La cruz, cátedra de Jesús

jueves, 6 de marzo de 2014
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06/03/2014 – Mientras comenzamos a recorrer la Cuaresma, en la Catequesis de hoy centramos la mirada en la cruz de Jesús desde donde el Maestro deja sus enseñanzas más valiosas. "¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!" dice San Agustín ante esta realidad de la cruz que muestra el desbordante amor de Dios por los hombres.

 

La Cruz, palabra iluminadora en el peregrinar de Cuaresma

 

Les decía Jesús: “El Hijo del Hombre debe sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; ser matado y resucitar al tercer día. Si alguno viene en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y sígame. Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. ¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?”.

Lucas 9, 22 – 25

 

Si queremos encontrar un foco en el cual guiar nuestros pasos en el tiempo de la Cuaresma, es la cruz de Jesús. Vamos detrás de Él, queremos seguirlo y eso supone algunas condiciones. “Si alguno viene en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y sígame. Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará.” En el árbol de la cruz está el faro que ilumina el camino de la Cuaresma. Jesús lo dice a esto en el evangelio de Juan, capítulo 12, 32:Cuando yo sea elevado en lo alto atraeré a todos hacia . La cruz tiene fuerza de atracción, y por la fuerza del amor que se contiene en ella misma en la entrega, es capaz de sacar de nosotros lo mejor. Es una fuerza escondida que nos invita a ser protagonistas de la transformación de la humanidad. Cuando la asumimos con entereza, por gracia de Dios, se convierte en un antes y un después de nuestras vidas.

Desde esa perspectiva se entiende la pregunta del peregrino de Emaús, aquellos dos hombres que vienen cansados, agobiados de tanta desilusión frente a la muerte del que, en principio, había parecido como el líder de una nueva comunidad que estaba naciendo. Y entre los prodigios de su obrar profético, y de sus palabras que convencían a la multitud, ellos no pueden creer cómo es que han ocurrido las cosas que han pasado. Y entonces, el peregrino de Emaús, Jesús escondido bajo un velo para que ellos no lo reconozcan, les pregunta: “¿No era necesario que Cristo padecería todo esto, y entrara así en su gloria?”.

En la lectura serena y reconciliada de nuestra historia con sus cruces, vamos a encontrar dos realidades bien profundas, ocultas, que necesitamos develar, a las que debemos abrirles el velo, para descubrir la luz que ilumina nuestro camino penitencial cuaresmal. Detrás de la Cruz, las cruces de nuestra historia, de nuestra historia reconciliada, está escondida la luz que ilumina nuestro camino de transformación cuaresmal. Y por otra parte, ahí mismo está escondida la Gracia con la que el Señor viene a renovarnos para la próxima Pascua.

 

Hay vida debajo de nuestras cruces

Hay que reconciliarse, no pelearse, no negarlas, no dejarlas allí sin terminar de reelaborarlas. Seguramente vos has hecho experiencia de haber pasado por momentos muy difíciles, y después de esos momentos vos dijiste, “cuánta vida había escondida detrás de tanto dolor”, “cuánta sabiduría Dios dejó en el camino después de tanto sufrimiento”, “cuánta fortaleza Dios me dio después de aquello que ocurrió”. No hay felicidad plena si no se pasa por estas cañadas de oscuridad. Sin embargo, en nuestra sociedad hay negación del dolor y del sufrimiento, y sólo lugar para el placer, cuando la vida también incluye éstos otros lugares.

Si en eso no pensaste, yo te pido que sintonices, así como con la radio, con esa frecuencia interior, de los momentos más crucificantes de tu vida, y con la serena conducción de la Gracia del Espíritu Santo. Permitite encontrarte en ese lugar de tanto dolor, con otra mirada que hasta aquí no has tenido. La mirada de quien sabe que la muerte, para quien la vive con fe, viene con una carga de vida que transforma.

¿Cuál ha sido la vida que todavía no has captado?¿Cuál ha sido el don de Gracia que todavía no habías percibido? Con el que Dios, lejos de maldecirte, también en ese momento de dolor, el Dios que nos ama y a quien nada se le escapa, te estaba bendiciendo.

 

¿Qué hay de iluminador en el mensaje de la propia Cruz?

Dice san Pablo en 1Cor. 1, 18-25: “la predicación de la Cruz es una necedad para los que se pierden. Más para los que se salvan, nosotros, es fuerza de Dios. Porque dice la Escritura, destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio, dónde el docto, dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo, mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación.

