La Eucaristía, camino de liberación

martes, 6 de marzo de 2007
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Hacia el mediodía se ocultó el sol y todo el país quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. En ese momento la cortina del Templo se rasgó por la mitad, y Jesús gritó muy fuerte: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y dichas estas palabras expiró.

El capitán, al ver lo que había sucedido, reconoció la mano de Dios y dijo: “Realmente este hombre era un justo.” Y toda la gente que se había reunido para ver este espectáculo, al ver lo ocurrido, comenzó a irse golpeándose el pecho. Estaban a distancia los conocidos de Jesús, especialmente las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea, y todo esto lo presenciaron ellas.

Lucas 23, 44 – 49

La Eucaristía es un camino que nos conduce a volver hacia el Padre en la persona de Jesús, este misterio comprendido como banquete del sacrificio, como lugar donde Dios nos invita a entregar la propia vida con Él. Es un lugar de acción de graci

as y de alabanza pero también el memorial del sacrificio del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, Cristo cabeza y el cuerpo con todos y cada uno de sus miembros. La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es la actualización y la ofrenda de un único sacrificio, el de Cristo en la oscuridad, anunciando con su grito que Él ha venido a vencer toda oscuridad, ese grito con el que se rasga el Templo rompe con las tinieblas y trae la luz.

La palabra memorial no es solamente un recuerdo de los acontecimientos del pasado sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado a favor de los hombres. En el libro del Éxodo 13, 3 podemos encontrar algo de qué es el memorial de la pascua, en el caso de Cristo de la pasión de Él, en el contexto del Antiguo Testamento la Palabra dice así: “Moisés dijo al pueblo: guarden el recuerdo de este día en que ustedes salieron de Egipto, ese lugar de esclavitud, porque el Señor los sacó de allí con el poder de su mano.

Este día no comerán pan fermentado, hoy en el día de Abib, salen de Egipto. Y cuando el Señor te introduzca en el país de los cananeos, los hititas, los amorreos, los jivitas y los jebuseos, en el país que el Señor te dará porque así lo juró a tus padres –esa tierra que mana leche y miel- celebrarás el siguiente rito en este mismo mes”.

Moisés está hablando al pueblo de la pascua que tiene que celebrarse como un acontecimiento que traiga la memoria, que no es solamente un recuerdo sino que lo hace presente a la acción salvífica de un Dios que no tiene tiempo, que es pasado presente y futuro, para nosotros el tiempo se divide en pasado, presente y futuro para Dios es eterno presente y su intervenir en la historia cuando lo recordamos se hace presente de verdad.

Por eso en la vida espiritual se habla de un saber guardar en la memoria y de forma agradecida el modo como Dios interviene, no porque eso nos transporta a un lugar determinado donde estamos bien como quien hace un ejercicio de control mental y se imagina un lugar placentero, en este caso sería un lugar de gracia, sino porque el acontecer de la gracia en el presente de Dios que para nosotros es memoria de lo que ocurrió hace que lo que recordamos ocurra, más aun cuando estamos celebrando el misterio pascual de Cristo Jesús. Cuando hacemos memoria de lo que Dios obró en nuestra vida, esa memoria de Dios, presencia de Dios, acción de Dios en medio nuestro.

El memorial que hacemos nosotros es memorial del pasado pero presente de Dios, en la celebración litúrgica estos acontecimientos en cierta forma presentes y actuales reflejan el misterio dramático de la muerte de Jesús, la entrega de su vida en la cruz por nosotros rompiendo las tinieblas y abriendo el velo del Templo con su grito, abriéndose un espacio en toda oscuridad y en todo corazón entenebrecido.

El grito de Jesús resuena en tu corazón, es un grito que se une a tu grito, cuando desesperamos con lo que ya no sabemos por dónde ir, en tal o cual circunstancia, es un grito que congrega los gritos de la multitud que clama la justicia, que no quiere mas la guerra, que desea la paz, es el grito de los jóvenes que desesperados quieren un futuro y quieren apartarse de lo que conduce al desenfreno del alcohol, a la noche que pasa bajo el ruido que no encuentra rumbo que se hace diversión pero que no llena el corazón, es el grito de Jesús que toma todo grito y toda expresión del corazón humano que no encuentra rumbo y no tiene luz, este grito del Señor en la celebración Eucarística se hace ofrenda de Cristo con todos los que quieren ofrecerse con Él como Iglesia, Él como cabeza para repetir la acción salvadora de Dios que actúa ahora en la pascua de Jesús y en su cuerpo que es la Iglesia.

