Jesús Salvador

miércoles, 26 de diciembre de 2012
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Buenos días oyentes de Radio María, en el año de la fe que con toda la Iglesia estamos transitando. Iniciamos la catequesis en este Despertar con María desde la ciudad de Buenos Aires.

 

La consigna de hoy es muy sencilla, vamos a irnos a Nazaret donde se nos revela el nombre de Jesús el Salvador, y te invitamos a que nos compartas alguna situación en tu propia vida donde hayas experimentado a Jesús como Salvador, es el título que le presenta el Ángel a María y es la experiencia vital que tenemos muchos de nosotros.

 

Estamos en Nazaret, en ese lugar central de nuestra historia y nos vamos directamente a la anunciación de María y nos dejamos guiar por el mismo Benedicto XVI en su tercer libro que se llama “La infancia de Jesús” que dice así:

 

«En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David: la virgen se llamaba María» (Lc 1,26s). El anuncio del nacimiento de Jesús está ante todo relacionado cronológicamente con la historia de Juan el Bautista mediante la indicación del tiempo transcurrido tras el mensaje del arcángel Gabriel a Zacarías, es decir, «en el sexto mes» del embarazo de Isabel. Pero ambos acontecimientos y ambas misiones quedan también enlazados en este pasaje por la información de que María e Isabel son parientes, y por tanto también lo son sus hijos.

            La visita de María a Isabel, que se produce como consecuencia del coloquio entre Gabriel y María (cf. Lc 1,36), lleva aún antes de su nacimiento a un encuentro entre Jesús y Juan en el Espíritu Santo, y en este encuentro queda clara al mismo tiempo la correlación de sus misiones: Jesús es el más joven, el que viene después. Pero es su cercanía lo que hace saltar a Juan en el seno materno y llena a Isabel del Espíritu Santo (cf. Lc 1,41). Así, en la narración de san Lucas sobre el anuncio y el nacimiento aparece ya de modo objetivo lo que el Bautista dirá en el Evangelio de Juan: «Éste es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”» (1,30).

 

Llama la atención en el libro de Benedicto con que insistencia muestra la relación entre Juan Bautista y Jesús, entre el anuncio a Zacarías y el anuncio a María, mostrando una importantísima vinculación porque entre Juan y Jesús no solo se da una relación de primos familiar sino que es el punto de encuentro entre el antiguo y el nuevo testamento, de las promesas del Señor y de su realización. Así como hay muchos elementos comunes, hay muchos elementos distintos, dice Benedicto que ya en Belén nos muestra el anticipo del grano de mostaza.

Es interesante rescatar la profundidad de esta relación entre Juan y Jesús, y cómo dentro de ellos se da lo nuevo dentro de una promesa de salvación.

 

Continuamos según el texto de Benedicto con lo que acontece en Nazaret.

 

En el saludo del ángel llama la atención el que no dirija a María el acostumbrado saludo judío, shalom —la paz esté contigo—, sino que use la fórmula griega cha?re, que se puede tranquilamente traducir por «ave, salve», como en la oración mariana de la Iglesia, compuesta con palabras tomadas de la narración de la anunciación (cf. Lc 1,28.42). Pero, en este punto, conviene comprender el verdadero significado de la palabra cha?re: ¡Alégrate! Con este saludo del ángel —podríamos decir— comienza en sentido propio el Nuevo Testamento.

            La misma palabra reaparece en la Noche Santa en labios del ángel, que dijo a los pastores: «Os anuncio una gran alegría» (cf. 2,10). Vuelve a aparecer en Juan con ocasión del encuentro con el Resucitado: «Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor» (20,20). En los discursos de despedida en Juan hay una teología de la alegría que ilumina, por decirlo así, la hondura de esta palabra: «Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría» (16,22).

                       

La alegría aparece en estos textos como el don propio del Espíritu Santo, como el verdadero don del Redentor. Así pues, en el saludo del ángel se oye el sonido de un acorde que seguirá resonando a través de todo el tiempo de la Iglesia y que, por lo que se refiere a su contenido, también se puede percibir en la palabra fundamental con la cual se designa todo el mensaje cristiano en su conjunto: el Evangelio, la Buena Nueva.

             

Tenemos que hacer propia esta alegría, es nuestra esencia. Pidámosle al Señor que podamos vivir  esa alegría.

