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Al principio veía a Dios como el que me observaba, como un juez que llevaba cuenta de lo que hacía mal, como para ver si merecía el Cielo o el Infierno cuando muriera. Para mí era como un presidente, reconocía su foto cuando lo veía, pero, realmente, no lo conocía. Pero luego, reconocí a mi Dios. Parecía como si la vida fuera un viaje en bicicleta, pero en una bici de a dos. Y noté que Él viajaba atrás y me ayudaba a pedalear.
No sé cuándo sucedió ni me di cuenta cuándo a Dios le surgió que cambiáramos de lugar, pero mi vida no ha sido la misma desde entonces. Mi vida con Él es muy emocionante. Cuando yo tenía el control, sabía dónde iba, era un tanto aburrido y predecible, era la distancia más corta entre dos puntos. Pero, cuando Dios tomó el liderazgo, todo cambió: Él conocía otros caminos, caminos diferentes, hermosos, por las montañas, a través de lugares con paisajes increíbles. Lo único que podía hacer era sostenerme, aunque parecía una locura Él sólo me decía: “¡pedalea!”.
Yo me preocupaba y ansiosamente le preguntaba: “¿a dónde me llevas?”.Él sólo sonreía y no me contestaba, así que comencé a confiar en Él. Me olvidé de mi aburrida vida y comencé una aventura y, cuando yo decía: “estoy asustado”, Él se inclinaba y un poco por atrás y tocaba mi mano. Ah, Dios me llevó a conocer gente con dones, dones de sanidad, de aceptación. Ellos me dieron esos dones para llevarlos en mi viaje, “nuestro” viaje…de Dios y mío.
Y allá íbamos otra vez, Él me dijo: “Comparte estos dones, dalos a la gente son sobrepeso, mucho peso extra