir en las distintas zonas.

Ahí vamos con Jesús a la montaña. Hoy nos invita a dejar lo de todos los días, para subir a un lugar alto, esos lugares que siempre en la tradición han sido lugares de espiritualidad, lugares de encuentro con Dios. Dejar lo cotidiano para ascender, y ahí solo, cada uno frente a la inmensidad, con esta inmensidad reflejo de la presencia de Dios, y tener un encuentro profundo con Él: Dios y nosotros en lo alto, ascendiendo… 

Entonces, la primera invitación es ésta: ascender a mirar las cosas de todos los días desde esta altura, la altura de Dios; imaginándonos este contexto, este paisaje de fe que el Señor nos invita a compartir con Él.

Y mientras tengamos interiormente esta experiencia de ir subiendo, sentir que nuestro cuerpo va como subiendo y va ascendiendo la capacidad que ya hemos tenido de estar en forma, de haber hecho la gimnasia suficiente de ir sintiendo el cansancio propio de los que quieren alcanzar esa meta. Quien no tiene esa preparación. sabe que le va a costar más. Con todo esto que implica subir a la montaña, nos tomamos de las manos de Jesús y empezamos a subir.

Aquí, podemos llegar a una buena noticia después de todas las lecturas de esta semana: todo lugar es lugar para encontrarse con Dios: una casa de familia como en el caso de la casa de Pedro, un espacio sagrado -como la sinagoga, un templo, una capillita-, un poblado, un campo cultivado, el lago, un río, la montaña…. A Dios lo podés encontrar y hacer experiencia de Él en el espacio geográfico en el que en este momento estás. ¡Qué lindo! ¡Qué buena noticia!. Dios no está lejos, está ahí, en la geografía que en este tiempo estás pisando, ahí aparece.

Y seguimos avanzando: Jesús subió a la montaña y me imagino -no sé por qué- que al llegar se sentó. El texto no lo dice, me lo imagino así, como estas montañas de Córdoba, encontró una piedrita y se sentó. Ahí está, como mirando hacia abajo, como mirando todo. La mirada de Dios tiene la perspectiva del que vuela, del que está arriba, del que está en lo alto, ahí sentado mirando.

Muchas imágenes religiosas de pintores que se lo imaginaron y lo pudieron expresar a través de su arte, lo muestran así: un Jesús que mira. El texto nos invita a profundizar esta acción de Jesús: Él llamó a su lado a los que quiso, porque la primera conclusión del texto es que subió solo: no había fariseos, no había amigos, subió él solo.  Esta acción, esta experiencia de ascender, de ir al encuentro con Dios, la asume él primero y desde ahí, está llamando: “vengan, hagan conmigo esta experiencia”.

Un Dios que llama, un Dios que invita, un Dios que habla; y este llamado es muy específico, es para estar a su lado, a buscar otra piedrita cerca de donde está Él y sentarse a su lado. Y una condición: Él llamó a su lado a los que quiso.¿Qué interpretación le podemos dar a esto de que Él llamó a su lado a los que Él quiso?.

Ahí aparece la duda: cuando el texto dice “llamó a los que quiso” surge dentro de mí y puede haber surgido dentro de tantos de los que estamos escuchando y reflexionando la Palabra: ¿seré yo uno de estos a los que Él quiso?

Habitualmente nos ponemos fuera o tenemos terror, o nos quedamos calladitos hechos un ovillo tipo polizones de pasar la prueba -aunque Él nos quiera y yo no- y quiero entonces meterme ahí y que no se note mi presencia. ¿A quién quiso Jesús llamar a su lado? ¿Por qué brotan en nosotros estos sentimientos de “persecuta” o de perseguidos e imaginamos que estamos fuera de los que Él quiso a su lado? o que -si se da realmente cuenta de quiénes somos- nos manda para abajo, de vuelta. 

Me imagino que es así: que a veces nosotros, a alguna frase del texto evangélico le incorporamos nuestra perspectiva o nuestra mirada “cómo haríamos nosotros en ese lugar”. Y la propuesta es: Dios -que nos está hablando desde este texto- nos dice cómo obra Él, no como obraría yo.

