La envidia de los demás

miércoles, 12 de septiembre de 2012
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En la Catequesis, el Padre Javier Soteras leyó este texto del Padre Víctor Manuel Fernandez, extraído del libro "Para protegerte de la envidia y liberarte de los miedos", de Colección Ser Feliz 2, de Editorial San Pablo:


Muchas personas viven preocupadas por la envidia. Sienten que los problemas que sufren tienen que ver con los planes de los envidiosos.

 

Por eso, a veces buscan ingenuamente a los brujos, a los videntes, y también utilizan cintas rojas, piedras y otros objetos, creyendo que así estarán protegidos.

Pero ningún objeto podrá protegernos de la envidia, y tampoco nos protegerá pagar ritos falsos y alimentar a los mentirosos que ganan dinero con nuestros temores.

 

Te ofrezco una serie de reflexiones para que las medites, y luego te presentaré una oración para que te liberes del miedo a los envidiosos y te sientas amparado de todo daño.

Seguros y libres entre los brazos divinos

 
Si le tenemos miedo a los envidiosos, lo primero que tenemos que hacer es recordar que Dios es infinitamente más poderoso que ellos. Pero el Señor espera que pongamos en él toda nuestra confianza. Así él podrá tomarnos con sus brazos y liberarnos de los que buscan nuestro dolor.
 

Para despertar esa confianza, es importante que le supliquemos protección, rogándole que nos auxilie.

 

Podemos confiar al poder de Dios todo lo que nos preocupa, todo lo que no queremos que sea dañado por los envidiosos: nuestros planes y proyectos, la familia, el trabajo, el hogar, la salud.

 

En ti me cobijo, Señor, no me desampares. Protégeme del lazo que me tienden, de la trampa de los malvados (Sal 141, 8-9).

 

Algunas personas sufren mucho porque perciben la envidia de los demás, y temen que los envidiosos puedan hacerle algún daño a ellas o a sus seres queridos.

 

Otras utilizan objetos o acuden a curanderos, creyendo ingenuamente así se liberarán de los envidiosos. Pero así ofenden a Dios, porque ponen la confianza en un objeto, o en la magia, en lugar de confiar en él.

 

Descansemos en los brazos del Señor, sabiendo que los malos deseos de los envidiosos no tendrán poder contra nosotros.

 

Piensa que el Dios que te creó por amor no puede dejarte a merced de los malos deseos de los demás.

 

Podemos aliviarnos y despertar la confianza rogándole con los siguientes salmos:

 

Desaparece la lealtad en la humanidad, falsedades se dicen entre sí (Sal 12, 2-3).

 

Ten piedad Señor, que me pisotean, me atacan y me oprimen todo el día (Sal 56, 2).

 

Líbrame de mis enemigos, Señor, porque busco refugio en ti (Sal 143, 9).

 

Sálvame de todos mis perseguidores, líbrame (Sal 7, 2).

 

Sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi refugio (Sal 31, 5).

 

Y cuando hemos sido humillados, a causa de la envidia de los demás, el mejor refugio es la amistad de Dios, que no consentirá que nos quedemos postrados, lamentándonos y escarbando nuestras heridas. Él siempre nos levantará para que sigamos caminando en el amor, el servicio y la paz:

 

No te alegres por mí, enemigo mío, porque aunque caí, me levantaré. Y aunque estoy postrado en las tinieblas, el Señor es mi luz (Miq 7, 8).

 

El peor daño que pueden hacernos los envidiosos es llenarnos de miedo y de rencor. Si no les tuviéramos miedo y no estuviéramos pendientes de ellos, entonces nos sentiríamos fuertes, y así podríamos defendernos de ellos sin sufrir tanto. Porque el temor, la tensión interior y el sufrimiento que eso nos causa, nos debilita, nos perturba. Y esa perturbación puede llegar a enfermarnos o a distraernos tanto, que ya no seamos capaces de resolver nuestros problemas.

 

Por lo tanto, el mejor modo de defendernos es no permitir que nos inquieten y entregarnos a nuestras tareas con amor.

 

A veces, lo que más nos preocupa es que los envidiosos nos critiquen, nos hagan quedar mal, o nos calumnien por todas partes. Pero ese temor es muy dañino, sobre todo si somos orgullosos y vanidosos. Cuando estamos muy pendientes de nuestra imagen y de lo que digan los demás, nos llenamos de angustia por cualquier crítica o comentario sobre nuestra persona. Y no vale la pena desgastarse tanto por la apariencia social.

