07/12/2023 – 𝗛𝗼𝘆 𝗲𝗻 𝗠𝗮𝘁𝗲𝗼 𝟳, 𝟮𝟭, 𝟮𝟰, 𝟮𝟳, Jesús nos advierte, “𝘯𝘰 𝘴𝘰𝘯 𝘭𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘪𝘤𝘦𝘯 𝘚𝘦ñ𝘰𝘳, 𝘚𝘦ñ𝘰𝘳, 𝘭𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘷𝘢𝘯 𝘢 𝘦𝘯𝘵𝘳𝘢𝘳 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘙𝘦𝘪𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰𝘴, 𝘴𝘪𝘯𝘰 𝘭𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘤𝘶𝘮𝑝𝘭𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘷𝘰𝘭𝘶𝘯𝘵𝘢𝘥 𝘥𝘦 𝘮𝘪 𝘗𝘢𝘥𝘳𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢́ 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰.” Esta voluntad del Padre se manifiesta en la enseñanza de Jesús, la Palabra con la que el Padre ha venido a refundar nuestro camino.
“No son los que me dicen: «Señor, Señor», los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena». Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande». San Mateo 7,21.24-27
Los escenarios varían y son móviles y necesitamos puntos de referencia aunque eso es distinto a controlarlo todo. Cuando así ocurre nos convertimos en señores de todo, cuando es irreal que podamos dominarlo todo. En cambio cuando nuestra mirada está fija en lo esencial, en el Señor y todo lo que viene de Él, aun cuando los escenarios sean cambiantes nosotros permanecemos firmes.
Las personas libres que están dispuestas a cambiar sus planes, que son capaces de adaptarse, son personas realmente fuertes. No es razonable querer dominar como si fuéramos los creadores. La vida es impredecible, por eso puede esperar lo inesperado quien tiene puesta la mirada en Dios.En la vida de los santos ocurre que en los momentos de mayor fragilidad y tribulación, suelen ser los momentos de mayor fecundidad en su ministerio y servicio apostólico. De hecho esa es la experiencia de Jesús. La “hora” de Jesús, su tiempo de mayor plenitud, es la cruz.
Por eso no hay que maldecir los malos momentos, tampoco aferrarse masoquistamente, sino saber cargar y sobrellevar estas situaciones. Así, cuando vivimos en esa dimensión, nada resulta inútil y todo juega a favor de quien sabe que la vida se sostiene en otro plano superior a las transiciones. La vida viene como viene, dice Francisco, y cuando sabemos recibirla nos hace fuertes. Cada experiencia sea agradable o indeseada nos va solidificando en el camino, y vamos construyendo sobre roca.
A veces creemos que ser fuertes es un gran desprendimiento, pero a veces seremos fuertes disfrutando una etapa de consolidación, otras siendo capaces de llorar y gritarle al Padre “¿Por qué me has abandonado?”. Dedicar algunos momentos para estar solos sin hacer nada es algo imprescindible para encontrarme con la propia verdad e intentar descubrir por dónde me quiere conducir y fortalecer el Señor. No es huyendo como nos salvamos. El que carga con su cruz todo los días encuentra el camino, no el que la gana a la vida, sino el que la pierda. La vida nos ofrece oportunidades a cada rato para darle solidez, consistencia y fortaleza a nuestra propia casa.
A veces nos hacemos fuertes liberándonos de cargas pesadas. Por ahí identificamos la fortaleza con una super estructura que protege la herida, cuando muchas veces es liberándonos como nos fortalecemos. La fortaleza no es la seguridad es más que ello. En la fortaleza pisamos en solidez, en cambio la seguridad me tapa y protege. El Señor nos pide salir, estar en estado de éxodo, liberándome de mis seguridades con la certeza de que Él está conmigo y eso me hace fuerte. El me invita a salir de mis falsas fortalezas que son mis seguridades, cuando en realidad la gran seguridad es Él.
Cuando alguien se ha fortalecido es capaz de salir de su guarida, enfrentar la vida y avanzar hacia adelante aunque no se vea claro el camino. Abraham, Moisés, nos dan un ejemplo de esto. Nuestra mayor fuerza es la confianza, la seguridad de que de alguna manera o de otra saldremos adelante. “Podrán hacernos tambalear pero no podrán voltearnos” dice San Pablo. Sabemos en quién ponemos nuestra confianza y eso nos hace fuertes.
En Is 43, 1-3 la palabra de Dios dice ” No temas, porque yo te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú me perteneces. Si cruzas por las aguas, yo estaré contigo, y los ríos no te anegarán; si caminas por el fuego, no te quemarás, y las llamas no te abrasarán. Porque yo soy el Señor, tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador”
Cuando parece que la barca se hunde Jesús se hace presente. Cuando sentimos la tentación de bajar los brazos, Jesús nos habla al corazón y nos dice “¡Ánimo!. Yo he vencido al mundo, vamos para adelante”. Hoy si nos sentimos caídos, si estamos entristecidos, si sentimos que la vida con todos sus embates nos va volteando, podemos escuchar en el corazón ¡Ánimo, levántate, yo estoy con vos!.
Podemos expresar nuestra confianza con las hermosas palabras de algunos salmos. Se trata de vivir desaprendidos pero no sueltos, caminando libres, pero en esa de los hombres que tienen los pies sobre la tierra entregados en un vértigo total pero con la confianza en Dios. Es peligroso largarse a un océano aunque fascinante. Por qué no salir de ese lugar de temor en la vida, en lugar de darle riendas libres a la libertad del Señor. Los débiles se quedan en la orilla, los fuertes se animan a ir mar adentro.
En el camino nos hacemos fuertes cuando afrontamos la vida con espíritu de lucha, confiando profundamente en el poder de Dios, sabiendo que Él siempre tiene un mañana para nosotros. Así no nos centramos en lo que pasó, sino en lo que nos espera. No salgo más débil después de los golpes, al contrario, si lo miro bien salgo más fuerte, no más resignado, sino más hábil y capacitado. Tenemos mucha fuerza de Dios en nosotros. Podemos mirar hacia atrás y ver todo lo que hemos soportado, y darnos cuenta que en mí hay mayor fuerza en Dios de lo que creía. Cuánta potencialidad hay en mí para multiplicarla y seguir avanzando; es gracia de Dios. La gracia de Dios es como una lluvia del Espíritu que hace florecer el desierto seco. Sin la gracia de Dios, tarde o temprano, nos damos cuenta que hemos perdido las energías y estamos agotados.
Ejercicio para la oración: Imaginá que tu vida es una pieza de loza quebrada. Observá tu vida destrozada, mirá los pedazos ásperos y puntiagudos. Ahora juntá los pedazos. Mirá cómo las piezas de lozas se han convertido en una hermosa jarra en las manos de Jesús. Tomate tiempo en la oración. Mirá la belleza, el detalle, la ternura con que la va formando. Así quiere restaurarte a vos, con esa dedicación y con esa ternura.
Fuente: material elaborado en parte con el libro “Para liberarte de esa sensación de debilidad interior” de Mons. Victor Manuel Fernández