Como nosotros somos medio mezquinos, que es parte también de este espíritu impuro que tenemos -no propio de los hijos de un Dios que hace llover sobre buenos y malos, que hace salir el sol sobre todos, que llamó a su lado a todo el mundo y que digita toda la geografía-, hubiéramos dicho: a éste no lo hubiera llamado, a este otro no, cómo va a ponerme al lado de tal. Nosotros somos selectivos.

Y a veces, si la imagen de Dios que tenemos es un Yo -un cada uno de nosotros como más grande-, entonces decimos: si yo soy selectivo, Dios es selectivo.

Pero el proceso es leer la Palabra y ver cómo revela Dios su presencia, su acción, su espiritualidad, su vida, y nosotros ir acercándonos a Él, que no es haciendo un Dios a nuestra semejanza sino nosotros hacernos semejantes a Dios.

Entonces, desde la perspectiva de otros textos bíblicos, de las lecturas anteriores de este mismo Evangelio, decimos que Jesús es un Dios magnánimo: cuando llamó a los que Él quiso, tenemos que decir que Él quiso llamar a todos.

Cuando se afirma “Él quiso”, no sé si es parcializando a algunos o llamando a la totalidad: “VENGAN Y COMAN TODOS DE ESTE PAN. VENGAN Y BEBAN TODOS DE ESTE CÁLIZ”. Las invitaciones de Jesús siempre son totales, siempre son a todos, nadie queda afuera. Él quiso llamar a todos porque quiso a todos, nos quiere a su lado a todos.

Es como Él mismo dice en este Evangelio más adelante: como la gallina que quiso recoger a todos sus polluelos y tenerlos bajo sus alas. Así es, Él quiso llamar a todos cerca de Él, en la montaña santa, santa porque estaba Él.

Dios nos quiere llamar a todos. Podremos poner a la luz estos miedos: de quedar afuera de la lista, o estas tensiones nuestras de empezar a señalar quiénes definitivamente tendrían que estar fuera de la lista de Jesús. Imaginemos que en esta montaña estamos todos y pasemos por nuestra imaginación a todos: vivos y difuntos, con los que queremos y con los que tuvimos problemas, con el almacenero que te atendió mal y te fuiste re-enojada, con el taxista que no te quiso dar el vuelto o con el pasajero que te trató mal y dio un portazo.

Cada uno, desde el lugar que en la vida tiene, imagine el rostro de todas las personas que nos vengan a la memoria, con los que tuvimos problemas, con los que nos causaron daño, e imaginamos esto: que Jesús hoy en la montaña también los llama a ellos: Él quiere llamar a todos a su lado. Porque es la imagen del Padre misericordioso, de un Padre que creó todo, de un Padre que quiere que todo vuelva a Él.

Nos quedamos en esta imagen: largas listas de Jesús de gente que quiere que esté a su lado, haciendo esta experiencia de Dios; no sé como haremos para llegar todos a la cima y estar cerca de Él: subió a la montaña, llamó a su lado a los que quiso y -entre los que quiso- están todos, también estás vos, también estoy yo, también están las personas que no nos gustan.

Rezamos y nos animamos a subirnos al mismo colectivo todos, sin dejar a nadie en la calle, que no pase de largo, que vaya recorriendo nuestras ciudades este colectivo de Jesús y subiendo a todos para ir a la montaña de Dios.

Ahí está Jesús, que llamó a su lado a los que quiso, y nosotros celebramos y adoramos a Dios que quiso que todos estén a su lado. Ahora bien, frente a un Dios rico en generosidad y en misericordia que llama a todos, ¿la respuesta es de todos?.

Él quiso que todos estuvieran con Él, y ¿todos los que Él quiso que estuvieran con Él empezaron esta tarea no fácil de subir, de ir hacia Él, de dejar otras cosas -otras ocupaciones, cosas que nos pesan, cosas que nos retardan la subida, cosas que nos distraen para no escuchar el llamado, cosas que nos distraen para mirar a otra parte- para ir hacia Él?

Y es probable que podamos decir con pena: “y entre ellos no estaba yo, muchas veces puse excusas para empezar esta experiencia de ascender, de dejar lo de todos los días mi perspectiva para ir a sentarme junto a Jesús y con Él tener una mirada diversa del mundo.

