La condición femenina en la tarea de la envangelización

viernes, 20 de septiembre de 2024
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20/09/2024 – En el Evangelio de hoy, Lucas 8,1 – 3, el Señor muestra su vocación de compartir la tarea con quienes elige para la misión y aparecen, entre los discípulos, las mujeres. Lucas concentra en el evangelio de hoy, la condición femenina sumada a la tarea de la envangelización como parte constitutiva de una novedad que trae el anuncio del Reino. Jesús trae equidad y complementariedad de lo femenino y masculino en la tarea del anuncio del Evangelio.

Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes. Lucas 8,1 – 3

La alegría de ser discípulos y misioneros de Jesucristo

Documento de Aparecida:

En el encuentro con Cristo queremos expresar la alegría de ser discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del Evangelio. Ser cristiano no es una carga sino un don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, Salvador del mundo.

La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión (Cf. Lc 10, 29-37; 18, 25-43).

La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.
Ser discípulo es aprender a encaminar nuestra vida en la vida del maestro. En el Evangelio vemos cuando los discípulos dicen “Maestro, ¿dónde vives?” “Vengan y vean” responde Jesús. Ellos compartieron todo el día con él y después de esto dijeron “Hemos encontrado a Mesías” Lo pueden afirmar porque lo vieron actuar, vivieron con él.

Una vida que se quiere encontrar con el maestro, que tiene la experiencia de haber vivido con el maestro, ahí nace el discipulado, está la clave.

Si no hay una experiencia de palpitar con del maestro, de latir con su sentimiento pueden ser discípulo de vida pero no con el fundamento de radicalidad y la expresión de aprender a vivir como él vive.

Lo particular de este evangelio está en que no solo los doce estaban con él sino también las mujeres quienes habían sido sanadas. No solo lo habían escuchado sino que habían experimentado en carne propia lo que era tener al Mesías en su propia vida.

Esto marca una diferencia porque en ese momento de la historia las mujeres no podían seguir a un maestro, ellas vivían totalmente marginadas y sometidas. Esto debe haber chocado a las personas de esa época. Parte de estas mujeres fueron testigos de la Pascua de Cristo.

La dignidad y participación de las mujeres

La antropología cristiana resalta la igual dignidad entre varón y mujer, en razón de ser creados a imagen y semejanza de Dios. El misterio de la Trinidad nos invita a vivir una comunidad de iguales en la diferencia.
En una época de marcado machismo, la práctica de Jesús fue decisiva para significar la dignidad de la mujer y su valor indiscutible: habló con ellas (Cf. Jun 4, 27), tuvo singular misericordia con las pecadores (Cf. Lc 7,36-50; Jun 8,11), las curó (Cf. Mc 5, 25-34), las reivindicó en su dignidad (Cf. Jun 8, 1-11), las eligió como primeras testigos de su resurrección (Cf. Mt 28, 9-10), e incorporó mujeres a al grupo de personas que le eran más cercanas (Cf. Lc 8, 1-3).

La figura de María, discípula por excelencia entre discípulos, es fundamental en la recuperación de la identidad de la mujer y de su valor en la Iglesia. El canto del Magnifica muestra a María como mujer capaz de comprometerse con su realidad y de tener una voz profética ante ella.

La relación entre la mujer y el varón es de reciprocidad y colaboración mutua. Se trata de armonizar, complementar y trabajar sumando esfuerzos. La mujer es corresponsable, junto con el hombre, por el presente y el futuro de nuestra sociedad humana.

Lamentamos que innumerables mujeres de toda condición no sean valoradas en su dignidad, queden con frecuencia solas y abandonadas, no se les reconozca suficientemente su abnegado sacrificio e incluso heroica generosidad en el cuidado y educación de los hijos, ni en la transmisión de la fe en la familia. Tampoco se valora ni promueve adecuadamente su indispensable y peculiar participación en la construcción de una vida social más humana y en la edificación de la Iglesia. A la vez, su urgente dignificación y participación pretende ser distorsionada por corrientes ideológicas, marcadas por la impronta cultural de las sociedades del consumo y el espectáculo, que son capaces de someter a las mujeres a nuevas esclavitudes. Es necesario en América Latina y El Caribe superar una mentalidad machista que ignora la novedad del cristianismo, donde se reconoce y proclama la “igual dignidad y responsabilidad de la mujer respecto al hombre”

En esta hora de América Latina y El Caribe, urge escuchar el clamor, tantas veces silenciado, de mujeres que son sometidas a muchas formas de exclusión y de violencia en todas sus formas y en todas las etapas de sus vidas. Entre ellas, las mujeres pobres, indígenas y afro americanas han sufrido una doble marginación. Urge que todas las mujeres puedan participar plenamente en la vida eclesial, familiar, cultural, social y económica, creando espacios y estructuras que favorezcan una mayor inclusión.

Las mujeres constituyen, en general, la mayoría de nuestras comunidades, son las primeras transmisoras de la fe y colaboradoras de los pastores, quienes deben atenderlas, valorarlas y respetarlas.

Urge valorar la maternidad como misión excelente de las mujeres. Esto no se opone a su desarrollo profesional y al ejercicio de todas sus dimensiones, lo cual permite ser fieles al plan originario de Dios que da a la pareja humana, de forma conjunta, la misión de mejorar la tierra. La mujer es insustituible en el hogar, la educación de los hijos y la transmisión de la fe. Pero esto no excluye la necesidad de su participación activa en la construcción de la sociedad. Para ello, se requiere propiciar una formación integral de manera que las mujeres puedan cumplir su misión en la familia y en la sociedad.
El rol de la maternidad es un rol insustituible. Sumando esto en que en el camino de la fe se puede asumir gracias a la presencia de la mujer.

El evangelio nos invita a revisar el discipulado. Lo fundamental es vivir el discipulado, experimentar de cerca la vida de Cristo, no hacerlo de oída sino con una profunda convicción.