El memorial recibe un sentido nuevo en el tiempo nuevo que ha inaugurado Jesús, cuando la Eucaristía es celebrada en la Iglesia hacemos memoria de la pascua de Cristo y esto vuelve a hacerse presente, se hace presente el sacrificio de Cristo que ofreció una vez para siempre, en la cruz, la vida y permanece siempre actual.

Cuantas veces se renueva en al altar el sacrificio de la cruz en la que Cristo, nuestra pascua, fue inmolado se realiza la obra de redención, es en la Eucaristía donde se renueva el camino de liberación para nosotros.

El sacrificio de Jesús en la Eucaristía se expresa en el mismo momento de la Institución de la Eucaristía y en la proclamación del misterio pascual en la celebración cuando en nombre de Jesús el sacerdote dice “Esto es mi Cuerpo, que es entregado por ustedes y esta es la nueva alianza de mi Sangre que será derramada por ustedes”, Jesús mismo se entrega en el sacrificio de la misa, Cristo da su cuerpo por nosotros, el que entregó en la cruz y la sangre misma que derramó por nosotros para liberarnos de la fuerza del pecado.

La Eucaristía hace presente el sacrificio de la cruz porque es un memorial donde se aplican los frutos que nacen de la ofrenda de Jesús, el sacrificio de Cristo y el de la Eucaristía son un único sacrificio, es una y la misma víctima que se ofrece, Jesús, ahora por el ministerio de los sacerdotes y en la persona de ellos todo el cuerpo de Cristo, la asamblea reunida allí en torno al misterio pascual hace ofrenda de su vida cuando el sacerdote dice “Este es mi Cuerpo que se entrega por ustedes”, habla del cuerpo de Cristo, que es la cabeza y los miembros, por eso uno no participa fuera del misterio, estamos dentro de la ofrenda, cuando el sacerdote dice “Este es mi Cuerpo”, si vos te reconoces miembro de la Iglesia el que se está ofreciendo en ese altar sos vos, los que participamos del misterio, Jesús dice este es mi cuerpo.

En la primera Carta a los Corintios Pablo dice que el cuerpo lo constituyen la cabeza y los miembros, ustedes son miembros del Cuerpo de Cristo, de manera tal que lo que se ofrece en el altar es la comunidad que celebra con Cristo que es la cabeza, por eso no se puede llegar de cualquier modo a la ofrenda del propio cuerpo, de sí mismo al Cuerpo de Cristo y por eso la celebración Eucarística encuentra ecos distintos según sea la comunidad que celebra, según sea el cuerpo que se entrega, es el mismo Cristo el que se entrega sacramentalmente, pero ese Cristo cabeza tiene un cuerpo que vive de maneras distintas según sea la comunidad que celebra, cuando se dice “Este es mi cuerpo”, sos vos y tus sueños, vos y tus esperanzas, tus búsquedas, tu enfermad, tus crisis, tus dolores, tus luchas, tu trabajo cotidiano.

