Junto a los Reyes Magos, adoremos al Rey

miércoles, 6 de enero de 2021
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06/01/2021 – ¡Feliz Fiesta de la Epifanía del Señor! Compartimos la catequesis junto al Padre Gabriel Camusso:

Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo.» Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta:

“Y tú, Belén, tierra de Judá,
ciertamente no eres la menor
entre las principales ciudades de Judá,
porque de ti surgirá un jefe
que será el Pastor de mi pueblo, Israel”.»

Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje.»

Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.

 

La liturgia del 25 de diciembre hace hincapié en la identidad de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, Hijo de Dios hecho carne. La de la Epifanía celebra, en el mismo misterio, la manifestación del Señor a todos los hombres.

La extensión universal del reino de Dios, el Creador del universo, el Todopoderoso, el único Dios verdadero, constituye el núcleo de la revelación bíblica más antigua, siendo objeto de una esperanza cada vez mayor, a veces con tintes de impaciencia.

Consciente de la singularidad de su elección divina, el pueblo de la Biblia fue comprendiendo progresivamente que, de algún modo, este privilegio concernía a todos los pueblos de la tierra. Llegaría un día en que todas las naciones de la tierra acudirían a Jerusalén. la ciudad faro en la que habían de congregarse, con alegría, todos los hijos dispersos. Entonces se rendiría un homenaje unánime al Señor del universo, cuyo esplendor iluminaría la ciudad, y todos cantarían: «Se dirá de Sión: “Uno por uno, todos han nacido en ella”» (Sal 86,5).

La tradición cristiana ha recogido y asumido esa tradición y esa esperanza. La Jerusalén hacia la que marchan los hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación, por quienes el Todopoderoso ha enviado a su Hijo, no es una ciudad de esta tierra: bajará del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios (Ap 21,10-1 1).

Unos magos venidos de Oriente para adorar al Señor recién nacido marcharían a la cabeza de esa muchedumbre inmensa. Tras haber encontrado al Salvador después de un largo viaje, se volvieron por otro camino, guiados ya, no por una estrella, sino por el reflejo de la Luz nacida de la luz, que había brillado ante sus ojos y que ahora iluminaba el mundo entero.

La celebración de la eucaristía y de todo sacramento es una epifanía, una manifestación del Señor, presente bajo unos signos humildes. Cuando la asamblea se dispersa, recibe también la invitación a volver por otro camino, el de la conversión: «Pueden ir en paz».