13/07/2016 – Santa Teresa de Jesús dice que “son muchos los que llegan hasta aquí”, refiriéndose a la 3º morada. Además, dice que se puede permanecer muchos años en esta instancia. Sobretodo en esta etapa, la humildad será lo que nos permita seguir adentrándonos en el Castillo interior.
“Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños”
Mt 11,25
“¡Es un gran regalo haber entrado hasta aquí! ¡ Haber soportado los primeros combates y perseverado en la oración!” El camino de la oración es un combate, una lucha, donde se nota la presencia de la gracia de Dios que nos visita con su amor y misericordia para hacernos sentir su amistad y su cercanía. En la oración aparece también nuestra respuesta en fidelidad a esa invitación de Dios. Es el Señor quien toma la iniciativa e insiste en que se produzca el encuentro gozoso que es la oración. Todo esto Teresa lo redescubre y no los refleja.
“En realidad son muchos los que llegan hasta aquí, dice Teresa. Son todos aquellos que desean complacer en todo a Dios. Por nada del mundo cometerían una falta grave y tampoco a sabiendas caen en faltas leves. Tienen sus ratos diarios de recogimiento, se preocupan de los demás, se esmeran en hacer lo mejor posible sus trabajos y en vivir en armonía con la familia; también se privan de algunas comodidades para socorrer a otros más necesitados”. Es decir, buscamos llevar una vida ordenada, una vida puesta en Dios, una vida en fidelidad a Él, en servicio a los demás, en caridad. Cuando estamos en esta etapa de la vida espiritual, se nos puede ocurrir que ya estamos pronto para que el Señor nos admita a su lado. Es más, por ahí decimos “que más puedo pedir” y hasta corremos el riesgo de que la soberbia nos gane una vez más el corazón y creamos que ya hemos alcanzado la meta. “Pero no sucede nada. Da la impresión que hemos dejado todos los atractivos sensibles para nada”.
Es verdad, a veces pasa así, uno ha hecho todo lo que tiene que hacer y se siente como el servidor al final del camino, diciendo que todo ha sido hecho para Dios y por Dios y que la única paga que merece es haber cumplido con el servicio que le tocaba. Si nos quedamos en ese estado, sin terminar de descubrir que Dios está presente, nos equivocamos. “Nos equivocamos al pensar de este modo. No hemos hecho más que lo debido”. Pero no haber hecho más que lo debido no quiere decir que Dios no esté allí. A veces cuando nosotros decimos, hice lo que tenía que hacer y nada más, siente que del otro lado frente a lo que uno hizo no hay ningún tipo de reconocimiento. Y esto Dios lo permite para que nuestro corazón sea más humilde, más sencillo, más orientado y más firme frente al servicio que Dios nos pide.
“Hay que seguir adelante. Nuestras oraciones y obras por los otros, no son nada. Hay que pasar por encima de nuestras pequeñas obras”. Es como disponernos a seguir el camino sabiendo que no hemos llegado a la meta, que no estamos mal, pero que en definitiva todavía nada hemos conseguido. Esto supone una mayor entrega, que no es una mayor exigencia sino una mayor capacidad para soltarnos y dejar que sea Dios el gran protagonista. Hay que recordar que la humildad es, como dice Teresa, “la dama que guía hacia el encuentro con el Señor”, la maestra que nos guía siempre; la humildad va a aparecer en todas las moradas porque es la actitud básica que debe estar presente en el corazón para poder ir al encuentro del desposorio interior. Es, como afirma San Pablo, la total configuración con los sentimientos de Cristo Jesús en lo más profundo de nuestro corazón. Por aquí debemos seguir caminando y dejarnos sorprender por el Señor, dejarnos llevar por el Señor.
La vida en Dios se va acomodando y si queremos seguir avanzando hay que dejarse llevar por Él. De esto se trata la Tercera Morada, de encontrarnos con que en la vida se va ordenando. Dios va poniendo la naturaleza propia en su lugar, por su gracia. Si queremos seguir avanzando, para que la gracia de Dios pueda actuar en los próximos caminos que nos llevan a la profundidad del encuentro en la morada central, es básico tener la naturaleza puesta en orden. La gracia de Dios opera y actúa eficazmente en una naturaleza ordenada. Y esto también es gracia de Dios.
