10/09/2025 – En el vasto universo de las letras argentinas, existen amistades que trascienden la simple camaradería para convertirse en realizadores de obras inmortales. Mientras que la dupla de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares es canónica, el historiador y escritor Nicolás Moretti nos invita a descubrir otra relación fundamental: la que unió a Borges con Estela Canto. «Vamos a introducir una mujer generalmente desconocida», señala Moretti, para dar paso a una historia que nos permite conocer un perfil más íntimo y humano del autor, lejos del pedestal de bronce.
Todo comenzó en el invierno de 1944, en una de las célebres tertulias literarias en casa del matrimonio de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. Allí, una joven Estela Canto, quien se describía a sí misma como una «joven con pretensiones de ser escritora», conoció a un Jorge Luis Borges de 45 años. Moretti relata, basándose en el testimonio de Canto, que ese primer encuentro fue fugaz. Borges, un hombre «bastante tímido para el contacto social» y hasta «un poco torpe en palabras de Estela Canto», apenas intercambió palabras con ella, dejándola con una extraña primera impresión.
Sin embargo, ese breve instante fue el germen de un vínculo profundo. Tras varios encuentros, Borges la invitó a caminar por Buenos Aires, un paseo que se extendió por cincuenta cuadras y selló el inicio de una intensa amistad. «Ahí surge esta amistad donde se cruza muchísimo la literatura», explica Moretti. Para Borges, la admiración mutua se transformó en amor, un sentimiento que no fue correspondido de la misma manera. La propia Canto lo resumiría años más tarde en su libro Borges a Contraluz: «Me quería. Yo lo admiraba intelectualmente y gozaba con su compañía». A pesar de la asimetría sentimental, la relación floreció en largas conversaciones y una compañía recíproca.
Sus personalidades eran un estudio de contrastes. Moretti describe a Canto como una mujer «poco convencional» para la época, atraída por la aventura y por vivir la literatura como una «experiencia vital». Ella misma se definía como «joven, fuerte y atractiva». Por otro lado, estaba Borges, más retraído y tímido. Canto intuía que esa timidez, especialmente con las mujeres, estaba marcada por la influencia de figuras paternas complejas. Moretti destaca la agudeza de Canto al analizar no solo a la «madre castradora», una figura recurrente en los análisis sobre Borges, sino también el rol del padre y ciertos «ritos de iniciación» que habrían impactado en la psique del escritor.
Esta conexión íntima no solo nutrió el espíritu de ambos, sino que también se impregnó en la obra de Borges de manera indeleble. La influencia de Estela Canto fue crucial y directa en la creación de uno de sus cuentos más emblemáticos. «El Aleph, que es quizás como el cuento, la obra, ella tiene mucho que ver como inspiración por cartas que ella reproduce», afirma Moretti. La amistad se convirtió así en una fuente de inspiración, demostrando cómo las vivencias personales de Borges se transfiguraban en materia literaria universal.
Años después, en 1989 y tras la muerte del escritor, Estela Canto publicaría Borges a Contraluz. Moretti es enfático al aclarar que no se trata de un libro de chismes, sino de un retrato profundo y necesario. «Nos acerca al ser humano que hay detrás de esas obras», subraya. La obra de Canto, fruto de esa amistad inquebrantable, permite ver las obsesiones, las inseguridades y la genialidad de Borges desde una perspectiva única. Es la mirada de quien, como sugiere el título, supo observar al genio no bajo la luz directa que ciega, sino en el contraluz que revela sus contornos más verdaderos y humanos.
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