La esperanza en lo pequeño

lunes, 11 de abril de 2011
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Uno se desengaña, se desencanta o se desilusiona de aquello en lo que depositó una gran esperanza, de aquello a lo que apostó ¿De qué estamos desencantados?

Algunos están desencantados de la civilización. La civilización prometía seguridad, paz, leyes, normativas, convivencia…y ahora se encuentra en la barbarie. La clase política, las instituciones no cumplen con la misión, el rol primario para las que fueron creadas.

Otros sienten desencanto de sí mismo. Se han creado muchas expectativas y luego ven que no se cumplen. Otros sienten que hay mucha gente sin fe, que no confía, y que de ahí parten todos los desencantos.

Acabo de recibir el testimonio de una oyente que manifiesta haberse desilusionado de la Iglesia Católica. Ahora, dice, ha vuelto a ilusionarse, pero siente que la gente que está ‘dentro’ debería tener más sensibilidad social, que muchas veces la iglesia no ‘incluye’ a todos.

Hay quienes en su vida personal tal vez no han tenido ningún desencanto, y a veces tienden a juzgar a los que sí se sienten desencantados, y la experiencia de desencanto es muy dura, dolorosa, y es difícil juzgarla si no se la ha vivido. Algunos son desencantos muy dolorosos, profundos. Ya en el Evangelio, podemos citar el de Pedro: “¡Señor, hemos estado toda la noche, y no hemos pescado nada!”

 

Detrás de todo eso hay frustraciones muy fuertes: en la política, en las fuerzas de seguridad, en la clase dirigente, frustraciones acerca de los hombres que eran otra cosa, no lo que yo pensaba, frustraciones acerca de Dios, frustraciones acerca de nosotros mismos. Tengo aquí muchos testimonios escritos acerca de frustraciones en el amor, en la amistad. Son experiencias muy agobiantes.

 

No nos quedemos encerrados, encogidos, entumecidos, minimizados, reducidos por una mirada –la de los otros- que nos ha amputado, nos ha cortado muchas veces.

¿Cómo salir de este lugar de entumecimiento en el que nos dejan? La propuesta es volver a mirar el horizonte, pero desde nuestra pequeñez. Todos los momentos de la historia tienen un desafío, una guerra. Probablemente la guerra de este siglo no sea con las armas. Probablemente utilice otras herramientas mucho más sutiles, pero mucho más letales, y con un poder de exterminio mucho más amplio. Quizás antes por los totalitarismos estábamos atados con cadenas. Hoy estamos atados con telas de araña, pero como no las vemos, las llevamos puestas. Necesitamos volver a mirar el horizonte desde nuestra pequeñez. Yo les invito a tener mirada corta de orfebre: aguda en lo pequeño para apreciar, amar, dar calor a lo más diminuto de cada jornada. Pero con mirada larga de centinelas para ver el horizonte hacia el cual nos dirigimos. Como dice Jesús “ya en el grano de trigo está la espiga, y ya en el grano de mostaza está el árbol”

Creo que hoy estamos fuertemente impulsados, y hasta diría sentenciados desde la dinámica del poder, a tener solo la mirada corta. Por eso se vende tanto confort, tanto consumo. Es solo el vivir el día para los míos y para mis placeres. La mirada corta trae muchas insatisfacciones, sencillamente porque como seres humanos no estamos hechos para esa medida.

 

A QUIEN  Alejandro Filio

A quién tocará esta vez para echar a correr y escapar de este lobo

o quién mirará con terror la muerte, la angustia y el polvo.

A quién morderá la verdad de si instinto animal, obscureciendo el cielo

o quién buscará la mitad de su libertad por el suelo.

 

Y quién perderá la memoria en un mundo que apaga la luz

que se esconde como el avestruz y pretende pensar que jamás llegará a su guarida el lobo.

 

A quién pensará liberar esta bestia fatal con disfraz de cordero

a quién proteger y abrazar a quién triturando lo huesos.

A quién pensará convidar a la complicidad del poder y el dinero

a quién borrará de esta faz mintiendo la paz de otro pueblo.

 

No te quedes inmóvil al borde del camino. No congeles el júbilo, no quieras con desgana

no te salves ahora, ni nunca, no te salves

no te llenes de calma, no reserves del mundo sólo un rincón tranquilo

no dejes caer los párpados pesados como juicio.

No te quedes sin labios no te duermas sin sueño

no te pienses sin sangre no te juzgues sin tiempo

 

Pero si pese a todo no puedes evitarlo

y te secas sin labios y te duermes sin sueño.