En la espiritualidad Teresiana, humildad es andar en verdad. Verdad y humildad para ella son casi sinónimos. Santa Teresa de Ávila nos lleva sobre la vida de los santos al hablar de esto: “La vida de los santos, de los que entraron hasta el centro del castillo interior e intimaron con el Señor, nos sirve de comparación para ubicarnos en nuestro verdadero lugar. ¿Cómo pretendemos pasar de inmediato a gozar de la comunicación de Cristo, cuando apenas hemos hecho una nadita en comparación con lo realizado por los santos y mártires? Quien se detenga mucho en esa desventura idea de que ha hecho mucho por Cristo, y en respuesta solo recibe indiferencia, tendrá que examinarse sobre su humildad. Recordar y volver a recordar que pequeño es al lado de Dios. Pensar cómo podrá pagar en algo lo que Cristo padeció por nosotros. La verdad es que somos más amigos de los gustos que de la cruz. Hay que afrontar la realidad, aceptar la sequedad interior. Son las arenas resecas del desierto puestas por Él para nosotros. Hay que seguir caminando sobre ellas, pese a nuestra repugnancia ó a nuestra tendencia natural a lo agradable”.
Todo lo que hayamos hecho en realidad es nada en comparación a la obra de Dios. Como Santo Tomás de Aquino que tras escribir la Suma Teológica dijo que todo eso es paja en comparación con la Gloria de Dios. El cielo es mucho más que éstos pedacitos de cielo que Dios nos va regalando.
En definitiva, Teresa habla aquí de la propia condición, sus limitaciones y sus posibilidades puestas en el Señor. Se trata de lo que ya ordenamos y de lo mucho que falta todavía por poner en su lugar. A veces, cuando nos encontramos con la verdad más cruda de nosotros mismos y sabemos que tenemos que poner manos a la obra para que las cosas sean distintas, para que las podamos cambiar, no sentimos que nos atraiga la tarea; más bien nos sentimos una cierta repugnancia. Esa es la tendencia natural que hay en todos nosotros a rechazar lo que no es agradable.
“De la aridez del camino, aprendemos, por propia experiencia, hasta donde llegan nuestras débiles fuerzas, aprendemos la humildad, la verdad de lo que somos. Y si hay en nosotros humildad, aunque no nos dé Dios regalos interiores, nos dará paz y resignación”. ¿Cómo descubrimos que vamos haciendo este camino? Lo descubrimos en la aridez, recorriendo los caminos de la verdad que son los caminos de la humildad. A pesar del esfuerzo y la dedicación que ponemos desde lo más profundo de nuestro ser, debemos aceptar las cosas como son y al mismo tiempo buscar con sencillez querer cambiarlas. Si en el corazón hay paz y aceptación, si hay reconocimiento de que las cosas son así, es que podremos cambiar y nos esforzamos en hacerlo. Allí, Dios nos regala el don de la paz, el don de aceptación de nosotros mismos.
Es importante descubrir en esta Tercera Morada cómo la gracia de Dios, que nos ha llevado por el combate de la oración a perseverar en medio de luchas por mantenernos fieles a Él, quiere ordenar nuestra naturaleza.
“En esta Tercera Morada se pueden pasar años. Quizás uno se cree muy adelantado… y el Maestro nos muestra que no es como nosotros pensamos. Basta que aparte un poco su favor y de inmediato experimentamos nuestra miseria. Se vuelven a sentir los atractivos del mundo, la fuerza del egoísmo, la mezquindad. Nos apenamos de sentirnos tan ruines y aunque esta misma pena de afligirnos porque no somos lo que deseamos ser es falta, sin embargo nos hace ver nuestra debilidad. Puede suceder que nos sintamos con deseo de tener más dinero, más tiempo, más recursos para poder ayudar mejor a los otros. Si con sosiego y paz interior podemos adquirir más medios para provecho de los otros. Puede suceder también el desear para todos una vida tan bien ordenada como la nuestra. A primera vista parece un deseo excelente. Pero basta que nos desprecien, que nos presten poca atención, que tengan en poco nuestra vida y nuestro opinar y, aunque exteriormente no nos inmutemos, nos queda una comezón adentro y una inquietud prolongada”. Esto demuestra que nuestra vida no está puesta totalmente en Dios y que no hemos comprendido aun lo que significa el Evangelio, así como hoy lo proclamamos, entre los pequeños y los humildes donde Dios ha elegido mostrar su rostros.
Padre Javier Soteras
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