La esperanza y su compañera de camino: La felicidad

jueves, 5 de junio de 2008
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2) La esperanza y su compañera de camino: La felicidad.

Oración pidiendo esperanzas para la esperanza.

 

Danos Padre un abrazo con tu mirada.

Que nos envuelva tu misericordia y nos abrigue tu luz.

Rodéanos con tu protección.

 

Queremos estrenar nuestro corazón con tu Palabra.

Ella viaja desde tus entrañas hasta nosotros.

Transita mundos, tiempos y paisajes.

 

Viene de la eternidad.

Nos busca, nos encuentra y nos llama.

Nos acaricia la vida.

Nos colma y nos calma.

 

Otórganos una esperanza,

aunque sea pequeña y frágil,

débil y vulnerable.

 

Ella será nuestra esperanza.

La que lleve nuestras cargas y desánimos.

Prometemos cuidarla y sostenerla.

Queremos alimentarla.

 

Deseamos que nazca y que crezca.

Que vea la luz de este mundo.

 

Siempre ayudaremos y alentaremos a nuestra pequeña esperanza.

 

Danos esperanza, Padre, para nuestras esperanzas.

 

Amén.

 

Texto 3:

 

 “Al ver Jesús la muchedumbre, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos. Él tomó la palabra y se puso a enseñárles.

 

Felices los que tienen un corazón de pobres porque a ellos pertenece el Reino de los cielos.

Felices los sufridos porque recibirán consuelo.

Felices los pacientes porque recibirán en herencia la tierra.

Felices los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados.

Felices los misericordiosos porque tendrían misericordia.

Felices los limpios de corazón porque verán a Dios.

Felices los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios.

Felices los perseguidos a causa de la justicia porque a ellos pertenece el Reino de los cielos.

Felices, ustedes, cuando los insulten y persigan y calumnien por mi causa.

 

 Estén alegres y contentos porque será grande la recompensa. De la misma manera persiguieron a los profetas que los han precedido” (Mt 5,1-12)

 

En la Biblia, la historia de Abraham nos narra un modelo de esperanza humana que se abre paso en medio de las contradicciones humanas. Tiene que ser padre en su ancianidad y luego cuando llega su hijo, con el cual se inicia la descendencia que fundará al pueblo de Israel, recibe el mandato de sacrificarlo, entregándolo a Dios en una prueba de fe.

 

En el Nuevo Testamento, hay una página sublime en la que Jesús nos habla de la esperanza sin mencionarla nunca expresamente. Las Bienaventuranzas nos plantean el horizonte de la esperanza a partir de las realidades humanas más dramática.

 

Una vez más aparece en la Biblia el Dios de todo lo imposible pero, esta vez, Dios mismo se hace posible para el hombre. El mismo Dios se hace hombre. No hay mayor posibilidad para el hombre que esa. No existe mayor esperanza.

 

En la historia de Abraham, el Señor hace que la imposibilidad humana se haga posible para Dios. En Jesús, Dios se transforma en nuestra posibilidad. Se hace uno de nosotros.

 

Con la Encarnación, la esperanza humana se abre a una perspectiva absolutamente nueva. Jesús, en su Evangelio, cuando nos enseña lo que para él es la esperanza lo hace uniéndola a la felicidad. Sin embargo, tanto la esperanza -como la felicidad- de la que nos habla Jesús, son ciertamente algo desconcertantes.

 

Él aclama una felicidad que -aparentemente- tiene mucho de paradójica y hasta aparentemente contradictoria. Proclama su “ideal” de felicidad en medio de una “realidad” de infelicidades. ¿Quién puede ser “feliz” con la pobreza, el llanto, el hambre, la persecución y la injuria?Las bienaventuranzas más queuna “buenaventura” parecen una “malaventura”? Seguramente aquí hay un secreto escondido de la sabiduría del Evangelio que tenemos que desentrañar y aprender.

 

Las Bienaventuranzas son el punto inicial en la enseñanza que Jesús comienza a dar en el Evangelio de Mateo. De hecho, es lo primero que proclama en su discurso inaugural y no lo hace selectivamente para sus pocos -y recién convocados apóstoles- sino para todos: “… Viendo a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Sus discípulos se acercaron y tomando la palabra comenzó a enseñar…” (5,1).

 

Las Bienaventuranzas son -en el Evangelio de Mateo- el punto de partida para todos los que se acercan a Jesús y lo escuchan, “la muchedumbre”. No constituyen un “punto de llegada” -algo a conseguir y conquistar en el camino del discipulado- son, precisamente, todo lo contrario: Su punto inicial.

 

El “ámbito” desde el cual hay que partir en estas Bienaventuranzas es la misma realidad, sin maquillaje, ni disfraz, al contrario, muestran el surco de dolorosas marcas y muecas: La pobreza, el llanto, el hambre y cuanta máscara de muerte asome en este “valle de lágrimas”.

 

El desafío de Jesús no es que nos evadamos de la realidad para ser esperanzados y lograr la felicidad sino que nos ubica en la misma realidad como “punto de partida” para así conseguir la esperanza y la felicidad. No es huyendo del mundo y de su dramática escenografía sino asumiéndolo, desde adentro, como se consigue construir la felicidad que nos toca aquí y ahora.

 

A partir de esta reflexión te propongo que compartamos: ¿Cuál es la felicidad que has obtenido a partir de tu esperanza?

