La espada

miércoles, 12 de septiembre de 2012
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La espada es un arma blanca de dos filos que consiste básicamente en una hoja recta cortante, punzante —o con ambas características—, con empuñadura, y de cierta envergadura o marca (marca: aproximadamente a partir de medio metro).

 

Las antiguas espadas fueron de bronce, y luego, de hierro. En el pueblo de Israel, la técnica para fundir hierro y hacer espadas comienza a conocerse a partir del siglo X a.C. (coincide con la época en la cual David asciende al trono).

 

El simbolismo de la espada alude al poder de herir, y a la libertad, fuerza y posibilidad de hacerlo. Se la identifica como el arma de las altas dignidades y personas de jerarquía. Es, por excelencia, el arma del héroe. En algunos casos es tan importante que hasta tiene nombre propio, como la espada del rey Arturo: Excalibur.

 

Entre los romanos, la espada de hierro se asociaba con la fuerza de Marte, el dios de la guerra. Algunas representaciones del dios cananeo Baal lo muestran blandiendo la espada (tal vez asociando la espada con el rayo, ya que este Dios controlaba los fenómenos celestes).

 

La espada de la dama de la Justicia simboliza la aplicación estricta de la justicia en una manera neutra, que implica decisiones legales. Es el símbolo de la valentía para luchar por una causa justa.

 

Algunas expresiones donde aparece simbólicamente la espada: estar entre la espada y la pared (tener que decidir en una situación peligrosa o comprometida); tener encima la espada de Damocles (verse urgido a tomar una resolución).

 

Los dioses guerreros

 

Los dioses de la “fuerza” llegan a incorporar también, en casi todos los casos, la función de la guerra. La asociación simbólica se hace justamente por la hierofanía de la fuerza. Son dioses de la guerra Enlil (sumerio), Baal (cananeo), y también Marduk (babilónico) que en el mito de la creación aparece llevando armas y combatiendo contra otros dioses y diosas. En este contexto debe entenderse la “guerra santa” y las aclamaciones a Yavé “guerrero”, “señor de los ejércitos”, como encontramos en el epinicio de Ex 15:

 

“Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria:

él hundió en el mar los caballos y los carros.

2 El Señor es mi fuerza y mi protección,

él me salvó.

Él es mi Dios y yo lo glorifico,

es el Dios de mi padre y yo proclamo su grandeza.

3 El Señor es un guerrero,

su nombre es ‘Señor’.

4 Él arrojó al mar los carros del Faraón y su ejército,

lo mejor de sus soldados se hundió en el Mar Rojo.

5 El abismo los cubrió,

cayeron como una piedra en lo profundo del mar.

6 Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza,

tu mano, Señor, aniquila al enemigo. (Ex 15,1-6)

 

Es el Señor que lucha por Israel, y no al revés: Y exclamaron los egipcios: Huyamos de Israel, porque Yavé pelea por ellos contra los egipcios. (Ex 14,25)

 

En el contexto politeísta, la guerra entre pueblos se entendía como la guerra entre dioses. Lo que ocurría en la tierra era una reproducción de lo que ocurría en el cielo. La guerra estaba justificada porque era un combate entre las potencias divinas.

Cuando el pueblo de Dios llega al monoteísmo, se vuelve imposible justificar la guerra santa. Si Dios es Dios de todo el universo, no tiene que pelear contra otras figuras que le disputen su poder. Por lo tanto, los seres humanos aquí en la tierra, que son todos hijos e hijas de un único Padre, no tienen ya justificativo para pelear unos contra otros.

 

Yo les digo: Amen a sus enemigos y recen por los que los persiguen, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos e injustos.  Palabras de Jesús en Mateo cap. 5 vers. 44-45

 

David, vencedor sin espada propia

 

32 David dijo a Saúl: “No hay que desanimarse a causa de ese; tu servidor irá a luchar contra el filisteo”. 33 Pero Saúl respondió a David: “Tú no puedes batirte con ese filisteo, porque no eres más que un muchacho, y él es un hombre de guerra desde su juventud”. 34 David dijo a Saúl: “Tu servidor apacienta el rebaño de su padre, y siempre que viene un león o un oso y se lleva una oveja del rebaño, 35 yo lo persigo, lo golpeo y se la arranco de la boca; y si él me ataca, yo lo agarro por la quijada y lo mato a golpes. 36 Así he matado leones y osos, y ese filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha desafiado a las huestes del Dios viviente”. 37 Y David añadió: “El Señor, que me ha librado de las garras del león y del oso, también me librará de la mano de ese filisteo”. Entonces Saúl dijo a David: “Ve, y que el Señor esté contigo”.