Tantas veces parte de mí este impulso que tenemos de defender “mi” perspectiva y quedarme anclado en “mi” punto de vista, no querer mirar las cosas desde más arriba, desde más lejos, desde la perspectiva de Jesús, desde la perspectiva de aquellos que con Jesús están haciendo un camino espiritual.

Entonces, frente a un Dios misericordioso que celebramos y agradecemos, también tenemos que reconocer la terrible posibilidad de la libertad humana, de la posibilidad de no ir hacia Él. Pero nos pongamos en la experiencia de los que sí fueron hacia Él y pidamos tener la gracia de ir haciendo esta experiencia, de ir en ese grupo, y Dios -en su misericordia- quiere que ese grupo sea formado por todos los que estamos caminando, yendo hacia ese Jesús que ya está subido a la montaña con este deseo en su corazón de que todos estemos a su lado.

Están ahí todos: la multitud, esa misma multitud que contemplábamos días anteriores, que había visto su obra por la Galilea y lo seguía desde sus enfermedades y necesidades y otros que se fueron sumando porque habían escuchado de los beneficios que hacía Jesús. Desde las distintas localidades, poblados y provincias acudían, ahí estaban una mezcla de razas y situaciones.

De todos esos, Jesús instituyó a doce. Fíjense, cuando uno dice que está llamado, el llamado es para todos. Que esto nos quede claro, porque -aunque repetimos esta idea- cuando hablamos en la vida cotidiana, siempre nos referimos al llamado para un grupo selecto y de elegidos y no es así.

Hoy volvemos a celebrar la presencia y nuestra fe en un Dios que llama a todos y que deja en libertad de que sean los que quieran los que respondan. Dentro de ese grupo que responde -según dice el texto-  Jesús instituyó a doce, o sea llamó a doce para una tarea más institucional, específica, y a otros llamará para otras cosas. Y a lo largo de la historia, la institucionalidad de la Iglesia se irá manifestando en el ministerio que sea necesario expresar. La Iglesia irá organizando como Jesús fue organizando para una tarea específica.

Hablar de doce elegidos será reflejo de las doce tribus de Israel. Podemos ver acá que Jesús está haciendo como un paralelo con un nuevo pueblo. Así como las tribus de Israel eran doce -como los hijos de Jacob-, está diseñando este nuevo pueblo. Así, de esta experiencia de Dios allá en la montaña, no ya la experiencia solitaria de Moisés que recibe palabras sino una experiencia comunitaria de estar, Él junto con los que Él quiso que estén a su lado, quiere que vayan experimentando, previamente, aquello que les está por pedir; porque si tenemos que disfrutar y dar gracias a Dios es a su pedagogía.

Estos doce que instituyó son personas que ya han venido caminando con Jesús, ya saben de qué se trata, ya conocen el tema de su prédica, ya conocen los lugares por donde Él se mueve, ya saben las obras que realiza, y Jesús mismo les pidió unas tareas para que realicen, para que tengan una experiencia de enviados, de mediadores, de ministros. Éste es el Jesús que viene a orar y a los doce que Él instituye no les pide cosas sorpresivas, como que traía el as bajo la manga -como suele decirse- o como que tenía el cuchillo detrás del cinto. No es Jesús el que busca la sorpresa en eso, cuando Él te hace vivir experiencias de servicios y de retiros espirituales, ahí te está ofreciendo todo, y lo que después te pedirá vendrá dentro de esa línea.

Así como acomodar la barca para que pueda predicar, ubicar la gente para que pueda comer, ocuparse de ir a comprar cosas, de ir a preparar el salón para que cenemos juntos, a predicar las palabras de alegría y de satisfacción en otros lugares, ayudar a través de la dirección espiritual a que la gente se quite lo que la hace impura y que la aleja de Jesús, de lo que Dios soñó para ella, estas cosas que en la vida se nos fueron pegando, estas impurezas que no se notan pero que están.

Jesús llama y llama a doce, y los llama para realizar esta experiencia que ya previamente han tenido porque Él los fue preparando: es una tarea dentro de la tarea, dentro del llamado a todos. Este llamado a estos doce es para que tengan un servicio específico y siempre se relacionan con la totalidad. El servicio de los Apóstoles va en relación de aquellos que están cerca de Jesús, de aquellos que quieran acercarse a Él a través de distintas culturas y de los diversos tiempos, y lo hacen estableciendo una relación y un ministerio que facilita el encuentro. Entonces, tal como mediadores entre el deseo de la gente de ver a Jesús y el deseo de Jesús de ser encontrado por la gente en esta ministerialidad, tenemos que poner el nombre de estos doce.

