La empatía

miércoles, 25 de junio de 2008
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“Vengan a mí, benditos de mi Padre y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo.  Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estaba de paso y me alojaron, desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, preso y vinieron a verme”.  Señor, ¿cuándo te vimos así? le preguntaron.  “Cada vez que hicieron esto con uno de mis pequeños, lo hicieron conmigo.”

Mateo 25; 34 – 40

Estamos ante una actitud típica de Jesús, del Maestro, que recorre todas las páginas del Evangelio y se concentra particularmente en este texto en el que el Señor indica cuál es el lugar que Él ocupa al lado de los que más sufren. Es un lugar de honda identificación.

La actitud de Jesús es profundamente empática para con los pobres de su tiempo, al punto tal que su propia persona se hace una con ellos. Cada vez que hacemos algo con cualquiera de estos pequeños, es a Jesús mismo que se lo estamos haciendo.

¿Qué es la empatía? Etimológicamente, a diferencia de la simpatía que es sentir con, la empatía es sentirse en, sentirse desde, estar dentro de. Y requiere una gran capacidad de ruptura con nosotros mismos, lo cual es posible sólo con la fuerza del amor que nos hace ser uno con los otros. La empatía nos permite ver con los ojos con que los otros ven, entender con el entendimiento que los otros tienen de la realidad, e incluso sentir con el corazón del que siente y está junto a nosotros.

La empatía es una disposición interior que despliega en nosotros realidades concretas, especialmente en lo relativo a una escucha activa y a una respuesta que sea verdaderamente comprensiva.

En nuestra convivencia nacional nos está faltando este don, este ponerse en el lugar del otro.

Lo que aparece en el conflicto que estamos viviendo es el reflejo de otras realidades, que desde hace tiempo están pidiendo que nos constituyamos en una nación-familia. Lo que mediáticamente vemos de acusación, enfrentamiento, división, prejuicio, expresión descalificadora, suele ser un reflejo de lo que nos ocurre en otros ámbitos de la convivencia, tales como comunidad, familia, lugar de trabajo, relación de amistad. No nos rasguemos las vestiduras, porque muchas de las cosas que hemos visto en la palestra de la opinión pública en estos días, estas actitudes que nos resultan desagradables, suelen ser estilos y modos con los que nosotros a veces nos vinculamos.

La verdad es que, al mismo tiempo que reclamamos porque termine todo esto que no nos gusta y nos distancia, deberíamos pensarlo y aplicarlo también en nosotros.

¿Cómo recorrer caminos con otros? No al lado de, sino junto con. Este camino de búsqueda que Jesús hace, por ejemplo, con los discípulos de Emaús, cuando camina junto con ellos; o en el pasaje que hoy leímos, en que Jesús está hasta tal punto con el otro que se hace uno de ellos.

¿Cómo es la empatía del corazón de Jesús? Es una empatía y una cercanía que lo hace ser uno con el otro.

La empatía es una disposición para ponerse existencialmente en el lado del otro y comprender entonces su emoción, tomar conciencia íntima de sus sentimientos, meterse en su experiencia, asumir su situación. Más que sentir lo mismo que el otro, lo cual sería una simpatía, se trata de recepción y comprensión del estado hondo y profundo del corazón, del pensar, del afecto, del querer, de la búsqueda, de los sueños del otro.

La empatía es como un sexto sentido, una forma de penetrar en el corazón del otro. Es ponerse a sí mismo entre paréntesis momentáneamente, es caminar con los zapatos del otro durante un trecho del camino. Es hacer camino juntos.

Todo este concierto de voces discordantes, que no logran compaginar la saludable melodía que nos permita vivir bajo un ritmo armónico, es porque falta esta actitud en nuestro peregrinar conjunto. Entonces sí, tenemos simpatía por fulano o mengano pero eso no alcanza ni permite reunirnos ni estar todos juntos.