Así, mientras los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado. Escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, más para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo fuerza de Dios sabiduría de Dios. Porque la necedad divina de la Cruz, es más sabia que la sabiduría de los hombres. Y la debilidad divina más fuerte que la fuerza de los hombres"

La cruz, es fuente de luz. Trae Gracia de sabiduría. La pregunta encuentra su respuesta en el texto de Pablo y en la reflexión que hacemos. ¿Qué hay de iluminador en el mensaje de la propia Cruz? Esta es la pregunta que nos sale al encontrarnos con el misterio de la cruz en la propia existencia. Y si esa luz todavía no está y el peso se hace demasiado grande, es porque hay algo que no estamos entendiendo del mensaje de Jesús. Porque vivida en Él, “el yugo se hace suave y ligero”. Detrás de cada cruz hay vida, por eso no sólo la cargamos con dignidad, sino con la esperanza de ver luz y vitalidad detrás del dolor.

En ese mensaje está escondida la sabiduría que Cristo desde la cruz nos ha regalado para superar, cualquier modo de comprensión de la realidad. De hecho cuando Jesús invita a sus discípulos a e aprendizaje detrás de sí, pide “si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su Cruz y sígame”

El que habla es el Maestro de Galilea. Es decir, si alguno quiere aprender de esta sabiduría que yo poseo -eso está diciendo Jesús- que cargue con la Cruz, porque la sabiduría está en la Cruz. ¿El Maestro que trae? Una nueva sabiduría, distinta a lo de los escribas y fariseos, garantiza su enseñanza con autoridad, desde la “cátedra” de la entrega de la vida, con Amor.

 

La cátedra de Jesús, es la Cruz

En el silencio de la cruz y en sus pocas palabras, el Maestro da su enseñanza más preciada. La Cruz entendida como entrega y ofrenda de la vida, que vence el límite de la herida del pecado, y lo asume transformándolo en Gracia de Resurrección, en vida nueva. En la Cruz Jesús vence.

El árbol de la Cruz tiene el mensaje de salvación que se había perdido en el árbol de la muerte (Gn 3), por la caída de nuestros padres. Después de aquél derrumbe del proyecto de Dios por la rebeldía en el corazón del punto más alto de la Creación, o sea el hombre, comienza a producirse una descomposición en los vínculos. Una falta de reconciliación con la Tierra que estaba para ser dominada, ahora cuesta. Produce dolor y sudor de lágrimas. Con Dios no se puede tratar ya con el mismo tipo de amistad que antes porque uno siente la necesidad de esconderse ante su mirada, que nos encuentra desnudo.

Todo se descompagina después de haber tomado del árbol de la muerte. Aquel fruto prohibido. En aquel árbol prevaleció la rebeldía, al mandato divino. En el árbol de la vida, en el de la Cruz, prevalece la caridad, en su máxima expresión. Y esto es lo que permite que comience a recomponerse el mundo vincular en toda su complejidad.

¿Cómo es que ocurre esto? Porque ha sido vencido el pecado. Lo ha vencido la entrega de la vida en el amor. En su máxima expresión, la cruz como entrega de vida, viene a poner las cosas en su lugar. La cruz se hace entonces faro que ilumina. Ya que la vida llamada para ser entregada se pierde, si se la guarda para sí mismo. En tu cruz hay una presencia de amor, en la que Dios viene a vencer, lo que supuestamente para vos, por mucho tiempo fue maldición. Detrás de cada una de nuestras cruces hay un don de Gracia que se esconde, donde Dios nos dice: Yo he vencido, quiero vencer en vos todo dolor y todo sufrimiento.

 

El amor de la Cruz rompe con la incapacidad de entender

El amor a la cruz es lo que nos hace entrar en la lógica de Dios y desde ahí comprender. Esto se nota en el caso de los discípulos de Emaús. Allí el Señor se les acerca, camina al lado de su desilusión. Los escucha y luego los invita a mirar la Cruz que ilumina. Él les dijo “insensatos y tardos de corazón, para creer lo que dijeron los profetas ¿no era necesario que Cristo padecería todo esto y entrara así en su gloria? Y empezando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras.”

La expresión en el Evangelio de Lucas nos cabe a todos los seguidores del Camino, cuando en nuestro vínculo discipular insistimos más en querer racionalizar, moralizar, reducir a la piedad o a un código mínimo de ética el Camino. Más que en aceptar la propuesta del Camino. La racionalización, la moralización, el pietismo, y el fariseo legalismo de nuestros tratos con el Maestro van de la mano de una idea de Dios. Y de la propuesta de Camino, que sólo por la aceptación de una fe madura logra liberarse de cualquier prejuicio del andar.

Lo que no terminamos de entender es que Dios ha vencido, y es capaz de cambiar el rostro a nuestra existencia. Lo que nos parecía tremendo e imposible, Dios nos dice que de eso Él puede sacar un bien mayor. Es tiempo de abrirnos a esa comprensión de la realidad que viene del acto creyente del misterio de la cruz en las propias cruces de nuestra vida.

 

Padre Javier Soteras