“La dimensión misionera la descubrí por gracia del bautismo”, dijo Liliana Pansa

martes, 2 de marzo de 2021

02/03/2021 – Liliana Pansa es una laica misionera que colabora con la iglesia de Neuquén, aunque actualmente está en su natal localidad de Justiniano Posse (Córdoba) cuidando a su madre. Junto a un equipo integrado por un joven matrimonio y otra laica misionó en el este de África de 1989 al 2002. “Tengo 63 años. Nací el 24 de noviembre de 1957, en Posse, hija de Marciano y Teresa, hermana menor de Mercedes, de quien tengo tres sobrinos”, se presentó. “Mi infancia fue muy linda, una infancia de calles de tierra. Con mi hermana fuimos a una escuela pública donde confluíamos todos en el pueblo, desde el más pobre al más rico. Así que tuve una experiencia de fraternidad, de puertas abiertas. Así era esa época”, completó.

Nací con la cadera sacada y con el pie izquierdo dado vuelta. Imaginate cómo se preocuparon mis padres. Recién comencé a caminar a los tres años. Mi mamá Teresa hizo una promesa a la Virgen de las Mercedes de Saladillo para que yo caminara y lo logró. Ya adulta ya, cuando me fui a Mozambique a misionar, le encargué el cuidado de mi madre a la Virgen María. Y la Madre del Cielo me devolvió el favor”, dijo Liliana.

“En la adolescencia tuve dudas de fe, hacía críticas a la Iglesia, una profesora nos invitó a participar a dos amigas más y a mí a un retiro con las chicas de un colegio católico. Ese encuentro fue un impacto para mí porque nos regalaron el Evangelio y eso me llegó al corazón. Descubrí al Jesús que quiero seguir. Eso me ayudó  a discernir mi primera vocación que es la docencia. Sentí que Jesús me amó en forma personalizada. Descubrí que me podían pasar cosas en la vida, buenas o malas, pero ante los ojos de Jesús no importa nada porque Él me ama. Leer el Evangelio te da vueltas la cabeza, te refresca”, indicó Pansa.

“Mi papá era muy lúcido, tenía una fe del pueblo, sin tanta práctica religiosa. Yo vengo de mucha familia grande. No faltaron dificultades económicas y de salud que fortalecieron familia y carácter. La fe se vivía como una dimensión de vida, sin devoción ni prácticas religiosas intensas”, destacó. “Primero fui maestra en Posse, algo hermoso. Pero luego sentí que me faltaba algo más. Quería una docencia rural y me fui a Neuquén a vivir en 1984. Ahí estaba don Jaime de Nevares como obispo, que era muy austero y concentrado en evangelizar y acompañar al pueblo. Yo quería ser docente desde la fe y me salió un trabajo en la periferia de la capital neuquina, y a la par surgió colaborar con la pastoral misionera diocesana, que era un lugar muy laical. Conocer a De Nevares e integrarme a la iglesia neuquina fue una experiencia muy fuerte”, dijo la referente misionera.

“Descubrí que lo mío era una vocación misionera laical  y después de un tiempo de formación comunitaria fui enviada desde la iglesia de Neuquén en  un equipo integrado por un joven matrimonio (Patricia y Miguel, marplatenses) y otra laica misionera (Mónica, neuquina) a la diócesis de Xai Xai en Mozambique, en el año 1989. Desde ese momento, se sucedieron sucesivas renovaciones de envíos misioneros en el que se sumaron sacerdotes y laicas de diferentes diócesis. La experiencia vivida fue rica y dejó importantes huellas con nombres y corazones en mi vida. Regresé en el 2002 y me reintegré a la comunidad neuquina, laboral, eclesial y socialmente. En el año 2003 me diagnosticaron cáncer de mama  y después de operarme y tratarme, aquí estamos. Actualmente integro el Equipo coordinador de la Pastoral Misionera diocesana en Neuquén y el Área Ad Gentes de Obras Misionales Pontificias,  colaborando en el Proyecto de Misión de la Iglesia Argentina en Amazonia”, expresó Liliana. “Yo nunca me planteé ir a África, yo quería ayudar al que sufría y el Señor me llevó allá. La dimensión misionera la descubrí por gracia del bautismo. La misión se hace en el día, en lo cotidiano”, añadió.

Por último, compartió esta oración misionera:

Te doy gracias Señor, Dios nuestro,

por el camino recorrido, por el corazón lleno de nombres ,

por las experiencias de vida y de fe que me regalaste para crecer.

Te pido me perdones por la tibieza, los miedos,

los egoísmos y las comodidades que me frenan

para salir al encuentro de los demás con amor,

especialmente con los más solos, necesitados y frágiles .

Envía tu Santo Espiritu para que a ejemplo de María,

sea nuestra inspiración y guía en la construcción

de una sociedad más fraterna y justa,

sin fronteras, signo y señal del Reino

que tu Hijo Jesús nos animó a anunciar.

Amén.