Cuando se presenta la ofrenda del pan y del vino que se va a transformar en el Cuerpo y en la Sangre de Jesús sacramentado se dice “Recibe Padre, este pan fruto de la tierra y del trabajo del hombre”, todo trabajo intelectual de estudio, de labor con las manos, el de ama de casa en su casa, el del maestro en el aula, el del obrero en la fábrica, el del que recorre las calles en el servicio público del taxi, del colectivo, el trabajo del comerciante y el del empresario, el del sacerdote, el de la religiosa, el del médico, todo trabajo es ofrecido allí, lo que se ofrece para que sea transformado es el trabajo humano, dice la Palabra de Dios en el Libro del Génesis “se obtiene el fruto del trabajo humano después de sudar con la frente”, este sudar con tu frente para obtener el fruto de la tierra está suponiendo una mirada del trabajo como sacrificio, el trabajo bien hecho es gratificante es la dimensión de resurrección del trabajo pero antes de esto es cruz, en el sacramento de la Eucaristía es la vida del hombre que en el trabajo encuentra una significación muy particular de dominio y de señorío sobre la creación, el trabajo tiene una dimensión de señorío que Dios nos participa como creador y nosotros como cocreadores con Él, en el trabajo estamos como recreando la historia, la nueva creación la podemos hacer verdaderamente nueva cuando participamos en comunión con Aquel que dice “Yo vengo a hacer nuevas todas las cosas”, es Jesús que se ofrece y que se entrega, que le da a todo dolor, toda pena, toda angustia, al sudar de la frente un sentido nuevo, pascual, todo lo que supone sufrimiento para nosotros no es la última palabra y por eso no lo entendemos como algo pesado, para nosotros es un yugo suave y liviano, porque es verdad que tiene su costo pero también tiene su premio, el que participa de la muerte con Cristo participa también de la resurrección con Él, el que se entrega con Jesús participa del sentido nuevo que tiene el sufrimiento humano, el sentido que tiene es redentor, el apóstol dice “Nosotros completamos lo que falta a los sufrimientos de Cristo Jesús”, porque sabemos que la entrega de la vida en todo lo que supone de complicado, difícil, sufrimiento que viene de la enfermedad o de la lucha, de la crisis o de las preguntas que tenemos en el corazón en Jesús encuentran un valor y una significación nueva, a eso nos invita el Señor cuando nos dice compartan conmigo el sacrificio y vos qué tenes para compartirle, qué nombre tiene la cruz, el sacrificio al que el Señor te invita a participar con Él de su sacrificio el que le da sentido a todo dolor y a todo sufrimiento.

A una persona que se acusaba de haber estado distraída en la celebración de la Misa le dijo el Padre Pío “Hijo, esto te ha sucedido porque no sabes qué es la Misa, la Misa es Cristo sobre la cruz, es Cristo sobre el calvario, es Cristo en la cruz sobre el calvario con María y con Juan a los pies de la cruz y con los ángeles que lo adoran.

Lloremos de amor y de adoración en esta contemplación”. Nunca faltó el llanto del Padre Pío en la celebración del Sacrificio, miles de peregrinos que han ido en los cincuenta años de vida monástica del Padre Pío, con las estigmas en sus manos, en los costados y en sus pies, han tenido el privilegio de participar en su celebración

Eucarística en el santuario de Santa María de las Gracias y han quedado fascinados de la celebración que el Padre Pío con devoción ofrecía todas las mañanas temprano. “Una Misa que no olvidaré jamás”, escribió Kree. Ha escrito María Kinovosca “He asistido a muchas Misas del Padre Pío pero no se parecían una a la otra. Es cierto que el Padre era rigurosamente fiel a las rúbricas litúrgicas y sus gestos eran de una sobriedad maravillosa pero no menos se notaba que no actuaba él, sino que era Cristo que actuaba en su persona, presencia invisible del Señor que tomaba su corazón.

Un viernes lo he visto jadeante, oprimido como un luchador, tratando en vano con bruscos movimientos de la cabeza de alejar un obstáculo que le impedía pronunciar las palabras de la consagración, fue como una lucha cuerpo a cuerpo, en la cual resultó vencedor pero cansado. Otras veces, en adelante, gruesas gotas de sudor le caían de la frente, inundaban el rostro contraídos por sozollos, sobre aquel monte santificado por la presencia del Padre Pío, cada mañana a eso de las cinco él renovaba el sacrificio del Gólgota haciéndose víctima inmolada por los pecadores”.

En su vida se daba esto que decíamos, yo completo con la entrega de mi vida lo que falta al sufrimiento de Cristo Jesús, el Padre decía conmovido las palabras de la señal de la cruz “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, y comenzaba con esa señal de la cruz a meterse desde ese lugar en el sacrificio de la cruz que es la Misa, porque el mismo Jesús tomaba su corazón, lo hacía caminar por ese lugar de entrega y de ofrenda. Participar de la Eucaristía es participar de este holocausto, de este sacrificio de Cristo, de este grito de Jesús, de este clamor al cielo, del abandono que siente Jesús y miles de hombres que Jesús ha tomado con su Palabra “Porqué me has abandonado Padre”, que resuena en cada Eucaristía y se elevan al cielo para encontrar una respuesta, que se haga luz en medio de las sombras de tantos.