Y te quedas inmóvil al borde del camino

y congelas el júbilo y quieres con desgana

y te salvas ahora y te piensas sin sangre

y te llenas de calma y reservas del mundo sólo un rincón tranquilo

y dejas caer los párpados pesados como juicios.

ENTONCES, NO TE QUEDES. NO TE QUEDES CONMIGO

 

 

 

UNO

Uno, busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias…
Sabe que la lucha es cruel y es mucha, pero lucha y se desangra por la fe que lo empecina…
Uno va arrastrándose entre espinas y en su afán de dar su amor,

sufre y se destroza hasta entender: que uno se ha quedao sin corazón…
Precio de castigo que uno entrega por un beso que no llega a un amor que lo engañó…
¡Vacío ya de amar y de llorar tanta traición!

Si yo tuviera el corazón…(¡El corazón que di!…) Si yo pudiera como ayer querer sin presentir…
Es posible que a tus ojos que me gritan tu cariño los cerrara con mis besos…
Sin pensar que eran como esos otros ojos, los perversos, los que hundieron mi vivir.
Si yo tuviera el corazón… (¡El mismo que perdí!…)
Si olvidara a la que ayer lo destrozó y… pudiera amarte..
me abrazaría a tu ilusión para llorar tu amor…

Pero Dios, te trajo a mi destino sin pensar que ya es muy tarde y no sabré cómo quererte…
Déjame que llore como aquel que sufre en vida la tortura de llorar su propia muerte…
Pura como sos, habrías salvado mi esperanza con tu amor…
Uno está tan solo en su dolor… Uno está tan ciego en su penar….
Pero un frío cruel que es peor que el odio -punto muerto de las almas-
tumba horrenda de mi amor, ¡maldijo para siempre y me robó… toda ilusión!…

 

Te han sitiado corazón y esperan tu renuncia,  
los únicos vencidos corazón, son los que no luchan  
no los dejes corazón que maten la alegría,  
remienda con un sueño corazón, tus alas malheridas  
 
No te entregues corazón libre, no te entregues                                                                                                                         Y recuerda corazón, la infancia sin fronteras,  el tacto de la vida corazón, carne de primaveras,  
se equivocan corazón, con frágiles cadenas, más viento que raíces, corazón, destrózalas y vuela  
 
No los oigas corazón, que sus voces no te aturdan,  
serás cómplice y esclavo corazón, si es que los escuchas  
Adelante corazón, sin miedo a la derrota,  
durar, no es estar vivo corazón, vivir es otra cosa.
Mercedes Sosa

 

            Esta canción bien podría formar parte de las bienaventuranzas, porque Jesús vino a remendar los corazones rotos, con un sueño: el Reino de Dios.

           

            En medio de ese imperio abrasador, oprimidos por los impuestos que además debían derivar a sus adversarios, tantas frustraciones en promesas incumplidas, Jesús dijo “El Reino de los cielos es como un hombre que echa la semilla en la tierra. Sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Y cuando el grano está a punto, la hoz indica que ha llegado el tiempo de la cosecha”

            Jesús compara al Reino de los cielos como un campesino dispuesto a sembrar la poca semilla que tiene para comer. No estamos hablando de ‘comóditis’ ni tampoco de grandes terratenientes, sino de campesinos que debían elegir si comerse la semilla para paliar el hambre, o reinvertirlas pensando en la cosecha. Posiblemente estos campesinos comiencen la siembra mal alimentados, con la amenaza de los acreedores oprimiéndole el pecho, de las plagas, las sequías, los ladrones, las tormentas, los impuestos, la posibilidad de perder la tierra…

En ese contexto Jesús predica. Esta era una tarea, podríamos decir, heroica.

           

Para todos aquellos que se sienten desencantados por el tema de la seguridad, piensen en la experiencia de aquellas personas: hombres que en un mundo amenazante, vuelven a correr el riesgo de la esperanza. Esto no es doctrina, no es mandato, no es exigencia. Es una constatación de una experiencia: la experiencia de que Dios es fuente inagotable de vida. Y que Jesús comenzó su vida sembrando Palabras nuevas llenas de vida, hasta que finalmente, cuando ya no tuvo más palabras para decir ni más semillas para echar al boleo, se sembró a sí mismo como semilla. Como el grano de trigo, cuando cayó sobre El toda la tierra (‘tierra’ del sistema judío, del imperio romano, de una ley opresiva, del pecado humano) El germinó.

