Jesús y la samaritana: un diálogo salvador

miércoles, 1 de noviembre de 2023
image_pdfimage_print

01/11/2023 – En el ciclo bíblico de los miércoles, Mariana Zossi, religiosa dominica y presidenta de la Asociación Bíblica Argentina, nos propuso adentrarnos en un diálogo que salva como es el encuentro de Jesús con la mujer samaritana en el pozo de Jacob, relatado en Juan 4,3-42. “Mi invitación es la de hacer una lectura tranquila y meditada del pasaje que conocemos como ‘el encuentro de Jesús con la samaritana, texto al que nos referiremos para ver cómo el Señor se relaciona con ella y qué produce en la vida de esta mujer su encuentro con Jesús. El Señor y la anónima samaritana proceden de dos pueblos diferentes, enfrentados a lo largo de la historia, pues cada uno consideraba al otro como radicalmente desviado de la antigua fe de Israel. Se podría decir que sus familias eran social, religiosa y políticamente enemigas; y no por ser diferentes, sino por ser muy semejantes, pero con planteamientos opuestos, creyéndose cada cual como el auténtico depositario y preservador de la religión original del antiguo Israel. De hecho, ambos pueblos se consideraban impostores el uno al otro. Los protagonistas son el judío Jesús y la mujer samaritana que, sin duda, en cuanto llegó al pozo lo reconoció como judío por su atuendo característico. Ante la samaritana, él es un forastero que tiene sed, pero no tiene cántaro para sacar el agua de aquel pozo profundo. Además, la mujer no se encuentra solamente ante un forastero, sino ante un ‘rival’ en cuanto a creencias. Al mismo tiempo, tal como se deduce de la narración, ella parece marcada por una, cuanto menos, dudosa fama, con una situación de vida ‘irregular’. Podría decirse que es una mujer emocionalmente rechazada. Entre Jesús y la mujer samaritana se interponen fuertes convencionalismos étnicos y religiosos, que hacen que, al pedir agua a esa mujer, Jesús incurra en una conducta reprobable por transgredir las costumbres de su tiempo. Pero, por eso mismo, es razonable suponer que la mujer se siente segura con Jesús, quien, por no ser de su pueblo, no sabe nada de los ‘fracasos de su vida’; y, además, con él, aunque fuera de una comunidad herética como la judía, había cierta afinidad religiosa. Como Jesús no tendría oportunidad de contactar con los líderes samaritanos, con él no había nada que temer, o de qué preocuparse”, dijo la hermana Mariana.

“Este ejemplo del Señor es de plena actualidad para nosotros porque lo que encontramos en este texto es una escucha que genera acogida y encuentro personal. Escucha que siempre es un arte. Esta escucha siempre debería tener como punto de partida el encuentro que constituye una oportunidad de relación humana y humanizadora, vivida en libertad plena, con una mirada respetuosa, llena de compasión, pero que, al mismo tiempo, sane, libere, y aliente a madurar en la vida cristiana. La escucha significa la apertura al otro, dejar de lado el propio mundo. Escuchar, en definitiva, será ese arte que requiere atención solícita hacia las personas, en sus luchas y fragilidades, en sus gozos, sufrimientos y búsquedas, puesto que no solamente escuchamos algo, sino a alguien. De esta atención solícita están repletos los pasajes evangélicos de encuentros de Jesús con sus gentes. Requiere además un cierto silencio interior, que tiene como punto de partida la aceptación de las personas tal como son y en el estado en que se encuentran. Muchas veces esos encuentros y esas conversaciones fortuitas pueden ser la puerta que se abre para un camino más profundo y de crecimiento… Así sucedió en el encuentro de Jesús con la mujer que, sencillamente, iba a buscar agua al pozo”, agregó Zossi.

“Jesús guía a la anónima samaritana a saber que Él comprende su situación más de lo que ésta pudiera imaginarse, e intuye el dolor y sufrimiento que, de algún modo, ha debido soportar. Enfrenta a la mujer con su propia realidad y evasivas; la enfrenta incluso a su verdad, como en el momento en el que ella dice: “No tengo marido”. Al mismo tiempo le hace sentir una empatía compasiva. No da por terminado el diálogo, ni se retira ante las resistencias iniciales. Confía y desea aquello que pueda mejorar su vida. El diálogo ayuda a deshacer equívocos, a descubrirse en autenticidad. Así las respuestas enigmáticas y provocadoras van acercando a la mujer que se siente sorprendida. Jesús, como persona que busca el bien del otro, de su interlocutor, crea relación personal, en vez de hacer juicios morales de desaprobación o reproche: No acusa, dialoga y propone. Su lenguaje, sus palabras, van dirigidas al corazón de aquellos a quienes habla. En el diálogo con esta mujer de Samaría, sin apresurarse a presentarse como quien puede cambiar su vida, avanza serenamente y, poco a poco, va despertando en ella el interés por una fuente de agua para una vida especial, distinta, mejor. Y Jesús, como experto en humanidad, se muestra atento e interesado en la interioridad de sus interlocutores, lee en sus corazones y sabe interpretar. Este tipo de diálogo que propone Jesús a la Samaritana genera un discernimiento en ella”, completó la biblista tucumana.

“La samaritana entró en la escena evangélica como “una mujer de Samaría” y sale de ella ‘conociendo el manantial de agua viva’, hasta el punto que necesita ir a anunciar a los suyos lo que le aconteció, y, a través de su testimonio, consigue que sean muchos los que se acerquen a Jesús. De hecho, abandonando el cántaro de agua, la mujer sale corriendo al pueblo para hablarles de este hombre. Incluso les plantea una pregunta importante: ¿podría ser este hombre aquel que Israel ha estado esperando durante tanto tiempo? Al mismo tiempo, tal como se puede deducir del contexto, Jesús da a entender a sus discípulos que está haciendo la voluntad del Padre, esa voluntad que da Vida a su vida y que transmite a otros. Jesús ofrece a aquellos con quienes se encuentra, como en este caso la samaritana, no tanto una ampliación de su conocimiento y su saber, cuanto una propuesta para crecer o cambiar de vida. El mismo ‘pozo de Jacob’ símbolo de la sabiduría que da la Ley, pierde su vigencia y es sustituido por el ‘agua viva’. La imagen de Dios que se transmite en el encuentro con Jesús no es la del dios impávido, distante, filosóficamente frío, sino que Jesús revela al Dios que da Vida, a quien se podrá llamar Padre y que no se deja encerrar, ni controlar ni poseer, porque es Espíritu. El final del encuentro va más allá de lo que sería un comportamiento normal, ordinario, como sería que la mujer regresara con el cántaro con agua a su vida habitual; por el contrario, el cántaro que deja abandonado y vacío para ir a llamar a su gente habla de una ganancia, no de una pérdida”, dijo Mariana.