Decir con Jesús las palabras “Esto es mi cuerpo”, lo dice el sacerdote que preside, hace las veces de Cristo cabeza en la asamblea que es el Cuerpo de Cristo pero lo dice también cada uno de los que se siente partícipe de ese mismo cuerpo, es Cristo todo, cabeza y miembros, los que expresan esta ofrenda de la vida al Padre para que se haga su voluntad, asumiendo con entereza la propia cruz, sabiendo que esta no es la última palabra sino que en la entrega verdadera, en la fe de lo que me cuesta, en lo que resulta verdaderamente imposible en las manos de Dios se hace camino de liberación y de redención, de resurrección, pascua, alegría, gozo en el Espíritu.

Hay uno que se entregó por mí, para liberarme del peso que me genera y para encontrar detrás de la entrega de mi propia cruz un camino de liberación como nos enseña Jesús cuando nos dice “Yo no pierdo la vida, yo la doy libremente” y el que pierde su vida la encuentra, el que la quiere guardar la pierde.

La Eucaristía celebrada con devoción como Dios quiere que la celebremos con la entrega de la propia vida, cuando nos quiere Él partícipes de su sacrificio y nos une a su sacrificio para darle sentido a nuestra vida, resucitar con Él, no es que estemos llamados a sufrir sino que el sufrimiento que tenemos somos invitados a encontrarle respuesta en el misterio pascual de la cruz de Jesús que se ofrece por nosotros en cada Eucaristía, cuando la celebramos con verdadera devoción es un apostolado increíble, participar de una Misa celebrada por una comunidad que canta y en canto expresa la entrega y en la entrega su unión y su comunión con el misterio pascual de Jesús es la mejor forma de evangelizar.

Un sacerdote cuenta del Padre Pío “Soy un sacerdote y hace algunos años ví al Padre Pío porque fui acompañando a un enfermo que imploraba su curación, contento de la buena ocasión que se me presentó de estudiar el misterio del fraile, digo que no he podido verificar nada, el enfermo al cual yo acompañaba no se ha curado y no he sentido perfumes ni entrevisto visiones, mas aun cuando me he confesado el Padre Pío no ha levantado ningún velo misterioso de mi alma, para mí fue solamente un buen confesor, casi como otros tantos diría y sin embargo una cosa he visto, por muchos días he seguido la Misa del Padre Pío y para mí ha sido todo, escuchaba la Misa del coro superior, al lado del altar y no podía perder ni un gesto, yo ya había celebrado miles de Misas, pero en aquel momento me sentía un pobre sacerdote, como en la confesión, el padre realmente hablaba con Dios en cada instante de la Misa, podría decir que luchaba con Dios como Abraham y Dios era presente en su Misa, pero no en la sola presencia Eucarística no como en mi Misa y así he encontrado un sacerdote que amaba a Dios verdaderamente e intensamente en el sufrimiento y en la oración hasta la angustia.

Yo no se si el Padre Pío ha hecho milagros pero sí se que un hombre así podría hacerlo a centenares”. Otro sacerdote escribió “La famosa Misa del Padre Pío a la cual quien ha asistido una vez no puede olvidarse jamás, tan viva era la impresión de ver anular toda distancia de tiempo y de espacio entre el altar y el calvario, la Hostia elevada en sus manos hacía mas sensible a los ojos el alma de los fieles la unión del sacerdote que se ofrece con el Sacerdote Eterno, Cristo.

Frente a esta vista aun los que intervenían por curiosidad a menudo eran impresionados”. Cuando la celebración Eucarística por quien preside y por quienes participan de ella se celebra en esta clave de participación de los propios dolores en los misterios de Cristo Jesús para redención, glorificación, consuelo, fortaleza, la entrega del propio dolor y del las propias cruces para unirlas a las de Cristo como quien las une en la fe esperando la respuesta de Dios se hace realmente y misteriosamente el mejor apostolado. Tal vez esto era lo que el Señor decía de sí mismo cuando expresaba “Cuando yo sea elevado en lo alto atraeré a todos hacia mí”, ¿no ocurre eso en la Eucaristía, en el misterio pascual?

 El que se eleva en lo alto es Cristo, el Cuerpo de Cristo, que es Cristo con cada uno de nosotros, tenemos que salir de ese lugar del corazón donde vamos a escuchar Misa para empezar a participar del misterio, no somos escuchas de Misa, somos incorporados al misterio de Cristo y esto por la Palabra que ilumina nuestro camino pascual y nos incorpora en el momento de la entrega del Cuerpo de Jesús a Jesús cabeza que se entrega con nosotros y nos invita a entregarnos con Él.