 

 

 «Alégrate» —como hemos visto— es en primer lugar un saludo en griego, y así en esta palabra del ángel se abre también inmediatamente la puerta a los pueblos del mundo; hay una alusión a la universalidad del mensaje cristiano. Y, sin embargo, es al mismo tiempo también una palabra tomada del Antiguo Testamento, y por tanto está en plena continuidad con la historia bíblica de la salvación. Han sido sobre todo  Lyonnet y René Laurentin quienes han demostrado que, en el saludo del ángel Gabriel a María, se retoma y actualiza la profecía de Sofonías 3,14-17, que suena así: «Alégrate, hija de Sión, grita de gozo Israel… El Señor, tu Dios está en medio de ti.»

 

No es necesario entrar aquí en los pormenores de una confrontación textual entre el saludo del ángel a María y la promesa del profeta. El motivo esencial por el que la hija de Sión puede exultar se encuentra en la afirmación: «El Señor está en medio de ti»; literalmente traducido: «está en tu seno». Con esto, Sofonías retoma las palabras del Libro del Éxodo que describen la morada de Dios en el Arca de la Alianza como un estar «en el seno de Israel»  Precisamente esta expresión reaparece en el mensaje de Gabriel a María: «Concebirás en tu vientre» (Lc 1,31).

 

 Como quiera que se valoren los detalles de estos paralelismos, resulta evidente la cercanía interna de los dos mensajes. María aparece como la hija de Sión en persona. Las promesas referentes a Sión se cumplen en ella de forma inesperada. María se convierte en el Arca de la Alianza, el lugar de una auténtica inhabitación del Señor.

 

 «Alégrate, llena de gracia.» Es digno de reflexión un nuevo aspecto de este saludo, cha?re: la conexión entre la alegría y la gracia. En griego, las dos palabras, alegría y gracia (chará y cháris), se forman a partir de la misma raíz. Alegría y gracia van juntas.

             

 Cuando estoy con la presencia de Dios en el corazón, tengo paz, gracia y alegría.  Este tiempo de preparar nuestro propio corazón, esa posibilidad de vivir la gracia que nos alegra el corazón.

Es importante que Jesús no sea una idea para nosotros sino un compañero en nuestra vida.

 

Seguimos con el libro de Benedicto XVI que nos ayuda a penetrar en la infancia de Jesús

 

Ocupémonos .ahora del contenido de la promesa. María dará a luz un niño, a quien el ángel atribuye los títulos de «Hijo del Altísimo» e «Hijo de Dios». Se promete además que Dios, el Señor, le dará el trono de David, su Padre. Reinará por siempre en la casa de Jacob y su reino (su señorío) no tendrá fin. Se añade después un grupo de promesas relacionadas con el modo de la concepción. «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios» (Lc 1,35).

 

 Comencemos con esta última promesa. Por su lenguaje, pertenece a la teología del templo y de la presencia de Dios en el santuario. La nube sagrada  es un signo visible de la presencia de Dios. Muestra y a la vez oculta su morar en su casa. La nube que proyecta su sombra sobre los hombres retorna después en el relato de la transfiguración del Señor (cf. Lc 9,34; Mc 9,7). Es signo nuevamente de la presencia de Dios, del manifestarse de Dios en lo escondido. Así, con la palabra acerca de la sombra que desciende con el Espíritu Santo se reanuda la teología referente a Sión que se encuentra en el saludo. Una vez más, María aparece como la tienda viva de Dios, en la que él quiere habitar de un modo nuevo en medio de los hombres.

 

 Al mismo tiempo, en el conjunto de estas palabras del anuncio se puede percibir una alusión al misterio del Dios trinitario. Actúa Dios Padre, que había prometido estabilidad al trono de David, y ahora establece el heredero cuyo reino no tendrá fin.

 

Las palabras del ángel permanecen totalmente en la concepción religiosa del Antiguo Testamento y, no obstante, la superan. A partir de la nueva situación reciben un nuevo realismo, una densidad y una fuerza antes inimaginable. Todavía no ha sido objeto de reflexión el misterio trinitario, no se ha desarrollado aún hasta llegar a la doctrina definitiva. Aparece por sí mismo gracias al modo de obrar de Dios prefigurado en el Antiguo Testamento; aparece en el acontecimiento sin llegar a ser doctrina. De igual modo, tampoco el concepto del ser Hijo, propio del Niño, se profundiza y desarrolla hasta la dimensión metafísica. Así, todo se mantiene en el ámbito de la concepción religiosa judía. Y, sin embargo, las mismas palabras antiguas, a causa del acontecimiento nuevo que expresan e interpretan, están nuevamente en camino, van más allá de sí mismas. Precisamente en su simplicidad reciben una nueva grandeza casi desconcertante, pero que se desarrollará en el camino de Jesús y en el camino de los creyentes.