Después, a lo largo de la historia, estos doce tuvieron un desarrollo específico, dogmático, litúrgico en el gobierno dentro de la Iglesia. Pero acá quedamos con lo embrionario, con el origen: un Dios que llama a todos y que -dentro de ese todo- elige a algunos, llama a algunos, instituye a algunos para que se pongan al servicio de la totalidad, de la experiencia religiosa de todos, para que sea posible, factible, fructífero, fecundo, este encuentro en la montaña de Dios, con la persona de Jesús.

Celebramos a todas las personas llamadas, celebramos nuestro propio llamado y celebramos las personas instituidas en este Ministerio de los doce que hemos conocido y que, de alguna manera, han servido como mediadores para nuestro encuentro con Jesús.

Ahí está Jesús en lo alto, debemos dejar cosas para poder subir. Me trae a la memoria una historia que se atribuye a Santa Teresa: cuando después de una experiencia una mujer, extasiada por lo que había escuchado, le pregunta a  Santa Teresa cuánto le faltaba para llegar a esos grados de santidad propuestos en el servicio, la respuesta propia de Santa Teresa fue: “No hermana, cuánto nos falta no, cuánto nos sobra”. Encontrarse con Dios no es adquirir cosas sino que es dejar aquellas cosas a los que les damos el nombre de espíritus impuros, para poder encontrarnos en la sencillez de lo que Dios creó, como Dios nos creó, sin esos apegos que vamos adquiriendo a lo largo de la vida, por educación y experiencias.

Para poder encontrarnos con Él, para llegar a ser niños como se dice en otros contextos, debemos aprender cosas, dejar cosas, para que el encuentro con Dios sea posible desde la sencillez y desde la paz espiritual.

Por otro lado es Dios, es Jesús, quien empieza a dar nombres a este grupo que instituye como los doce y les da el nombre de APÓSTOLES, y nos volvemos a la imagen del Génesis: es Dios quien a la luz llama día y a la oscuridad llama noche, un Dios que le da al hombre la posibilidad de ir nombrando a los animales; entonces estamos en un proceso de Génesis, ahí los está gestando. El texto menciona que Jesús a esto que está instituyendo le pone el nombre de Apóstoles, y nos pone en esta sintonía bíblica: acá se está gestando algo nuevo, aquí está surgiendo una nueva realidad y, dentro de esta novedad, estamos nosotros implicados, porque estamos invitados a pertenecer, a incorporarnos.

¿Qué deriva de todo esto?: Nosotros tenemos 2.000 años de historia y sabemos en qué está derivando. Tenemos que decir: “yo me quiero sumar a este grupo que Jesús llamó a estar cerca de Él, y me encontraría también que soy parte de los doce que tienen esta misión especial, este ministerio específico de mediar entre la búsqueda de Dios por parte de la humanidad y el deseo de Dios de encontrarse con la humanidad, en esta ministerialidad del encuentro.

El texto de Marcos nos define qué significa este grupo al que Él llama Apóstoles. En el estilo de Marcos, lo que él llega a leer en el corazón de Jesús, ser apóstol significa estar con Él y ser enviados por Él. Les dio el nombre de Apóstoles para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar.

¡Qué bonito!: Jesús nos llama a todos para estar cerca de Él y -específicamente para estar cerca de Él- a este grupo instituido llamado de los doce, los refuerza. La primera actividad, el primer cometido, la primera misión de este grupo de doce es estar con Él.

Jesús no te llamó como mano de obra barata, te llamó para estar con Él cuando te instituye dentro de un ministerio de la Iglesia, ya sea el ministerio de la música, el ministerio de la sanación, el ministerio de la catequesis, el ministerio de la paternidad, tantos ministerios que se fueron creando y habrá que crear, el ministerio del profesor católico, el ministerio de la biblioteca, el ministerio de la amistad. El primer cometido de cualquier ministerio en clave cristiana es estar con Él.