 

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Tema 4:

 

Las Bienaventuranzas que exclaman la paradójica felicidad del Evangelio en medio de infelicidades y contradicciones nos hacen considerar que la esperanza no es una ingenuidad evadida, espiritualista y escapista, ni ilusión pasajera sino que se nace de la cruda realidad que tenemos ante nuestros ojos y que -sólo desde su aceptación- podemos, en algo, transformarla. Cualquier esperanza que no tenga su base en un criterio de realidad termina siendo inadecuada.

 

Existen esperanzas de marketing publicitario y “políticamente correctas” que -a largo plazo- desilusionan porque anhelan una felicidad que nunca alcanzan. Las esperanzas ficticias sólo “venden” felicidades ilusorias. La esperanza dramática y realista puede -en cambio- darnos la construcción de una felicidad posible, la que se puede y se debe encontrar en cada contexto.

 

Si a la esperanza la desvinculamos de la realidad -como “punto de partida” posible- tendremos por resultado una felicidad “utópica” que, definitivamente, no es cristiana porque el cristianismo -a partir de la Encarnación de Dios en el mundo- es la religión de lo real, lo concreto y lo posible. Lo primero que se le dijo a la Virgen María, para que se obrara la Encarnación de Dios en la historia, fueron las palabras “para Dios no hay nada imposible” (Lc 1,37).

 

La felicidad -por consiguiente- al igual que la esperanza tiene que ver con la realidad, en última instancia, es la máxima posibilidad de aquello que podemos alcanzar. Consiste en desplegar todas las posibilidades que poseemos en nosotros mismos. De allí que la “medida” de la felicidad sea siempre personal y propia. La felicidad es fidelidad. No hay que buscar una felicidad distinta de lo que somos. No es preciso conquistar la felicidad que le corresponde a otro. Cada uno tiene una felicidad adecuada a su vida su realidad.

 

La felicidad radica en encontrar nuestra fidelidad. La felicidad posible a cada uno no se obtiene envidiosamente comparándonos con la realización de otros. Cada uno tiene la posibilidad de una felicidad de acuerdo a su propia realidad. Sólo así, contemplando cada uno su realidad, podemos alimentar la propia esperanza, la cual -al igual que la felicidad- no es incompatible con el drama y la crisis porque no está separada de la realidad. La felicidad no es el “sueño” de la vida que no tenemos sino -al contrario- es la “realidad” de la misma vida que poseemos.

 

 

Texto 5:

 

Las Bienaventuranzas de Jesús sólo aparentemente contienen una insoluble contradicción -al proponernos felicidades a partir de infelicidades- porque, en verdad, la única realización madura posible    -llámese “plenitud”, “felicidad”, o como se quiera- es sólo a partir de la realidad. De lo contrario, será evasiva, alienante y peligrosa. En la realidad ciertamente se encuentra la ambigüedad de todos los claroscuros -como nos dice la parábola que en el Reino de los Cielos está el trigo y la cizaña, los peces buenos y malos simultáneamente (Cf. Mt 13,24-30.47-50)- sin embargo, sólo a partir de un sano criterio de realidad es que se sostiene la esperanza con aquél fruto de felicidad que nos corresponde a cada uno.

 

Así como la esperanza realista no es incompatible con el dramatismo de cualquier crisis, de manera semejante la felicidad no está alejada de situaciones o sentimientos que no encajan generalmente en el “imaginario” que tenemos. Hay que evangelizar nuestra imagen de “felicidad” -tan teñida por la cultura vigente- donde está vinculada sólo al éxito, al reconocimiento social, a la acumulación de bienes materiales y a todos los imperativos del modelo impuesto: ¿De qué le vale a un hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo? …” (Mt 16,26). Esta sola frase del Evangelio tendría que hacernos revisar todos los modelos de “felicidad” que hemos incorporado.

 

En la propuesta de la felicidad que nos han “vendido” se tiene un miedo pavoroso a perder. Para la sociedad no se puede ser un “perdedor”. Se lo asocia al fracaso, la derrota y la decepción. Sin embargo, el Evangelio tiene como condición indispensable aprender a perder, sabiéndolo entregar todo: “… Lo que para mí era una ganancia, lo he juzgado pérdida a causa de Cristo. Más aún, juzgo que todo es pérdida ante el conocimiento sublime de Jesús, el Señor. Por él perdí todas las cosas y las tengo por basura para ganarlo a él…” (Flp 3,8-9). El “perdedor” es el que tiene la posibilidad de ganar la verdadera felicidad: “… Quien quiera salvar su vida, la perderá y quien pierda su vida, la encontrará…” (Mt 16,25). Ciertamente estas propuestas de esperanza y de felicidad nos sitúan en la realidad desde otro ángulo.

 

La esperanza cristiana al cimentarse en la realidad, mirando al mundo tal como es, hace que la fe tenga que “inculturarse”, plantarse y hacerse raíz de las culturas. No es una fe descomprometida sino -al contrario- se inserta en el tiempo para transformarlo, recreándolo. La esperanza posee una dimensión de promesa -lo que se anhela y se aspira alcanzar. En este sentido, la esperanza tiene algo de “profecía”, entraña un futuro por cumplirse. La esperanza de nuestro presente será la realidad de nuestro futuro.

 

 

 

Padre Eduardo Casas