Benedicto nos quiere decir que en el acontecimiento de Nazaret está el misterio de salvación, está eso que Dios tiene para contarnos, el misterio de ser palabra, eso que no hubiésemos nunca conocido ni entendido. Aquí están las primicias de la revelación.

 

También en este contexto se coloca el nombre «Jesús», que el ángel atribuye al niño, tanto en Lucas (1,31) como en Mateo (1,21). El nombre de Jesús contiene de manera escondida el tetragrama1, el nombre misterioso del Horeb, ampliado hasta la afirmación: Dios salva. El nombre del Sinaí, que había quedado como quien dice incompleto, es pronunciado hasta el fondo. El Dios que es, es el Dios presente y salvador. La revelación del nombre de Dios, iniciada en la zarza ardiente, es llevada a su cumplimento en Jesús.

             

 La salvación que trae el niño prometido se manifiesta en la instauración definitiva del reino de David. En efecto, al reino davídico se le había prometido una duración permanente: «Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre» (2 S 7,16), había anunciado Natán por encargo de Dios mismo.

 

 En el Salmo 89 se refleja de una manera impresionante la contradicción entre el carácter definitivo de la promesa y la caída de hecho del reino davídico: «Le daré una posteridad perpetua y un trono duradero como el cielo. Si sus hijos abandonan mi ley… castigaré con la vara sus pecados… pero no les retiraré mi favor ni desmentiré mi fidelidad».

 

Jesús es la manifestación de la fidelidad de Dios.

El amor de Dios nos transforma, habita en nuestros corazones y nos permite amar. Somos salvados en el amor de Cristo y somos salvados porque amamos.

 

En el umbral del pesebre empiezan a aparecer las palabras amor, alegría, salvación, en las puertas de la Navidad.

 

Nos detenemos ahora en cuál es la respuesta de María, según Benedicto.

 

La respuesta de María, a la que ahora llegamos, se desarrolla en tres fases. Ante el saludo del ángel, primero se quedó turbada y pensativa. Su actitud es diferente a la de Zacarías. De él se dice que se sobresaltó y «quedó sobrecogido de temor» (Lc 1,12). En el caso de María, se utiliza inicialmente la misma palabra («se turbó»), pero ya no prosigue con el temor, sino con una reflexión interior sobre el saludo del ángel. María reflexiona (dialoga consigo misma) sobre lo que podía significar el saludo del mensajero de Dios. Así aparece ya aquí un rasgo característico de la imagen de la Madre de Jesús, un rasgo que encontramos otras dos veces en el Evangelio en situaciones análogas: el confrontarse interiormente con la palabra (cf. Lc 2,19.51).

 

Ella no se detiene ante la primera inquietud por la cercanía de Dios a través de su ángel, sino que trata de comprender. María se muestra por tanto como una mujer valerosa, que incluso ante lo inaudito mantiene el autocontrol. Al mismo tiempo, es presentada como una mujer de gran interioridad, que une el corazón y la razón y trata de entender el contexto, el conjunto del mensaje de Dios. De este modo, se convierte en imagen de la Iglesia que reflexiona sobre la Palabra de Dios, trata de comprenderla en su totalidad y guarda el don en su memoria.

 

La segunda reacción de María resulta enigmática para nosotros. En efecto, después del titubeo pensativo con que había recibido el saludo del mensajero de Dios, el ángel le había comunicado que había sido elegida para ser la madre del Mesías. María pone entonces una breve e incisiva pregunta: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc 1,34).

Pensemos de nuevo en la diferencia respecto a la respuesta de Zacarías, que había reaccionado con una duda sobre la posibilidad de la tarea que se le encomendaba. Él, como Isabel, era de edad avanzada; ya no podía esperar un hijo. Por el contrario, María no duda. No pregunta sobre el «qué», sino sobre el «cómo» puede cumplirse la promesa, siendo esto incomprensible para ella: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (1,34). Pero esta pregunta parece inexplicable para nosotros, puesto que María estaba prometida y, según el derecho judío, se la consideraba ya equiparada a una esposa, aunque no habitase todavía con el marido y no hubiera comenzado la comunión matrimonial.

