03/08/2022 – En el Evangelio de hoy el Señor nos muestra que no hay para el continente que limite la acción de su ministerio. Eso no quiere decir que sea exclusivo. Con esto Jesus nos invita a dar pasos a ir más allá de las fronteras.
Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: “Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos”. Jesús respondió: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”. Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: “¡Señor, socórreme!”. Jesús le dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”. Ella respondió: “¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!”. Entonces Jesús le dijo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”. Y en ese momento su hija quedó curada.
San Mateo 15,21-28
Jesús se va de Genesaret, que está en la costa del mar de Galilea, a Tiro y Sidón, que respectivamente están a unos 37 y 75 kilómetros al norte de Galilea en la costa del mar Mediterráneo. Es una larga caminata, y no se nos dice por qué va a esos lugares. Es lo más al norte que Jesús viajaría, y la única vez en este Evangelio que sale del territorio judío/samaritano, excepto para escapar de Herodes cuando era un bebé (2:13-23) y para visitar Gadara (8:28-34). En este evangelio, esta es una de tres ocasiones en que Jesús sana a gentiles (8:5-13, 28-34). No es muy claro si Jesús efectivamente entró a Tiro y Sidón o simplemente se quedó a las orillas de esa área gentil. Marcos dice que entró a una casa (Marcos 7:24), pero no especifica dónde. Mateo no nos dice por qué va Jesús a esos lugares. Ya antes la multitud había frustrado su búsqueda de unos momentos a solas, pero no parece lógico que busque renovación espiritual en un territorio pagano. Tal vez Dios lo lleva ahí solamente para que nosotros podamos disfrutar la historia de esa extraordinaria mujer cananea llena de fe.
Una mujer cananea “clamaba, diciéndole (griego = ekrazen, gritar, clamar): Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí; mi hija es malamente atormentada del demonio (griego = kakos daimonizetai, cruelmente o malvadamente poseída por un demonio).” La mujer se dirige a Jesús como “Señor” y como “Hijo de David,” palabras que un judío solamente usaría para el Mesías. Y por ello nos sorprende escuchar tales palabras en los labios de una mujer cananea. Solamente en una ocasión anterior Jesús ha escuchado tales palabras, y éstas venían de sus discípulos (14:33).
• Las palabras de esta mujer contrastan con las de los fariseos y escribas que, apenas hace un momento, criticaban a Jesús por permitir que sus discípulos comieran sin realizar el apropiado ritual de purificación. Esa crítica tenía la intención de exponer la debilidad de Jesús como maestro y de arruinar su reputación. En contraste esta mujer solamente tiene palabras de reverencia y fe.
• La claridad de la visión de la mujer cananea contrasta con la falta de visión de los discípulos (14:13-33).
Al igual que la mujer samaritana, la cananea es sin duda extraña, extranjera y mujer. “Considerando que la gente en la propia nación de Jesús no lo ha percibido como tal, e incluso sus discípulos todavía no hablan de él de manera mesiánica (16:13-20), este título en los labios de una mujer cananea, viviendo en otro país, es de lo más inusual. Pero tal vez el énfasis de Mateo sea ese;… por primera vez de una gentil, de una mujer extranjera, surgió una confesión de fe”
Las palabras de la mujer “[Señor] ten misericordia de mi” (griego = eleeson me kyrie) nos traen a la mente el Kyrie eleison (Señor, ten misericordia) de la misa. Boring hace notar que todas las palabras de esta mujer “son confesiones de fe cristianas que reflejan la liturgia de la iglesia, adaptadas del lenguaje de adoración y oración de los Salmos” (Boring, 336).
Jesús no le responde a la mujer. “A través de todo el evangelio, Jesús inmediatamente le responde a cualquiera que clama a él por misericordia, salvación o sanidad. Su silencio inicial para con la mujer es sorprendente”
Los discípulos, ofendidos por los gritos de la mujer, le piden a Jesús que la despida, al igual que antes le habían pedido que despidiera a la multitud (14:15). La mujer se ha dirigido a él como Señor, pero los discípulos fallan para hacer lo mismo cuando le dicen a Jesús que la despida. No es claro si ellos simplemente se quieren deshacer de ella o que se le diera lo que quería para que pudiera dejarlos en paz. Probablemente cualquiera de las dos cosas los haría felices, mientras dejara de molestarlos. A pesar de que Jesús no la despide, les contesta a sus discípulos (no a la mujer): “No soy enviado sino á las ovejas perdidas de la casa de Israel.” Jesús no puede permitir que se le distraiga pues tiene a toda una nación que salvar. ¡Qué decepcionante! ¡Nosotros queremos que sane a la hija de esa mujer!
. Hasta ese entonces, él debe dar a los israelitas todas las oportunidades; ¡pero esta mujer cananea está rompiendo su corazón en ese momento! En la encarnación, Jesús tomó sobre sí mismo las tensiones humanas con las que todos nosotros luchamos. Ahora debe escoger entre hacer un bien, mientras le da la espalda a otro. Ese es el problema del ser humano. ¡No podemos tenerlo todo!
Pero la mujer nota que Jesús usa la palabra no para los perros comunes y corrientes (griego = Khon), sino la que se refiere a las mascotas domésticas (griego = kunarios). Las mascotas no son algo de fuera sino interno. No solamente pertenecen a la familia, como el ganado, sino que son parte de la familia, a diferencia del ganado. Así, aunque subordinados a otros miembros de la familia, las mascotas disfrutan de privilegios que se les niegan a otros animales. Aunque no tienen un lugar en la mesa, las mascotas disfrutan la intimidad a los pies de la familia. Al comer, difícilmente la familia puede resistir el placer de tirarle un bocado de comida a la mascota.
¡Esta mujer le hace notar esto a Jesús! “Sí, Señor; mas los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores” (v. 27). Casi podemos ver el brillo en sus ojos cuando siente el poder de su comentario. Aunque reconoce el señorío de Jesús y su humilde posición ante él, ella reclama sus justos, aunque modestos, privilegios. Ella no solamente cree que Jesús puede sanar a su hija, ella cree que sanará a su hija. ¡Y está en lo cierto!
Jesús responde de forma exuberante, “mujer, grande es tu fe; sea hecho contigo como quieres.” Después de replicar hábilmente a líderes religiosos hostiles, y después de “regañar” a discípulos que no entienden, ¡Jesús encuentra en esta mujer, llena de fe, un gran gozo! Se deleita al permitirle honrarlo, un contraste verdaderamente notable con los hombres de la alta jerarquía que vez tras vez fallan en hacerlo. “Y fue sana su hija desde aquella hora” (v. 28b). ¡Aleluya! ¡Y ahora nosotros estamos casi tan contentos como él!