La amistad de Jesús

martes, 14 de mayo de 2019
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14/05/2019 -.

Catequesis en un minuto

Fiesta San Matías, apóstol

Jesús dijo a sus discípulos: «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.»

Este es mi mandamiento: Amense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.

No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.»

Jn 15,9-17

La amistad necesita de momentos de encuentro íntimos, ricos y gratificantes. La amistad con el Señor, supone momentos de encuentro, en lugares que podríamos llamar con Aparecida lugares sagrados: “Jesús está presente en medio de una comunidad viva en la fe y en el amor fraterno. Allí Él cumple su promesa: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt18, 20). Está en todos los discípulos que procuran hacer suya la existencia de Jesús, y vivir su propia vida escondida en la vida de Cristo (cf. Col 3, 3). Ellos experimentan la fuerza de su resurrección hasta identificarse profundamente con Él: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20)”1.

La Iglesia es la presencia sacramental de Jesús presente entre nosotros, es decir en el ámbito de la comunidad reunida en torno a Jesús se contiene la virtud transformante habitada por la humanidad de Cristo.

Cencini refiriéndose a al camino de la renovación en la vida comunitaria plantea los signos de la verdadera renovación:

– pasa de la lógica de la observancia a la de la comunión , no buscando solo hacer el bien, sino que los hermanos se quieran en una comunidad donde el componente afectivo de ágape se vincule íntimamente en la tarea apostólica

– aprende y enseña la comunicación de la fe y la oración gracias a lo que nos apoyamos mutuamente en el camino

– se inspira cada vez más en el modelo familiar, en la modalidades de convivencia, en la organización interna, en la relación con el ambiente que nos circunda

– testimonia y confiesa la fe y la esperanza como un bien ofrecido a todos

– aparece cada vez menos replegada y centrada en si misma y siendo fiel a su vocación misionera, tiende cada vez más al anuncio del evangelio con especial cuidado a los pequeños y pobres

– recupera el sentido de la hospitalidad y de la acogida, para dar la bienvenida a los que llegan.

– Arraiga en profundidad la pertenencia a la cultura, asumiendo las provocaciones que llegan del entorno en la que se encuentra enclavada

– se convierte en sujeto de formación y animación pastoral permanente.

Con un espíritu de pertenencia al lugar donde uno está, y al mismo tiempo sin encerrarnos, salimos a compartir con otros. Así nosotros nos constituimos en la mesa compartida un lugar en donde el Señor nos forma el corazón en el espíritu de la misión desde la cultura del encuentro y el compartir fraterno. Así nos vamos haciendo misioneros de modo permanente desde la cultura misionera.

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