La comunión de los discípulos misioneros en la Iglesia

lunes, 4 de septiembre de 2017
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04/09/2017 – Jesús no anuncia el evangelio sólo, lo hace acompañado de los discípulos a quienes luego de hacerlos testigos de sus obras y sus modos, los envía. Y los envía de a dos en dos. Aunque salgamos a la misión de cada día solos, siempre con nosotros acompaña la comunidad a la que pertenecemos y el Espíritu Santo que guía e impulsa la misión.

“Después subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios”.

Mc 3,13-15

Jesús, al inicio de su ministerio, elige a los doce para vivir en comunión con Él (cf. Mc 3, 14). Casi siempre la misión es sorprendente. En la soltura interior que nos da el Espíritu, poder redescubrir la fuerza de la misión. El Espíritu crea y recrea en el encuentro.

Para favorecer la comunión y evaluar la misión, Jesús les pide: “Vengan ustedes solos a un lugar deshabitado, para descansar un poco” (Mc 6, 31-32). En otras oportunidades, se encontrará con ellos para explicarles el misterio del Reino (cf. Mc 4, 11.33-34). De la misma manera se comporta con el grupo de los setenta y dos discípulos (cf. Lc 10, 17-20). Al parecer, el encuentro a solas indica que Jesús quiere hablarles al corazón (cf. Os 2, 14).

Hoy, también el encuentro de los discípulos con Jesús en la intimidad es indispensable para alimentar la vida comunitaria y la actividad misionera.

Los discípulos de Jesús están llamados a vivir en comunión con el Padre (1 Jn 1, 3) y con su Hijo muerto y resucitado, en “la comunión en el Espíritu Santo” (2 Co 13, 13). El misterio de la Trinidad es la fuente, el modelo y la meta del misterio de la Iglesia: “Un pueblo reunido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, llamada en Cristo “como un sacramento, o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano”. La comunión de los fieles y de las Iglesias Particulares en el Pueblo de Dios se sustenta en la comunión con la Trinidad. Ese es nuestro horizonte crear y recrear la vida de la fraternidad. Por eso, posiblemente en estos días mientras preparamos el corazón para la misión sea descubrir cuáles son los lugares fraternos donde el Señor nos dice “yo estoy en medio de ustedes”. 

La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. Si hay algo que atenta con el Espíritu es romper la comunión.  No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión”. Esto significa que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con el Papa.

Nuestra fuerza está en la comunión y de hecho en la primera comunidad cristiana, muchos se iban sumando porque veían “cuánto se amaban”. Comunicamos una persona, a Jesús, y esa vida viene de la comunión entre sus discípulos. El acontecimiento del cristianismo es de comunión donde podemos vivir una experiencia permanente de ser discípulos y hermanos con los apóstoles y el Papa, para anunciar el evangelio liberador. No vamos a cualquier lugar sino al corazón del problema, a plantear la vida por encima de la muerte, y la resurrección como la gran respuesta a la pregunta de todos los tiempos y de todos los hombres “¿qué hay después de la muerte?”. Llamamos a Dios “abba”, Padre, y entre nosotros hermanos. 

La Iglesia, como “comunidad de amor”, está llamada a reflejar la gloria del amor de Dios que, es comunión, y así atraer a las personas y a los pueblos hacia Cristo. En el ejercicio de la unidad querida por Jesús, los hombres y mujeres de nuestro tiempo se sienten convocados y recorren la hermosa aventura de la fe que nos lleva hasta donde el Señor quiere a decir que Él esta vivo. “Que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea” (Jn 17, 21). La Iglesia crece no por proselitismo sino “por ‘atracción’: como Cristo ‘atrae todo a sí’ con la fuerza de su amor”. La Iglesia “atrae” cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros como Él nos amó (cf. Rm 12, 4-13; Jn 13, 34).

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La Iglesia peregrina vive anticipadamente la belleza del amor, que se realizará al final de los tiempos en la perfecta comunión con Dios y los hombres. Su riqueza consiste en vivir ya en este tiempo la “comunión de los santos”, es decir, la comunión en los bienes divinos entre todos los miembros de la Iglesia, en particular entre los que peregrinan y los que ya gozan de la gloria. Constatamos que, en nuestra Iglesia, existen numerosos católicos que expresan su fe y su pertenencia de forma esporádica, especialmente a través de la piedad a Jesucristo, la Virgen y su devoción a los santos. Los invitamos a profundizar su fe y a participar más plenamente en la vida de la Iglesia, recordándoles que “en virtud del bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo”.

La Iglesia es comunión en el amor. Esta es su esencia y el signo por la cual está llamada a ser reconocida como seguidora de Cristo y servidora de la humanidad. El nuevo mandamiento es lo que une a los discípulos entre sí, reconociéndose como hermanos y hermanas, obedientes al mismo Maestro, miembros unidos a la misma Cabeza y, por ello, llamados a cuidarse los unos a los otros (1 Co 13; Col 3, 12-14).

En la celebración eucarística, se renueva la vida en Cristo. La Eucaristía, en la cual se fortalece la comunidad de los discípulos, es una escuela de vida cristiana. En ella, juntamente con la adoración eucarística y con la práctica del sacramento de la reconciliación para acercarse dignamente a comulgar, se preparan los discípulos en orden a dar frutos permanentes de caridad, reconciliación y justicia para la vida del mundo.

La Eucaristía, signo de la unidad con todos, que prolonga y hace presente el misterio del Hijo de Dios hecho hombre (cf. Fil 2,6-8), nos plantea la exigencia de una evangelización integral. La inmensa mayoría de los católicos de nuestro continente viven bajo el flagelo de la pobreza. Esta tiene diversas expresiones: económica, física, espiritual, moral, etc. Si Jesús vino para que todos tengamos vida en plenitud, la misión es una hermosa ocasión de responder a las grandes necesidades de nuestros pueblos. Para ello, tiene que seguir el camino de Jesús y llegar a ser buena samaritana como Él. Toda auténtica misión unifica la preocupación por la dimensión trascendente del ser humano y por todas sus necesidades concretas, para que todos alcancen la plenitud que Jesucristo ofrece.

 

 

Padre Javier Soteras

 

Material elaborado en base al Documento de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano en los puntos  154-164; 176