 

Aquí Benedicto comienza a analizar distintas respuestas que se fueron dando en la historia:

A partir de Agustín, se ha explicado la cuestión en el sentido de que María habría hecho un voto de virginidad y se habría comprometido sólo para tener un varón protector de su virginidad. Pero esta reconstrucción está totalmente fuera del mundo judío en tiempos de Jesús, y parece impensable en ese contexto. Pero ¿qué significa entonces esa palabra? La exegesis moderna no ha encontrado una respuesta convincente. Se dice que María, que aún no había sido recibida por José, no había tenido contacto alguno con un hombre y habría entendido que debía ocurrir con urgencia inmediata lo que se le había dicho. Pero esto no convence, porque el momento de convivencia no podía estar lejano. Otros exegetas tienden a considerar la frase como una construcción meramente literaria, con el fin de desarrollar el diálogo entre María y el ángel. Sin embargo, tampoco esto es una verdadera explicación de la frase. Se podría pensar también en que, según la costumbre judía, el compromiso se establecía de manera unilateral por el hombre, y no se pedía el consentimiento de la mujer. Pero tampoco esta observación resuelve el problema.

Por tanto, el enigma de esta frase —o quizá mejor dicho: el misterio— permanece. María, por razones que nos son inaccesibles, no ve posible de ningún modo convertirse en madre del Mesías mediante una relación conyugal. El ángel le confirma que ella no será madre de modo normal después de ser recibida en casa por José, sino mediante «la sombra del poder del Altísimo», mediante la llegada del Espíritu Santo, y afirma con aplomo: «Para Dios nada hay imposible» (Lc 1,37).

                       

Benedicto propone que en el fondo María se siente superada, la propuesta es tan grande que María ve que los medios normales no pueden llegar a concretar este misterio, ¿cómo voy a ser madre de Dios?

 

Esto es importante porque cuántas veces nosotros tenemos esta experiencia en situaciones que nos sobrepasan, en realidades que humanamente no encontramos respuesta. “Para Dios no hay nada imposible” que importante es entender y vivir esto, confiar en Dios y en sus tiempos.

 

Después de esto sigue la tercera reacción, la respuesta esencial de María: su simple «sí». Se declara sierva del Señor. «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).

 

San Bernardo muestra cómo en el momento de la pregunta a María el cielo y la tierra, por decirlo así, contienen el aliento. ¿Dirá «sí»? Ella vacila… ¿Será su humildad tal vez un obstáculo? «Sólo por esta vez —dice Bernardo— no seas humilde, sino magnánima. Danos tu “sí”.» Éste es el momento decisivo en el que de sus labios y de su corazón sale la respuesta: «Hágase en mí según tu palabra.» Es el momento de la obediencia libre, humilde y magnánima a la vez, en la que se toma la decisión más alta de la libertad humana.

 

María se convierte en madre por su «sí». Los Padres de la Iglesia han expresado a veces todo esto diciendo que María habría concebido por el oído, es decir, mediante su escucha. A través de su obediencia la palabra ha entrado en ella, y ella se ha hecho fecunda.

 

En Navidad también vamos a encontrarnos con un No, hay lugar en la posada, o en nuestro corazón.

 

Que podamos en esta Navidad ir pronunciando este sí con María, este sí nos va a permitir una Navidad fecunda, una Navidad con la presencia de Jesús el Salvador.

 

El Papa continúa con la Concepción y el Nacimiento de Jesús según San Mateo y es muy interesante los aspectos que nos hace notar.

El lunes próximo entraremos directamente en lo que aconteció en el pesebre, pero en este capítulo que estamos analizando aparece el tema de la virginidad de María, tema que es analizado profundamente por Benedicto pero no podemos leer todo el libro.

 

Quiero terminar con una expresión del Papa con el que termina el episodio de Nazaret:  y el ángel la dejó,  el gran encuentro con el mensajero de Dios en el que todo cambia, pasa y María se queda sola con su cometido que en realidad supera toda capacidad humana. Ya no hay ángeles a su alrededor, ella debe caminar y continuar el camino que a veces será con oscuridades pero que siempre estará la promesa del Señor.

El ángel se alejó pero Dios se quedó con ella para siempre.

                                                                                                        

 

Me despido hasta el lunes y seguimos  con el Despertar con María, con la alegría de que estamos en las puertas de la Navidad.

 

Que Dios los bendiga a todos!