Jesús trae liberación a los oprimidos

miércoles, 1 de julio de 2015

Vida (3)

01/07/2015 – Cuando Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino. Y comenzaron a gritar: “¿Que quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?”. A cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo. Los demonios suplicaron a Jesús: “Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara”. El les dijo: “Vayan”. Ellos salieron y entraron en los cerdos: estos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron.

Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados. Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.

 

Mt  8,28-34

 

 

 

Hoy el evangelio nos muestra que Jesús “es el Señor” quien tiene el poder de liberar y curar. Jesús se encuentra con dos endemoniados furiosos que molestan también la vida comunitaria y causan problemas a los cercanos. Ellos gritan con rabia “¿Qué quieres de nosotros Hijos de Dios?”. Jesús les ordena salir del cuerpo y entrar en esta piara de cerdos que se arrojan al mar por el acantilado. Curiosamente el evangelio termina que los cuidadores de los cerdos corren rápido a la ciudad. No anuncian la buena noticia de la liberación, sino que transmiten miedo y ellos impiden que entre en la ciudad.

En el corazón del hombre se da esto tan particular. A veces preferimos la piara de cerdos a la liberación que Cristo nos trae. Lo cierto es que el evangelio expresa que todo está puesto a los pies del Señor, el único liberador. Nadie ni nada puede resistirse al poder de Jesús: ni la enfermedad, ni las tormentas ni el poder del príncipe del mal. Ésto es lo que las primeras comunidades celebraban con alegría y fe.

Jesús intercede por nosotros pidiendo al Padre que nos libre de todo el mal “no te pido que los saques del mundo sino que los preserves del maligno”. Nosotros también experimentamos miedo frente a las fuerzas del mal.

Se temía que el contacto con los cerdos arruinaba la propia vida, porque eran impuros. En esta escena se quiere representar que el poder del mal que acecha al hombre, es superior al temor de los hombres frente al mal. Incluso los cerdos, impuros, soportan el horrendo mal que los apodera, y por eso se tiran. Es una representación simbólica. “No son las cosas externas las peligrosas, sino que lo que manchan al hombre es lo que él mismo lleva en su interior”. El Señor dice que es lo que sale del corazón del hombre lo que le hace daño y no lo que le viene de afuera.

Los habitantes del lugar se quedaron con la escena de los cerdos, en lugar de valorar la obra pacificadora que había hecho con los hombres violentos. Es una obra de arte la que Jesús hace en cada uno de nuestros corazones. Cuando muchas veces nos sentimos esclavizados y atormentados por tantas cosas, Él viene a liberarnos y a regalarnos su presencia.

En el interior del hombre se gesta el mal en nuestra vida, no de cuestiones externas. En el interior es de donde nacen el odio, la bronca, el resentimiento, los celos y tantos otros males.

Como muestra el evangelio de hoy, Jesús es rechazado por los gentiles como también por los judíos. Ayudando, recibe como respuesta que siga su camino y pase de largo. Es lo que pasa con nosotros cuando a veces somos conscientes de lo que tenemos que convertir pero no estamos del todo conscientes ni dispuestos a cambiarlo. Aceptamos que hay cosas que necesitamos modificar, pero a la vez nos demoramos, como una especie de placer prologar los tiempos “más adelante cuando esté mejor dispuesto” o “después cuando tenga más tiempo”. Y así nos vamos conformando con quedarnos donde estamos. Nos conformamos con lo poco o mucho que hacemos pero no damos el paso de poder confiar en la obra liberadora y transformadora que la gracia de Dios provoca en nosotros.

En el texto del evangelio los demonios se quejan de que Jesús viene a atormentarlos “antes de tiempo”. Es porque se creía que al final de los tiempos se atarían a los demonios que hacen mal a los hombres… Ahora ya ha llegado el tiempo, y con su poder Jesús destruye el imperio de Satanás. El diablo lo sabe a ésto aunque los hombres parecen no darse cuenta. A veces pareciera que los hombres quisiéramos demorarlo por más tiempo.

El demonio es la personificación del poder enemigo de Dios que se opone a la salvación del hombre e intenta apartarlo del camino de Dios. Gracias al poder de Dios que es más fuerte nosotros experimentamos el poder liberador que Cristo nos trae. Poder que actúa eficazmente en la encarnación de Dios, en su palabra, en su muerte y en su resurrección. Cada creyente estamos llamados a mostrar por nuestra comunión con Cristo y la gracia de lo alto, que el maligno ha sido vencido.

El apocalipsis nos va a decir que es cierto que en éste último tiempo experimentamos la fuerza de los últimos coletazos del maligno. Por eso a veces experimentamos como si el mal tuviera más fuerza. Pero ya no tiene poder porque Cristo lo ha vencido: la muerte, y sobretodo la resurrección del Señor, es el triunfo del poder de Dios sobre el mal que nos ataca a los hombres.

El evangelio de hoy nos hace pensar en aquellas situaciones en que nosotros experimentamos tener ataduras, sufrir rencores, situaciones de odio, de resentimiento… la experiencia frustrante de aquello que no nos permite vivir con libertad la gracia liberadora que Cristo nos trae. Y nos sentimos apresados a situaciones que nos oprimen. El mal nos tienta, acosa y quiere instalarse en nuestro corazón. Ahí acudimos al poder liberador del Señor para que su gracia nos fortalezca y podamos vivir de su liberación. San Pablo dice que dejamos de lado el hombre viejo para que en nosotros habite el hombre nuevo. Somos creados a imagen de este hombre nuevo, Cristo Resucitado, que hace las obras de la luz: la bondad, la magnanimidad, la generosidad, el ser constructores de unidad, etc