15/09/2021 – Nosotros, cristianos, colocamos a Jesús en el centro de nuestras vidas, lo declaramos Señor de nuestra existencia. Pero si prestamos atención a la imagen de Jesús que aparece en los Evangelios descubrimos que Jesús está completamente orientado hacia el Padre. Su deseo más profundo es que el Padre reciba gloria, y a eso se encamina toda su obra y toda su predicación. Jesús no quiere que nos quedemos en él, sino que vayamos al Padre. Él se presenta como camino para ir al Padre, a quien quiere glorificar: “Yo soy el camino. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6).
Por eso, en todo el Nuevo Testamento el gran objetivo de toda la enseñanza es llevarnos al Padre. La predicación no se orienta a que nos detengamos en Jesucristo, sino en el Padre. Por ejemplo, la carta a los Efesios dice: “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 1, 3). “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría” (Ef 1, 17). “Doblo mis rodillas delante del Padre” (Ef 3, 14). “Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos” (Ef 4, 6). “Siempre y por cualquier motivo, den gracias a Dios, nuestro Padre” (Ef 5, 20). Por eso Jesucristo no recibe gloria, no cumple su misión, no realiza su deseo si nosotros no orientamos la mirada y la adoración al Padre.
Miremos un poco la vida y las reacciones de Jesús en los Evangelios. Desde el comienzo hasta el final, en ellos vemos la permanente referencia de Jesús al Padre: sus momentos de diálogo silencioso con el Padre en la montaña, su predicación donde permanentemente hablaba del Padre, esta oración del Padrenuestro donde nos invita a invocarlo. Pero también sus últimas palabras cargadas de confianza: “Padre, en tus manos encomiendo mi vida” (Lc 23, 46).Toda su vida estuvo amorosamente pendiente del Padre, y murió en sus brazos. No podía ser de otra manera. El cuarto Evangelio nos lleva hasta el fondo para darnos una última explicación, y nos enseña que el Hijo eterno del Padre ha estado siempre “vuelto hacia él” (pros ton Theón: Jn 1. 1.2 / Jn 16, 28; 17, 11), eternamente feliz con todo su ser “hacia el seno del Padre” (eis ton kolpon tou Patrós: Jn 1, 18). Todo el ser de Jesús está hecho para el Padre, que todo lo que hay en él se dirige al Padre, está ordenado hacia el Padre. Su experiencia humana más aera sentir que no estaba en su lugar, como una necesidad de “volver” permanentemente al Padre: “Voy al Padre” (pros ton Patéra: Jn 16, 28). “Yo vuelvo a ti” (pros se: Jn 17, 11). Ese es su lugar, ese es su ser más profundo.
Por eso, cuando se hizo hombre, todos los deseos y aspiraciones de su corazón humano se orientaban hacia el Padre, y llegaba a decir: “El Padre y yo somos una sola cosa” (Jn 10, 30). “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (Jn 14, 10). Lo mismo expresaba dirigiéndose al Padre: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (Jn 17, 10), “Tú estás en mí y yo estoy en ti” (Jn 17, 21). No podía apagar este anhelo incontenible que lo llevaba permanentemente al Padre, porque allí estaba su felicidad y su reposo. Dejá que Jesús te lleve al Padre.
Para motivarte, a ese Padre dedicaremos varios programas.