La benevolencia para juzgar

miércoles, 1 de julio de 2009
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Jesús dijo a sus discípulos:  “No juzguen para no ser juzgados.  Porque con el criterio con el que ustedes juzguen, se los juzgarán, y la medida con la que midan, se usará para ustedes.  ¿Porqué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo?.  ¿Cómo puedes decirle a tu hermano, deja que te saque la paja de tu ojo, si hay una viga en el tuyo?.  Hipócrita.  Saca primero la viga de tu ojo y entonces, verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano”.

Mateo 7, 1-5

Hace unos días que la palabra de Dios comenzando con la propuesta del camino de las bienaventuranzas del sermón del monte, nos vino presentando, día a día la perfección de la ley. Que no es más que el amor. Aquellas palabras del mismo evangelio de Mateo con las que Jesús comienza a hablar de esta actitud primera en cada una de nuestras acciones. “No he venido a abolir la ley, le vine a dar cumplimiento, plenitud”.

La plenitud del amor que Él va a sellar mostrando cuánto nos ama muriendo en la cruz. Cuanto te ama sufriendo para salvarte, para salvarnos y redimirnos del pecado. Por eso, a partir de las bienaventuranzas, del sermón del monte, Jesús tiene claro que esta perfección de la ley que viene a traer, va a tener un final del camino que será morir en la cruz. Y por eso también como regalo de tanto amor que Dios nos tiene, terminábamos la semana con esta fiesta tan querida por nosotros, del Sagrado Corazón de Jesús.

Hoy el evangelio, nos presenta esta comparación, la de la viga y la de la paja. La paja en el ojo ajeno y la viga en nuestro propio ojo. Si la semana pasada decíamos, que Jesús conoce nuestras debilidades y de allí los concejos. Hoy tenemos que rendirnos ante tanta misericordia, tanto amor, ante tanto conocimiento que tiene Jesús de nuestra vida. Podemos decir que Jesús conoce muy bien nuestra manera de funcionar.

Es que se hizo uno de nosotros, caminó con nosotros, vivió, compartió nuestra vida. en todo se hizo igual a nosotros menos en el pecado. Por eso nos conoce muy bien y por eso esta serie de concejos tan claros, que algunos caerían mal, pero que hoy a nosotros aún cuando nos cuesta escuchar, tenemos que hacerlo con este corazón abierto. Es Jesús que te ama y te está mostrando esta mañana este camino exigente del amor.

Cuantos problemas que surgen entre nosotros, en casa, en los grupos que te mueves a diario, en tu trabajo, empresa, fábrica, dónde compartes vida con los demás, descubrir cuántos problemas van apareciendo con el sólo hecho de no percibir el propio defecto, de no percibir en mí aquello que es debilidad, aquello que está mostrando también que soy pecador, pero que me cuesta aceptar, me cuesta decir que lo tengo, que me cuesta asumirlo para empezar a cambiarlo. ¿Pero cuántos problemas?.

Las palabras de Jesús son una llamada a conocernos y a conocernos desde lo profundo del corazón. Sólo quién se conoce bien, puede comprender mejor a los demás. Te entiendo, solemos decir cuando estamos ante alguien con quién tenemos cercanía, y a quién le podemos intuir lo que le pasa en el corazón. No porque seamos brujos, sino porque hemos hecho experiencia de la limitación y la aceptamos. Seguramente sin necesidad de tantas palabras, porque recién estamos comenzando nuestra reflexión en torno a este texto del evangelio de Mateo 7, 1-5, pero seguro que ya vienen a tu mente tantas de estas situaciones dónde si no nos conocemos a nosotros mismos, si no somos sinceros, es fácil entrar en conflicto con los defectos de los demás.

Creo que en este tiempo que vivimos tan rápidos, tan apurados, con tantas tenciones en todos los ámbitos de nuestra vida, si no tenemos claro esto que hoy nos propone Jesús, rápidamente estamos en conflicto y de hecho lo vemos, desde la experiencia propia y vasta que salgas a la calle, que empieces a escuchar, para ver cómo tantas veces vivimos irritados porque no escuchamos, porque no nos ponemos en el lugar del otro, porque no nos aceptamos que también somos limitados.

Existe el peligro cuando te pones a juzgar a uno, de usar dos medidas. Una medida para juzgarte a vos mismo y otra para juzgar a los demás. Y en esto es fácil lo que Jesús nos está diciendo hoy, ves la paja que tienes delante, ves esa basurita pequeña, y no ves la viga que está en tu ojo. Se puede ser para con nosotros más rígidos, más puntillosos, más impacientes que consigo mismo, en la medida que no aceptamos que somos limitados.

Los fariseos de por sí eran así, y por eso Jesús de manera particular va a cargar sobre ellos tantas veces, con amor, con paciencia, pero con la firmeza de quién marca cuál es el camino a seguir. Pero también lo eran las primeras comunidades cristianas.