Éste estar con Él, podemos decir también está nombrado como germen, como el génesis, como la semillita. A lo largo de la historia, se fue especificando y diversificando de acuerdo a las espiritualidades que fueron surgiendo como riqueza y presencia del espíritu en su Iglesia.

Estar con Él puede ser como los monjes a lo largo del día a través del rezo de los salmos, y se creó toda esta arquitectura de salmos que nos ayudan a ir santificando cada una de nuestras horas, y que la radio propone para todo el mundo, no sólo para los monjes sino para el pueblo cristiano. A través del rezo de los salmos, la radio en distintas horas del día, favorece el estar con Él. 

El estar con Él también lo logra la radio a través de la liturgia cotidiana, la eucaristía, la celebración de los sacramentos, la lectura de la Palabra, el rezo del rosario… El estar con Él puede ser la oración mental y la invocación al nombre de Jesús: esta oración a los Padres del desierto que rebrota siempre en nuevos contextos de urbanidad.

Estar con Él es este respirar el nombre de Jesús en el cual fuimos creados, salvados y somos santificados y que -como el ritmo de nuestra respiración- este “Jesús, hijo de Dios, ten misericordia de mí” vaya marchando al ritmo de nuestros encuentros, de nuestros pasos.

Este estar con Él en tu día ¿cómo se concreta? porque si bien hay diversidad de maneras, decimos que necesariamente se tienen que concretar en modos, estos tradicionales que vienen desde el origen de la Iglesia, de aquellos específicos que fueron marcando modalidades de las grandes espiritualidades de la Iglesia, enmarcando estilos de devoción, de oración mental, de lectura orante de la Palabra, de mirar imágenes, de iconografías. La diversidad es amplísima y quizás el espíritu pueda suscitar otras nuevas, pero lo que no tiene que faltar es que nuestro día esté marcado con éste “estar con Él” de manera concreta y con ritmos.

Las espiritualidades en general fueron como enriqueciendo y diciendo: hay un ritmo diario en el que quedamos muchos cristianos. “Yo rezo a la mañana, hago las bendiciones de la comida y cuando quiero rezar a la noche me duermo”,  es el reclamo de muchos cristianos. Están haciendo referencia, quizás y a veces, a vestigios de lo que en alguna época quiso ser esto de estar con Jesús, organizando el ritmo cotidiano, y también lo podemos organizar en un ritmo semanal, en un ritmo mensual, en un ritmo anual. La liturgia tiene organizado los ritmos propios del tiempo litúrgico: Adviento, Navidad, tiempo durante el año, Cuaresma, Pascua.

El ritmo existencial es alrededor de las fiestas de recuerdo: del bautismo, del cumpleaños, del aniversario de casados… Todas estas son como fechas y lugares que tienen que ir marcados por las prácticas que concretan en nosotros esta primera misión dada por Jesús: ESTAR CON ÉL.

¿Cuáles son las tuyas? ¿Cuáles son las de tu familia?, ¿Cómo asumen ustedes este mandato de Jesús, esta necesidad de Él?. Porque no solamente es estar con Él como posibilidad de que después sea efectivo el trabajo. Esto sería como tener una mirada muy pragmática del encuentro con Jesús, es como decir “voy a mi casa a comer para después tener fuerzas para trabajar”. No es así, Jesús te llama con Él porque le gusta estar con vos, le gusta que le cuentes tus cosas, se entretiene con tus dichos, te quiere consolar de las cosas que te entristecen, quiere compartir con vos las angustias.

Cuando Jesús te dice: “Mirá, la primera misión es que estés junto a Mí”, es porque Él mismo quiere hacer este ministerio del consuelo, de la ayuda y de la escucha; después te va a pedir –seguro- como en la Última Cena,  porque Él fue el primero en lavar los pies: “Hagan ustedes lo mismo”.

Jesús -porque te ama, porque quizás te llamó- quiere y te dice: “quédate conmigo, contame tus cosas, estate cerca, no te alejes, acá están mis manos, comeremos juntos, miremos juntos tu vida, disfrutemos de estar juntos la amistad, la intimidad, ya vendrá el trabajo o vendrán juntos.

Pero no olvidemos, la primera misión del llamado es ESTAR CON ÉL.