Un muy buen aporte que podemos hacer para este tiempo es desarrollar la empatía. Al tejido lo debemos hacer entre todos, y no esperar que alguien lo resuelva. La resolución del conflicto está en nuestras manos. Hoy tiene estas características y mañana tendrá otras. Hoy se pone de manifiesto la fragilidad de la convivencia que se da, entre otras cosas, porque no tenemos la capacidad de ponernos en el lugar profundo del otro y, consecuentemente, no podemos caminar junto con. En todo caso será caminar al lado de, pero no junto con  y desde donde el otro está.

En el proceso de crecimiento de la empatía, decía Carl Rogers, una de las mejores formas es abandonar, al menos temporariamente, mis propias actitudes de defensa y tratar de comprender lo que la experiencia de la otra persona significa para ella. Es como abandonar el significado que para nosotros tienen los acontecimientos, según nuestra manera de entenderlo y aprender a comprenderlo desde donde el otro lo vive, lo sufre, lo sueña, lo espera, lo lucha, lo trabaja. Es ponerse verdaderamente en la piel del otro.

Hay ciertas fases en el proceso de la empatía en nosotros:

1)                 Identificación: yo me identifico con el otro y por lo tanto salgo de mí mismo y empiezo a entender desde donde el otro entiende. No para confundirme ni para desvincularme de mi autonomía, sino para acrecentar mi entendimiento de lo que nos está pasando y luego buscar la forma y el modo de hacer mi aporte.

2)                 Incorporación de lo que repercute en mí del otro: primero me pongo en la piel del otro y después veo qué me dice esto de incorporar al otro en mi camino, esta repercusión del otro en mí. Estamos hechos para los otros y solamente en la medida en que el otro forme parte de mí y no me resulte un peso, podré yo llegar a incorporar dentro mío la repercusión que me genera la presencia existencial del otro en mi camino. Hay una imagen muy linda que grafica esto: en Pensilvania (EEUU) hay una estatua que representa a un niño cargando sobre sus espaldas a otro niño más pequeño y una frase: “mi hermano no me pesa”. Tiene su origen en un hecho ocurrido cuando hubo unos incendios catastróficos en esa región, matando a muchas personas. Tras la búsqueda de sobrevivientes, apareció un niño, descalzo, con sus pies quemados, cargando a su hermano más chiquito. Cuando lo quisieron aliviar tomando a la criatura, el niño dijo espontáneamente: “mi hermano no me pesa”. A este punto hay que llegar con la actitud empática: incorporar al otro hasta que no me signifique un peso. Es como actuó el Cireneo, que cargó la cruz de Jesús camino al calvario. Nosotros también, con el amor que verdaderamente suaviza la relación, nos hacemos cargo del otro, en un vínculo gustoso que nos llena de gozo y alegría.

3)                 Separación: es el momento de retirarnos del plano de los sentimientos y de recurrir a la razón y con un juicio sereno, reposado, apacible, aprender a recorrer con inteligencia un camino nuevo al lado de los otros, con más elementos que los que teníamos antes de comenzar este proceso. Este ponerme en el lugar del otro tiene su momento de separación, para que no sea una simbiosis asfixiante y confusa.

La empatía, una actitud del corazón de Jesús que nos invita a nosotros a desarrollarla en este tiempo, presenta algunas dificultades cuando la queremos poner en práctica. Una dificultad es el “paréntesis”, es decir, meterse en el punto de vista del otro poniendo entre paréntesis la propia opinión, creencia, gustos, aunque sea sólo temporalmente. Para alcanzar este objetivo es necesaria una disciplina, un sentido del límite, el respeto de lo diverso. Otra dificultad es la vulnerabilidad de la otra persona que, al recibir nuestra empatía (que al principio es unilateral), se ve afectada. Es todo un desafío no quedar atrapados ni en nuestra propia fragilidad ni en la vulnerabilidad del otro. Como bien dice el Evangelio, no sea que un ciego guíe a otro ciego y ambos caigan en un pozo. Como en el caso anterior, es siempre el límite el gran escollo. Una tercera dificultad es no poder calibrar bien el grado de implicancia emotiva de modo que se produzca, en el proceso de empatía, una rápida simpatía que nos ponga en situación de simbiosis y nos terminemos asfixiando en el vínculo por la confusión y el no respeto de las autonomías.