De hecho, en una de las cartas de Pablo a la comunidad de los corintios, que se puede leer en la primera carta, capítulo 4, 5, dice San Pablo a esta comunidad que va naciendo, “Nada juzguen antes de tiempo, hasta que venga el Señor, que iluminará los escondrijos de las tinieblas y declarará los propósitos del corazón”. Nada juzguen antes de tiempo, ¿Qué desafío? Y cuánto cuesta. Es por este mismo motivo que en el evangelio de San Mateo, un poco más adelante se nos va a hablar de la parábola de la cizaña.

De esta cizaña que sembró el enemigo y que crece en medio del grano de trigo bueno. ¿Te acuerdas? Los empleados querían arrancar la cizaña, apenas vieron que estaba sembrada y empezaba a brotar, y Jesús, en la parábola dice “Esperen a que llegue el tiempo de la cosecha, así vamos a ver bien cual es cizaña, cual es trigo bueno”. Qué invitación a la tolerancia y a la paciencia, porque el juicio pertenece siempre a Dios, no a nosotros.

El juicio pertenece siempre a Dios. Esta hipocresía que a veces tenemos al juzgar, porque no nos miramos primeros a nosotros mismos. Pero sobre todo son estas dos actitudes las dañinas. Aquí entramos a reflexionar en este texto del evangelio de Mateo donde tenemos que estar atento a lo que el Señor nos dice. Lo que Jesús va a condenar y va a advertir y nos va a pedir la tolerancia y la paciencia, es en la rigidez con que digamos las cosas, la rigidez de nuestras actitudes, la dureza con la que decimos.

Seguro que estarás pensando en alguna situación, tal vez de ayer, del sábado, donde descubrimos esto, dónde por allí, rápidamente vemos esa basurita en el ojo ajeno y no vemos en nuestra vida tal cual somos, nos ponemos duros, podemos caer en esta hipocresía en el juzgar, porque hay algo que Jesús no descarta y no descarta en toda su palabra, que es la crítica y el discernimiento de lo que hacemos. Una cosa es el que se está equivocando, el que está pecando, y otra cosa es tener claro que lo que está haciendo no está bien. Por eso esta dureza a la hora de hablarle al hermano, a la hora de juzgarlo.

Esta hipocresía que muchas veces utilizamos porque no somos honesto con nosotros mismos, son defectos que se pueden evitar, si se tiene cuidado de comenzar toda crítica, primero mirándonos a nosotros mismos. Que bueno que seamos leales en todo esto.

Por allí, en medio de tu actividad y si tenés la gracia de poder compartir la catequesis en la serenidad de la escucha, el poder ir haciendo esta mirada que va más allá de un examen de conciencia, va más allá de estar acusándote, de sentirte dolido por lo que realmente te puedes dar cuenta de qué está pasando a respecto de la relación con el hermano.

Sino, ir teniendo este compromiso de ayuda, compromiso de amor con el hermano, este compromiso de amor con los demás; es condición indispensable para ver con claridad, para valorar con equidad, con igualdad, con prudencia, con justicia lo que nos rodea, comenzar pensando siempre en nuestra propia vida. por eso las palabras de Jesús que lo dicen abiertamente son tan claras, “Quita primero la viga de tu ojo y entonces verás claro para quitar la paja del ojo de tu hermano”. Cuanta prudencia de Jesús, pero también cuanta claridad.

Mirar la casa propia es lo primero que se a de hacer. Mirar cómo estamos ordenados es lo primero que tenemos que hacer. En la conciencia del propio límite, la conciencia de la debilidad, es dónde se encuentra la medida justa, es dónde encontramos la tolerancia y la paciencia; y será la tolerancia y la paciencia lo que nos va a abrir el camino para una crítica desde evangelio. Esto lo sabemos, no es lo mismo juzgar y ponernos a hablar desde Dios, desde su palabra, que solamente desde nosotros mismos. Pedimos a Jesús nos de la gracia de ser sinceros y veraces en la mirada que proyectamos sobre los demás y sobre nosotros mismos. Pedimos a Jesús que nos ayude a descubrir las debilidades ajenas, pero partiendo de nuestras torpezas que son muchas.

Jesús nos dice, “Vengan a ayudarnos en esta pesca grande que es el anuncio del evangelio”.

Qué difícil se hace pensar desde el amor, el no ser duros, el no ser rígidos, el no ser intolerante a la hora de juzgar al otro, el reaccionar con amor. Todos los textos y pasajes del evangelio de Mateo, que preceden al sermón de la montaña, o también como conocemos las bienaventuranzas, que hemos compartido también en estos días, han dado a los discípulos de Jesús unos principios de conducta moral, podemos decir, una exigencia muy elevada desde el amor. y en estos discípulos de Jesús, estamos cada uno de nosotros, todos los bautizados que somos discípulos de Jesús.

