La caridad y la limosna cristianas, según los Padres de la Iglesia

martes, 13 de noviembre de 2018
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13/11/2018 – En el último programa del ciclo 2018, el Padre Alejandro Nicola se refirió a la caridad y la limosna como temas de reflexión de los Padres de la Iglesia. “De la espiritualidad bautismal de cada cristiano brota el compromiso fraterno. Esto se daba en los primeros siglos de la Iglesia, con la practica de la cuaresma y el catecumenado antiguo. Allí surgió la invitación a la oración, el ayuno y la limosna”, comenzó diciendo el sacerdote cordobés. El padre Nicola dijo que “es un error quedarse en la perspectiva social de los textos patrísticos sin asociarlos a la espiritualidad integral del cristianismo. Los Padres de la Iglesia entendían que el estudio, la oración y la práctica van unidas”.

“Luego, compartió el texto de san Juan Crisóstomo en la “Homilía sobre la limosna”, donde se descata el deber cristiano de colaborar en las colectas de la misas:

Dice el apóstol: El primer día de la semana poned aparte cada uno por vuestra cuenta lo que consigáis ahorrar, para que, cuando yo vaya, no haya que andar entonces con colectas. Llama al domingo el primer día de la semana. ¿Y por qué destina este día a las ofrendas? ¿Por qué no el lunes, el martes o el mismo sábado? No lo hace ciertamente por casualidad y sin una razón: quiere tener de su parte la oportunidad del momento, para más estimular la voluntad de los oferentes. En los negocios no es lo de menos la elección del momento oportuno. Pero quizá me replicarás: ¿Es que existe una oportunidad especial para persuadir al hombre a que dé limosna?

Sí, pues ese día se dedica al descanso, el ánimo está más alegre con este reposo y, lo que es más importante, en ese día disfrutamos de innumerables bienes. En efecto, en este día, fue aniquilada la muerte, anulada la maldición, cancelado el pecado, destruidas las puertas del infierno, vencido el diablo, terminada la inacabable guerra, reconciliados los hombres con Dios, y vuelta nuestra estirpe a la prístina nobleza; qué digo, a una nobleza mucho más encumbrada; el sol contempló aquel admirable espectáculo: el hombre hecho inmortal. Queriendo Pablo que recordásemos tantos y tales beneficios, trajo a colación este día aduciéndolo como testigo, al decir a cada uno: Piensa, oh hombre, de cuántos y cuáles dones hoy has sido enriquecido, de cuántos y cuán grandes males has sido liberado: lo que eras y en qué te has convertido.

Y si solemos festejar el día de nuestro nacimiento, y si muchos siervos celebran solemnemente el día en que adquirieron la libertad, unos con banquetes y otros mostrándose más pródigos en las dádivas, ¿con cuánta mayor razón debemos venerar este día, que bien podríamos llamar, sin apartarnos de la verdad, día natalicio de toda la naturaleza humana?

Estábamos perdidos y fuimos reconciliados. Justo es, pues, solemnizarlo espiritualmente, no con comilonas, no con vino ni borracheras, sino haciendo partícipes de nuestra riqueza a nuestros hermanos pobres. Os digo esto no para que os contentéis con aprobarlo laudatoriamente, sino para que lo imitéis. No penséis que estas recomendaciones iban destinadas únicamente a los Corintios, sino también a cada uno de nosotros y a todos los que vendrán después de nosotros. Hagamos realidad lo que Pablo ordenó, y el domingo cada uno de nosotros ponga aparte en su casa el óbolo dominical. Y que esto se convierta en ley y en costumbre inmutable y así no será necesario en el futuro volver a las amonestaciones y a la persuasión. Pues la exhortación y la persuasión no valen lo que una costumbre inveterada”.

Finalmente, el padre Nicola acercó el texto de san Basilio Magno en su homilía sobre la caridad, donde se subraya la cuestión de la misericordia, la limosna y la caridad permanente:

“Oh hombre, imita a la tierra; produce fruto igual que ella, no sea que parezcas peor que ella, que es un ser inanimado. La tierra produce unos frutos de los que ella no ha de gozar, sino que están destinados a tu provecho. En cambio, los frutos de beneficencia que tú produces los recolectas en provecho propio, ya que la recompensa de las buenas obras revierte en beneficio de los que las hacen. Cuando das al necesitado, lo que le das se convierte en algo tuyo y se te devuelve acrecentado. Del mismo modo que el grano de trigo, al caer en tierra, cede en provecho del que lo ha sembrado, así también el pan que tú das al pobre te proporcionará en el futuro una ganancia no pequeña. Procura, pues, que el fin de tus trabajos sea el comienzo de la siembra celestial: Sembrad justicia,y cosecharéis misericordia, dice la Escritura.

Tus riquezas tendrás que dejarlas aquí, lo quieras o no; por el contrario, la gloria que hayas adquirido con tus buenas obras la llevarás hasta el Señor, cuando, rodeado de los elegidos, ante el juez universal, todos proclamarán tu generosidad, tu largueza y tus beneficios, atribuyéndote todos los apelativos indicadores de tu humanidad y benignidad. ¿Es que no ves cómo muchos dilapidan su dinero en los teatros, en los juegos atléticos, en las pantomimas, en las luchas entre hombres y fieras, cuyo solo espectáculo repugna, y todo por una gloria momentánea, por el estrépito y aplauso del pueblo?

Y tú, ¿serás avaro, tratándose de gastar en algo que ha de redundar en tanta gloria para ti? Recibirás la aprobación del mismo Dios, los ángeles te alabarán, todos los hombres que existen desde el origen del mundo te proclamarán bienaventurado; en recompensa por haber administrado rectamente unos bienes corruptibles, recibirás la gloria eterna, la corona de justicia, el reino de los cielos. Y todo esto te tiene sin cuidado, y por el afán de los bienes presentes menosprecias aquellos bienes que son el objeto de nuestra esperanza. Ea, pues, reparte tus riquezas según convenga, sé liberal y espléndido en dar a los pobres. Ojalá pueda decirse también de ti: Reparte limosna a los pobres, su caridad es constante.

Deberías estar agradecido, contento y feliz por el honor que se te ha concedido, al no ser tú quien ha de importunar a la puerta de los demás, sino los demás quienes acuden a la tuya. Y en cambio te retraes y te haces casi inaccesible, rehúyes el encuentro con los demás, para no verte obligado a soltar ni una pequeña dádiva. Sólo sabes decir: «No tengo nada que dar, soy pobre». En verdad eres pobre y privado de todo bien: pobre en amor, pobre en humanidad, pobre en confianza en Dios, pobre en esperanza eterna”.