           

¿Y por qué el campesino se arriesga a sembrar las pocas semillas que tiene para comer? Porque con mirada de centinela, con la misma mirada que encendió el fuego en Jesús en sus apóstoles. Él podía ver la cosecha. En cada uno de sus esfuerzos con la tierra, su mirada corta de orfebre dialogaba con su mirada larga. Con su mirada corta, la sequía o la humedad, la caminata, el arado, el surco… Con su mirada larga, un campo amarillento pleno de espigas. El campesino siembra porque sabe establecer un diálogo entre lo germinal de la pequeña semilla, y la utopía del pan compartido en la mesa familiar.

            En esos pequeños detalles, como las pequeñeces sembradas en todas las parábolas de Jesús (levadura, dracmas, ovejas, perlas, granos de mostaza) Jesús ha visto ni mas ni menos que el reino de los cielos.

 

           

Sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina va creciendo sin que él sepa cómo.” Acá hay una afirmación fundamental: la semilla tiene una fuerza propia, que no depende del campesino ni de la tierra, sino que está dentro. No es que la semilla haga todo. Pero hay una dimensión de misterio no llega a comprender. Crece de día, cuando todo es luminoso, cuando las cosas van bien, pero también de noche, cuando estamos rodeados por la oscuridad y la incertidumbre.

            Nosotros, los cristianos, estamos llamados a cultivar el misterio de lo imposible, de la utopía, tanto en los días luminosos como en las noches oscuras, porque creemos que su fidelidad sobrepasa nuestra sensibilidad para percibir y entender cómo.

            Muchos han intentado arrancar de la historia la experiencia del reino. Muchos han reprimido, matado, exiliado, encarcelado, para sacar la semilla del Reino, y no han podido extirparla.

            Ya Isaías decía, después de muchos años de exilio, “ábrase la tierra y brote la salvación y con ella germine la justicia”. Con esto está queriendo decirnos que algunas semillas podían quedar muchos años bajo la arena del desierto hasta que llegase la lluvia para que geminaran. Era la hora de que esa sequía del destierro y esa semilla enterrada, aparentemente calcinada, de pronto, recibían nubes incomprensibles que derramaban su agua bendita, y la tierra nuevamente ofrecía vida nueva para el pueblo nuevo.

            Ninguna sequía puede acabar con esa promesa que se esconde., a veces, muy fielmente, bajo la superficie. Y germina en silencio cuando llega la hora. No se puede tirar de la espiga para que crezca. Si intentamos arrancarla antes para comprobar si está lista, corremos el riesgo de cortarle sus raíces y ya no crecerá igual aunque intentemos volver a enterrarla. La espiga tiene su tiempo, y nuestra impaciencia no va a apresurar, y nuestro desencanto no va a parar su crecimiento. La semilla va atravesando diferentes capas, cada una con sus características propias y sustenta las etapas siguientes.

            El Reino de Dios va llegando a su plenitud a través de procesos de crecimiento personal, social, político, eclesial, a veces muy complejos, inabarcables para nuestra comprensión. Si nos desalentamos porque la cosecha tarda en llegar, es porque nos faltan aspectos decisivos que no tienen que ver solo con la esperanza, sino con percibir el latido de esta tierra, con palpar el crecimiento de la planta, con contemplar su belleza, cómo va pasando con sabiduría de etapa en etapa, con saborear el pulso de la historia.

            La esperanza no pasa por una locura de la mente, sino por una lucidez de la mente. No se da en el poder del sistema ni de la riqueza. Se da en lo marginal, allí donde Jesús encontraba con las muchedumbres que lo seguían lejos, de las sinagogas. Es allí donde El sembraba su pan, porque creía y apostaba a que germinaría en aquella perdida ciudad galilea. Y es también allí donde nos invita a nosotros.

 

Me asombra tu amor y tu fidelidad. Que a pesar de mi me puedas amar
Siempre has sido fiel y a mi lado estas. Tus ojos de amor ven mi caminar
Talvez el sol mañana no aparezca . Pero puedo confiar de que tu allí estarás
Y del firmamento se borren las estrellas. Pero a tu palabra fiel tu seguirás

Tú has sido fiel . Siempre has sido fiel. Jesús Adrían Romero

 

Yo estoy por hacer algo nuevo. Ya está germinando ¿no se dan cuenta? Pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa. Me glorificarán las fieras salvajes, los chacales y los avestruces. Porque haré brotar agua en el desierto y ríos en la estepa para dar de beber a mi pueblo, mi elegido, el que yo me formé, para que pregonara mi alabanza”“ (Is 43,18-21)