Juan el Bautista y el fuego que arde por dentro

jueves, 10 de diciembre de 2015
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10/12/2015 – Jesús dijo a la multitud: “Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él.  Desde la época de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos es combatido violentamente, y los violentos intentan arrebatarlo. Porque todos los Profetas, lo mismo que la Ley, han profetizado hasta Juan. Y si ustedes quieren creerme, él es aquel Elías que debe volver. ¡El que tenga oídos, que oiga!”

Mt 11, 11-15

 

 

¡Bienvenidos a la “Catequesis”! Hoy el evangelio nos habla de Juan el Bautista, el profeta que invita a “allanar los…

Posted by Radio María Argentina on jueves, 10 de diciembre de 2015

 

 

Los profetas

Malaquías, había anunciado en el nombre de Dios: Enviaré a mi mensajero y él preparará el camino delante de mí… Ya viene, ya llega, ha dicho Dios fuerte… Ya llega su luz, abrasadora como un horno. Los orgullosos y los malvados serán como el rastrojo, y la luz que llegue los devorará con su fuego (3, 1; 4, 1). Fuego. Se diría que esta palabra iba siempre unida al concepto del profeta. Fuego que da calor, que cuece el pan, que abrasa. Este fuego esta presente en la vehemencia con la que Juan anuncia la llegada del Mesías: allanen los caminos, preparen el corazón. El anuncia la venida de este Dios que llega en medio de las sombras y las oscuridades, que se hace presente en medio de las tormentas.  “Allanen los caminos del Señor, preparen su corazón”. 

Estando en Banguí luego de que el Papa Francisco hablara a los sacerdotes, el P. Spadaro dijo “este hombre no es un Papa sino un profeta”. Cuando pensamos en éste fuego arroyador que abre nuevos caminos, que va hacia donde Dios lo quiera conducir, quizás podamos encontrarlo en el Papa, el fuego de un profeta. Cuánta necesidad de dejarnos contagiar de este fuego por el cual es consumido.

Por el bautismo recibimos la condición sacerdotal que nos hace puentes para estrechar las orillas como instrumento de encuentro entre Dios y los hombres; la gracia profética; y la de reyes, que supone pararse frente a lo creado como hijos del Rey, siendo pastores. Somos por gracia bautismal pastores, sacerdotes y profetas. El fuego que Francisco tiene en su corazón, el mismo que invadió el alma de Juan el Bautista, es el mismo que recibimos al ser bautizados. No sólo tenemos que contemplar la figura del Bautista y del Papa Francisco sino dejarnos tomar por ese mismo fuego. “Preparen los caminos del Señor, allanen sus senderos”, dice el Profeta en el desierto. Creemos en esa misma fuerza transformadora con la que Dios nos bendice para hacernos protagonistas de una nueva cultura. Creemos en el tiempo nuevo que viene y necesitamos una buena disposición. El deseo crece cuando nos gana el alma este fuego del Espíritu. 

Escribe Cabodevilla:

“El profeta es un hombre enardecido, terrible, tremendo, justiciero, arrebatado por la pasión de lo absoluto. Los profetas amenazaban y maldecían. Eran igual que una llama. Hablaban como quien sacude un látigo, como quien perfora las entrañas, como quien arranca una mujer amada de los brazos de su amante. Sacerdotes y reyes empavorecían ante ellos. No era, en verdad, grato oficio el suyo. Lo cumplían a veces de mala gana, sabiendo qué terribles peligros se cernían sobre su cabeza. “Envía a otros, soy sólo un niño” dirá Jeremías. Dios los utiliza como cooperadores de sus designios que son tan diversos a los nuestros. Existe una contrariedad entre los caminos de Dios que rompen paradigmas y por eso buscan querer callar porque es tremenda la voz de Dios, pero es imposible callarla. Pero no les era posible guardar silencio. Sus palabras, antes de encender los corazones, abrasaban su propia garganta. Tenían la misión de salvaguardar la esperanza mesiánica denunciando y corrigiendo cuantas depravaciones se oponían en el seno de Israel a esa esperanza. Habían sido encargados de curar por medio de la sal y del fuego.”

No es grato el ser profeta, porque supone ir a contracorriente. A veces ésta función profética se cumple de mala gana, como cuando Jeremías resiste a la fuerza arrolladora de Dios “Me dije ya no hablaré más. Pero una llama me quemaba por dentro”. “Mandá a otro” es lo que le salía del corazón. El que se sabe elegido para la misión se pregunta “¿Por qué a mí? Enviá a otro”. El Señor te elige a vos, ahí en donde estás. Dios utiliza al profeta como un cooperador de sus designios. Existe una contrariedad entre los paradigmas de Dios que rompen esquemas y los nuestros. Ciertamente en el profeta Dios rompe con lo esperado, por eso las voces que están alrededor buscan callarlo. El profeta es la voz de Dios. El profeta aunque quisiera callar no puede. “Yo intenté silenciar tu voz dentro de mí, pero un fuego interior me quemaba por dentro” dice Jeremías. 

Este fuego abrazador busca ganar nuestras entrañas. ¿Qué hace el profeta? Muestra horizontes y abre caminos, dice qe no todo está perdido e invita a volver a los caminos del Señor. 