Corrían los discípulos en aquel momento y no correremos nosotros hoy el riesgo de considerarnos personas apartes, perteneciente a un grupo especial de toda la humanidad, por el sólo hecho de llamarnos cristianos y desde el cual podemos juzgar a los demás. Yo estoy con la parroquia, la catequesis, la liturgia, yo que soy sacerdote, que escucho todos los días la radio, mira si no voy a saber…y allí ponemos todos los adjetivos.

Por eso Jesús insiste claramente y con dureza, “No juzguen y no serán juzgados”. Jesús no pide que dejemos de apreciar las cosas y valorar los hechos con objetividad. Él mismo lo hizo, al pecador le marcó el camino, como solemos decir diariamente, le marcó la cancha, le marcó por dónde tenía que ir, cuando tuvo que hablar con dureza dijo, eso no está bien, cuando tuvo que llamar sepulcro blanqueado, a los fariseos hipócritas, los llamó, cuando tuvo que compartir, compartió con ellos, porque si la sal pierde su sabor, de qué sirve.

La cólera sigue siendo cólera; y cuando juzgamos con dureza, seguimos obrando mal. Por eso Jesús nos aclaraba en el mismo evangelio de Mateo, “Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal”. Por eso la violencia hacia el otro, esto de la ley del talión, a de ir destruyéndose con dulzura y mansedumbre. Esto es vivir con amor hacia el otro.

Pero también evaluando aquello que nos toca vivir y aquello que nos toca compartir. Evaluando si está bien o si está mal. Jesús dice de modo absoluto “no juzguen” ¿y porqué? Porque los van a juzgar a ustedes y la medida que usen, la usarán para ustedes. Qué duro es este mensaje.

Es muy duro, pero es muy claro. La medida que usemos será la medida que usemos para nosotros. La primera razón que tenemos que sopesar cuando tenemos que escuchar nuevamente esta palabra de Jesús, es que todos nosotros tenemos necesidad del perdón y de la indulgencia de Dios, y al hablar del perdón, Jesús se ha comparado siempre nuestro propio comportamiento con el que Dios emplearía con nosotros. Si deseamos un juicio misericordioso de Dios, hay que empezar por aplicar esta comprensión respecto del hermano.

Si yo soy severo con los demás, como puedo pedir a Dios que sea bueno conmigo. La segunda razón para no juzgar es que somos incapaces de ver verdaderamente en el corazón de los demás. Es que el corazón lo conoce la propia persona. A mi corazón lo conozco yo y sobre todo lo conoce

Dios que escruta el corazón del hombre. En nuestro corazón creemos ver claro y encontramos siempre excusas para nosotros, pero somos incapaces de juzgar verdaderamente, lo que ha llevado al otro a obrar de tal manera. Aquello que lo llevó a equivocarse, hay una experiencia que podes haber hecho alguna vez o que podes hacer también a lo mejor, el pedirle el calzado a aquel que tenés a tu lado y prueba caminar un rato con él.

No es fácil estar en los zapatos de otro, pero nos cuesta, así como nos cuesta caminar con el calzado de otra persona, nos cuesta también ponernos en el lugar del otro para amarlo, para no juzgarlo con dureza, porque no siempre tenemos los datos de las dificultades de los demás. Sólo Dios conoce verdaderamente el corazón. Por eso el ideal que nos propone Jesús no será tener siempre un juicio justo y objetivo sobre las cosas y los actos de los demás justo y objetivo. Ver más lo positivo que lo negativo.

Le pedimos a Jesús que nos conceda siempre la lucidez para darnos cuenta de nuestros errores, de nuestras faltas. Que Jesús siempre de a nuestra iglesia, de a todos los cristianos una gran exigencia con uno mismo y una gran bondad con los demás. El aviso es claro, los van a juzgar como ustedes juzguen y la medida que usen, la usarán con ustedes.

Si nuestra medida es de rigor exagerado, nos exponemos a que la empleen también para con nosotros. Es lo que afirmamos cuando rezamos el padre nuestro y es la parte que a todos nos cuesta rezar, “Perdónanos como nosotros perdonamos”. No hay duda que es mucho lo que nos está diciendo Jesús hoy.  Es necesario que con suavidad, con amor, que con prudencia, que con sencillez ayudemos al otro a abrir la mirada si está equivocado, si está en el error, sabiendo que también nosotros somos pecadores y podemos pasar por el error, pero descubriendo que nuestro camino de santidad es también ayudar el camino de santidad del otro. Jesús muestra el camino que hay que seguir, los criterios que tienen que tener vigencia en la comunidad hoy.

Paciencia, misericordia, tolerancia, comprensión, son las actitudes que brotan de un corazón lleno del amor de Dios. Claridad para mostrar el camino también es parte de este amor de Dios que se derrama en cada uno de nosotros y nos ayuda a crecer. Tengamos los ojos que tiene Dios para mirar nuestra vida, para mirar la vida de los otros.