07/05/19.-
Jesús respondió: «Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo.»
Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.»
Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.»
Jn. 6, 30-35
Siguiendo aquella expresión de Pablo, el espíritu gime en nuestro interior de una manera inefable, quiere decir, difícil de poder describir cuáles son las palabras que se expresan, porque justamente es el deseo del espíritu que trae el anhelo de Dios y es en la expectativa de lo que el espíritu suscita en nosotros como se purifica las expectativas del Dios verdadero, no hay sustitutos divinos, como a veces nosotros hacemos cuando nos vinculamos a circunstancias, a las cosas, a las personas, a nosotros mismos, poniéndolas en el centro y desplazando del eje central el misterio.
Mi alma tiene sed de Dios, tiene sed de Dios, tiene hambre de Dios, ¿Cuándo voy a encontrarme con ese Dios vivo? Vos te das cuenta que eso pasa dentro tuyo, que en el fondo de tu corazón hay un anhelo profundo por el misterio de Dios en tu vida. Sería bueno que lo identifiques, suele aparecer cuando estamos solos, suele aparecer de cara a la maravilla de la creación, a veces también viene de la mano de un golpe duro de la vida, de un dolor profundo de una enfermedad, cuando contemplamos el mundo que se ve tan dislocado en su búsqueda, sin eje, sin centro, surge de ahí también la oración y el clamor.
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