En el diálogo entre María de Guadalupe y el humilde Juan Diego, ante su “¿Por qué yo si soy el más pequeño de tus hijos?”, responde “Oye, hijo mío el mas pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tu mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el mas pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad: que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía.”

Difícil oficio, sí, éste de cortar y quemar. Por ello casi todos los profetas aceptaban a regañadientes su vocación, dando coces contra el aguijón, rebelándose contra esa fuerza interior que les esclavizaba y les obligaba casi a —en frase de Guardini— decir a su tiempo contra su tiempo lo que Dios manda decir. Van contracorriente. Y sin embargo el pueblo los amaba, o, por lo menos los necesitaba. Siempre es preferible un Dios que nos quema a otro que pareciera olvidarnos. Dicen cosas tremendas que dichas por otros hasta suenan mal, pero dichas en voz del profeta suena con sagacidad. 

Herodes, dice la palabra, sentía gusto de escucharlo a Juan el Bautista. No es que le decía cosas lindas, sino que le ponía en cara su pecado. Sin embargo, “Herodes sentís gusto de escucharlo hablar”. El profeta rompe paradigmas, dice cosas tremendas, pero resulta atractivo. Porque es la voz de Dios.

Después de todo ese tiempo aparece el hijo de Isabel y Zacarías, en donde Dios interrumpe en la esterilidad de esos padres. Ha llegado el tiempo, y Juan el Bautista ayudará a prepararlo.

Más que un profeta

Juan, quemado su cuerpo por el sol del desierto, quemada su alma por el deseo del reino, es el anunciador, el fuego. En el Mesías que va a llegar ve al señor de la llama. Sí, si todos los profetas eran fuego, Juan lo era mucho más, puesto que era más que un profeta (Mt 11,9), como más tarde dirá Cristo sin rodeo alguno. “No ha nacido hombre más grande que este sobre la tierra”.

Juan, el que quema con su palabra, nos invita a descubrir los fuegos que hay escondidos dentro nuestro con los que Dios clama para llevar al mundo una presencia luminosa que guía y conduce. No hay lugar para decir que tu vida no tiene fuego, sí podés decir como los profetas, que quisieras no tenerlo.  Hay dentro de nosotros un fuego que arde y que el Señor ha puesto con la gracia de profetismo que recibimos en el bautismo. Ese fuego quema lo que en nosotros necesita ser purificado y a la vez se hace palabras para anunciar a otros sobre los tiempos nuevos que vienen.

El profeta muchas veces siente esta necesidad de tirarse al lado del camino, de decir “basta”. Sin embargo Dios se vale de instrumentos para hacerle saber que en su verdadera identidad está el ser profeta, que resistiendo resiste a su más honda identidad. Juan, el que quema con su palabra, nos invita a descubrir esta realidad dentro nuestro. Tenemos un Dios adentro que clama para gritar al mundo que es posible la luz en medio de las sombras, que es posible la belleza en medio de tanto dolor, y que es posible la paz en medio de la guerra. Juan el que quema con su palabra, viene a despertar los fuegos escondidos dentro nuestro que tren mensaje de esperanza, de gozo, de alegría, de tiempo nuevo. 

¿Pero quién era Juan? ¿De dónde le venían su fuerza y su mensaje? ¿Quiénes habían sido sus maestros? El evangelio es, una vez más, extremadamente parco en detalles. Nos dice únicamente que vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel (Le 1, 80). Pero ¿cuándo se fue al desierto: de niño, de muchacho, de adolescente, de joven? Y en el desierto ¿vivió siempre solo o en compañía?

Los descubrimientos del mar Muerto nos han aclarado que la zona del desierto era por entonces un bullir de vida religiosa. Y hoy son muchos los científicos que estiman que Juan Bautista fue o pudo ser, al menos durante algún tiempo, miembro de la comunidad religiosa de Qumram. Y, aunque la idea sigue estando en el terreno de las hipótesis, muchas cosas quedarían explicadas con ella. Lo que no puede en modo alguno negarse es que, de todos los personajes, neotestamentarios es el Bautista quien está más cerca del mundo espiritual de Qumram.

Y más cerca también en distancia física. El lugar donde Juan comienza su predicación está situado a dos kilómetros escasos del monasterio de los esenios y el castillo de Maqueronte, donde la tradición coloca su muerte, está situado justamente enfrente de Qumram. Hay, además, un dato que aclararía enormemente ese dato evangélico que dice que el muchacho «vivió en el desierto» hasta que se presentó a Israel. Sabemos por Flavio Josefo, el historiador de Israel, que los esenios renuncian al matrimonio, pero adoptan hijos ajenos todavía tiernos, la edad propicia para recibir sus enseñanzas; los consideran como de la familia y los educan en sus mismas costumbres.

Esto evidencia que Juan pertenece a una comunidad de profetas. Y somos muchos los encendidos para anunciar como boca de Dios lo bueno que ha de venir para un mundo nuevo que está por nacer. 

Padre Javier Soteras

Material elaborado en base a “Vida y misterio de Jesús de Nazareth” de José Luis Martín Descalzo