 

38 Saúl vistió a David con su propia indumentaria, le puso en la cabeza un casco de bronce y lo cubrió con una coraza. 39 Después, David se ciñó la espada de Saúl por encima de su indumentaria, e hizo un esfuerzo para poder caminar, porque no estaba entrenado. Entonces David dijo a Saúl: “No puedo caminar con todas estas cosas porque no estoy entrenado”. Y David se las quitó. 40 Luego tomó en la mano su bastón, eligió en el torrente cinco piedras bien lisas, las puso en su bolsa de pastor, en la mochila, y con la honda en la mano avanzó hacia el filisteo. (1 Sam 17,32-40)

 

El rey Saúl entrega a David las armas para el combate: casco, coraza y espada. David no puede usarlas, porque esas no son sus armas. Las armas de Saúl son las mismas que usan los filisteos, y no es esa equiparación de fuerzas la que hará posible la victoria y la liberación del peligro enemigo. Usar esas armas implica no confiar en Yavé; usar esas armas significaría que David va a enfrentar al enemigo con las posibilidades humanas y terrenas. Pero frente a este enemigo es necesaria otra fortaleza.

Por eso David prefiere ir al combate con sus propias armas, las que Dios le ha confiado para defenderse del león y del oso.

El relato puede parecer romántico y utópico; sin embargo, ese sigue siendo el desafío. La actitud de David consiste en deponer la posibilidad de pelearle al enemigo “con las mismas armas”, “equiparando las fuerzas”. David depone ese recurso para confiar en Dios y en los instrumentos que Dios puso en sus manos, en su vida cotidiana, para salir adelante en los peligros.

 

 No pienses entonces: “Mi propia fuerza y el poder de mi brazo me han alcanzado esta prosperidad”. Acuérdate del Señor, tu Dios, porque él te da la fuerza necesaria para que alcances esa prosperidad, a fin de confirmar la alianza que juró a tus padres, como de hecho hoy sucede (Dt 8,17-18).

 

La Palabra de Dios, espada afilada

 

Una espada penetra, abre, divide, corta, deja ver lo que hay adentro. Por eso, la espada es también símbolo de la Palabra de Dios, que llega hasta el fondo de los corazones y deja al descubierto lo que hay allí. La espada trae discernimiento, porque separa y expone el interior. Asociada al simbolismo de la justicia, representa también la palabra que juzga. Por eso, en la visión de Jesucristo Resucitado en el Apocalipsis, El aparece como el juez que va a juzgar a los reinos de este mundo, y de su boca sale una espada afilada:

 

12 Me di vuelta para ver de quién era esa voz que me hablaba, y vi siete candelabros de oro, 13 y en medio de ellos, a alguien semejante a un Hijo de hombre, revestido de una larga túnica que estaba ceñida a su pecho con una faja de oro. 14 Su cabeza y sus cabellos tenían la blancura de la lana y de la nieve; sus ojos parecían llamas de fuego; 15 sus pies, bronce fundido en el crisol; y su voz era como el estruendo de grandes cataratas. 16 En su mano derecha tenía siete estrellas; de su boca salía una espada de doble filo; y su rostro era como el sol cuando brilla con toda su fuerza.(Ap 1,12-16)

 

11 Luego vi el cielo abierto y apareció un caballo blanco. Su Jinete se llama «Fiel» y «Veraz»; él juzga y combate con justicia. 12 Sus ojos son como una llama ardiente y su cabeza está cubierta de numerosas diademas. Lleva escrito un nombre que solamente él conoce 13 y está vestido con un manto teñido de sangre. Su nombre es: «La Palabra de Dios». 14 Lo siguen los ejércitos celestiales, vestidos con lino fino de blancura inmaculada y montados en caballos blancos. 15 De su boca sale una espada afilada, para herir a los pueblos paganos. Él los regirá con un cetro de hierro y pisará los racimos en la cuba de la ardiente ira del Dios todopoderoso. 16 En su manto y en su muslo lleva escrito este nombre: Rey de los reyes y Señor de los señores. (Ap 19,11-16)

 

 

¿Cómo entender las palabras de Simeón a María, la madre del Señor? Jesús ha venido para traer un juicio, un discernimiento; la llegada de Jesús producirá la gran división dentro de Israel. Y María misma, como discípula, tendrá también que hacer este discernimiento en base a la Palabra.

4 Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, 35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos». (Lc 2,34-35)