 

Es bueno, entonces, pedirle al Señor que toque nuestro corazón y nos regale una profunda humildad; que nos haga descubrir que no somos tan importantes como para preocuparnos tanto por lo que digan de nosotros.

 

Hay quienes sufren mucho porque necesitan que los demás los aprueben y los valoren. Por eso tienen mucho temor a las críticas y a los comentarios de los envidiosos. Olvidan que lo único importante es la mirada del Señor, que nos ama, comprende nuestras debilidades y conoce todo lo bueno que hay en nosotros. Si le pedimos a Dios que sane nuestro orgullo con su mirada, entonces dejará de perturbarnos lo que digan los envidiosos, y no seremos esclavos del qué dirán.

 

Así nos liberamos del mal que puedan causarnos las envidias ajenas. Porque quien teme al Señor de nada tiene miedo, de nada se acobarda, ya que él es su esperanza (Ecli 34, 14). Entonces digamos con los salmos:

 

En Dios confío y ya no tengo miedo. ¿Qué podrá hacerme un mortal? (Sal 56, 5).

Sé que el Señor protegerá al humilde (Sal 140, 13).

 

Oración contra la envidia

 

Protégeme, Señor, de los proyectos de los envidiosos, cúbreme con tu preciosa sangre salvadora, rodéame con la gloria de tu resurrección. Cuídame, por la intercesión de María, de todos tus santos y de todos tus ángeles. Haz un cerco divino a mi alrededor, para que el rencor de los envidiosos no pueda penetrar en mi vida.

 

Dios mío, mira a los que quieren dañarme o desprestigiarme porque me tienen envidia. Muéstrales la fealdad de la envidia. Sana sus corazones de la envidia, cura sus heridas más profundas, y bendícelos, para que sean felices, y ya no necesiten envidiarme. Confío en ti, Señor.

 

Señor, tú me conoces, y sabes que no soy perfecto, que hay muchas cosas que todavía puedo cambiar. Hay mucho que pulir y mejorar en mi manera de ser y de actuar.

 

A veces, no quiero reconocer mis defectos, y me los oculto a mí mismo; y esos defectos me traen muchas dificultades, porque despiertan el rencor de los demás, la envidia, el desprecio. Ayúdame a descubrir mis actitudes de orgullo, indiferencia o desprecio, mis egoísmos y comodidades; ayúdame a ver todo eso que cae mal a los ojos de los demás. Y dame tu ayuda divina para que pueda cambiar. Porque si mis actitudes son más agradables y sinceras, las envidias de los demás se disiparán como el vapor. Tócame con tu gracia, y embelléceme con virtudes y dones que me hagan más agradable a los ojos de los hermanos.

 

Señor, tú quieres que yo sea un instrumento tuyo para bendecir a los demás, y cuando yo los bendigo, tú derramas tu bondad en sus vidas. Quiero bendecir a los que me envidian y persiguen, quiero desearles que les vaya bien y que sean felices; que te conozcan, te amen, y aprendan a vivir tu Palabra; que sean santos y buenos. Yo los bendigo, Señor, con los mejores deseos de mi corazón, porque así, tarde o temprano, dejarán de desear mi mal.

 

Señor, ya no quiero que el miedo a los envidiosos me obsesione y me quite la calma. Yo soy amado por ti y tengo la dignidad de ser tu hijo. Quiero vivir libre y sereno.

 

Reconozco que el orgullo me hace doler el alma cuando los envidiosos me critican. Pero quiero vencer ese orgullo y conocer la libertad de un corazón simple y humilde. Hoy levanto la cabeza, Señor, y decido caminar erguido, seguro, con dignidad, como hijo tuyo amado, como tú quieres que camine.

 

Señor mío, mi Dios adorado, tú sabes cómo el corazón se me llena de temor, de tristeza y de dolor cuando descubro que me tienen envidia. Pero yo me encomiendo en ti, mi Dios, que eres infinitamente más poderoso que cualquier ser humano.

Quiero que estén en tus manos todas mis cosas, mis obras, mi vida, mis seres queridos. Todo te lo confío mi Dios, para que los envidiosos no puedan causarme ningún daño.

 

Y toca mi corazón con tu gracia para que conozca tu paz, para que de verdad confíe en ti con toda mi alma.

 

Amén.